Según la calidad de las diferencias: diálogo, debate, lucha…

Por: Camilo Rodríguez Noriega* camilo@espnl.co.cu

tomado del Blog: Cuba Por Dentro
El diálogo de ideas entre iguales cursa con facilidad al debate ideológico. ¡Que fuera de esta realidad estaríamos si esto no ocurriera con cierta frecuencia!

Es curioso cómo en ese debate se va articulando una malla ideológica cual soporte compartido en sus esencias, al tiempo que se sostienen, deshacen, rehacen y asoman múltiples cabos sueltos y hasta encontrados; un anuncio de que el tejido deberá seguir haciéndose con suma laboriosidad cotidiana. Es esa, más o menos, la textura ideológica posible de una sociedad en Revolución; de una sociedad en transición socialista. En ese entramado se cuecen, una y otra vez, los posibles frutos de unidad y se deslindan, en sus prioridades, los frentes de acción.

Si aprendemos bien a debatir nos evitaremos que sobrevenga el encontronazo desgastador entre quienes formamos el diverso “nosotros”. Si la mesura y la reflexión no nos asisten nos abocamos al enfrentamiento interno. Si nos une en verdad lo que nos es esencial retornaremos, todas las veces, al re-encuentro. Puede ser normal que esto ocurra, pero, en nuestras condiciones de plaza que sigue siendo sitiada debiéramos evitar el empeño en naturalizarlo. Eso nos erosiona y desorienta, al tiempo que alboroza a quienes procuran que caigamos en la trampa o, al menos, que nos encharquemos cerca de ella.

La reflexión conduce a la mesura. Reflexionar implica examinar un estado de cosas en sus diversas aristas y terminar proyectando un pensamiento final acerca de lo examinado. Es una meditación; un ejercicio de pensar nuestra propia experiencia e información sobre un asunto de interés para sacar conclusiones. Cuando se reflexiona es posible comprender mejor lo que sucede a nuestro alrededor. Nos ponemos alertas en relación con determinadas situaciones, las formas en que se desenvuelven y su significado y nos disponemos a participar en la búsqueda del mejor modo en que podemos conservar-cambiar un estado de cosas. La alerta reflexiva es un estímulo para penetrar las situaciones de interés; para ir más allá del fenómeno, captar el significado de los estados en que se expresa el objeto de análisis y disponernos mejor a una relación activa respecto al mismo. Así, cuando reflexionamos podemos entender mejor los comportamientos, el tipo y calidad de las fijaciones mentales que tenemos sobre el asunto (y las que tienen otros) y, por tanto, si lo amerita, replanteárnoslas (e invitar a otros al replanteo) y buscar caminos para actuar mejor. Si el estado de cosas es favorable o útil, desbrozaremos caminos para fortalecerlos, de lo contrario para transformarlo intencionadamente o para combatirlo.
En fin, parece sabio que la reflexión presida cada capítulo del debate y de la lucha ideológica. Más reflexión que ese discurso de refriega que se regala a la crítica a la forma y obstaculiza el debate porque posibilita el desvío de atención o la manipulación que subyuga el contenido. La refriega también; en su momento. La red ayuda, pero no es todo. Valen los espacios físicos que surgen para este ejercicio reflexivo pero parecen insuficientes. Que la novedad del espacio virtual no nos haga subestimar la tradición en trabajo ideológico para discernir sobre lo histórico-social racional, desde el recurso primario del diálogo honesto, cara a cara, donde a cada cual nos toque, si no es que su imposibilidad ha sido lanzada ya por quienes no tienen mejores intenciones.

Todo ello debe estar presidido por lo esencial. ¿Cuál es la médula ideológica del debate ideológico? La cuestión de los principios que sostenemos, crecidos desde nuestra conciencia reflexiva de los intereses supremos que asumimos, defendemos y nos esforzamos en realizar en contextos históricos concretos. Por eso, todo “tope” ideológico está objetivamente intencionado. Es menester evitar a toda costa que las escaramuzas de otros coloquen el orden del día. A veces no nos queda otra opción digna que ser subalternos de la agenda que nos colocan. La producción ideológica (desde la conexión pasado-presente-futuro), su socialización, el diálogo y el debate ideológico revolucionario son, en su unidad dialéctica, el antídoto. Digámoslo de otro modo: la médula ideológica del debate ideológico está en nuestra plataforma espiritual de anclaje para pensar y enrumbar las complejidades y contradicciones de las que somos parte y continuar construyendo un NOSOTROS, desde la diversidad.

No siempre es menester desenvainar ‘a priori’ nuestros principios. Puede interpretarse como valladar para amordazar. Es mejor ensartarlos con tino en el tejido de las ideas que explican las realidades como totalidades. Entonces sí deben emerger apuntados y apuntadores, colmados de argumentos. En ese momento las reglas del juego quedan bien establecidas para seguir todos abriendo caminos con brújula estratégica en ristre, como batallón que rastrea todas las posibilidades, tratando de encontrar la mejor. Así hemos andado juntos muchas veces. El escenario cambió, la lucha continúa definida desde iguales pilares esenciales, con muy pocos derechos a viejos esquemas y a nuevas confusiones.

Cuando las diferencias no son sobre unas u otras ideas sino de principios el debate se torna difícil. Ya no se busca llegar a más en unidad. La lucha ideológica sobreviene como única alternativa factible. Y hay que darla con todas las armas, conscientes de que todos los contendientes estamos apostados en trincheras. Nos corresponde conocer bien la ubicación de la nuestra. La pretensión de las partes es la de vencer al otro. Precisamente, porque somos entes ideológicos, nuestras preferencias toman aquí partido definidor. Lo que debe contar, en primer lugar, es aquello esencial que defendemos; ante todo la unidad. También es importante todo lo demás que nos define.

El advenimiento de la polarización ideológica que instaura el enfrentamiento, la lucha, debe ser una evidencia resultante; nunca una alusión de partida.
Sin embargo, aún en tal clima, nunca debiéramos dejar de esforzarnos por evitar que lo primero sea el etiquetado ideológico de los bandos en contienda. Solo debiera ocurrir, si es necesario, después de la argumentación posible de las ideas. Esto es muy importante, sobre todo, porque las etiquetas parecieran que se establecen por cierta necesidad de sintetizar las actitudes y posicionamientos, en aras de la comunicación ideológica sin ambages. Pero los rótulos también suelen enrarecer los análisis entre nosotros mismos. No es menos cierto que a veces el rotulista es el mismo que luego desdeña que le llamen como se auto-nombró. El empleo de las etiquetas ideológicas menosprecia la historicidad de los argumentos y, por consiguiente, nos arrima a la superficialidad.

Cuando nos incorporamos a un debate o enfrentamiento ya en curso debemos procurar suficiente claridad de su sustancia ideológica para evitar montarnos en cualquier “hojarasca” que nos llegue ensartada en velocidad digital. Al calor de nuestras emociones individuales necesitamos cuidarnos de ser confundidos, engañados o manipulados.
Lo mejor sería el debate ideológico de todas las ideas que circulan en la nación. Pero plantearnos esto como premisa absoluta puede ser tan ingenuo e irresponsable como descalificar ‘per se’ tal posibilidad. Cuando un extranjero intruso de talaje imperialista se esfuerza históricamente en escamotearnos el derecho al pleno ejercicio de libertad de la Patria, el paisano que se acerque a sus posiciones, por mucha paja que ponga en el medio, anula su posibilidad de ser parte igual en el debate. Pero es menester no extender esto como presupuesto para manejar lo diferente que sí cabe en la infinita hondura de los principios que defendemos los revolucionarios cubanos, también en el contexto de los cambios que vivimos.

Vale insistir en que se impone el ejercicio inteligente y reflexivo de la mesura, sobre todo para tratar en unidad, en todo lo posible, nuestras diferencias. En estas cuestiones hemos de “domar” la convocatoria inusitada y a veces furiosa de una red que disimula, en su delirio de inusual democracia, que en sus espacios hay determinadas relaciones de poder, que se emparentan con otros poderes tradicionales que aún la dominan. La unidad entre los iguales diferentes debe salir no solo viva, sino bien nutrida de cualquier debate o enfrentamiento ideológico.

También conviene preguntarnos ¿por qué a veces ocurre ese empantanamiento dañino de ideas en el debate? Procurando una respuesta, debiéramos revelarnos ¿qué tópicos se muestran endebles en la estructuración de nuestra conciencia de realidad que nos llevan, con aparente facilidad, a maltratarnos y menoscabarnos en el bloque unido de los diferentes en Revolución? Sobre esos tópicos, teóricos y prácticos, debemos también reflexionar, dialogar y debatir. No para que nos hagan de “cuco” si no para ser más conscientes de la altura ideológica en que, todas las veces, debemos reafirmar nuestra voluntad de vencer también esta vez. Nos asiste como pueblo, por dignidad humana y patriótica colectiva, ese derecho.

La red parece legitimar como de interés público toda su carga. Lo público en Revolución se gesta en la búsqueda unida de toda la justicia ahora posible. Ocurre en medio de disímiles dificultades y con perenne hostigamiento enemigo que da calidad a nuestra lucha de clases. Lo público no es un “vale todo”, sino la martiana convocatoria del “con todos y para el bien de todos” en su juntura dialéctica.

La lucha ideológica es carente de ingenuidad y casi siempre convoca determinada política. En nuestro punto de miras debe estar el leitmotiv político de determinado flujo ideológico, aunque ese no sea, en lo inmediato, el objeto de interés específico.
En todo esto, tengamos siempre presente que nuestra gran complicación es coincidente con nuestro gran mérito: tratar de hacer una sociedad diferente en una nación subdesarrollada y haber andado en ese camino con la zancadilla perenne del país más poderoso de la Tierra. Una sociedad sin las pretensiones de dignidad y justicia social para todos, como la cubana, se ahorraría una parte importante de los contenidos del debate y la lucha ideológica actual. Pero no nos es posible, en manera alguna, renunciar a dichas pretensiones. Por tanto, debemos seguir aprendiendo a crecer desde esa contienda y para ella, desde la más alta seriedad y responsabilidad social.

Todos los días hemos de salir a escuchar, a decir nuestras verdades y a aprender en colectivo.

 

*Dr. C. Filosóficas, profesor Titular de la Escuela Superior del Partido ´´Ñico López´´, vicepresidente de la sección de Ciencias Sociales de la Sociedad Económica Amigos del País.

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