Cuando la creatividad no alcanza

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Por: Gisselle Morales Rodríguez (https://cubaprofunda.wordpress.com)

No sé si el amor alcanza, con los saltos que provoca en el estómago y las tonterías que en su nombre se suelen cometer; no sé el amor, pero la creatividad no le ha alcanzado al Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) para redondear una telenovela como Dios manda.

A estas alturas, tan acostumbrada estoy al bajón de calidad que han dado nuestros dramatizados de turno que no se me ocurriría pedir un culebrón como Sol de batey, Pasión y prejuicio o Tierra brava, capaces de detener un país de por sí detenido en los albores del período especial; ni siquiera como los más contemporáneos Al compás del son, Bajo el mismo sol o La otra esquina; pero una nunca termina de resignarse a la mediocridad audiovisual en que ha caído nuestra pequeña pantalla, al parecer sin remedio.

Medio predispuesta le entré a la primera entrega de Cuando el amor no alcanza, el nuevo producto estrella del ICRT que, con guion de Maité Vera, colaboración de Consuelo Ramírez y dirección de Jorge Alonso Padilla, transmite Cubavisión en las noches de martes, jueves y sábados. Medio predispuesta le entré, solo para salir completamente convencida de que lo asumiría como un programa humorístico más en la parrilla de la televisión cubana.

No puedo enfrentar de otra manera una producción con tan pocos matices, tan escasas sutilezas y tantos descalabros en la dirección de actores que una llega a preguntarse si lo que tiene delante —en 50 minutos que se vuelven interminables— es el capítulo de una telenovela o el cuadro dramatizado de Cuando una mujer. Casualmente ambos espacios comienzan con “cuando”…

A mí no hay quien me convenza de que los problemas de esta serie en específico son de presupuesto: se podía filmar dentro de un estudio levantado con cajas de cartón; se podía prescindir de las luces idóneas; se podía, incluso, lamentar los deslucidos diseños de vestuario y maquillaje y, aún así, con un buen guion de base y un mínimo de creatividad, el resultado final quizás no hubiese sido tan precario. Tan naif.

Quiero pensar en los buenos propósitos detrás de cámaras, en el arduo trabajo de los actores que debutan en televisión —los “Oh, Charito” de estos tiempos—, en los esfuerzos de una posproducción más dilatada de lo que aconsejan las buenas prácticas.

Quiero pensar en ello para no preguntarme, por enésima vez frente a los audiovisuales del patio, ¿quién decide cómo distribuir los muy menguados fondos del ICRT? ¿Quién aprueba guiones que luego ni Robert de Niro pudiera recitar orgánicamente? ¿Algún día entenderemos que los públicos en Cuba tienen mando para cambiar de canal y saben usarlo?

Si algo se le agradece a Cuando el amor no alcanza —en el fondo, siempre terminamos agradeciendo algo— es el intento de recolocar en pantalla la realidad insular contemporánea, el desvelo explícito de los realizadores por llevar a primeros planos no tanto el contrapunteo cubano de los precios y el salario, como las más disímiles historias de nuestra cartografía emocional. Agradecer, lo que se dice agradecer, solo eso: el intento.

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