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Soluciones nuevas a problemas viejos

Tomado del Blog: Dialogar, dialogar

PORTADA DEL LIBRO. Por: Yosvani Alberto Montano Garrido | 16 de octubre de 2019

El 25 de noviembre del 2016, cercana la medianoche, conocimos sobre la muerte de Fidel. El timbre de mi teléfono no se detenía. Consternado, el rostro grave de Raúl, su voz entrecortada, confirmaban al pueblo y a los amigos de la Revolución dispersos por el mundo la noticia mediante una breve comparecencia televisiva. El sencillo despacho desde donde se transmitía la alocución estaba apenas habitado por los retratos de Maceo, Gómez y Martí.

Guardo la impresión que ayudaban, en alguna medida, a soportar el dolor entero de la Isla. Es mi recuerdo más nítido. Puedo sumarle una sensación de terrible desamparo. También mi dosis de irritación al constatar cómo continuó la programación televisiva durante la madrugada. Los que permanecimos en vigilia decidimos mudarnos a la señal de TeleSur.

Por voluntad propia la ciudad más bulliciosa de Cuba enmudeció. El sábado fue esencialmente silencioso. La Habana resultó sobrecogedora. Cuando intento volver sobre ese día recupero, sin embargo, la imagen repetida, el coro respetuoso de los universitarios marchando sin convocatoria oficial por la céntrica calle 23 en El Vedado. Llegando por decenas a la Escalinata. Regresa también el metal desahogado de los discursos que no fueron planificados. Un acto de hondura insospechada que encumbró la vivacidad de una juventud para muchos extraviada y apática ante la sombría y desoladora presencia de la muerte. Algún participante decidió colocar una foto de Fidel en los brazos del Alma Mater. Aquel, era territorio fidelista.

Los nueve días de duelo oficial sumergieron a la Isla en una angustia absoluta. Un amigo periodista, Wilmer Rodríguez, recogió el testimonio gráfico y la fuerza espiritual del tributo de un país. Viajó junto a la Caravana. Atrapó y supo convertir en palabras la mística que observábamos con el filtro de la televisión. Tras la voluntad de rechazar cualquier manifestación de culto, quedaba ahora la construcción del más difícil de los monumentos a Fidel, el que se funda en el estudio y el enriquecimiento en la práctica de un pensamiento como el suyo.

Unos 18 días antes de aquel viernes 25 de noviembre –el 7 de ese mes, para ser exactos–, la inconfundible caligrafía de Fidel autorizaba, en una breve nota, a Elier Ramírez Cañedo a publicar dos intervenciones hasta entonces inéditas. Eran  resultantes de sendos encuentros sostenidos con miembros de la Asociación Hermanos Saíz en los años 1988 y 2001. En las oficinas de la presidencia de la AHS coincidí con Elier cuando lleno de entusiasmo organizaba el proyecto que se alejaba de la fantasía para convertirse, no sin pocos obstáculos, en un hecho editorial.

El camino fue fatigoso. La Comisión Organizadora del III Congreso luchó contra los atrasos editoriales, los problemas de poligrafía y las soluciones de diseño que a algunos siguieron sin entusiasmarnos. Finalmente, en octubre de 2017 la Editora Abril obsequió a los delegados que asistimos al Congreso el volumen. Los discursos de Fidel se acompañaron de un prólogo del intelectual cubano Abel Prieto, unas breves líneas a modo de epílogo del entonces presidente de la AHS, Rubiel García, y una introducción, también breve, en la que Elier expone algunos aspectos generales y evoca la “concepción totalmente revolucionaria en la manera de relacionarse el líder de la Revolución con los artistas e intelectuales cubanos”.

En realidad, los tres textos que acompañan los discursos formulan una evidencia en relación a las caracterizaciones, interpretaciones y proposiciones sintéticas que han acompañado al pensamiento de Fidel. Por mi parte intentaré esbozar algunos comentarios que pueden facilitar otros acercamientos. No poseen en sí mismos un alcance reflexivo. Siento, sin embargo, pueden contribuir al contrapunto con las ideas más importantes que trasladó en sus palabras. Son apenas apuntes para un debate. Lo más significativo queda a buen resguardo para cuando se produzca el encuentro del lector con esta obra.

Por el destinatario que recibe por vez primera estos textos, quisiera comenzar. Si lo acompaña una voluntad crítica Fidel y la AHS puede estremecer sus certezas, inquietar sus sentidos y dejar abierta una vía para repensar todo lo que entendemos en los marcos de la política cultural. Puede también, en dirección contraria, ofrecer argumentos bastante útiles para perpetuar el absurdo. Esto último, si nos aferramos a parábolas que descontextualicen, o decidimos negar el terreno polisémico y útil de la contradicción en la que Fidel aprendió a moverse con toda holgura.

Timoneadas desde un ejercicio polémico, que guarde como denominador común la responsabilidad intelectual, estos discursos terminan desalojando los sillones que nos mantienen cómodos. Retoman, en un ángulo de admirable dimensión, el espacio central que por derecho propio corresponde a la cultura en la Revolución. Las palabras de Fidel destruyen los tabiques falsos entre estos dos universos tan conflictivos. Instalan a su vez una representación que hincha la necesidad de retomar lo que Armando Hart desesperadamente defendía como “la cultura de hacer política”.

La mayoría de los planteamientos, debemos señalar como segundo aspecto, se inscriben en el centro de una condición cultural reforzada por el mundo social que emergió con la Revolución. Genuinamente liberadora y resistente. Una condición que hubo de someter y someterse a la reconfiguración sistemática de los mecanismos, alcances y plataformas que crecieron junto al nuevo sujeto revolucionario. Plantearse relaciones de poder más horizontales e interpretaciones osadas. Luchar por fijar un estatuto antropológico y una visión procesual de sus componentes. En esencia, de acuerdo con Fanon, sentirse obligada a encarnar y corresponderse con todo el cuerpo de esfuerzos hechos por el pueblo, en la esfera del pensamiento para describir, justificar y alabar la acción mediante la cual ese pueblo se creó a sí mismo y se mantiene en existencia.

Los dos discursos son portadores de un lenguaje coloquial y a veces de estilo pedagógico. Reunido con creadores, esencialmente artistas y escritores, Fidel dedica el grueso de sus reflexiones a insistir en el “estado político de pueblo”, en “las condiciones excepcionales de la masa”, en “la necesidad de mezclarse con el pueblo y sus problemas”, en la actitud del ciudadano común. ¿No sería útil preguntarnos por qué?

Los emplazamientos, que no son pocos ni ligeros, tocan las fronteras de la institucionalidad de la cultura, su poder real de representación de los gremios, los mecanismos de concertación, la participación orgánica de los creadores en el entramado de decisiones que mueven la maquinaria. Con todo desprendimiento Fidel habla de los problemas tangenciales que reproduce el funcionamiento de feudos aislados en la política cultural y que son eficaces para profundizar el océano de incoherencias que tiende a lastimar este ecosistema.

Replantea el papel de la AHS y la UNEAC. Las define como organizaciones sociales. Subraya el hecho de que las organizaciones sociales no están subordinadas al aparato institucional, de ahí la necesaria coordinación entre ambos actores. Deja explícitamente formulado un problema hasta hoy desatendido: dónde quedan, quiénes representan a los que hoy no son miembros de la AHS y la UNEAC. Con todos los énfasis posibles respalda la preferencia de “los errores de tener mucha libertad, a los inconvenientes de no tener ninguna.”

Ambas intervenciones tienen lugar en momentos muy particulares de nuestra historia. El 12 de marzo de 1988: un año antes de su importante discurso del 26 de julio de 1989 cuando vaticinó el desmerengamiento de la URSS corría ya el proceso de rectificación de errores; es un hecho el viraje estratégico en las discusiones y la concepción en torno al modelo de desarrollo. Fecha en que Fidel mismo está aceleradamente rescatando al Che y se intentaba retomar el diseño de un socialismo con características propias.

El 18 de octubre de 2001: ya la Batalla de Ideas está en desarrollo, ha iniciado la municipalización de la educación superior, la universalización del conocimiento asume el desafío de la informatización de la sociedad, se intenta reproducir un movimiento de masas en apoyo a un nuevo modelo de transición socialista, en medio de una ofensiva ideológica orientada al rescate de valores revolucionarios y antimperialistas tras las grietas del Período Especial, dando paso a programas concretos de recuperación en todos los órdenes, visibilizando un estamento de vanguardia con la nuevas generaciones e intentando, sobre todo, que la recuperación espiritual se anticipe a la recuperación material y logre contribuir ella.

Un último comentario. Se ha extendido bastante la tesis que subraya la intervención del 30 de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional como el texto programático y fundador de nuestra política cultural. Si fuera correcta, omitiríamos el cuerpo de consideraciones contenido en el autoalegato que se convirtió en el Programa de la Revolución. Es una simple convocatoria a pensar en ello.

En La Historia me Absolverá estaba ya vertida la suerte democratizadora, de anchísimo alcance y visión sociológica del movimiento cultural al que aspirábamos. Allí no se habla, es cierto, del racimo de las Bellas Artes ni de las corrientes literarias. Mas se define el concepto de pueblo. Se ahonda en la problemática martiana de la Nación. Se pacta la visión de futuro de una vanguardia que busca compatibilizar el universo de aspiraciones y proyectos individuales, con la moral, la política y los sueños colectivos que anteponía en sus realizaciones prácticas la Revolucion.

Resulta inexacto pasadas seis décadas insistir en la apreciación limitada de que en esa reunión se dilucidaban presupuestos estéticos. La verdad la dominamos hoy. El marco, la convocatoria y los conflictos que desembocaron en la cita de algunos intelectuales con Fidel y otros dirigentes revolucionarios, sacó a la superficie un enfrentamiento por el poder entre dogmáticos, liberales y también oportunistas. Por cierto, en su intervención del 2001 Fidel deja la mesa servida para que nos impliquemos en explorar con profundidad esas dicotomías.

El texto de aquel temprano junio de 1961 es por sí mismo la columna vertebral de la inmensa mayoría de los asuntos que Fidel enfoca en los discursos que esta compilación nos propone. Como es de esperar, él logra, a pesar de nosotros mismos, vencer las descontextualizaciones, las deformaciones que sirvieron de base para la grisácea marca que acompañó a la cultura en los 70 y que de vez en cuando asoma en la gaveta de algún burócrata. No por acostumbrados deja de sorprender la capacidad dialéctica para escapar a los mecanicismos y no dejarse atrapar en las limitaciones propias de todo lo que es iniciador y por ende experimental. Reconoce el valor histórico de aquellas ideas, pero no duda en afirmar que estamos “en una época nueva y tenemos que aplicar a la cultura el principio de soluciones nuevas a problemas viejos, y soluciones nuevas a problemas nuevos”.

En el cuadro de una sociedad es preciso no menospreciar lo indirecto. Las lecturas correctas entre lo fenoménico y lo esencial son imprescindibles. Las interpretaciones complacientes no nos ayudan mucho. La narrativa del presente solo puede autentificarse buceando profundo en las oscuras cavernas de la memoria.

Gracias al trabajo del investigador Elier Ramírez, estos discursos llegan ahora remontando la escala del tiempo. Los que nos vamos incorporando al campo intelectual y sus prácticas podremos recurrir a ellos para mediar en los contextos políticos, materiales e ideológicos, con el único fin de crear nuestra obra. Desde ella hacer retroceder vertiginosamente las fuerzas del conservadurismo, la rutina y la restauración neoliberal que se esconden bajo el manto redibujado de la neutralidad de la cultura, que sabemos no existe.

Las reflexiones de Fidel penetran ahora con fuerza telúrica en esa contradicción. Para dicha colectiva funcionan como recurso de aprendizaje. Plantean un problema inacabado. Sirven de sostén para que completemos nuestra perspectiva irregular de los hombres y las cosas. Sin empecinamientos. Asumiendo que la rectificación siempre puede liberarnos. Comprendiendo que “más que decir nuestras verdades, hay que ir a los lugares a escuchar y aprender de las verdades de los otros.”

POR ALICIA

tomado del blog: El Ciervo Herido

OMAR GONZÁLEZ

Nadie como ella hizo del gesto y el vuelo la insuperable parábola de la belleza; nadie puso tan alto el intenso drama de Giselle. Alicia en este y otros mundos para siempre. La celebro en el recuerdo, la vivo y lloro en este instante. Hay un abismo en la danza. Cuba contigo.

No por sabido deja de ser muy justo recordar que Alicia Alonso figura entre quienes fundaron la Red en Defensa de la Humanidad en 2003 y que su firma y su colaboración no faltaron nunca en los documentos más importantes emitidos por este movimiento en su historia.

La recordamos no sólo adhiriéndose a las convocatorias y denuncias ante cualquier injusticia, sino aportando ideas y exigiendo que no faltara nunca su firma en los pronunciamientos que se emitían. Pedro Simón, su compañero de muchos años, puede dar fe de ello. Alicia fue una de las artistas cubanas más genuinamente leales a la Patria y a la Revolución que he conocido. Bailó para los campesinos,  obreros, soldados, niños y niñas y no vaciló en vestirse de miliciana cuando las circunstancias lo exigieron.

Fidel la admiraba muchísimo (esto era recíproco) y no ocultaba en nada su respeto por ella ni su preocupación porque sus criterios fueran escuchados y atendidos en el Ministerio de Cultura, donde el compañero Matías Maragoto actuaba como enlace permanente con ella, y en otras dependencias del Gobierno y del Estado. Raúl, Almeida, Diaz-Canel y otros compañeros la arropaban con especial sensibilidad y afecto. Era venerada porque lo merecía, no porque lo procuraba.

Fue una criatura divina, excepcional, irrepetible, adorada por su pueblo y el mundo en la dimensión humana de los dioses. Será eterna y será para siempre nuestra.

La política como espectáculo

tomado del blog Segunda Cita

Por Graziella Pogolotti

La globalización neoliberal tiene apellido. Se difunde a través de un cuerpo doctrinario elaborado íntegra y coherentemente por los tanques pensantes del capitalismo. Para sostener la preponderancia del mercado por encima de los principios reguladores del Estado, asocian a la modernidad un conjunto de concepciones que invaden todos los territorios de la sociedad. Incluyen las reformas educacionales, propagan verdades absolutas a través de la academia, anulan y fragmentan el conocimiento de la historia y socavan el papel de la política, conformado de modo parcial por el rápido tránsito de la democracia burguesa. El dominio de los medios de comunicación, mediante la propagación de la mentira, sustituye el papel otrora desempeñado por los programas de los partidos políticos tradicionales. La conducta aparentemente excéntrica del Presidente de Estados Unidos responde a este modelo. En un tiroteo constante, se entretiene a la opinión pública con la multiplicación de focos de tensión y de áreas de conflicto que amenazan, como espada de Damocles, con una guerra inminente. La realidad de los intereses del gran capital transnacionalizado se enmascara tras un espectáculo en el que el suceso de hoy borra el acontecimiento de ayer. La manipulación de la opinión pública se dirige al descrédito de la política en una circunstancia en que el drama de «los condenados de la Tierra» se multiplica y el neocolonialismo adopta nuevas fórmulas. Para consumo de los países que cargan con la herencia del subdesarrollo, se establece la idea de que la globalización nos hace ciudadanos de un mundo donde la reivindicación de la identidad no ha lugar. Mientras tanto, la consigna de America first convoca a los sectores más retrasados de la sociedad norteamericana, con fuerte componente xenófobo, racista, misógino y homófobo. En el trasfondo de ese pensamiento hay un renacer acelerado de un fascismo que creíamos liquidado con el fin de la Segunda Guerra Mundial. Lamentablemente, Europa, que padeció en carne propia los horrores de aquel conflicto, que vivió holocaustos de diversa naturaleza y conoció cámaras de gas en los campos de concentración, atraviesa similar crisis de las ideologías. En ambos lados del Atlántico se levantan muros contra la emigración. El Mediterráneo se ha convertido en un cementerio marino. Por otra parte, se quebrantan los lazos que hubieran podido reafirmar a la Unión Europea como voz alternativa en un diálogo multilateral. El eco caricaturesco de esta doctrina se produce en Brasil, donde el Presidente reivindica la dictadura militar, donde se predica el ejemplo de Pinochet, todo ello absolutamente innombrable hace pocos años. El antecedente inmediato es un golpe de Estado parlamentario y la politización de la justicia, así como el empleo de fundamentalismos religiosos en la manipulación primaria de las conciencias. Las declaraciones públicas y las acciones inmediatas se vuelven contra la educación y la cultura, a la vez que entregan los recursos nacionales al mejor postor y autorizan la expansión del agronegocio en la Amazonía. Los peligros que se ciernen con esta ofensiva incluyen la instauración y naturalización de ideas fascistas, la supresión de conquistas populares resultantes de años de batallar y la amenaza a la supervivencia de la especie en el planeta con la aceleración del cambio climático, a partir de la ruptura de los compromisos reguladores de la contaminación, internacionalmente aceptados. Para contrarrestar esta ofensiva se impone una rearticulación del pensamiento de izquierda con la relectura de sus fuentes primigenias, el análisis crítico de las experiencias socialistas y reformistas y el rescate de una tradición latinoamericana del pensar. «El respeto al derecho ajeno es la paz», había dicho el Benemérito de las Américas, Benito Juárez, aquel indio de Oaxaca que aprendió el español por esfuerzo propio, creció en un hacer y un saber en un país que había sufrido la extirpación de gran parte de su territorio por el imperio en expansión y la imposición del emperador Maximiliano de Austria. México está atrapado entre el chantaje arancelario que amenaza sus exportaciones y el compromiso de afrontar, por ambas fronteras, la del norte y la del sur, la invasión incontenible de los emigrantes. La solución planteada por el presidente López Obrador, dirigida a paliar la presión migratoria mediante políticas de estímulo al desarrollo, ha caído en el vacío. Son problemas de fondo que amenazan el destino de todos, enmascarados por la política convertida en espectáculo, con su consecuente descrédito. Bajo la influencia de esos vaivenes, los pueblos votan contra sus intereses esenciales, aunque tardíamente tomen conciencia del error cometido. Nuestra América es portadora de un pensamiento emancipador, arraigado en el conocimiento de los males de la Tierra y en la valoración del dramático legado colonial. Las ideas que animaron la Revolución Cubana se inscriben, a la luz de la contemporaneidad, en esa tradición, con su centro de gravitación en la búsqueda de la plenitud humana. Insisto en que la relectura productiva de ese saber acumulado debe traducirse en la rearticulación coherente de una plataforma de izquierda. Desde esa perspectiva, es indispensable refundar un pensamiento pedagógico con el propósito de entrenar a las generaciones que están naciendo para que descifren la realidad que los rodea y descubran la verdad tras los fuegos artificiales de lo ilusorio. Abandonar los caminos trillados y las fórmulas probadas por la rutina constituye un desafío gigantesco. Pero los grandes desafíos han condicionado el crecimiento de la especie y, en el plano individual, han cargado de sentido el vivir cotidiano.

La verdad sobre los médicos cubanos: “Curarían hasta al hijo de Bolsonaro”

tomado del blog: La santa mambisa

Por Alberto Rodríguez

La campaña del gobierno de Donald Trump contra Cuba alcanzó niveles que tocan el absurdo. Ahora, Washington acusa a La Habana de obtener dinero “explotando” y “esclavizando” a las y los médicos cubanos que prestan servicios en el extranjero. Paradojas de la política: quienes inventaron la explotación laboral y fundaron su país sobre leyes esclavistas, acusando a otros de practicar sus métodos. De tal modo, no se sabe si Estados Unidos acusa a la isla por explotación en sí, o por aparente plagio de su sistema de gobierno.

Pero, ni lo uno ni lo otro.

Lo que pasa es que el secretario de Estado, Mike Pompeo, salió en twitter a anunciar que restringiría las visas a funcionarios cubanos relacionados a las mundialmente famosas misiones médicas cubanas, con base en la Ley de Inmigración y Nacionalidad estadounidense. Dijo Pompeo que el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, se beneficia con dinero al explotar a las y los profesionales de la medicina cubana.

La narrativa de Pompeo parte de la salida de más de catorce mil profesionales médicos cubanos de Brasil, tras el arribo de Jair Bolsonaro. Afirma Estados Unidos que Cuba se queda con más de ochenta por ciento de los sueldos destinados a las y los médicos, por parte de los países beneficiados con las misiones. El presidente brasileño chantajeó con el cuento de que la misión médica cubana podía quedarse en territorio brasileño siempre y cuando les dieran a sus integrantes el cien por ciento de las ganancias y empataran sus estudios a la norma de ese país.

A esto se ha sumado una demanda en tribunales de Miami (claro, tenía que ser en Miami) de dos supuestos médicos cubanos contra la Organización Panamericana de la Salud acusándola de facilitar la creación de una “red de tráfico humano” y “esclavitud” por parte del Estado cubano. Pero la OPS –dependiente de la Organización Mundial de la Salud–, se ha extrañado porque esta denuncia se puso en la capital de Florida y no en Washington donde el organismo tiene su sede.

Lo de fondo es la intención de utilizar el sistema montado por la contra-cubana en esa ciudad dominada por el senador Marco Rubio, para replicar las acusaciones contra las misiones médicas de Cuba, en consonancia con la narrativa del gobierno de Donald Trump.

Pero, entonces, ¿explota Cuba a sus médicos y médicas? ¿Se queda con más de la mitad de su sueldo?

Lo primero que se tiene que advertir es que Estados Unidos ocupa conceptos como “explotación” o “esclavitud” sin entender realmente su significado.

Por ejemplo, explotación profesional es, en cualquier parte del mundo, la promesa de obtener éxito económico estudiando una carrera universitaria, pagando cientos de miles de dólares a cambio, con la amenaza de que, si no pagas ese dinero, el banco se quedará con tu casa y todas tus propiedades. Ese es un tipo de explotación que sufren millones de jóvenes en Estados Unidos que no tienen acceso a una Universidad porque, de hacerlo, tendrían que rentarse en dos o tres trabajos mal pagados para cancelar sus cuentas. Eso, además, es esclavitud.

En Cuba, cualquiera puede estudiar lo que quiera sin que le cueste un peso. Ningún graduado de la Facultad de Ciencias Médicas o de la Escuela Latinoamericana de Medicina tuvo que quitarse el pan de la boca con tal de estudiar en las mejores aulas médicas del continente americano.

¿Cómo es esto posible, siendo la isla un país pobre?

Sencillo. Los servicios de salud proporcionados por la empresa Servicios Médicos Cubanos S.A., dependiente del Ministerio de Salud, pagan los sueños de miles.

Todo el mundo sabe que la medicina cubana tiene mucho prestigio, y eso se debe a que la salud en Cuba es vista como un derecho, no como un bien de consumo. Por eso a Mike Pompeo le cuesta creer que las y los médicos cubanos prestan sus servicios sin afanes comerciales. Son héroes en su país, y tanto a ellos como a sus familias nada les falta. La riqueza que producen, va para ellos, sus familias y para mantener el sueño de miles de cubanos que vienen detrás, y de cientos de jóvenes provenientes de naciones del tercer mundo que estudian gratuitamente en universidades cubanas.

En cambio, en México, el costo de una colegiatura universitaria puede elevarse hasta los mil dólares mensuales. ¿Y en Estados Unidos?…

Pero volvamos a Cuba.

La isla ha sostenido por cincuenta años más de seiscientas mil misiones médicas en ciento sesenta y cuatro países, en las cuales han colaborado más de cuatrocientos mil trabajadores y trabajadoras de la salud. Si dos de estos recientemente ocupan la estructura anti-cubana de Miami para intentar denostar al sistema que les dio escuela y salud, no es por gusto, sino por un pago a cambio.

Las misiones médicas cubanas han combatido el ébola en África, la ceguera en Latinoamérica y el Caribe; el cólera en Haití y se han formado veintiséis brigadas del Contingente de Médicos Especializados en desastres y grandes epidemias para hecatombes en Pakistán, México, Indonesia, Ecuador, Perú, Chile, Venezuela y tantos otros.

¿Cuánto le costaría a Estados Unidos pagar ese servicio?

Hoy, miles de indígenas en la Amazonía brasileña mueren por enfermedades curables debido a la salida de médicos cubanos; porque, claro está, a esos lugares nunca han querido ir quienes sólo estudian medicina para hacerse millonarios con las medicinas y el negocio de la muerte.

Las misiones médicas cubanas siempre han ido a lugares remotos y de difícil acceso; les mueve una vocación solidaria y atenderían hasta los hijos de Trump y Bolsonaro.

Así le ocurrió al político ultra-conservador chileno, Andrés Allamand, unido a Cuba y a su sistema de salud cuando su pequeño hijo, a la edad de cuatro años, sufrió un accidente neurológico al caer en una piscina:

«Mi mujer y yo recibimos un llamado directo de Fidel Castro donde nos ofrecía ayuda para el tratamiento y recuperación de nuestro niño», dijo Allamand al diario Cooperativa. La oferta de ayuda por parte del Comandante cubano lo «impresionó enormemente”.

Dijo el político chileno: “La primera vez que hablé con él le dije que si sabía quién era yo, le dije que era un dirigente de la oposición y me respondió: ‘lo tengo absolutamente claro y ésto no tiene nada que ver con eso’”.

Fidel “tomó la recuperación de mi niño como algo personal y le dedicó todo el tiempo durante muchos, muchos años” (…) “Mi familia y yo tenemos el mayor agradecimiento humano”, dijo Allamand.

De tal modo , cuando en el año de 2003 el hijo de Andrés Allamand murió, la familia decidió “como una muestra de agradecimiento, llevar sus cenizas a Cuba”.

Esa es, pues, la verdadera impronta de la medicina cubana. No la que quiere vender Pompeo, y la maquinaria de propaganda a su servicio.

Amazonia: en la mira de laboratorio militar

tomado del blog: Cuba Isla Mía

Olga Pinheiro / Resumen Latinoamericano.- Hace poco dimos a conocer por medio de la Serie ABC de la Geopolítica, en youtube, la existencia de una base militar de la marina de EEUU llamada NAMRU-6, que esta ubicada en Perú, donde funciona un laboratorio que investiga agentes causadores de patologías infecciosas. Su actuación es poco o casi nada conocida y es un peligro latente para todos nosotros.

Pero partamos diciendo que la Guerra Biológica es el uso de «organismos vivos» o patógenos (bacteria, virus u otro organismo) adaptados militarmente para causar enfermedades en humanos, animales o plantas con el fin de aniquilar o causar el mayor daño en el enemigo.

Antes del siglo XX, el uso de agentes biológicos tomó tres formas principales: envenenamiento deliberado de comida y agua con material infeccioso y el uso de animales, vivos o muertos, en sistemas de armas.

Ya en el período, durante y después la segunda guerra mundial, las armas biológicas fueron sofisticadas en programas estatales, de grandes potencias, con el respaldo de científicos y laboratorios de poderosas corporaciones.

Innumerables experimentaciones fueron llevadas a cabo con seres humanos. Las más conocidas fueron realizadas en los campos de concentración nazi. Sin embargo, Gran Bretaña y EEUU tiene largo historial en hacer experimentos químicos y bacteriológicos con personas sin que ellas supieran o dieran su consentimiento para tales pruebas.
Con el fin de la Segunda Guerra, Estados Unidos, incluso, reclutó a científicos nazis, en la Operación denominada Paperclip, también conocida por Overcast, que eran especialistas en las llamadas armas maravillosas del Tercer Reich.

Uno de los más destacados era Eric Traub responsable de la sección de armamento biológico de Hitler. Este experto en patógenos virales, desde que llegó a EEUU trabajó para la Marina de este país (Naval Medical Research Institute, en Bethesda) y quedó en sus manos la investigación de las 40 cepas más virulentas del mundo. Eric Traub también prestó asesoría en Fort Detrick que está ubicado en la ciudad Frederick, en el estado de Maryland. Hasta 1969 fue el centro del programa de armas biológicas de EEUU, y hasta hoy es el blanco de distintas investigaciones y denuncias de manipulación de agentes infecciosos para fines bélicos.

Fort Detrick ha sido acusado formalmente de la propagación del dengue, en Nicaragua, en el año de 1985, por medio del esparcimiento del mosquito Aedes Aegypti (que además de dengue, es el transmisor de la chikungunya, zica y fiebre amarilla).

Años antes, el mismo mosquito Aedes Aegypti y otros vectores biológicos fueron utilizados contra Cuba.

En 1975, entró en vigor la Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, la Producción y el Almacenamiento de Armas Bacteriológicas (biológicas) y Toxínicas y sobre su Destrucción.

Aun así, pocos años después, el régimen del apartheid en Sudáfrica lanzó un programa secreto, llamado “Project Coast” que fue dirigido por el Dr. Wouter Basson (o Dr. Muerte), cuyo objetivo era desarrollar agentes biológicos y químicos que matarían o esterilizarían a la población negra y asesinarían enemigos políticos.

Entre los agentes desarrollados estaban los virus Marburg, Antrax y el Ébola. Se afirma que miles de personas murieron en esos experimentos.

El ex presidente Mandela fue uno de los intentos de asesinato del doctor Wouter Basson, que en 2002, tras una fianza simbólica, fue liberado de cualquier condena y, actualmente, trabaja de cardiólogo en Sudáfrica.

Basson afirma haber tenido contacto con agencias occidentales que proporcionaron “asistencia ideológica” al “Project Coast”, pese la expresión de preocupación de Washington de que el “Doctor Muerte” revelara las conexiones del “Project Coast” y el Pentágono.

Alerta en América Latina

En esta misma década, en que hubo secretas cooperaciones de agencias estadounidenses con el régimen del apartheid, fue instalado un laboratorio de investigación biomédica de la Marina de los EEUU, en Perú.

Actualmente, conocida como NAMRU-6 (Unidad de Investigación Médica Naval Seis).

Una de sus instalaciones está ubicada, nada menos que en la Amazonia Peruana, en las cercanías del Río Amazonas, en la ciudad de Iquitos, lo que debiera ponernos en alerta delante del grave riesgo de contaminación, difusión y proliferación de agentes infecciosos, aunque formalmente digan que están para identificar e intervenir contra enfermedades tropicales infecciosas.

Tras el largo historial, donde se contrastan discurso y práctica del gobierno estadounidense, queda la preocupación ante la manipulación de patógenos por instituciones militares foráneas y que estuvieron involucradas directamente en la elaboración de armas biológicas en diferentes períodos de la historia.

Todas las bases militares de EEUU, en Latinoamérica, hacen parte de una política de injerencia externa, y NAMRU-6 además de su carácter militar, desarrolla investigaciones bacteriológicas a servicio de un país que desde el principio demostró resistencia en aceptar la convención de la ONU que prohíbe las armas biológicas y que desde muchas décadas interviene con apoyo directo o logístico en la desestabilización de gobiernos democráticos en nuestro continente.

En Indonesia, también había sido instalada una NAMRU (2), pero este laboratorio militar fue cerrado posteriormente, tras el gobierno indonesio darse cuenta de sus controversiales actuaciones. Además de las denuncias de que el conocimiento de las medicinas elaboradas eran destinados a beneficio de transnacionales farmacéuticas que con esas enfermedades infecciosas adquirían voluptuosas ganancias, como fue con el laboratorio Gilead Science, del entonces Donald Rumsfeld, ex secretario de defensa de Bush, que patentó el fármaco Tamiflu, único utilizado para tratar el virus de la gripe, H1N1.