El poder de los soviets

 

Todavía retumban en mis oídos los cañonazos del aquel buque casualmente llamado Aurora sobre el Palacio de Invierno de la Rusia zarista y el sonido de la locomotora número 293 que llevó a Lenin de vuelta a su país para dirigir un proceso que, en muy poco tiempo, cambiaría el mundo. No lo viví, pero en mis recuerdos permanecen frescas las narraciones de mi profe María Julia sobre el histórico día en que, por primera vez, los obreros llegaban al poder.

Quién puede dudar hoy, a cien años de aquel histórico octubre, que la revolución de los soviets impactó transversalmente en la vida de los seres humanos, no solo porque le mostró al mundo el camino hacia una formación económico social nueva o porque corrigió la teoría Marxista y la hizo viable cuando ya algunos la desestimaban, o simplemente por el auge que provocó en los movimientos de liberación nacional y en la creación de partidos comunistas en todos los continentes; sino por mostrar la alternativa al capitalismo, a la explotación del hombre por el hombre, por haber sido la voz de los esclavos sin pan y de los pueblos oprimidos.

La clase obrera en el poder demostró que era posible sacar del abismo un país como Rusia, semifeudal, y convertirlo en la potencia político militar que, aunque Hollywood nos diga lo contrario, derrotó el fascismo en Europa. Así mismo llevó un país estancado económicamente antes de 1917, a cifras de crecimiento sostenido durante años, con niveles de industrialización que llegaron a superar a los propios Estados Unidos.

Era la primera vez que un país alcanzaba tal desarrollo sin robarle recursos a las naciones subdesarrolladas, el más puro estilo occidental. Crearon el primer sistema sanitario universal y gratuito del mundo, en el 1960 tenían más médicos y camas disponibles que sus contrincantes americanos, su sistema de educación también tenía alcance universal desde la primaria hasta la educación superior, llegaron a tener cinco veces más ingenieros que los norteamericanos.

El desempleo y la malnutrición fueron palabras borradas de los diccionarios soviéticos, hasta la estatura media aumentó por las mejoras en la dieta del ciudadano medio. Datos más que suficiente para que occidente le declarara la guerra, intentara mostrarlos como un modelo fallido y para que el emperador Reagan los llamara el Imperio del Mal. Parecía imposible que un sistema tan consolidado en todos los órdenes se desplomara como lo hizo.

Fidel lo avizoró, eran tantas las contradicciones y la pérdida de la memoria histórica que no hizo falta empujarle mucho para darles el gusto a teóricos como Francis Fukuyama de proclamar el fin de la Historia. Las causas del colapso han sido más que analizadas y si el secretario general obró por imprudencia o maliciosamente solo se conocerá cuando se desclasifiquen los archivos secretos de inteligencia; pero lo cierto es que se adoptaron medidas que debilitaron el papel dirigente del partido y los intereses de la clase obrera.

La economía informal creció al nivel que superó en algunos renglones el intercambio comercial del estado, al punto que próximo a 1990 los particulares llegaron a importar más ropas que las instituciones públicas. Muchos administradores actuaban como dueños de los recursos y pagaban los favores que recibían con los bienes de las empresas, generando corrupción, la formación de pequeñas mafias y la semilla de una clase social neo burguesa, más identificada con los valores del capital que con los del trabajo creador.

Se eliminó la emulación socialista, se le dio más valor a los estímulos materiales que a los morales, paralelamente se pretendió desideologizar la prensa. Se eliminó el papel dirigente del partido en los medios, que inmediatamente fueron infiltrados por elementos contrarios al sistema que sutilmente comenzaron a combatir el socialismo.

Se calumnió y se amplificaron los errores de los dirigentes fallecidos. Se les desmontó la historia. Se desdibujó el verdadero enemigo, Mc Donalds y Mickey Mouse se convirtieron en abanderados de valores como el egoísmo y la vanidad. Errores sobre los que tenemos que meditar quienes pretendemos seguir siendo la alternativa, solo así no los repetiremos.

El mundo no resistirá por mucho tiempo la hegemonía del capital y la alternativa no es otra que un sistema que privilegie las esencias por encima de la superficialidad. Más allá de que el socialismo en Europa del Este haya fracasado, o lo hayan hecho fracasar, no se puede ser hablar de él en pasado, porque el socialismo es futuro, es esperanza, y el octubre luminoso de 1917 será la guía para que los pueblos se alcen en busca de una nueva aurora.

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