Archive for: diciembre 2017

LA FIESTA DE LOS CUBANOS

tomado del blog: La Bicicleta

 

lechon vara

Yo recuerdo tiempos mejores y peores, fines de años donde era abundante el humo de las pequeñas hogueras encendidas en los patios para asar los puercos, prendidas con cascarones de cocos secos y maderas reunidas para la ocasión y también recuerdo otros festejos con menos hogueras y lo peor con menos puercos; tiempos difíciles donde la proliferación porcina era muy baja y el índice de mamíferos nacionales por casa se deprimió mucho más que el precio del níquel.  Pero ni en unos ni otros momentos se perdió la alegría o se dejó de esperar en familia las 12 de la noche del 31 de diciembre para darnos un abrazo, escuchar con orgullo el Himno Nacional  y seguir guapeando.

 

Cuando algunos vecinos, en pleno 1992, se quedaron sin la posibilidad de su propio asado, nunca faltaron los platos cruzando la calle pues los que pudieron mantener la tradición, a pesar de los pesares, le llevaron su parte a la mesa de los demás y cuando la cosa se complicó otro poquito, pues llegó la solución colectiva y   la caldosa incluyó a todos en el reparto. Había gente que venía de lugares donde la abundancia de pocos alumbra tanto que no deja ver la miseria de tantos, gente que acudía desde otras fronteras para pasar esas horas con la familia, porque eso siempre se queda del lado de acá: el familión, el rechinar del dominó, la guasanga de los que se ríen a todo dar, la música a mitad de cuadra y la bandera propia sobre los tejados.

 

Nunca hemos tenido un diciembre sin esperanzas (salvo el caso de Ángel el Cornado, un vecino mío al cual su mujer Esperanza Verde del Prado, se le fugó con Manolo el carnicero una noche de finales del 89 y el pobre no puede ser incluido en la afirmación anterior)  somos gente optimista por naturaleza y lo mismo tiramos cubos de agua, quemamos muñecones o incluso algunos le dan la vuelta a la cuadra con una maleta para eso de viajar, aunque tengo una prima con más vueltas que un trompo y hasta con averías en las rueditas del equipaje y  lo más  lejos que ha llegado es a la casa de sus suegros en un pintoresco lugar a pocos kilómetros al que llaman LA INTERNACIONAL. Aunque eso no es lo más importante, la gente sobre todo pide salud y felicidad para la familia, paz y armonía y que continuemos siendo un pueblo solidario y que ese bullicio de la media noche siga retumbando en un país de nosotros, sin que nadie venga nunca a cambiarnos la fiesta o pretender que abracemos mejores fechas que el primero de enero.

No ha muerto la leyend

Mi generación nació en los primeros años posteriores al triunfo de la Revolución de 1959 y una parte de ella, en los meses previos. Cuando los barbudos tomaron Santiago, y luego llegaron en caravana hasta La Habana, la República Popular China contaba apenas con una década de fundada y los estados socialistas de Europa del este no rebasaban los 15 años de vida. La Revolución soviética y su Estado multinacional, en cuyas ciudades y naciones muchos de nosotros estudiaríamos, era la más antigua: 40 años de resistencia frente al capitalismo internacional y al fascismo. Pero, adolescentes al fin, en los 70 creíamos que nuestros padres y sus revoluciones eran viejos (algunas revoluciones lo eran, en efecto, pero no por razones de calendario).

He revisitado en estos días mis fotos de los 80, cuando recién graduados de la Universidad blandíamos con ímpetu la espada juvenil, convencidos de que estábamos destinados a instaurar de una vez y para siempre la verdad, la razón y la justicia revolucionarias, y he sacado cuentas: nuestros padres, entonces, eran más jóvenes que nosotros hoy. Ay de quienes no intentaron transformar el mundo en sus primeros pasos por la vida, incluso con cierta dosis de autosuficiencia, esos nunca fueron jóvenes. Los que al paso de los años y las décadas no cejaron en su intento de transformarlo, sin embargo, no pueden considerarse viejos.

Poco a poco descubrimos que la vanguardia revolucionaria es supratemporal, aunque sea muy de su tiempo; conecta bajo tierra (donde crecen y se extienden las raíces) con las vanguardias anteriores y la integran hombres y mujeres de edades diversas. Si alguna duda persiste, Gómez y Martí, Baliño y Mella, podrían despejarla; pero también, el puente histórico que une a Martí y a Fidel. De no ser así, ¿cómo explicar la necesidad que sienten los revolucionarios latinoamericanos de invocar el hacha, el sable o el machete de sus antepasados? Ellos insisten en ser llamados martianos, sandinistas, zapatistas, bolivarianos, fidelistas. Los héroes del pasado alientan a los nuevos, discuten con ellos como jóvenes apasionados que son. No pueden ser embalsamados, son camaradas de lucha. Todavía recuerdo con emoción el instante mágico en que un millón de jóvenes de todas las edades tributaba al Comandante en Jefe de la segunda mitad del siglo XX la más alucinante despedida que un héroe pueda recibir: «yo soy Fidel», proclamaba su pueblo con el puño en alto, lo que significa decir, «no te dejaremos morir». Fidel le había dicho lo mismo a Martí, en el año de su centenario, pero las épocas son diferentes: el Apóstol había sido abandonado, y Fidel no lo está.

Hay que aprender a identificar a un joven. No se trata, es obvio, de cuán tersa sea su piel o negro el pelo, tampoco sirve preguntar la edad. Esos son datos confusos. Los moncadistas eran, aparentemente, como sus coetáneos, pero mientras ellos asaltaban el Moncada muchos otros bailaban en los carnavales. Hay que desconfiar de quienes insisten en acatar los consensos que la moda, las transnacionales de la comunicación o el cansancio han sembrado. Por otra parte, «lo que los jóvenes piensan» es una frase que admite manipulaciones diversas y un truco muy usado por los viejos para justificar su propia deserción. Los consensos se construyen –esa es tarea de revolucionarios– y en la medida en que responden o no a los intereses reales de las mayorías, de los humildes, se acercarán o no a la verdad. La vanguardia de los jóvenes revolucionarios es intergeneracional. No existe un Partido de los de menos edad (estos tienen intereses tan disímiles como el resto de la sociedad); existe en cambio el Partido de los jóvenes de cualquier edad, el que enarbola el ideal comunista.

Es cierto que cada generación aporta un ángulo de visión diferente y que esa mirada otra descubre aspectos soslayados, sensibilidades no percibidas con anterioridad; pero el eje moral de un revolucionario, no importa el siglo en el que viva, es la justicia, la posible y la que aparenta no serlo. Para ello tratará de que las desigualdades de hoy –las inevitables, las que son o parecen «justas»– sean temporales. No se conformará. Ese es el horizonte, la tierra difusa que se vislumbra en la niebla, hacia la que hay que remar: toda la justicia. Nadie remará si desaparece, si deja de ser invocada. Y es imprescindible el relevo de remadores, que todos nos asumamos como protagonistas de este esfuerzo colosal.

El hecho que motiva estas reflexiones es sencillo: en unos días empezaremos a vivir el año 60 de la Revolución, y nosotros, sus primeros hijos, en el transcurso de este y de los siguientes años, alcanzaremos su edad. La Revolución Cubana ya tiene más años que los que tenían los estados socialistas de Europa cuando desaparecieron. El Estado multinacional soviético no existe más. Hemos sido el referente de otras revoluciones latinoamericanas más recientes, sin que nadie intentara copiar nuestros modos y maneras. Muy cerca de estas costas, al acecho, con las fauces abiertas, están los depredadores del gran Capital. Algunos amigos esgrimen razones para la rendición. Dicen, comprensivos: no podemos exigirle al pueblo cubano más sacrificios. Me pregunto si la entrega de nuestras conquistas es un sacrificio menor, si el capitalismo dependiente que espera en las aguas estancadas del barranco al que nos empujan, no acrecentaría el sufrimiento de las mayorías y les arrebataría la posibilidad de pelear por un futuro mejor. Todas las insuficiencias que los revolucionarios detectan, todas las insatisfacciones, podrán ser resueltas si (y solo si) somos capaces de conservar la Revolución.

Mientras avanza el año 60 –los adolescentes de hoy nos suponen muy viejos, es natural–, conmemoraremos otras efemérides: el aniversario 150, por ejemplo, del inicio de la Guerra de Independencia. Alguna vez Fidel se refirió a que en Cuba solo había habido una Revolución, la iniciada por Céspedes en La Demajagua, lo dijo hace medio siglo, cuando éramos muy jóvenes y no sabíamos que nuestros padres lo eran también. En aquella oportunidad, Fidel afirmó: «nosotros debemos saber, como revolucionarios, que cuando decimos de nuestro deber de defender esta tierra, de defender esta patria, de defender esta Revolución, hemos de pensar que no estamos defendiendo la obra de diez años, hemos de pensar que no estamos defendiendo la revolución de una generación: ¡Hemos de pensar que estamos defendiendo la obra de cien años!». Eso explica también por qué la Revolución Cubana del 59 no se fue a bolina cuando las otras cayeron. Explica el engarce de las generaciones en una guerra que para ser anticolonialista, en el siglo XIX, y antimperialista en el xx, tuvo que ser anticapitalista.

Soy cuatro meses mayor que la Revolución que me educó, y tan joven como ella. Una Revolución que se renueva, valga la redundancia, que se refunda. A pocos días de iniciarse el nuevo año –un final y un comienzo que nos otorgamos para la meditación–, no hallo mejor arenga patriótica que la del joven José Martí: «No ha muerto la leyenda. ¡Indómitos y fuertes, prepáranse sus hijos a repetir sin miedo, para acabar esta vez sin tacha, las hazañas de aquellos hombres bravos y magníficos que se alimentaron con raíces; que del cinto de sus enemigos arrancaron las armas del combate; que con ramas de árboles empezaron una campaña que duró diez años; que domaban por la mañana los caballos en que batallaban por la tarde!».

Los confundidos no son los jóvenes

  tomado del blog Dialogar Dialogar

A sus 95 años la Federación Estudiantil Universitaria, más heterogénea, diversa, crítica…, conserva el espíritu revolucionario que animó su fundación, asegura su presidente, Raúl Alejandro Palmero Fernández

Está ahora en el lugar que ocuparon  Julio Antonio Mella y José Antonio Echeverría. Sobre los hombros de Raúl Alejandro Palmero Fernández recae el peso de mucha historia, la que esos grandes líderes estudiantiles y otros forjaron, y que señalan el sentido más profundo de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU).

Capitalino de nacimiento y estudiante de la Facultad de Derecho en la Universidad de La Habana, el joven asumió hace casi siete meses la presidencia de la organización que hoy celebra sus 95 años de fundada.

—¿Cuánto cambia la visión de la organización cuando se dirige en una universidad y ahora desde la nación?

—La responsabilidad es mayor y la visión que uno adquiere del país también es diferente. A pesar de que es una sola organización, que logra la unidad dentro de la diversidad, no son iguales las características de un estudiante en La Habana que en otro lugar del país. Pienso que la clave está en cómo sepamos liderar, dirigir, cohesionar a los estudiantes en la brigada, la facultad, la universidad.

«Esta responsabilidad me ha aportado una visión más integral de ciertos fenómenos de los cuales se tiene muy poca percepción cuando uno está en la universidad. También me ha posibilitado contactar con otros jóvenes con ideas renovadoras, creativas, con muchas ganas de hacer, de aportar y ahondar en las visiones y razones por las que defendemos el proceso revolucionario».

—¿Qué desafíos impone asumir la presidencia de una organización que encabezaron Mella y José Antonio?

—Seguir siendo una organización fuerte, que aglutine y represente a los estudiantes y los guíe por senderos verdaderamente revolucionarios. Con sus más de nueve décadas de existencia, y hoy más heterogénea, diversa, crítica… —lo cual hace más difícil la misión de llegar y representar a cada uno de sus cerca de 125 000 miembros—, tiene que mantener su liderazgo, lograr que los estudiantes participen activa y conscientemente en los procesos,  mantener las bases fundacionales que nos legaron Mella, José Antonio, Fidel y otros jóvenes. Siempre es vital volver sobre sus concepciones, pues ofrecen las claves para continuar adelante.

—¿Cómo debe ser el universitario martiano y fidelista actual?

—La frase del Che: Seamos realistas, soñemos lo imposible, es muestra de cómo deben ser los universitarios hoy; es decir, estar conscientes del momento histórico que vivimos, y a la vez soñar, construir… Los jóvenes llevamos en la sangre ese espíritu de cuestionarnos las cosas, pero para bien, para perfeccionar, para mejorar. Cada vez que tenemos que enfrentar un problema o asumimos una tarea, tenemos que hacernos la pregunta de cómo actuaría Fidel, qué principios de la cosmovisión martiana y de otros patriotas podemos utilizar.

—Mella fue de los iniciadores de las ideas socialistas en Cuba, ¿qué es el socialismo para los universitarios de hoy? ¿Crees que asumen esa concepción?

—Que los jóvenes asumamos una visión crítica ante los problemas de la sociedad no quiere decir que desechemos el socialismo como la única vía para alcanzar un futuro mejor para la sociedad cubana.

«Lo demuestran las discusiones en las universidades acerca de los Lineamientos del Partido, la Conceptualización de nuestro modelo económico y social y las Bases del Plan Nacional de Desarrollo hasta el 2030, así como la firma del concepto de Revolución tras la partida física de nuestro Comandante en Jefe y la respuesta masiva ante las elecciones generales y en las tareas de impacto social, por mencionar asuntos importantes.

«Cuando se analiza el estudio sociopolítico de las universidades, una de las cosas que nunca se ha puesto en juego o sale en desventaja es el socialismo como la principal vía para construir una sociedad mejor. La inmensa mayoría asume esa concepción».

—¿Dirigir o liderar la FEU?

Raúl Alejandro Palmero Fernández, presidente de la FEU. Foto: Roberto Garaicoa Martínez.

—Se trata de liderar dirigiendo, pues uno debe ser líder para no imponer las cosas. Ello implica una organización, una sistematización, una concepción hasta cierto punto administrativa, un sistema de trabajo, aunque, por supuesto, tiene que ser un líder de opinión, revolucionario, para no imponer las cosas, sino unir, como dijera el destacado revolucionario e intelectual Armando Hart, con inteligencia y amor.

—¿Los universitarios han acompañado, como debieran, la actualización del modelo económico y social?

—Sí, y lo han hecho primero desde la discusión de los Lineamientos y luego con las disímiles tareas que han asumido, sobre todo las de impacto social. Entre estas se cuentan el perfeccionamiento dentro de las mismas universidades, la labor con la Contraloría General de la República, el enfrentamiento a las indisciplinas sociales, llevando el arte, la cultura y el deporte a los barrios, las intervenciones comunitarias, la participación como observadores en varios procesos del Parlamento, la producción de alimentos… Uno de nuestros baluartes es haber sacado la universidad de sus muros y llevarla hasta los barrios. Todo eso es parte de la actualización, de que sigue manteniendo esa profunda vocación social que la distingue desde los tiempos de Mella.

«Si el país se ha actualizado, también lo ha hecho la organización. Si existimos a los 95 años es porque ha sabido transformarse, adaptarse al momento histórico. Son los mismos principios y sueños, aunque es una FEU distinta a la de los tiempos de Mella y hasta de cinco años atrás cuando realizó su 8vo. Congreso. Hoy existe un número importante de convenios, disposiciones jurídicas, resoluciones, acuerdos… relacionados con la vida universitaria y de la organización, sus procesos, actividades y movimientos, que nos muestran una agrupación que ha avanzado, que es diferente, que se multiplica y consolida».

—Eres estudiante de Derecho, ¿cómo valoras el acento que se ha puesto a la institucionalización y el derecho dentro del proceso de actualización?

—Es un pilar dentro del proceso de actualización. Tiene el papel de legitimar todos los cambios que se hagan. Lo valoro de positivo a partir del debate que se ha generado en la universidad y las facultades, pues no ha sido solo una cuestión para la máxima instancia del Derecho en Cuba o las más intelectuales. Ha existido un debate en las cátedras, en los salones de conferencia, en los pasillos. El éxito dependerá de en qué medida se puedan llevar estas transformaciones a la misma velocidad que el Derecho se adapte a las nuevas circunstancias.

—La FEU fue fundada por Julio Antonio Mella, el mismo que pedía una universidad que formara «seres pensantes, no seres conducidos»…

—Esa idea sigue manteniéndose vigente. Si la organización ha logrado la unidad dentro de la diversidad es porque genera y da la posibilidad de que se creen muchos espacios por iniciativa de los jóvenes. Nos nutrimos del esfuerzo y la actividad creativa de los estudiantes. Por lo tanto, lo que estamos generando y reproduciendo es un colectivo de jóvenes pensantes, creadores, innovadores, preocupados de los problemas que los afectan y los de su sociedad socialista.

—Te ha tocado dirigir la FEU en un momento clave en nuestra historia y en un contexto bastante complejo…

—Siempre el escenario sociopolítico ha sido complejo, desde el mismo momento fundacional de la FEU. Por tanto, ahora nosotros tenemos nuestros propios retos, desafíos. Si quienes nos antecedieron hicieron honrosamente su parte, tenemos la responsabilidad de estar en consonancia con todo el esfuerzo, el sudor y la sangre derramada y multiplicar lo logrado.

—Julio Antonio Mella también defendió que la universidad cubana «no podía ser una fábrica de títulos…».

—La concepción de la Revolución de formar jóvenes integrales es la respuesta a ese pensamiento de Mella. La FEU ha luchado contra ese docentismo extremo desde su fundación, y el hecho de que un miembro de la organización no se dedique solo a estudiar, a aprobar solo los exámenes, a cumplir con un plan de estudio, es la demostración de que las universidades no son una fábrica de títulos, sino una fábrica de hombres de bien, de seres integrales, revolucionarios, comprometidos con su tiempo y con los destinos de su país.

—No faltan quienes miran a los jóvenes con desconfianza, así como algunas posiciones que estos asumen, ignorando que esta sigue siendo una Revolución de los jóvenes, como ha dicho Raúl…

—Los confundidos no son los jóvenes, sino quienes se confunden al creer que los jóvenes están confundidos. Si algo bueno nos permite dirigir a los estudiantes es comprobar que tenemos un recurso humano superimportante en el país. La fuerza con la que llegamos a este 95 aniversario lo reafirma.

«Pensemos qué decisión se toma hoy en una universidad o en Cuba sin contar con los jóvenes, o sin al menos cuestionarse cómo piensan de ello la juventud y los estudiantes. Nosotros tenemos que asumir y asumiremos sin vacilación alguna la continuidad de la Revolución, el legado de Fidel y de nuestros fundadores para hacer eterno nuestro socialismo. Estamos seguros que esta seguirá siendo una Revolución de los jóvenes».

Salón de la Fama del Béisbol Cubano: ¿Hora de traerlo de vuelta?

Tomado del blog Universo Beisbol

El Salón de la Fama del Béisbol Cubano, algo que parecía olvidado, fue mencionado por el presidente de la Federación Cubana de Béisbol durante el Décimo Período de Sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Es interesante apuntar que este tema fuese traído a la luz, teniendo en cuenta que fue la maquinaria del béisbol de Cuba — con su prejuicio y autoritarismo — la responsable de que fuese parado luego de la segunda exaltación.

El Salón de la Fama del Béisbol Cubano renació en un ambiente fracturado: durante las primeras reuniones, el entonces comisionado Heriberto Suárez expresó con elocuencia que algunos de los nombres en la boleta debían revisarse, y esto era obviamente por la presencia de algunos desertores, principalmente Antonio Pacheco, uno de los más importantes nombres y uno de los más grandes peloteros que jugaron en las Series Nacionales.

Ismael Sené, historiador del béisbol y miembro de SABR, emitiendo su voto durante la primera selección, celebrada el 8 de noviembre de 2014. (Foto: Reynaldo Cruz/ Archivo de UB)

Como jugador, Pacheco se ganó toda la aclamación posible: fue campeón internacional en cada categoría, desde las ligas infantiles hasta el nivel olímpico. En el primer nivel, logró la gloria nacional no solo con Santiago de Cuba en las Series Nacionales, sino también en las Series Selectivas con Serranos y Orientales. Entonces se retiró, se hizo manager de Santiago de Cuba y fue también campeón nacional. Llevó al equipo Cuba a una medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008; y pese al hecho de que muchos criticaron sus decisiones en el juego decisivo, la escuadra cubana no ha vuelto a tener un mejor final en torneos mundiales con equipos profesionales, y se ha igualado solamente dos veces (las Copas Mundiales de la IBAF de 2009 y 2011) desde entonces.

Omar Linares (derecha) habla luego de que se anunciara que es parte de la primera clase del Salón de la Fama desde 1960. A su lado, Ian Padrón, uno de los principales promotores del proyecto, escucha. (Foto: Reynaldo Cruz/ Archivo de UB)

Pero no entró en el Salón de la Fama del Béisbol Cubano en la primera votación, la cual para apurar las cosas y exaltar a cuantos fuese posible — evitando además caer en la tendencia de exaltaciones masivas — , recibió a cinco peloteros de antes de la Revolución Cubana y a otros tantos de las Series Nacionales. ¿Los nombres? Orestes Miñoso, Esteban Bellán, Conrado Marrero, Amado Maestri y Camilo Pascual, de antes de 1959; y Omar Linares, Luis Giraldo Casanova, Braudilio Vinent, Orestes Kindelán y Antonio Muñoz, de las Series Nacionales. Muchos no votaron por Pacheco (aunque sí hizo el corte final) no porque era desertor. En mi caso personal, emití mi voto favoreciendo principalmente a peloteros de las primeras Series Nacionales, que tuvieron un enorme impacto en el béisbol en aquel tiempo, pero que terminaron olvidados porque no había habido Salón de la Fama desde 1960, y otros jugadores sí tuvieron carreras más largas. Particularmente, enfaticé en Manuel Alarcón, que se retiró a los 27 años siendo el dueño de los récords de Series Nacionales para victorias, ponches, juegos completos, y que además había ganado el título nacional prácticamente solo en 1967.

Hay que decir que el tono de Heriberto Suárez fue amenazador, incluso dando a entender que luego de años sin Salón de la Fama, podrían hacerlo desaparecer antes de su nacimiento, porque, por supuesto, ellos tenían el poder. Y tal vez, ese fue el primer pecado capital: la maquinaria cubana de béisbol no debería tener poder ALGUNO sobre quién entra al Salón y quién no. Ellos han cometido errores garrafales con el paso de los años, y los ejecutivos y/o comisionados están sujetos a ser exaltados también, lo cual nos dice que no deberían tener influencia de ningún tipo en los resultados de las votaciones. El Salón de la Fama del Béisbol en Cooperstown trabaja de conjunto con Major League Baseball, pero no bajo sus órdenes, como me expresara el Presidente Jeff Idelson en una entrevista, y este debería ser el caso en Cuba.

Sin embargo, Vélez cometió un error mientras hablaba al Parlamento, citado por Oscar Sánchez Serra en Granma, declarando que el Salón de la Fama:

… fue otro de los temas introducidos al debate y al respecto, Vélez explicó que ya se ha exaltado a cinco peloteros de antes del triunfo de la Revolución y otros tantos después de 1959. Pero lo cierto es que hoy está detenido; y es algo por lo que debemos luchar, así como por un Museo Nacional de esta pasión de todos los cubanos. Es el mejor homenaje a los ídolos, a lo héroes que aplaudimos o criticamos todos los días y también a los propios aficionados.

Entonces, ¿por qué ELLOS lo pararon en primer lugar?

Primero, otros tres peloteros fueron exaltados: Luis Tiant Jr. y Willie Miranda de antes de 1959 y Pedro Luis Lazo de después de 1959. Pacheco no hizo el grado esta vez tampoco, y fue solamente debido al rechazo de las autoridades beisboleras, lo cual provocó que muchos de los votantes (quienes están convencidos de que tuvo los suficientes votos para ser exaltado) renunciaran como protesta. Así que la declaración del Presidente de la Federación Cubana de Béisbol es incorrecta.

El Vedado Tennis Club debió haber sido la sede. (Foto: Reynaldo Cruz/ Archivo de UB)

También, ya se había escogido un sitio para construir el museo: el Centro José Antonio Echeverría, antiguo Vedado Tennis Club, que tiene una larga historia dentro de la Unión Atlética Amateur, debido a los muchos torneos ganados por su equipo de béisbol. Fue otra idea repentinamente detenida y asesinada por los poderes del béisbol, y en su lugar “ofrecieron” una habitación en el Estadio Latinoamericano para el museo, lo que es, en el mejor de los casos, una tremenda falta de respeto y humillación a una nación que tiene una historia beisbolera que data de los 1860.

En fechas recientes, el gobierno cubano anunció que a partir del 1º de enero de 2018, todos los cubanos que han abandonado el país ilegalmente serían bienvenidos a regresar sin problemas, excepto los que usaron la Base Naval norteamericana en la Bahía de Guantánamo como su ruta de escape. Esto, por supuesto, parece una muy inteligente y sensata riposta a las decisiones tomadas por el presidente norteamericano Donald Trump contra el pueblo cubano. ¿Hará la maquinaria del béisbol lo mismo a favor de sus jugadores? Nuevamente, esto sería lo más sensato. Después de todo, las decisiones de los peloteros habrían sido distintas si las circunstancias les hubiesen permitido ir a las Ligas Mayores sin tener que abandonar su país.

El Salón de la Fama del Béisbol Cubano pide y merece ser retomado. Y exige hacerlo de la manera correcta, sin excepciones, sin prejuicios, sin discriminación. Hay un pequeño aspecto que no debe olvidarse: la inmensa mayoría de los peloteros cubanos que han abandonado el país han hecho enormes contribuciones a la gloria nacional e internacional del béisbol cubano. Son una parte esencial de la historia del juego en Cuba, la segunda más antigua nación beisbolera e históricamente la segunda más importante del mundo. Borrarlos o hacer de cuenta que no existieron es un crimen contra la historia del deporte, y solamente traerá desinformación, ignorancia y mentiras.

Más importante, ¿cómo puede alguien amar o respetar algo que no conoce? Esta es una de las razones principales por las que los jóvenes sienten menos amor e interés por el béisbol, y debería ser el enfoque para rescatar el Salón de la Fama.

Diciembre: mes de Pablo de la Torriente Brau

tomado del blog: Segunda Cita

Por Víctor Casaus

Este mes de diciembre de 2017, el día 12, se cumplen 116 años del nacimiento de Pablo de la Torriente Brau en San Juan, Puerto Rico. Este mes de diciembre, el día 19, se cumplen 81 años de su caída en combate, en Majadahonda, España, defendiendo la República agredida y enfrentando el naciente fascismo.

Esas fechas explican el sentido del título de esta crónica pabliana, iniciadora de un pequeño ciclo que publicaré en las próximas semanas, quizás meses. Esas crónicas alternarán –o se unirán– a otras que escribo o he escrito en tiempos recientes: las crónicas desde el sur con experiencias, noticias, visiones desde Argentina y sus territorios adyacentes, y las crónicas del día a día en las que trato de lidiar desde la palabra con la cotidianidad circundante, y que incluyen, por supuesto, la crítica necesaria a lo mal hecho y a lo peor pensado: dos males que van ganando terreno, a veces con prisa pero lamentablemente sin pausa, entre nosotros, poniendo en peligro sueños largamente soñados –algunos no siempre o no totalmente alcanzados– y abriendo brecha al desánimo, la desidia, la corrupción y otros jinetes de un apocalipsis que algunos vaticinan, otros azuzan y otros temen.

Las fechas incluidas en el primer párrafo explican, decía, el sentido del título de esta crónica. Y me parece útil que cumpla esa función aclaratoria para que no se vaya a dar al título de marras un sentido que de ninguna quiere tener: ese que apunta a la efeméride como un mecanismo repetitivo y cíclico que, cuando se maneja deficientemente por los medios de comunicación, termina cumpliendo un objetivo opuesto a la noble intención que muchas veces las impulsa: alejan al receptor o la receptora de la fecha o la figura homenajeada. Porque las efemérides tienen, efectivamente, un peligroso doble filo: por un lado, es cierto, pueden servir para resaltar valores o hazañas entrañables y ejemplares o pueden convertirse, si se las usa con torpeza o ensañamiento, en su contrario. Ese modo erróneo de manejarlas produce la falsa percepción de que la historia es simplemente –sí, simplemente– una sucesión interminable y a veces previsible de efemérides galopantes. Esa es otra forma de decretar o producir el fin de la historia.

Pero estamos hablando aquí, por suerte, de alguien que es la negación rotunda y vivaz de lo dicho anteriormente: Pablo de la Torriente Brau, quien vivió su vida corta e intensa sobre el filo del compromiso creciente con la lucha sin abandonar el humor acompañante ni la capacidad ejercida junto a otros compañeros de generación, como Raúl Roa, de analizar la historia, la política, la vida, con cabeza propia y corazón sensible y ardiente. Me parece bueno y útil recordar estas cosas sobre todo después de leer loas implacables, adjetivos –los mismos– distribuidos a granel, elogios despiadados, hacia quien vio la lucha como algo natural y propio, sin abandonar, como decía, el humor imprescindible. Por eso explicó así, en carta desde Nueva York a sus compañeros de lucha que habían regresado a Cuba desde el exilio, aprovechando las rendijas de una frágil amnistía, los orígenes de su decisión de irse “a España, a la revolución española”, después que “la idea hizo explosión en mi cerebro, y desde entonces está incendiando el gran bosque de mi imaginación”:

Ustedes me han confundido un poco con un organizador o algo por el estilo. Muy lejos estoy de ello, a mi más profundo y sincero juicio. A España tal vez vaya en busca de todas las enseñanzas que me faltan para ese papel, si es que alguna vez puedo dar de mí algo más que un agitador de prensa.Y no me arrastra ninguna aspiración de mosquetero. Voy simplemente a aprender para lo nuestro algún día. Si algo más sale al paso, es porque así son las cosas de la revolución. Como si me vuelve cojo una granada.

Así, con sus palabras –las buenas y “las malas”– escribió aquel “mocetón alto, de musculatura atlética, pelo oscuro, frente dilatada, voz grave, mentón altivo, sonrisa franca, mirada diáfana y jocundo talante” (como lo recordaba su amigo entrañable Raúl Roa) la crónica periodística más completa de la fallida revolución del 30 y reunió, en sus papeles escritos durante sólo tres meses en la contienda española, uno de los testimonios más intensos, humanos y estremecedores de lo que después se denominaría la guerra civil española.

A los dos meses de llegar al escenario de la guerra, cuando las fuerzas golpistas estrechaban día a día el cerco de Madrid, Pablo decide hacerse comisario de guerra del ejército republicano. Él mismo lo narra en una de sus cartas, escrita el 11 de noviembre:

Por lo pronto, mi cargo de comisario de guerra con Campesino acaso sea un error desde el punto de vista periodístico, puesto que tengo que permanecer alejado de Madrid más tiempo del que debiera, pero, para justificarme plenamente, comprenderás que en estos momentos había que abandonar toda posición que no fuera la más estrictamente revolucionaria de acuerdo con la angustia y las necesidades del momento.

Aquella decisión magnífica de Pablo ha sido interpretada por algunos, según hemos vuelto a leer en estos días de efeméride, como el “abandono” definitivo de la pluma a favor del necesario fusil, como si ambas proyecciones, ambos oficios, no pudieran alcanzar, en algunos casos, valores semejantes. Comentaristas de estos días parecen a veces regocijados con la idea de ese “abandono” de la labor periodística: es la visión maniquea, en blanco y negro, de la situación y sobre todo del protagonista, cuya personalidad y pensamiento rechazaban toda visión simplista de la realidad, de la vida personal y de la historia. Por eso es el propio Pablo quien responde desde entonces, en la línea siguiente de la carta citada:

Más adelante, cuando mejore sensiblemente la situación, abandonaré este cargo y podré maniobrar más libremente.

Si hubiera llegado ese momento –y no la muerte en combate el 18 o 19 de diciembre–, Pablo quizás habría escrito aquel libro que anunció en las notas de sus cuadernos de guerra. Se titularía La leche de Buitrago y se centraría probablemente en lo que vio y vivió en Buitrago de Lozoya, 70 kilómetros al norte de Madrid, donde se estableció el frente desde las primeras semanas del alzamiento cuando los improvisados milicianos del Quinto Regimiento, al mando de oficiales como Francisco Galán o Valentín González, el Campesino, paralizaron la ofensiva franquista rumbo a Madrid, que ya parecía indetenible. En las trincheras de ese pueblo Pablo, el primer periodista que había subido hasta allí, según le comentaron los jefes militares de la zona, fue la voz de América, polemizando con el enemigo, de parapeto a parapeto, a viva voz y con argumentaciones y pasión tales que los propios adversarios terminaban gritando desde las trincheras opuestas: ¡Que hable el cubano!

Pablo no pudo escribir aquel libro anunciado pero crónicas como las del parapeto, unidas a catorce cartas enviadas desde España, fueron reunidas en la primera edición de Peleando con los milicianos, el libro que sus compañeros financiaron y publicaron en México en 1938. La primera edición de ese libro hecha en Cuba, en el año 1962, mutiló, sin sonrojo, algunas cartas y crónicas de Pablo para que no apareciera el nombre de el Campesino, aguerrido, intuitivo y contradictorio jefe militar republicano que derivó, después del fracaso español y de su exilio en la Unión Soviética, hacia la corriente ideológica del trotskismo. Esa burda operación castradora se repitió –mecánica o intencionadamente, todo es posible– en la segunda edición cubana 25 años más tarde. Los textos escritos por el cronista en España, más las cartas neoyorquinas donde explica su decisión y se comentan las arduas gestiones hechas para poder trasladarse a España, fueron reunidos, respetando su contenido original, como corresponde, por Ediciones La Memoria del Centro Pablo en el año 1999.

Ese respeto a la verdad histórica –que otro testimoniante mayor, Ernesto Che Guevara, califica como imprescindible en una de sus agudas cartas de la década del 60 del pasado siglo– ha estado siempre presente en los trabajos y las valoraciones que el Centro Pablo ha realizado –y seguirá realizando– acerca de hechos, figuras y situaciones de la historia cubana: no hay otra manera de ser consecuente con la memoria del cronista que da nombre a la institución. De él hemos aprendido –y compartido después– su visión humana, completa y compleja, revolucionaria de valorar la figura del héroe en la historia, en la vida, que se expresa con emotiva elocuencia y pasión en el artículo que escribió en Nueva York para recordar la caída de Antonio Guiteras y el internacionalista venezolano Carlos Aponte en El Morrillo, Matanzas, ocurrida en mayo de 1935:

(Guiteras) tuvo, arrastrado por su fiebre, el impulso de hacerlo todo. E hizo más que miles. Y tenía el secreto de la fe en la victoria final (…) Tuvo también defectos. El día del castigo no hubiera conocido el perdón. Era un hombre de la revolución. Tampoco tuvo nada de perfecto.

Ellos fueron hombres de la revolución. Y ni me interesa ni creo en el “hombre perfecto”. Para eso, para encontrar eso que se llama “el hombre perfecto”, basta con ir a ver una película del cine norteamericano.

Junto a esas enseñanzas de carácter ético que Pablo nos legó en su vida y en su obra se encuentran también, por supuesto, como puntos de partida para el análisis y el debate de su obra periodística y testimonial y de sus conceptos acerca de lo que debía ser un medio de comunicación revolucionario, muchos ejemplos respaldados por su labor incesante frente a la máquina de escribir, después de haber visto –o vivido, o ambas cosas– muchos de los sucesos que narró con palabras precisas y atractivas, cultas y populares a la vez. Ahí están, para mencionar sólo algunos, sus 105 días preso, su Tierra o sangre (Realengo 18) o su monumental Presidio Modelo, libro fundador del género testimonial moderno en nuestra literatura –y en zonas de la literatura hispanoamericana.

Para los que hoy nos preocupamos por el nivel, los alcances reales y los retos de nuestra prensa y de nuestros medios de comunicación actuales en general, creo que valen mucho las enseñanzas que pueden sacarse del párrafo que voy a compartir a continuación. Se trata del fragmento de una carta escrita en Nueva York a su hermano Raúl Roa y se refiere a la publicación clandestina Frente Único, que editaba O.R.C.A. (Asociación Revolucionaria Cubana Antimperialista), fundada por ellos junto a otros compañeros para combatir la dictadura de Batista-Caffery-Mendieta que desgobernaba a la Isla en aquellos momentos.

No me gustan elogios totalitarios. Eso de que el periódico está estupendo no me interesa. Por bueno que quede, siempre hay que ver las mejorías a introducir. Ahora, con este material que me mandas estoy entusiasmado, porque tendrán nerviosismo, variedad, imparcialidad y agresividad. Todo eso hay que darle siempre, además de optimismo revolucionario hasta que se pueda. Y para ello, la nota vibrante, el insulto de vez en cuando, la ironía feroz y hasta la burla cruel y hasta popular […] son necesarias. Con todo ello quiero decirte que me viene muy bien todo ese material que me envías; que voy a llenar de títulos el periódico, de vivacidad, de juventud revolucionaria que es lo que le falta a casi todos los almacenes de manifiestos en que se están convirtiendo los órganos revolucionarios. Y a otro asunto, carajo.

No viene nada mal ese final pabliano para iniciar este ciclo de crónicas. Aquí está. Aquí estamos.