Por Nemo

Todos saben que el ser humano tiene cinco sentidos. Algunos teóricos, poetas y enamorados hablan del sexto sentido que desarrollan las mujeres: ese que les permite darse cuenta cuando los hombres mentimos y les desarrolla cierta intuición que sin dudas las hace especiales. Pero en Cuba todos, mujeres y hombres, hemos desarrollado a lo largo de nuestra vida en sociedad un séptimo sentido: el del transporte público.

Este sentido es compartido por la mayoría de los cubanos y tiene innumerables ventajas. Gracias a él usted puede memorizar el rostro de algunos choferes de las rutas habituales, incluso conocer sus nombres y hasta crear amistad con ellos para que lo recojan fuera de parada. Entre otras habilidades se desarrolla un lenguaje simbólico que va desde un silbido para que el chofer detenga la guagua, hasta mostrar un billete de cinco pesos que sustituye el carné de empleados.

También está estrechamente relacionado con los otros sentidos. Por ejemplo, tu olfato se acostumbra a convivir con pésimos olores, eres capaz de visualizar los números de las rutas incluso a seis cuadras de distancia, puedes diferenciar a través del oído una guagua del resto de vehículos rodantes que circulan por nuestras calles, acostumbras el tacto a esa sensación que queda en tus manos cuando agarras los tubos de un ómnibus después de las doce del día y por último, también ejercitas el sentido del gusto, porque al final, le terminas cogiendo el gusto a la dinámica de las guaguas.

Pero entre los cubanos hay un grupo –casi siempre mayoría–que diariamente viven de dos a cuatro horas dentro de una guagua o en una parada. Ellos desarrollan cierta intuición que les permite saber: 1) si la guagua se va o no a llevar la parada, 2) de qué forma se le ofrece al chofer cinco pesos para montar sentado en las primeras paradas, 3) los lugares donde es menos probable que te empujen y 4) cómo evitar discusiones y/o enfrentamientos violentos encima de la guagua.

Para esto último se recomienda evitar pisar, empujar o rozar al menor número de personas posibles y pedir disculpas cuando alguien te pise, te empuje o te roce. De ser posible, usar un mp3 para escuchar música y mantenerse alejado de cualquier conflicto. La mejor solución es pedir botella, pero no todos somos capaces de semejante hazaña comunicativa.

Algunos textos científicos han confirmado que el transporte proporciona uno de los ejercicios más completos. Se practica de todo: el atletismo a alta velocidad pero a cortas distancias, los agarres y las piruetas en las puertas de la guagua, el equilibrio sujetado a un tubo mientras el chofer intenta desafiar la inercia y el salto con obstáculos en el momento de bajarse del ómnibus.

Ahora, hay que tener cuidado porque el desarrollo excesivo de este sentido puede desarrollar ciertos desajustes mentales. ¿No han conocido acaso a esos locos-psiquiátricos que pudieran ser logotipos de algunas rutas capitalinas? Para evitar esos trastornos los médicos han recomendado montar bicicleta, conseguirse un carro o “pedir botella”. Siguiendo estos consejos son muchos los hombres que con su “cara a prueba de negaciones”, se paran en semáforos y esquinas esperando la buena voluntad de algunos choferes.

Pero independientemente de algunos efectos negativos, el séptimo sentido contribuye además a cierta formación vocacional relacionada al transporte público. Motivados por la dinámica generada en las guaguas hay quienes recogen el menudo, mandan personas a subir por la puerta de atrás e incluso son seguidores de frases como: pidan permiso que el pasillo está vacío o pégate y camina que con ropa no hace daño.

Por otra parte fomenta la solidaridad, porque entre tanta matazón siempre hay quien le brinda su brazo a la muchacha que no llega al tubo, quien te ofrece el asiento, te lleva la mochila, incluso, hay quien sin tu consentimiento se lleva tu cartera; nada, que somos cubanos y ese séptimo sentido también nos hace especiales y diferentes.