Category: Política

Donald Trump: la charlatanería elevada a política de Estado

Orlando Guevara Núñez

Tomado del blog Ciudad sin cerrojos

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, sale de un ridículo y entra en otro. Ha llevado la charlatanería a política de Estado en un país donde esas extravagancias pueden costar  caras a otros pueblos y al propio pueblo norteamericano.

En su irresponsable actuar, el mandatario yanqui ha amenazado con desaparecer a Corea del  Norte, al gobierno de Venezuela y, respecto a Cuba, con insolencia y más porte de payaso que de gobernante, quiere condicionar  las relaciones entre ambos países mediante imposiciones que sólo tienen validez  en su mente enferma y su complejo de dueño del mundo.

En su delirio, Trump ha confundido el mundo con una empresa, y precisamente de las suyas. Y en indigna burla a los demás países, ha tratado a la Organización de Naciones Unidas, también como una empresa en la cual es él su máximo dueño.

Para esos fines, como es práctica en la política imperial, fabrica argumentos- con la mentira como materia prima- para amenazar y agredir a naciones plenamente soberanas. Fabrica  enemigos que “amenazan la seguridad  de los Estados Unidos” y parece dispuesto a disputarle a Dios el don de la omnipotencia.

La verdad que debiera interiorizar el pueblo estadounidense es que no son Rusia, China, Venezuela, Corea del Norte, Cuba, Irán ni ningún otro país, los principales enemigos de esa nación. Ninguno de ellos  amenaza la seguridad, ni pretende hacerle la guerra a esa potencia imperial.

El principal enemigo de esa seguridad es el propio gobierno, y el propio presidente yanqui. Es la política aventurera e irresponsable la que puede provocar, en cualquier momento, un conflicto del cual no saldrían ilesos ni los agredidos ni los agresores. Ninguna agresión podría realizarse sin un costo impagable, sin la impunidad de otros tiempos. Y el pueblo de los Estados Unidos no estaría exento del pago de la soberbia y la imprudencia.Pudieran, tal vez,  los asesores de Trump, contribuir a bajarle los humos de la cabeza.

En  cuanto a Cuba, nuestro Ministro de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez Parrilla, definió con claridad  la posición de todo un pueblo –uno de los agredidos por Trump-:

“El gobierno del presidente Trump es el gobierno que perdió el voto popular, que tiene, además, una popularidad bajísima entre los que pagan los impuestos en este país; sin la menor autoridad moral para criticar a Cuba, un país pequeño, una isla solidaria que tiene una amplia cooperación internacional, un gobierno de reconocida limpieza y transparencia, un pueblo noble y trabajador, la sede del proceso de paz de Colombia, un país reconocido como un factor de estabilidad. Y lo hace el jefe de un imperio, responsable de la mayor parte de las guerras que ocurren hoy en el planeta y que es un factor de profunda inestabilidad mundial y de gravísimas amenazas a la paz y a la seguridad internacional”.

Desdicha para el pueblo norteamericano  estar a merced de las decisiones  aventureras de un gobernante más digno de una carpa de circo que de la Casa Blanca.

Cubanidad y Cubanía

 

Enrique Ubieta Gómez

(Intervención en el espacio Dialogar, dialogar de la AHS, realizado en la Facultad de Biología de la Universidad de La Habana, 16 de mayo de 2017)

 

Para mí es un honor compartir con Miguel Barnet cualquier actividad pública, pero si esta tiene que ver con el concepto de nación, de cubanidad, de cubanía, si es una actividad pública que se enlaza con su extraordinaria obra sobre las raíces de la cubanidad  y la cubanía, pues el honor es doble.

Miguel ha mencionado los aportes a la cultura cubana de importantes intelectuales y, desde luego, no ha hablado de sí mismo, pero el aporte de Miguel alcanza una dimensión peculiar por su doble condición: él es ante todo un poeta, un gran poeta a quien le interesa la investigación. Y esa cualidad, de creador, le permite –porque además tiene una formación muy sólida– abordar la antropología, los estudios cubanos, con una profundidad que solo es dable a la poesía. Y permítaseme añadir que su maestro, Fernando Ortiz, aunque no escribía versos, también poseía el don de los poetas.

Bueno, después de escuchar a Miguel, quiero simplemente apuntar algunas reflexiones sobre este tema, que se enriquecerá mucho con las preguntas de ustedes y las intervenciones que después podrán hacer.

El pensamiento cubano tiene un parteaguas, que está dado por la Guerra de Independencia de los Diez Años. Hasta ese momento, existía una tradición de pensamiento que pudiéramos incluso llamar clásico, muy apegado a la docencia, a la academia, a la sensibilidad poética, cada vez más patriótico, cada vez más libertario. Algunos teóricos han querido dividirlo en dos, de un lado el realista, el utilitario, el moderno (Saco, Arango y Parreño), del otro supuestamente el utópico y antimoderno (Caballero, Varela, Luz); en realidad, la nación se pensaba, se buscaba y se hallaba en un ideal que incluía, cada vez con mayor nitidez, la independencia y la justicia social.

Pero la guerra, que es el clímax de ese proceso, también lo interrumpe, como es natural, y produce un corte fecundo. Muchos estudiantes brillantes, muchos jóvenes que comenzaban a despuntar como investigadores –junto a otros de humilde origen, sin estudios, pero de inteligencia natural– se van a la manigua, y por supuesto, son diez años en los que reciben otro tipo de enseñanza, porque aquella fue también una escuela muy importante. La guerra de los Diez Años facilita dos hechos fundamentales en la conformación de la nación cubana: el primero es la movilidad de grandes grupos humanos a lo largo del territorio nacional; personas que nunca habían salido de una región, de un pequeño territorio, irrumpen en otras regiones, ya sea como integrantes de columnas invasoras o por el movimiento natural de una guerra. Así, por ejemplo, los orientales combaten en Camagüey, en el Gran Camagüey de entonces, en las provincias centrales y empiezan a conocerse cubanos que hasta ese momento habían vivido digamos que un poco aislados. La guerra permite que los cubanos adquieran una visión geográfica y espiritual totalizadora de la nación, y también que surjan, choquen y se limen los regionalismos reductores.

El segundo, tanto o más importante que el anterior, es que por primera vez, blancos y negros, ricos y pobres, comparten las vicisitudes, los peligros, el valor personal y el miedo, incluso la muerte, que son consustanciales a una guerra; los esclavos que habían sido liberados por los hacendados orientales, y que se integran a la guerra de independencia, empiezan a compartir la dura vida cotidiana de campaña, el riesgo de la muerte junto a sus antiguos amos, a personas de otras clases sociales –no hay nada que hermane más, que identifique más a las personas que compartir el riesgo de la muerte–, y esto contribuye a la forja de una nueva visión de la nación. Es algo que no se produce de golpe, desde luego, porque el dinero o el saber de alguna manera marcan al inicio las jerarquías militares; pero cuando suena la corneta de a degüello, en el fragor del combate, se imponen las jerarquías del talento y del valor. Poco a poco, la gente más humilde, la que empezó desde abajo, empieza a ganar grados y la contienda produce coroneles y generales negros y mulatos que eran indiscutibles, y coroneles y generales campesinos. Y un general negro podía ser el jefe de un teniente blanco.

Precisamente, uno de los grandes conflictos que inciden en el fracaso de la Guerra de los Diez Años –que se inicia, como ustedes saben, en 1868 y termina en 1878– es el temor que siente la aristocracia cubana –vamos a llamarla de esa manera, el nombre podría discutirse, y no me refiero a los grandes patricios fundadores, a los Céspedes, a los Agramontes, hablo de una clase social– ante la pérdida práctica de su hegemonía en la guerra y el ascenso de una nueva clase social con un prestigio y una capacidad de mando obtenidos a golpe de machete, y sobre todo, con un proyecto de nación que, temen con razón, será más radical.

Cuando la guerra que le sucede, la del 95, comienza a planificarse, sus líderes ya provienen de otros estratos y clases sociales, algunos son veteranos de la contienda anterior –gente que empezó desde abajo y que en 1878 ya eran grandes jefes militares y políticos, como Gómez y Maceo–, otros son, al decir de Martí, su principal organizador, como él mismo, “pinos nuevos”. Y ya la guerra del 95 expresa una visión del mundo, una visión de la nación mucho más radical, con líderes como Martí y Maceo –el impugnador del Pacto del Zanjón–, al que a veces se relega como pensador, pero que también es portador de una cubanía profunda y radical.

Estos son factores esenciales para entender cómo termina de conformarse en la propia guerra, en los largos años de lucha, el concepto de nación. He dicho nación una y otra vez, porque el estado o nación en definitiva es por lo que se pelea, por lo que se lucha, sin embargo, Martí no utiliza nunca ese concepto, y no lo utiliza porque la nación, en el lenguaje cotidiano de aquella época, identificaba en la prensa y en la oratoria colonialistas a España. Martí habla de Patria, y a diferencia de lo que sucede en Argentina, que hay un periódico que se llama La Nación, el periódico insigne de la independencia en Cuba se llamó Patria.

También es una curiosidad, pero no una casualidad, que el Partido que Martí fundara para organizar y conducir la guerra por la independencia de Cuba y Puerto Rico –el dato no es baladí, el Partido se crea para liberar a dos colonias, las últimas de España en América–, no se autodenomina “independentista”, ni “nacionalista”, Martí lo nombra Partido Revolucionario Cubano. Es decir, existe la intención de rescatar uno de los pilares fundacionales de la gesta independentista, que fue la justicia social, que se da desde el momento en que se libera a los esclavos y estos se incorporan a la contienda. Es cierto que cuando un pueblo empieza a concebir como necesaria su independencia, lo mueven también motivos económicos; pero en Cuba la utilidad y la justicia coinciden de manera formidable para crear un antecedente que se irá radicalizando en el propio proceso independentista.

Hablaba hace un rato de que hay un autor –nada partidario de la Revolución cubana de 1959– que trató de establecer dos líneas de pensamiento en la historia cubana. A la línea que calificaba de antimoderna y utópica, integraría en esta segunda guerra a Martí, y mucho después a Fidel. Es curioso, porque el propio Fidel había considerado que Martí era el autor intelectual del primer acto de rebeldía de su generación, que se autodenominó “del Centenario”, porque ese acto se produjo precisamente al conmemorarse el centenario del natalicio de aquel a quien llamaban Apóstol. No concuerdo con esa división artificial, y el propio autor desecharía años más tarde esa idea, pero la ocurrencia señala la existencia real de una tradición fundacional revolucionaria en el pensamiento cubano que viene desde finales del siglo XVIII e inicios del XIX.

La historia no se estudia para acumular datos o efemérides, aunque estos sean importantes. La  historia siempre es una interpretación del pasado que se hace desde un proyecto de futuro, el que queremos construir. La última década del siglo pasado nos entregó vivencias esclarecedoras: la caída del que llamaban “socialismo real” produjo una reescritura, una reinterpretación de la historia que la reacomodaba al nuevo proyecto de sociedad: la historia “socialista” fue anulada, desaparecida, hoy son otros “los héroes” que se enseñan en las aulas de aquellos países. Yo estoy seguro de que muchos de los héroes que hoy asumimos como imperecederos, de los que hablamos en las aulas, desaparecerían si en Cuba triunfara otro proyecto de nación.

Siempre recuerdo –y les hago esta anécdota muy rápido– que en una ocasión intenté hacer un cambio de vivienda, y me encontré con una intermediaria –que asumía con mucha propiedad su papel  de “agente de bienes raíces” tal como se ve en las películas estadounidenses, porque ella ya vivía, mentalmente claro, en el capitalismo–, que me ofreció una casa supuestamente con garaje. Pero yo recordé que ese garaje ya estaba considerado “monumento nacional”, porque en él pasaron su última noche José Antonio Echeverría y otros de sus compañeros, antes del asalto al Palacio Presidencial y a Radio Reloj en 1957, y se lo dije, y ella, muy risueña, me respondió:  “Ay, señor, de Echeverría en otro gobierno nadie se va a acordar.” Yo me molesté mucho, pero aquella señora –que daba por hecha la liquidación del socialismo en Cuba– sabía lo que decía: nuestros héroes, los que nosotros manejamos, fundamentan un proyecto de nación. En Miami hay un monumento a “los héroes” de Playa Girón, que para ellos son los integrantes de la Brigada 2506, es decir, los mercenarios. Nuestros “héroes” son los milicianos que defendieron Playa Girón. Dos visiones diferentes de la historia.  El problema es que todos no pueden ser héroes: o son ellos, o son estos, y responden unos y otros a diferentes proyectos de nación.

Hay un ensayo magistral de Roberto Fernández Retamar, que no fue escrito para hablar de la cubanidad y que, sin embargo, de alguna manera refleja el proceso de asunción de esa identidad nacional rebelde, insumisa, propia de un país colonizado, engendrado como “pueblo nuevo”, según la definición de Darcy Ribeiro; me refiero al ensayo  Calibán. Nosotros somos hijos de Próspero, de la Modernidad capitalista. La cubanía –que para Ortíz es la conciencia de ser cubanos– crece y se afinca en la negación-superación de Próspero, vale decir, del colonialismo y del neocolonialismo (y consecuentemente, del capitalismo y del imperialismo).

Hemos venido de todas partes; nuestros padres, nuestros abuelos, llegaron de diferentes lugares. Es curioso, porque Fernando Ortiz la primera lengua que habló fue el menorquín, no el castellano…

MIGUEL BARNET: La primera lengua en la que escribió.

ENRIQUE UBIETA GÓMEZ: En la que escribió. Entonces, cuando hablamos de cubanidad, y mencionamos a José Martí, a nuestro Héroe Nacional, a nuestro gran poeta, sabemos que fue hijo de españoles; asumimos que Alejo Carpentier es el más grande novelista cubano, y que sin embargo, era hijo de una rusa y de un francés; que el Che es argentino, pero es cubano; que el dominicano Gómez también es cubano. Es decir, hay un proceso de adopción que no es común en el Viejo Mundo: aquí la nación no se conforma por vía “sanguínea”, sino por nacimiento o por simple adopción.

En Cuba, todas estas procedencias se integran en el ajiaco nacional. En este país no hay ghettos, la sociedad no diferencia a sus miembros como hispanocubanos o como afrocubanos, o como eslavocubanos –ya que durante años llegó un número no desdeñable de esposas y esposos de Europa del este–; ni siquiera la comunidad china que siempre ha sido muy unida en todos los países donde existe (que son todos ya), ha logrado en Cuba mantenerse ajena a su entorno humano: un chino en Cuba es cualquiera que tenga los ojos razgados –tenga o no ascendencia china o de cualquier país asiático–, pero más allá del choteo criollo, todo chino nacido en Cuba es simplemente un cubano. El mestizaje racial es profuso, pero el mestizaje cultural nos abarca a todos.

En los años ‘40 y ’50 estuvo muy de moda en el mundo hispanoamericano –esto incluye a España también– la búsqueda de un perfil cultural identitario. Pudiéramos mencionar los textos ya clásicos de Alfonso Reyes, de Vasconcelos, de Ezequiel Martínez Estrada.  En Cuba se publicaron importantes obras: Lo cubano en la poesía (1958) de Cintio Vitierunos cuantos años antes, La música en Cuba (1946)de Carpentier, y aún antes Indagación del choteo (1928) de Mañach –existe una investigación inconclusa de Ortíz sobre ese tema, mucho más abarcadora, pero toda su obra es una contribución gigantesca a la definición de lo cubano– o el libro del padre de Cintio, La Filosofía en Cuba. Es decir, nuestros pueblos sintieron la necesidad, todavía en el siglo XX, de sentar nuestras diferencias con respecto a la Metrópoli, a Próspero. Pero la identidad de una nación no se detiene en el tiempo.

Como bien dice Miguel, lo cubano siempre está en evolución, en desarrollo. Nosotros pasamos de ser una colonia, a ser una neocolonia, hasta que alcanzamos la independencia total, y eso significa que el proceso de conformación de la nacionalidad ha estado marcado por la asimilación y la diferenciación frente a culturas diversas –las del dominador y las de los dominados– de asimilación, de resistencia y de creación. Ese es un proceso eminentemente político. Los cubanos empezaron a practicar el béisbol porque el futbol era el deporte nacional de España, el deporte de la Metrópoli.  Fue un hecho político. Cada hecho, cada nuevo paso en la conformación de la nación, tenía también una significación anticolonial. Hay algo curioso: el arte moderno en Cuba, a diferencia de lo que puede suceder en otros países del Viejo Mundo, identifica mejor los rasgos de la nación cubana que el arte académico del siglo XIX, por ejemplo. ¿Por qué?  Porque era necesaria una ruptura con lo anterior –que se daba, paradójicamente, en la asimilación de los instrumentos del arte moderno, aprendidos en Europa–, esa ruptura permitía profundizar en lo nacional, saltar por sobre lo anecdótico, lo formal, para ahondar en las esencias de nuestra psicología. Lo nacional no podía ser lo “viejo”, lo “tradicional” (si la tradición venía de la metrópoli), sino “lo nuevo”.

Esa línea de ruptura, de creación, que simboliza como nadie José Martí, pero que también está representada por Fernando Ortiz, es anticolonial, antimperialista, porque expresa la resistencia ante un origen que ya no aporta, que no permite su desarrollo. Sin embargo, existe en lucha con otra línea de producción cultural que es mimética, que es colonial y que en determinados casos puede ser incluso anexionista con respecto a los Estados Unidos, el polo de atracción de Cuba. Yo creo que nosotros hemos tenido una influencia muy importante –para mal en algunos casos, y para bien en otros– de los Estados Unidos, inicialmente como una opción de modernidad que superaba a la de España –un Estado enquistado durante el siglo XIX–, que no acababa de asumir de manera plena la Modernidad.

La nación cubana alcanza su madurez casi de manera simultánea al surgimiento del imperialismo: a solo 90 millas una del otro. Cuba tiene una gran tradición antiimperialista, pero no puede olvidar que existe también una tradición anexionista; en los momentos históricos de creación revolucionaria, el antiimperialismo parece abarcarlo todo, pero cuando sobreviene un momento de calma, un impass histórico –para decirlo de manera mal y rápida–, reaparecen los agujeros anexionistas. No es que se pretenda la anexión a los Estados Unidos en pleno siglo XXI, hablo más bien de una mentalidad de admiración y sometimiento voluntarios, apegada a intereses personales.

Esta era la reflexión que yo quería hacer. No quiero extenderme más porque con lo que  ha dicho Miguel Barnet hubiera sido suficiente, pero como fui invitado, no quería dejar de exponer algunas ideas. Pienso que sería muy útil escucharlos a ustedes.

 

Intervención durante el debate

Yo le propuse a Miguel que me permitiera empezar esta vez y abordar algunos aspectos de las preguntas que han hecho ustedes, para que después él concluyera la velada. Él la abrió, y yo creo que debe también concluirla.

Quiero insistir en lo siguiente: la existencia de la cubanía está asociada a diversos proyectos de nación. O sea, no podría entenderse la conciencia identitaria de los cubanos sin reparar en los proyectos de nación que estos defienden. Sin duda hay cubanos –y son tan cubanos como nosotros, son portadores de una cubanidad, aunque la cubanía en ellos adquiere otro sentido– que se oponen al proyecto socialista de nación. Aquí entra en juego la elección, conciente o inconsciente, de la identidad que cada uno de nosotros se propone defender.

El que emigra, emigra con una dosis de cubanidad que va a permanecer en él o en ella por siempre, pero “lo cubano” –que es una categoría histórica– en nuestro territorio sigue su evolución, sigue moviéndose, no se detiene nunca e incorpora nuevos valores, nuevos elementos, nuevas visiones de la realidad. Y aquella persona que emigró –no estoy hablando de alguien que mantiene el contacto, porque también sucede eso, hay quien mantiene permanente contacto, va y viene, tiene una relación con el país muy activa–, me refiero a aquella parte de la emigración que permanece aislada durante muchos años, incluso décadas, bueno, de alguna manera se integra a otro proceso en el país donde vive, que es diferente. Aquí podemos hablar de los cubanoamericanos, como podemos hablar con sus características propias, porque es diferente, de los chicanos. Empieza la cultura convertida ya en guetto a reproducirse como cultura cubana pero asimilando elementos del nuevo contexto y congelando en el tiempo los que lleva de Cuba –conservarlos es parte de su resistencia cultural–, y esa cubanidad sigue otro cauce, ya no forma parte del río que circula en el país, un río en constante renovación.

¿Por qué digo esto? Cuba ha vivido más años de Revolución que los que vivió de República burguesa mediatizada. Que nadie se confunda: las auténticas tradiciones de Cuba no son solo aquellas que heredamos de la vieja República y de los años de lucha independentista, las que forjó la Revolución son tan auténticas como las otras. Han transcurrido 58 años de Revolución, y la Revolución triunfó en 1959 pero la República se inauguró en 1902. Hay tradiciones revolucionarias que ya forman parte de nuestra nación, de nuestra identidad, a las que no podemos renunciar.

La cubanía, por su carácter subjetivo –la cubanidad nos impone hábitos, costumbres, gestos, gustos, maneras de hablar y de caminar, etc., pero la cubanía, según Ortiz, es la conciencia de la cubanidad como proyecto de vida– tiene un sustrato político. La cubanía se dirime en diferentes proyectos de nación, no quiero ponerle nombre a esos proyectos, pero sí quiero decir que hay una tradición histórica que empieza con un acto de justicia social, que se radicaliza con el tiempo, sin concebirla desde una perspectiva teleológica, pero se radicaliza en la guerra del 95, en la lucha contra Machado, en la lucha contra Batista y desemboca, sin dudas, en una dignificación sin precedentes de lo cubano. Es decir, el cubano a partir del año 1959 adquiere una dignidad superior a la que había podido lograr hasta ese momento en la historia del país.

Desde sus orígenes, pero ahora –por la hegemonía cultural del imperialismo que se ejerce con la ayuda de una maquinaria de reproducción de valores de alcance universal– ese proyecto de nación se dirime frente a dos modos, dos conceptos de vida, de felicidad. Porque se están discutiendo muchas cosas, pero se discute también cuál es la razón para la felicidad del ser humano, si es la cultura del tener o la cultura del ser. Esa es otra perspectiva de un mismo asunto. Aparentemente no tiene nada que ver con ser cubano o no, porque hay cubanos que viven en la cultura del tener y hay cubanos que viven en la cultura del ser, en Cuba y fuera de Cuba. Y quiero hacer una muy breve aclaración para que no se me malinterprete, ¿no? Cuando digo cultura del tener, no me estoy refiriendo a personas que desprecian lo material, que no les interesa tener nada; no estoy hablando de eso. Estoy hablando de personas cuyo sentido de vida no está exactamente vinculado a la acumulación de objetos, a la exhibición de esos objetos, lo que los hace felices e importantes no es la cantidad y la exclusividad de los objetos o del dinero que acumulan, sino lo que son –y no se trata de tener un grado científico o haber logrado alguna hazaña deportiva–, porque son personas útiles, y son protagonistas de sus vidas y de su tiempo, y como todos, tienen virtudes y defectos. Eso es la cultura del ser, que es la base del socialismo también. Ah, la cultura del tener es la que hace que sea más importante (socialmente más visible, más mediático porque el sistema lo exhibe como triunfador) un actor que interpreta el personaje de Rambo –porque en taquilla la película recaudó muchos millones de un dólares–, que un actor que interpreta de manera brillante a Hamlet, pero su película tuvo menos éxito de taquilla y gana menos y no se roba las portadas de las revistas. Esa es la diferencia, es lo que está en juego hoy. Y hay que decir de manera enfática, que la cultura del ser fue defendida por el pensamiento cubano de la primera mitad del siglo XIX, pero José Martí la resume y sistematiza como proyecto de nación anticolonialista y antiimperialista. Recuerden, solo a modo de ejemplo, esa carta maravillosa que escribe José Martí a María Mantilla, una carta que parece haber sido escrita para hoy, y que debiéramos publicar una y otra vez, hacer con ella un audiovisual y ponerlo en la televisión.

ELIER RAMÍREZ CAÑEDO: Es una especie de testamento pedagógico.

ENRIQUE UBIETA GÓMEZ: Es un testamento pedagógico y todavía más, porque son consejos para una niña, pero en todo lo que hace, en todo lo que escribe, Martí está delineando un proyecto de vida, un proyecto de Patria.

Entonces esa es la pelea, no es simplemente decir: somos cubanos. Ese que es fascista es cubano, sí, es cubano, lamentablemente es cubano. Luis Posada Carriles es cubano, y estoy convencido de que comparte con nosotros muchísimos elementos de cubanidad, probablemente le gusta la misma comida que a mí. Pero cuidado, estamos hablando de otra cosa. Y lo que tenemos que preservar y lo que tenemos que defender no es una cubanidad abstracta sino es el proyecto de nación que nos legaron, en el cual se funda –y aquí viene la otra palabra– nuestra cubanía, nuestra decisión de ser cubanos, nuestra decisión de ser representantes de este país, dondequiera que estemos, con orgullo.

Sobre la flexibilización de los símbolos que tú preguntas, por supuesto que nosotros no vamos a poner la bandera cubana en la ropa interior, como hacen los norteamericanos.  Hay que tener mesura, lo que pasa es que también hemos perdido espacio… La bandera es un símbolo y por eso duele ver a los cubanos que se visten con la bandera estadounidense o que enarbolan la bandera de las barras y las estrellas. Es verdad que es la bandera de un pueblo. Todos los pueblos tienen una bandera que los representa y todos los pueblos respetan su bandera. En Cuba jamás se ha quemado una bandera estadounidense. Pero también esa bandera es un símbolo, y es hoy el símbolo mayor que existe del imperialismo. ¿Por qué? Porque los Estados Unidos son el centro del imperialismo mundial –su gendarme militar y su mayor productor ideológico–; son los más agresivos y a la vez, los más sutiles. Entonces esa bandera recoge en sus colores, en su diseño, otra historia: la de las intervenciones militares en América Latina, la de las dictaduras fascistas impuestas y sus desaparecidos, la de la guerra de Viet Nam, la del bloqueo económico, comercial y financiero a Cuba, entre otras macabras acciones que llegan hasta la guerra sucia a Venezuela, que ahora mismo tiene lugar. ¿Se imaginan a un vietnamita vestido con la bandera estadounidense, mientras caen sobre su territorio bombas de napalm?, ¿cómo podría ser valorado por el resto de los vietnamitas?

Ahí está el peligro que mencionaba al inicio, yo hablaba de una subjetividad anexionista que se manifiesta de manera irreflexiva, porque a cualquiera de los que usan esos diseños malévolamente importados, usted le pregunta y es probable que reciba una respuesta incoherente. Y ese nivel irreflexivo es sumamente peligroso porque nos puede conducir hacia lo que Martí no quería. Martí se esforzó siempre porque la república que se construyera en Cuba fuera diferente a la de los Estados Unidos y a la de los caudillos latinoamericanos. Él quería crear algo nuevo y diferente, él quería que América Latina fuera un lugar donde se experimentara un nuevo proyecto de nación, y quería una América unida, una América Latina diferente, por eso hablaba de Nuestra América. Pero las nuevas influencias siempre existieron, este país siempre creció con las nuevas influencias. Claro, las nuevas influencias vienen cargadas de los valores de la cultura del tener, y ahí es donde está exactamente el peligro. Es decir, no se trata simplemente de esas influencias nos enriquecen o no, claro que nos vamos a enriquecer con otras músicas, nos vamos a enriquecer con otros estilos de vida, nos vamos a enriquecer con otras miradas. Pero tenemos que estar alertas contra todo aquello que atente contra nuestro concepto de felicidad.

Bueno, ya creo que es suficiente, no quiero extenderme más.

#Cuba y #EEUU, dos formas opuestas de enfrentar al huracán Irma

Consecuencias del huracán Irma

Francisco Herranz / Sputnik

El huracán Irma ha dejado un rastro de destrucción y muerte por el Caribe y el golfo de México. Su diámetro era tan excepcional que tenía el tamaño de toda Alemania: unos 330.000 kilómetros cuadrados.

Tras empezar las arduas tareas de reconstrucción, que en algunas áreas de la región tomarán años, ha llegado el momento de recapacitar sobre cómo se han enfrentado diferentes países al mismo fenómeno meteorológico devastador.

¿Han respondido igual cubanos y estadounidenses ante la tormentosa furia de Irma? Evidentemente no. Y lo notable es que los primeros han generado un sistema de defensa civil mucho más eficaz que los segundos, a pesar de la abismal diferencia presupuestaria que existe entre ambas naciones.

Nada mejor que tirar de las estadísticas para confirmar estos comentarios. Los datos comparativos son muy elocuentes. Sólo el año pasado, el huracán Matthew mató a 34 personas en EEUU y ninguna en Cuba. Lo mismo pasó con el tristemente famoso Katrina, uno de los más destructivos de la historia, que en 2005 acabó con la vida de 1.833 estadounidenses, la mayoría de ellos ahogados en Nueva Orleans.

Desgraciadamente Irma dejó esta vez en Cuba 10 víctimas mortales, una cifra completamente inusual. En lo que llevamos de siglo, Cuba ha sufrido el impacto de 29 ciclones tropicales de los cuales 10 han sido tormentas tropicales y 19 huracanes, nueve de ellos de gran intensidad. Hasta esta semana, solo 54 personas habían perdido la vida en un país que cuenta con 11,5 millones de habitantes.

Pero, ¿cómo es posible que una isla pequeña y pobre salve más vidas que el Estado más poderoso del mundo? Pues gracias a un sistema piramidal pero integrado en el que cada cubano sabe qué hacer y a dónde ir en caso de desastre. El método combina la solidaridad vecinal con la organización y disciplina militar.

A partir de la terrible experiencia del huracán Flora, que dejó 1.200 muertos en 1963, el Gobierno de La Habana viene realizando cada año desde 1986 un ejercicio nacional de defensa civil contra desastres naturales, previo al comienzo de la temporada de ciclones en el Atlántico, que va del 1 de junio al 30 de noviembre.

Durante el denominado Ejercicio Meteoro, que moviliza a toda la población, se activan las medidas de prevención y contención de peligros, y las maniobras de protección y evacuación de personas, bienes y recursos económicos. Se comprueban los sistemas de aviso, comunicaciones e información y, en general, se comprueba cada eslabón de la estructura con el nivel estatal. Se actualizan los sistemas sanitarios y se racionalizan los recursos, como el agua, la energía y la comida. Se organizan las labores de prevención directa, como la poda de árboles, que pudieran ser peligrosos durante el paso del huracán, la limpieza y desbroce de cuevas, la protección de las cosechas. Posteriormente, se evalúan las consecuencias y se asiste a los más damnificados. En consecuencia, se ejecuta un protocolo integral muy exhaustivo.

En Cuba hay un verdadero poder de movilización de la estructura social y política, y los cubanos responden bien a ese sistema. En otros países afectados regularmente por los ciclones, los habitantes pueden ser reacios a dejar sus hogares, sobre todo por temor a los robos, pero allí la gente lo hace porque confía en el sistema. Además, los cubanos, sobre todo los de las provincias, son solidarios y mantienen estrechos lazos con sus vecinos.

Hasta algunos militares estadounidenses estarían de acuerdo con ese análisis. “No obstante de ser un país pobre, con retos económicos de todo tipo, ellos [los cubanos] hacen un excelente trabajo en la prevención y en el enfrentamiento de los daños de los huracanes. Se podrá decir que eso sucede porque es un país comunista controlado. Pero al mismo tiempo debe reconocerse que la gente invierte una extraordinaria cantidad de tiempo preparando la prevención de daños a las propiedades y los seres humanos”, reconocía el general retirado Russel Honoré, jefe del comando especial para combatir la crisis desatada por el huracán Katrina.

Todo este sistema resulta impensable de aplicar en las costas de FloridaLuisiana o Misisipi, donde prima el individualismo como forma de vida. La desconfianza vecinal y los profundos desequilibrios sociales también agravan el problema.

Y luego hay sujetos como Rush Limbaugh. Para este presentador de radio y comentarista político conservador estadounidense, las advertencias sobre el huracán y su fuerza demoledora sólo fueron los últimos ingredientes de una trama que tiene por objetivo convencer a la Humanidad de que el problema del cambio climático “es real” cuando no lo es.

La razón para magnificar las noticias sobre el ciclón, considera el locutor, es hacer creer a la población que se trata del resultado del cambio climático y que hay que combatir ese proceso global con más recursos y medios financieros. Sus palabras suenan muy familiares, ya que evocan el discurso de Donald Trump al respecto de este asunto.

Pues bien, el tal Limbaugh tuvo que ser evacuado de Florida, donde vive y trabaja, hasta California. Aun así, fiel a su teoría conspiranoide, siguió desmintiendo que los huracanes sean cada vez más potentes que antes, y rechazando que el agua del mar que alimenta a los ciclones se está calentando cada vez más.

Personas como Limbaugh, que tienen más simpatizantes de los que pareciera, perjudican gravemente la efectividad de los planes de contingencia diseñados por las autoridades para estos casos extraordinarios. Muchos ciudadanos se negaban a abandonar sus hogares. Y morían.

Es lamentable, pero una parte de la sociedad civil estadounidense no se cree, repetimos, no se cree, el calentamiento global, aunque lo denuncien cientos de científicos y especialistas con múltiples datos y estudios. Gracias a Limbaugh y a gente como él, que aseguran que todo esto forma parte de un gran fraude para beneficiar a los grandes comercios, a los medios de comunicación y a los políticos que defienden la lucha contra la subida de las temperaturas. Y así les va.

 

Lo que Fidel le dijo a Lula: Realidades silenciadas.

tomado del blog La Pupila Insomne

En días recientes se han estado publicando en la web algunos análisis que recomiendan para la producción de alimentos en Cuba copiar soluciones de otros países de clima, demografía y recursos energéticos e hídricos muy diferentes. Sobre alguna de esas comparaciones ya escribí antes en el texto “Hay que decirlo todo” pero recomiendo este fragmento que publicara Fidel de su conversación con el líder brasileño Luis Ignacio Lula Da Silva  en enero de 2008, donde se mencionan elementos que no aparecen en los referidos análisis. Antes de que aparezca  algún  combativo comentarista, aclaro que esto lo dijo la misma persona que afirmó “Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado” y dedicó su vida a concretarlo, pero en ningún momento convocó a ocultar realidades objetivas como las que menciona aquí: 

Tú eres productor de alimentos, le añadí, y además acabas de encontrar importantes reservas de crudo ligero. Brasil posee 8 millones 534 mil kilómetros cuadrados y dispone del 30 por ciento de las reservas de agua del mundo. La población del planeta necesita cada vez más alimentos, de los cuales ustedes son grandes exportadores. Si se dispone de granos ricos en proteínas, aceites y carbohidratos ―que pueden ser frutos, como la semilla del marañón, la almendra, el pistacho; raíces, como el maní; la soya, con más del 35% de proteína, el girasol; o cereales, como el trigo y el maíz―, es posible producir la carne o la leche que desees. No mencioné otros de la larga lista.

En Cuba, le continué explicando, tuvimos una vaca que estableció récord mundial de leche, una mezcla de Holstein con Cebú. De inmediato Lula la mencionó: “¡Ubre Blanca!” exclamó. Recordaba su nombre. Le añadí que llegó a producir 110 litros diarios de leche. Era como una fábrica, pero había que darle más de 40 kilogramos de pienso, el máximo que podía masticar y tragar en 24 horas, una mezcla donde la harina de soya, una leguminosa muy difícil de producir en el suelo y clima de Cuba, es el componente fundamental. Ustedes tienen ahora las dos cosas: suministro seguro de combustible, materias primas alimenticias y alimentos elaborados.

Se proclama ya el fin de los alimentos baratos. ¿Qué harán las decenas de países con muchos cientos de millones de habitantes que no cuentan con una cosa ni otra?, le expreso. Esto significa que Estados Unidos tiene una enorme dependencia externa, pero a la vez un arma.

Sería echando mano de todas sus reservas de tierra, pero el pueblo de ese país no está preparado para eso. Ellos están produciendo etanol a partir del maíz, lo cual provoca que retiren del mercado una gran cantidad de ese grano calórico, continué argumentándole.

Lula me cuenta, con relación al tema, que los productores brasileños están vendiendo ya la zafra de maíz del 2009. Brasil no es tan dependiente del maíz como México o Centroamérica. Pienso que en Estados Unidos no se sustenta la producción de combustible a partir del maíz. Eso confirma, le afirmé, una realidad con relación a la subida impetuosa e incontrolable de los precios de los alimentos, que afectará a muchos pueblos.

Tú en cambio cuentas, le dije, con un clima favorable y una tierra suelta; la nuestra suele ser arcillosa y a veces dura como el cemento. Cuando vinieron los tractores soviéticos y los de otros países socialistas se rompían, hubo que comprar aceros especiales en Europa para fabricarlos aquí. En nuestro país abundan las tierras negras o rojas de tipo arcilloso. Trabajándolas con esmero, pueden producir para el consumo familiar lo que los campesinos del Escambray denominaban “alto consumo”. Ellos recibían del Estado cuotas de alimentos y consumían además sus productos. El clima ha cambiado en Cuba, Lula.

Para producciones comerciales de granos en gran escala, como requieren las necesidades de una población de casi 12 millones de personas, nuestras tierras no son aptas, y el costo en máquinas y combustibles que el país importa, con los actuales precios, sería muy alto.

Nuestra prensa publica producciones de petróleo en Matanzas, la reducción de costos y otros aspectos positivos. Pero nadie señala que su precio en divisas hay que compartirlo con los socios extranjeros que invierten en las sofisticadas máquinas y la tecnología necesarias. Por otro lado, no existe la mano de obra requerida para aplicarla intensivamente en la producción de granos, como hacen los vietnamitas y chinos cultivando mata a mata el arroz y extrayendo a veces dos y hasta tres cosechas. Corresponde a la ubicación y tradición histórica de la tierra y sus pobladores. No pasaron antes por la mecanización en gran escala de modernas cosechadoras. En Cuba hace mucho rato que abandonaron el campo los cortadores de caña y los trabajadores de los cafetales de las montañas, como era lógico; también gran número de constructores, algunos de la misma procedencia, abandonaron luego las brigadas y se convirtieron en trabajadores por cuenta propia. El pueblo sabe lo que cuesta arreglar una vivienda. Es el material, más el elevado costo del servicio que le prestan por esa vía. El primero tiene solución, el segundo no se resuelve ―como creen algunos― lanzando pesos a la calle sin su contrapartida en divisas convertibles, que ya no serán dólares sino euros o yuanes cada vez más caros, si entre todos logramos salvar la economía internacional y la paz.

Los ojos de Giustino y el regreso de Fabio Di Celmo

por Gabriel Torres Rodriguez

tomado del Blog GbayCuba
Los ojos de Giustino Di Celmo encerraban un abismo triste, profundo, negro. Quizás la tristeza los cegó para siempre, aunque nunca hubieran perdido la capacidad de escudriñarlo todo. Conversar con él siempre resultó una lección de humildad. Este redactor tuvo ese honor en varias ocasiones de su etapa universitaria. El anciano italiano en muy pocas oportunidades faltó a la cita futbolera que convoca desde hace más de una década la Universidad de Matanzas en honor a su hijo.
La Copa de Futbol Sala Fabio Di Celmo ya es, por tradición, un canto atlético a la paz, la solidaridad y la amistad entre las naciones y tuvo como su máximo patrocinador y más ferviente seguidor, desde su segunda edición, al viejo Giustino. ¿Por qué?
Fabio fue un amante empedernido del balompié. Comenzó las prácticas a la edad de siete años y casi todos sus pasatiempos infantiles estuvieron relacionados con ese deporte. Su pasión lo hizo debutar con el equipo Asociación Calcio, de la ciudad de Génova, y pese a tener sobradas condiciones, nunca quizo convertirse en profesional.
De acuerdo con su padre, a él le gustaba el fútbol para disfrutarlo, para divertirse y no para sentirse presionado por las exigencias que requiere un equipo profesional.
Este primero de septiembre, marcó dos años de la partida física de Giustino, mientras que el lunes último se cumplieron 20 del asesinato de Fabio en el hotel Copacabana, víctima del terrorismo contra Cuba.
El único partido de fútbol que jugó el joven en nuestro suelo fue en el municipio habanero del Cotorro, el 17 de diciembre de 1996. Su sueño de traer a los integrantes del Sciarborasca, su equipo, a jugar a la mayor de las Antillas quedaría trunco a causa de la campaña de terror organizada y financiada por la CIA contra los hoteles de La Habana en 1997.
Los esbirros contratados por Luis Posada Carriles troncharían los 32 años del joven Fabio y le arrancarían de cuajo el hijo menor a Giustino, quien por ese triste suceso decidió no irse nunca de Cuba y morir aquí.
Sobre su muerte, Posada Carriles diría en 1998 al The New York Times que esta había sido un caso imprevisto, de esos que se llaman “daños colaterales”, “ese italiano estaba sentado en el lugar equivocado en el momento equivocado”, mientras que para concluir espetaba que tenía la conciencia tranquila, “duermo como un bebé”.
Luego de dos décadas de esos viles sucesos, el más connotado terrorista del hemisferio occidental, vive tranquilo e impune en la ciudad de Miami, al cuidado de los monstruos que lo crearon.
Por su parte, el afligido padre, quien fuera veterano de la Segunda Guerra Mundial y luchador antifascista, desafiando a las amenazas que se cernían contra Cuba, brindó ayuda en la obtención de mercancías deficitarias para el pueblo cubano y dedicó los últimos años de su vida a la denuncia de los actos terroristas contra nuestro país desde las más diversas tribunas; no cesó de abogar por la solidaridad internacional con la Isla y por el levantamiento del bloqueo genocida impuesto por el gobierno de Estados Unidos.
En una de esas pequeñas pláticas que entablamos en la Universidad, muy cerca de la cancha y del bullicio juvenil, me comentó que “Fabio amaba mucho este deporte. Esa siempre será mi motivación. La motivación de un padre que perdió a su hijo joven y sólo quiere hacerlo feliz. Creo que haciendo esto, lo estoy haciendo feliz. Sé, que entre estos muchachos y muchachas que se preparan para jugar al fútbol, está Fabio”.