Category: Opinión

LA CRISIS CIVILIZATORIA Y EL PAPEL DE LA ÉTICA. FREI BETTO

por Frei Betto

tomado del blog El Ciervo Herido

En griego, ethos significa casa en el sentido amplio de hábitat del ser humano, tanto en lo relativo a la naturaleza como a la vida social. Ethos es una casa en construcción, y en ella el ser humano se pregunta por el sentido de sí mismo, por el rumbo y el objetivo del proyecto que asume. La ética es, pues, un proceso mediante el cual conquistamos nuestra humanidad y construimos nuestra casa, o sea, nuestra identidad como persona (ser político) y como clase social, pueblo y nación.
La humanización de sí, de los otros y del mundo es un permanente “llegar a ser”, según el punto de vista apuntado por Teilhard de Chardin: cuanto más nos espiritualizamos, más nos humanizamos. Y nuestra espiritualización es una cuestión ética antes que una opción religiosa.
El ser humano tiene dos actitudes posibles ante la vida: vivir de la tradición o de la innovación. Vive de la tradición quien se somete al mundo en el que se inserta sin cuestionarlo ni cuestionarse en él. Es la tendencia predominante en este mundo globocolonizado en el que vivimos hoy. El modo de la tradición es propio de los animales, incapaces de innovar su hábitat. Son atávicamente presos de la naturaleza.

Al ser humano le es dado el poder de innovar, de distanciarse de la naturaleza y de sí mismo, de preguntarse por el sentido de la vida y los valores a asumir ante el abanico de opciones que se abre a su libertad. Porque somos esencialmente seres históricos llamados a hacer historia.

La libertad no es dar rienda suelta a los deseos. Añádase que, con frecuencia, nuestros deseos no son propiamente nuestros. Son deseos de otros infundidos en nosotros por la publicidad y la trivialidad. Libre es quien se distancia de la tradición, de las presiones circundantes y, al indagar por el sentido, actúa de acuerdo con la inteligencia. La modernidad prefiere decir: actúa de acuerdo con la razón. Pero “la razón es la imperfección de la inteligencia”, alertó Santo Tomás de Aquino. El conocimiento no se adquiere solo mediante la razón; involucra la intuición, los sentimientos, las emociones, el sentido estético, etc. Así, la ética no nace del logos, sino del pathos, allí donde reside la emoción. Nace de la tierra fértil de la subjetividad, en la que se fortalecen las raíces de nuestros valores y principios.

La razón es la estancia intermedia entre el pathos y la contemplación, la forma suprema de conocimiento, el que nos hace vivenciar lo Real. Si no percibimos esa diferencia, somos capaces de reconocer la miseria y analizarla (razón), pero no siempre somos sensibles a ella o nos produce indignación, hasta el punto de actuar para erradicarla (pathos).

Ética social

Sócrates fue condenado a muerte por herejía, como Jesús. Lo acusaron de predicarles nuevos dioses a los jóvenes. En realidad, la iluminación de Sócrates no le abrió los ojos para ver el Cielo, sino la Tierra. Advirtió que no podía deducir del Olimpo una ética para los humanos. Los dioses olímpicos podían explicar el origen de las cosas, pero no dictarles normas de conducta a los seres humanos.

La mitología, repleta de ejemplos nada edificantes, obligó a los griegos a buscar en la razón los principios normativos de nuestra buena convivencia social. La promiscuidad reinante en el Olimpo podía ser objeto de creencia, pero no convenía que se tradujera en actitudes; así, la razón conquistó autonomía frente a la religión. En busca de valores capaces de normar la convivencia humana, Sócrates apuntó a nuestra caja de Pandora: la razón.

Si nuestra moral no dimana de los dioses, entonces somos nosotros, los seres racionales, quienes debemos instituirla. En Antígona, la pieza teatral de Sófocles, Creonte le prohíbe a Antígona sepultar a su hermano Polinice en nombre de razones de Estado. La protagonista se niega a obedecer “leyes no escritas, inmutables, que no datan de hoy ni de ayer, que nadie sabe cuándo aparecieron”. Es la afirmación de la conciencia sobre la ley, de la ciudadanía sobre el Estado, del derecho natural sobre el divino.

Sócrates sostenía que la ética exige normas constantes e inmutables. No puede depender de la diversidad de opiniones. Platón aportará luces a la razón humana, al enseñarnos a discernir entre realidad e ilusión. En su República, recuerda que, para Trasímaco, la ética de una sociedad refleja los intereses de quienes detentan el poder en ella. Concepto que sería retomado por Marx y aplicado a la ideología. ¿Qué es el poder? Es el derecho concedido a un individuo o conquistado por un partido o clase social de imponer su voluntad a los demás. Y Aristóteles nos apartará del solipsismo al asociar felicidad y política.

Más tarde, Santo Tomás de Aquino, inspirado en Aristóteles, nos dará las primicias de una ética política, al priorizar el bien común y valorizar la conciencia individual como reducto incorruptible, y la soberanía popular como el poder por excelencia. Maquiavelo, por el contrario, despojará la política de toda ética, al reducirla a mero juego de poder y comercio de intereses, en los que los fines justifican los medios.

Lo moderno y lo posmoderno

La crisis civilizatoria es un fenómeno singular que nos sitúa en la frontera entre dos proyectos civilizatorios: el moderno y el posmoderno.

Hoy en día experimentamos algo que nuestros bisabuelos no conocieron: un cambio de época. Ellos conocieron períodos de cambios. No fueron, como nosotros, contemporáneos de un cambio de época.

Durante los últimos dos milenios, la historia de Occidente estuvo signada por dos grandes épocas: la medieval y la moderna. La primera se prolongó durante mil años. La segunda, la mitad que la primera.

Lo que caracteriza a una época es su paradigma. El de la época medieval era la religión. La centralidad de la fe cristiana favoreció la hegemonía política de la Iglesia. Toda la cosmovisión de la Edad Media estaba marcada por factores religiosos y nociones teológicas.

Esa religiosidad infundió en las personas una ética basada sobre la noción del pecado, el miedo al infierno y la esperanza de alcanzar una vida eterna feliz después de la muerte. Eso no significa que los medievales estuvieran exentos de actitudes antiéticas. Por el contrario, la carencia de libertad de expresión y pluralismo político favoreció la intolerancia religiosa manifestada por la Inquisición en la ejecución de supuestos herejes y en empresas colonialistas que, travestidas de Cruzadas, saquearon tierras y riquezas de pueblos tenidos por impíos o enemigos de la fe cristiana.

La época medieval se desplomó entre los siglos XIII y XV debido a la influencia de la nueva cosmología de Copérnico, que desbancó la de Ptolomeo; los viajes marítimos emprendidos por la Península Ibérica; el descubrimiento del Nuevo Mundo; la introducción en Europa de las obras de Platón y Aristóteles; y el acervo científico aportado por los árabes. Esos fueron algunos de los factores que pusieron en jaque el paradigma medieval y, al cabo de poco tiempo, introdujeron el nuevo paradigma que sustentaría la modernidad: la razón y sus dos hijas dilectas, la ciencia y la tecnología.

Con Kant, la modernidad buscó escapar de los parámetros religiosos basando la ética sobre valores subjetivos y universales. No obstante, algunos de sus filósofos más importantes, como Husserl, Heidegger y Whitehead no le concedieron importancia a la cuestión ética. Excepciones notables son Bergson y Scheller.

Para Kant, la grandeza del ser humano no reside en la técnica, en subyugar la naturaleza, sino en la ética, en su capacidad para autodeterminarse a partir de su libertad. Existe en nosotros un sentido innato del deber, y no dejamos de hacer algo porque sea pecado, sino porque es injusto. Y la ética individual debe complementarse con la ética social, ya que no somos un rebaño de individuos, sino una sociedad que exige, para la buena convivencia, normas y leyes y, sobre todo, la cooperación de los unos con los otros.

Hegel y Marx recalcaron que nuestra libertad es siempre condicionada, relacional, porque consiste en una construcción de comuniones con la naturaleza y nuestros semejantes. Aun cuando la injusticia convierte a algunos en desemejantes.

En las aguas de la ética judeo-cristiana, Marx resalta la irreductible dignidad de cada ser humano y, por tanto, el derecho a la igualdad de oportunidades. En otras palabras, somos tanto más libres cuando más construimos instituciones que promuevan la felicidad de todos.

La filosofía moderna hará una distinción aparentemente avanzada que, de hecho, abre un nuevo campo de tensión, al subrayar que, respetada la ley, cada quien es dueño de sus actos. La privacidad como reino de la libertad total. El problema de ese enunciado es que traslada la ética de la responsabilidad social (cada quien debe preocuparse por todos) a los derechos individuales (cada quien que cuide de sí).

Esa distinción amenaza con hacer ceder a la ética frente al subjetivismo egocéntrico. Tengo derechos, prescritos en una Declaración Universal, pero, ¿y los deberes? ¿Qué obligaciones tengo para con la sociedad en la que vivo? ¿Qué tengo que ver con el hambriento, el oprimido y el excluido? De ahí la importancia del concepto de ciudadanía. Las personas son diferentes y, en una sociedad desigual, se les trata según su importancia en la escala social. Pero el ciudadano, pobre o rico, es un ser dotado de derechos inviolables y deberes para con el bien común, y está sujeto a la ley como todos los demás.

La crisis de la modernidad

Todos los contemporáneos de este inicio del siglo XXI somos hijos de la modernidad. Su advenimiento, entre los siglos XV y XVI, hizo brotar un gran optimismo en cuanto a su futuro. Se creyó que pondría fin a las guerras, la peste, el hambre y tantos males que afectaban a las personas en el Medioevo. Ese optimismo se expresó en las obras de Voltaire, Tomás Moro, Campanella y otros.

La modernidad produjo una escisión entre la ética y la política. Se privatizó la ética, que se limitó a las virtudes asumidas por el individuo, y en cuanto a la política, se estableció como un campo que prescindía de la eticidad. Y se convirtió en mera herramienta de búsqueda del poder y permanencia en él, como si fuera un fin en sí mismo.

Somos la última generación moderna. Podemos mirar atrás y hacer un balance de la modernidad. Hay que reconocer que en los últimos 500 años la humanidad logró grandes avances, desde el saneamiento básico hasta la comunicación digital. Llegamos a posar los pies sobre la superficie de la Luna, pero seguimos siendo incapaces de aportarle nutrientes esenciales al organismo de millares de niños cuyas vidas se ven segadas precozmente por el hambre.

La modernidad fue atropellada por el capitalismo. La “ética” de los resultados sustituyó a la ética de los principios. En nombre del desarrollo, el progreso, el crecimiento económico y la paz, se implantaron el colonialismo y el neocolonialismo; se diseminaron las guerras; se acumularon arsenales nucleares; se distribuyó de manera piramidal la riqueza del mundo; se le impuso al planeta, mediante la globocolonización imperialista, un único modelo de sociedad, el del consumismo hedonista, que induce a las personas a trocar la libertad por la seguridad.

Hoy, los habitantes de la Tierra somos 7 mil 200 millones, de los cuales casi la mitad carece de condiciones dignas de vida. Baste recordar los datos divulgados por la ONG británica OXFAM en enero de 2017: 8 individuos tienen en sus manos la misma renta de 3,6 mil millones de habitantes del mundo, ¡la mitad de la humanidad!
En materia de ética estamos, como diría Guimarães Rosa, en la tercera margen del río. Abandonamos la ética religiosa de la época medieval, fundada sobre la noción del pecado, y aún no hemos logrado alcanzar la ética socrática basada sobre la razón. Es ese vacío el que le permitió al capitalismo desfigurar los cimientos de la modernidad, deshacer los grandes relatos, proclamar el “fin de la historia” y propalar la falacia que intenta imponernos la idea de que la democracia y el capitalismo son connaturales. Ese vacío creó un espacio para que se proclamara la competitividad como valor y virtud, descartando la solidaridad.

¡Hay que hacer la crítica de la razón monetarista! Es ella la que pretende que todos seamos consumistas y no ciudadanos; meros juguetes entregados a la mano invisible del mercado y no protagonistas sociales; y adeptos de la fe en el fin de la historia, o sea, la inmaculada concepción en que el capitalismo está dotado de calificativos divinos: eterno, omnipresente, omnisciente y omnipotente.

La pregunta fundamental que se nos plantea hoy es cuál será el paradigma de la posmodernidad. ¿El mercado, la mercantilización de todos los aspectos de la vida humana y la naturaleza, o la globalización de la solidaridad?

Temo que prevalezca el mercado, a menos que seamos capaces de aglutinar fuerzas para una poderosa movilización en torno a una nueva propuesta ética, fundada sobre dos principios básicos: la irreductible sacralidad de toda vida humana y el compartir de los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo humano.

La vida humana extrapola toda ideología, filosofía o teología. Es un milagro de la naturaleza, si consideramos las excepcionales condiciones ambientales que permitieron su aparición, y para nosotros los cristianos, es un don de Dios. Hay que subrayar que hoy esas condiciones están amenazadas por la devastación de la naturaleza. Como advierte James Lovelock, la “venganza de Gaia” puede anticipar el apocalipsis.

Solo la firma convicción de que todos sin excepción, incluido el criminal más incorregible, tenemos derecho a la vida, puede llevarnos a superar todo tipo de prejuicio o exclusión. La ética exige justicia y, por tanto, que se castigue al delincuente en nombre de la defensa de los derechos de la comunidad. Pero la vida del delincuente es el límite de la ley. Esa vida no debe ser extinguida, ni debe negársele al delincuente su dignidad humana por medio de la tortura o de condiciones abyectas de encarcelamiento.

Lo mismo se aplica a todas las demás relaciones sociales y, por tanto, implica el fin de toda forma de opresión, desde la relación interpersonal y de género, como en el matrimonio, hasta las relaciones institucionales de trabajo, en las que debe prevalecer la dignidad humana sobre la ambición de lucro, y se debe sobreponer la solidaridad a la competitividad.

Esa dimensión relacional debe complementarse con la dimensión social de la ética. La humanidad no tiene futuro si no se comparten los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo humano. Se trata de una cuestión aritmética que depende de un desafío ético: o les aseguramos a todos medios suficientes para una vida digna, incluidas las condiciones socioambientales, o, como alertara Thomas Piketty, caminaremos rumbo a la barbarie, esto es, la concentración de la renta en manos de un número cada vez menor de afortunados conducirá a la humanidad a un colapso, porque los pueblos de las naciones periféricas afectadas por la guerra, la falta de trabajo, vivienda y alimentación suficiente, tratarán cada vez más de refugiarse en los países ricos. Y los recursos naturales, como el agua potable, serán cada vez más escasos y estarán monopolizados por grandes empresas transnacionales. En resumen, el efecto de la progresiva privatización de los recursos naturales será la exclusión progresiva de grandes contingentes humanos del acceso a los bienes esenciales para la vida.

Joseph Schumpeter explicitó en 1912 la naturaleza antiética del capitalismo, al insistir en que su motor era la “destrucción creativa”, o sea, que le cabe al mercado descartar las actividades y las personas que no son suficientemente productivas, y obligar así a los débiles a cederles su lugar a los fuertes. Ese darwinismo social abrió un espacio para el surgimiento de la competencia desenfrenada. Y sirve para justificar las guerras.

En 1980, la suma de los activos financieros mundiales equivalía al PIB global, unos 27 billones de dólares estadounidenses. En 2007, poco antes de que estallara la primera gran crisis financiera del siglo XXI, el PIB mundial era de 60 billones, y los activos financieros de 240 billones, ¡cuatro veces mayores! Esa es la famosa “burbuja”, que se sigue hinchando…

Por tanto, sin ética no habrá avance civilizatorio. Sin ética, el hombre se convertirá, de hecho, en lobo del hombre. Sin ética, el capitalismo se fortalecerá, y la ambición de lucro y apropiación privada de la riqueza cobrará más importancia que la defensa y la preservación de los derechos humanos.
No habrá sociedad ética mientras haya capitalismo.

La izquierda y la ética

La credibilidad de la izquierda depende, sobre todo, de su actitud ética. Fidel insistía en ese principio:

“Un revolucionario puede perderlo todo, la libertad, los bienes, la familia, hasta la vida, menos la moral”.
En el siglo XX era costumbre entre los integrantes de la izquierda la práctica de la autocrítica. Guardando las proporciones, esa práctica tenía su origen en el acto penitencial de los cristianos al reconocer sus pecados. Al escalar al poder en la Unión Soviética, Stalin se erigió en único señor de la crítica. La autocrítica se hizo obligatoria y se tradujo en purgas y asesinatos.

Hoy en día, la carencia de mecanismos que propicien la autocrítica frecuente hace que muchos grupos progresistas pierdan el sentido crítico. Sobre todo cuando asumen el gobierno y se dejan cegar por la ilusión de que ejercen el poder. Lo cierto es que el poder no siempre ocupa el gobierno, pero ejerce una presión sobre él –económica, social, política e ideológica– que solo puede contenerse y vencerse mediante otra instancia que lo supere: el poder popular.

Los avances conquistados en las últimas décadas por gobiernos progresistas en América Latina son significativos en cuanto a sus dimensiones económicas, sociales, políticas y ambientales. Pero no se puede afirmar lo mismo en cuanto a su dimensión ética. Ciertas fallas han comprometido la credibilidad del proceso de cambios y de algunos de sus líderes. Tal vez Jesús, Gandhi, Luther King y Mandela no hayan tenido, históricamente, el éxito que esperaban. Pero sus testimonios éticos perduran como referencia ejemplar de conducta militante y del valor de las causas que encarnaron.

Por tanto, el desafío futuro para la emancipación de América Latina consiste en asociar un profundo proceso de cambios estructurales que la libere progresivamente de la hegemonía capitalista, con actitudes éticas que pongan de relieve la diferencia con los enemigos de clase. Pero eso no puede depender exclusivamente de virtudes personales. Urge crear mecanismos institucionales que impidan los desvíos éticos. No hay que esperar una ética de los políticos, sino una ética de la política, o sea, una institucionalidad gubernamental que inhiba todos los procedimientos que favorezcan los privilegios personales, lesivos a los intereses y derechos de la colectividad.

Ser ético, por consiguiente, es una opción revolucionaria, capaz de engendrar el hombre y la mujer nuevos soñados por la utopía comunista.

Justificaciones prostitutas

Por Gretel Díaz Montalvo
tomado del Blog Las 4 y 20

Dos años, un mes y 25 días han pasado desde la ultima coma o punto que le regalé a este blog. Dos años, un mes y 14 días se han cumplido desde que supe que sería mamá.

Y dejé de escribir. ¿Me cansé? ¿Me obligaron? Nada de eso, solo dejé de escribir. Mi vida me estaba dando un giro de 180 grados, tenía novio pero no planes de ponernos serios ni de responsabilizarnos por alguien más. Aquello era un cubo de agua fría en plena madrugada invernal y tenía que asimilarlo.

Mis neuronas se entretuvieron en la adaptación y dijeron adiós a muchas cosas. Mi hoy esposo y yo también nos detuvimos en la vida sin planes que llevábamos y nos pusimos serios. Bueno, hasta nos casamos y tratamos de preparar todo lo necesario para la llegada del bebé.
En esa etapa no quería hacer nada, mi cabeza solo atinaba a hacer cosas de madre futura y ya que el susto se había desvanecido el embullo y la alegría me secuestraron para entretenerme más en la función de futura madre.

Y llegó Daniel. Menos tiempo tenía para hacer otras cosas solo me ocupaba de sus avances, sus horarios… de su vida. Y me metí tanto ahí que ni me dio por publicar cosas de mi bebé, de sus primeros pasos y palabras. Me volví fantasma.

Aún voy por la vida así, pensando más en él que en mi. Pero se me acabó la licencia de maternidad y tuve que comenzar a trabajar. No tenía justificación había que escribir.

Los primeros escritos fueron mecánicos, sin gracia; poco a poco me fui dando cuenta que solo eran justificaciones mías, que las neuronas seguían ahí solo tenía que dejarlas salir porque ser madre y escribir no son enemigas. Me había prostituido de mala manera. Pero ya estoy dejando atrás esa vida en pausa y me cargo las pilas. Ah de paso comparto fotis de estos más de dos años.

Vestida y con sombrilla

 

Tomado del blog Cuba Profunda

Para cuando mi mamá cumplió mi edad, ya yo tenía nueve años. Esa cuenta de aritmética elemental me ha dejado pensando y no precisamente en que me ha agarrado tarde para tener mis propios hijos, porque en definitiva la planificación familiar y el empoderamiento de la mujer para algo existen; sino en la relatividad de la percepción: cuando yo tenía nueve años, me figuraba que a los 33 mis padres eran personas viejísimas.

Quiero creer que fue eso, un error de apreciación, lo que provocó la escena costumbrista que aún me da vueltas en la cabeza.

Sube el telón y aparecen dos muchachos al borde de los 20 años que conversan animadamente recostados a la fachada de una cafetería. Baja el telón.

Sube el telón y viene Gisselle caminando por la acera, pensando de seguro en la rutina laboral que está a punto de morderle una canilla; con su saya negra, su pullover blanco y verde y su sombrilla de Artex con arabescos verdes. Vestida y con sombrilla, parafraseando una canción de Silvio. Y Gisselle se dispone a pasar frente a los muchachos. Baja el telón.

Sube el telón y casi junto al oído de Gisselle comienza el diálogo entre los jóvenes que mi abuela calificaría como “unos pichoncitos”.

—Mira, asere, cómo le pega la blusa con la sombrilla.

—Oye, sí, el mío; qué bien combinadita viene.

(Hasta ahí, lógicamente, todo en orden. Todo, excepto el “asere” y “el mío”, por supuesto, apelativos que a fuerza de escucharlos en cada esquina no parecen en Cuba nada del otro mundo. Pero la conversación pica y se extiende).

—Y lo bien que les queda el color verde a las rubias.

—Así mismo, el mío. Conclusión: ¡qué interesante está la veterana esa!

Baja el telón.

Cuando sube el telón, Gisselle ha seguido de largo como una gata a la que le tiran un jarro de agua fría. ¡La veterana esa! No sabe si reírse o si llorar, si aquello era un piropo o una ofensa, si esos chiquillos recién salidos del tiesto merecían una sonrisa o un sombrillazo. Y mientras baja el telón ella decide que lo va a tomar a la ligera, como su madre la primera vez que la llamaron temba.

Todavía temba es un calificativo que se puede soportar con entereza, pero veterana suena más bien a sobreviviente de guerra. Prefiero creer entonces que fue un error de apreciación lo que provocó ese piropo de pena; un error de apreciación y no la certidumbre descarnada de que tantos años de stress me están pasando la cuenta.

Los centristas y los egocentristas

Por M. H. Lagarde

tomado del blog: Cambios en Cuba

No voy a repetir lo que ya dije sobre los centristas en un prólogo publicado hace solo unos días que abre una recopilación de textos sobre el tema vistos desde diferentes ángulos. Sólo haré algunas acotaciones imprescindibles.

Los centristas a los que se refiere el libro citado son aquellos nuevos “comunistas” o “izquierdistas” que desde plataformas digitales pagadas desde países muy “preocupados por la suerte de los cubanos”, intentan imponer una teoría cuyo fin esencial es la de sembrar la división entre los revolucionarios, ya sea rememorando con insistencia errores pasados de la revolución o desacreditando los esfuerzos del Estado para transformar la realidad actual. Estos “comunistas” o “izquierdistas” curiosamente han encontrado la solución del problema cubano en fórmulas capitalistas como el hipócrita pluripartidismo burgués y en la prosperidad de una pequeña empresa privada que, en nuestras condiciones de país subdesarrollado, con bloqueo o sin él, nos llevará por obra y gracia de algún malabar filosófico lingüístico a alcanzar el desarrollo de potencias que lograron su “bienestar” luego de siglos de explotación colonial e imperialista.

La práctica de criticar e intentar acabar con el Socialismo desde supuestas posiciones de “izquierda” no es nada nueva. En 1971, a propósito del X aniversario del MININT, Fidel Castro nos alertaba:

“La modalidad es combatir a la Revolución desde posiciones comunistas, desde posiciones socialistas, desde posiciones marxistas, desde posiciones de izquierda.

“Desde luego, todos recordaremos cómo al principio de la Revolución la contrarrevolución adoptaba abiertamente las formas ideológicas burguesas: sencillamente combatían al socialismo, combatían al comunismo desde posiciones antisocialistas, desde posiciones anticomunistas, desde posiciones liberales, desde posiciones burguesas. Pero las ideas liberales y burguesas han quedado tan desprestigiadas que ya ningún contrarrevolucionario usa los argumentos del liberalismo de la burguesía para combatir ideológicamente a la Revolución, sino que la modalidad es combatir a la Revolución desde posiciones comunistas, desde posiciones socialistas, desde posiciones marxistas, desde posiciones de izquierda. Ya no es el argumento liberal, ya no es el argumento burgués. Eso está demasiado desacreditado, eso está demasiado desprestigiado ante las masas, y por eso las modalidades que adoptan incluso son esas”.

Hasta aquí las aclaraciones referentes a los centristas.

Pienso que a buen entendedor con pocas palabras basta, aunque no falten algunos egocentristas que posen de ser más duros de entendederas de lo que realmente son.

¿Pero quiénes son estos  “egocentristas” que por lo visto no comprenden bien el español y dónde dice “denuncia” leen “censura”?

Por lo general, en su mayoría, son revolucionarios, algunos incluso, ellos o sus familiares han dedicado su vida a la revolución, pero por lo visto suelen estar demasiado pendientes de lo que alguien diga o piense sobre ellos por lo que se convierten en víctimas fáciles de los “centristas”, expertos en dividir y poner etiquetas de “oficialistas”, “inquisidores”, “fascistas”, etc .

De ahí que los “egocentristas” le tengan pánico a fantasmas como al del llamado “quinquenio gris” que lo único que tiene que ver con los centristas es que, además de evocarlo hasta la saciedad, lo utilizan como mordaza ante cualquier intento de defensa de la revolución.

A nadie le llamó la atención la campaña del centrismo que desde hace años se lleva a cabo en internet en publicaciones financiadas desde el exterior, sin embargo, ha provocado raudales de tinta que un grupo de intelectuales cubanos la denunciara. Aunque nadie habló de “censura” y sí de “injerencia”, los egocentristas, no se sabe cómo ni por qué, vieron asomarse por algún lado la oreja peluda del llevado y traído “quinquenio gris”, o lo que es lo mismo dieron el toque de silencio, hasta con insultos y perretas, para todo aquel que osara poner al descubierto la “nueva” estrategia.

Algunos curiosamente son personajes que tuvieron cierto protagonismo como “oficialistas” e “inquisidores” en aquella “oscurantista” época de tan “terribles injusticias”; otros, los que sin obra de importancia alguna, todavía sueñan con ser censurados para ver si de alguna forma su quehacer adquiere algún atractivo mercantil.

No faltan los de destacada trayectoria revolucionaria, que han sufrido insultos de ese tipo por todos los medios posibles durante décadas, además de censuras a su obra a la hora de recibir merecidos premios con los que se aplaude la mayoría de las veces a la mediocridad internacional, y que ahora, al parecer, sienten vergüenza de una resistencia que ha servido de inspiración a millones de cubanos y revolucionarios en el mundo.

Defensores de la “ingenuidad de expresión”, en amparo de los centristas arguyen que quienes le denuncian deben asumir el papel que le corresponde a sus defendidos: el de criticar a la revolución.

O sea, servirle de coro a las campañas que hoy se ocupan de derrocar a la Revolución Bolivariana para debilitar a Cuba y volver a caer sobre ella para tratar de borrar, de una vez y por todas, su ejemplo de la faz de la tierra.

Puede que los centristas logren confundir a algunos traumatizados egocentristas, es hasta lógico, en eso consiste su misión. Por suerte, que yo sepa, no existe, por lo menos en la historia de Cuba, ningún centrista que se haya echado a la manigua.

De Piernas y de Balas

 

por Rafael Cruz
tomado del blog Turquinauta
 
Bajó por Amargura hasta la Plaza. Mala esa, como se le ocurre caminar por una calle que se llama Amargura, después de eso nada puede salir bien. El escenario: solitario, las palomas volaban rasantes sobre las tablas, los bafles, los andamios.  Deambuló un poco, con sus botas rusas y su gorra del Che, entre los turistas y se fue hasta la dársena de los cruceros. ¡Puta madre!, que coñazo de barco, deslumbrante con su pulcra simetría, las líneas de las escotillas perfectas a lo largo de la armadura. Es insolentemente hermoso el crucero, no pudo dejar de imaginar cómo sería andar el mundo en un barcote de esos.

 

 

 

 

 

Se apostó en la ruta del cantante para saludarlo a su regreso al escenario, pero un rato después comenzaron a sonar unos violines de gloria, tocados por las diosas, y abandonó la guardia que se va a hacer,  la carne es débil.  Cuando llegó frente al escenario se preguntó ¿Si es posible, después de todo, que la perfección exista?, pues, si, existe, y son esas muchachas del grupo musical “Frasis” quienes hacen con los violines lo que la sangre hace en las arterias y el pecho con el amor. Si cierras los oídos vas a las galaxias, si solo las ves, sin oírlas, son las galaxias; ambos sentidos conectados al mismo tiempo es demasiado para un mortal. El pope de la Iglesia Ortodoxa, sentado en primera fila, ante los movimientos y el ritmo de las chicas, se aferra a las faldas de la sotana, como si de ello dependiera su vida, mientras el crucifijo de oro que lleva al cuello se le saltan los goznes de la cadena.

 

 

 

Luego del encantamiento, subió el genio. Amenazó con un concierto de trova, y el tipo sintió un estremecimiento de terror. Silvio lo buscó entre la muchedumbre, lo reconoció por las botas rusas y las cicatrices todavía frescas. Desde el escenario le soltó una sonrisa de perdonavidas y arrancó suave, con la Canción de la trova. El tipo se movió inquieto entre la multitud, tratando de hacerse invisible. Una chica soltó un grito cuando él pasaba ¡Oh! my god, take care, con el inglés molesto que hablan en Quebec ¡attention! à mes pied insistió la chica señalando sus dedos envueltos en gasa. Dio la vuelta lejos de la muchacha, Si la pisa con esas botas rusas. Seguro que Canadá le declara la guerra a Putin.

 

 

 

Dispuesto a no aburrirse, el trovador apuntó sobre el atril haciendo una línea de puntería con el traste de la guitarra y disparó sin misericordia Gaviota. La canción impactó en el pecho del tipo y lo hizo “rodar por la tierra: huérfano, desnudo, herido sangrante” ¡Mierda! él sabe, sabe de su guerra y de su paz, de esa playa soñada, del equilibrio mágico en el aíre del amor y sabe, coño, sabe que cuando todo iba bien, la puta bala le derribo, ¿fue la bala o su ingenuidad?, o ¿su idealismo? Pero el tipo no quería rendirse fácilmente se levantó y se sacudió las ropas, anduvo entre las mujeres en la plaza, mirando los muslos desnudos de las americanas, el busto generoso de las españolas, las caras de muñeca de las chinas. Pensó en buscarse una puta, es también una traficante de afectos pero le pagas en dinero, no te arranca el alma. Abordó una flaquita quien calculó su capacidad de pago de una ojeada y tanto pidió que tuvo que desistir. Le vio la pinta de loco, las miserias de los bolsillos. Seguro la chica se reserva para presas mayores, a pesar de que ella misma es la viva estampa de la desolación.

 

 

 

Sádico, el poeta usó las cuerdas de la guitarra como los tupamaros usaban las boleadoras en las calles de Montevideo y le disparó “Estoy buscando una palabra en el umbral de tu misterio quien fuera Ali Babá quien fuera el mítico Simbad quien fuera un poderoso sortilegio quien fuera…” Ahora estaba seguro de que sabía bien de su presencia en esa zona, todavía radiactiva, con las manchas de sus siluetas en los adoquines de la plaza, con las palomas que la buscan en desde el aire para volver a comer de las manos pequeñas, arroz de vida. Sabía que ir allí a escuchar trova, a escuchar a Silvio, era hacer que sus tuétanos volviesen a hervir como aquella vez cuando ella correteaba por la plaza dando saltitos de alegría y él el hacía fotos en serie antes de que ella, traviesa, le saltara al cuello para iniciarlo a regresar a casa, para esconderse desnudos bajo la ducha, para espantar a los vecinos con los ruidos del amor, con la notable diferencia que ahora ella no está.

 

 

 

Esta es una zona minada, y el trovador lo sabe, ese sexto sentido de los poetas para encontrar el rastro de los animales heridos. Por un momento pareció darle tregua, como si entendiera que uno que fue muerto, no vale la pena volverle a matar, así que le hizo una seña a Niurka quien abrió con el sonido dulce de la flauta un prólogo para Ojalá. Eso sí, pensó el tipo de las botas rusas y las cicatrices, hasta tarareo “…una luz cegadora, un disparo de nieve, ojalá por lo menos que me lleve la muerte, para no verte tanto, para no verte siempre…” alivio de la venganza, del ojo por ojo, pobre alivio, mierda de alivio.

 

 

 

Sin embargo el trovador no estaba dispuesto a soltar la presa, le dio cordel, lo vio volver al centro de la plaza, y antes de que tuviera tiempo de reaccionar, convirtió unos arpegios en dardos, con ese tono inocente de quien no sabe, cantó “De la usencia y de ti” El tipo de las botas rusas ya no pudo más, se le abrió el pecho como una sandía estallando en el suelo, y se desplomó, con la rabia de mil dolores y los destinos de todos los náufragos del mundo, mientras a su lado, unas chicas de larguísimas piernas y luengas doradas,  ondulaban el cuerpo al ritmo de la guitarra.

 

 

Ahora sólo me queda

 

Buscarme de amante

 

La respiración,

 

No mirar a los mapas,

 

Seguir en mí mismo,

 

No andar ciertas calles,

 

Olvidar que fue mío

 

Una vez cierto libro,

 

O hacer la canción

 

Y decirte que todo está igual:

 

La ciudad, los amigos y el mar,

 

Esperando por ti.

 

Sigo yendo a Teté semana por semana

 

¿te acuerdas de allá?

 

Hoy habló de fusiles despidiendo muertos.

 

Yo sé que ella me ama,

 

es por eso tal vez que te siento en su sala,

 

aunque ahora no estás.

 

Y se siente en la conversación,

 

o será que tengo la impresión,

 

de la ausencia y de ti,

 

de la ausencia y de ti.

 

No quisiera un fracaso en el sabio delito

 

que es recordar.

 

Ni en el inevitable defecto que es

 

la nostalgia de cosas pequeñas y tontas

 

como en el tumulto pisarte los pies.

 

Y reír y reír y reír,

 

madrugadas sin ir a dormir,

 

sí, es distinto sin ti.

 

Muy distinto sin ti.

 

Las ideas son balas hoy día y no puedo

 

usar flores por ti

 

 

 

Hoy quisiera ser viejo y muy sabio y poderte decir

 

lo que aquí no he podido decirte,

 

hablar como un árbol

 

con mi sombra hacia ti.

 

Como un libro salvado del mar,

 

como un muerto que aprende a besar,

 

para ti, para ti,

para ti, para ti.