El sonido de Miami

okoncuba-bfe-miami-2014-1-755x490Ya no sorprende. Cada fin de semana Miami se llena de Cuba. Donde quiera que vayas hay música, baile, disfrute. Poco a poco la ciudad abandona el espacio sórdido del recuerdo y mira la cultura de la Isla como parte amigable de la vida diaria.

Si la Ley Torricelli, en su carril dos, esbozaba la política people to people con el fin de que existiera una participación de académicos cubanos, artistas e intelectuales en foros norteamericanos, lo que se ha dado en llamar “intercambio cultural” es un fenómeno distinto. Más allá de ideologías y de un uso deliberadamente político del asunto, lo que está pasando desborda toda previsión.

En la cultura, los elementos que se asocian a la constitución de lo nacional viajan con los emigrados. A nadie le extraña que, en ciudades marcadas por una población inmigrante, esta cultive y enaltezca su cultura. En el caso de Miami y Cuba, un sector de la comunidad cubana ve en la creciente participación de artistas de la Isla una maniobra deliberada del gobierno cubano con el fin de incidir, penetrar y debilitar sus posiciones antigubernamentales.

Se acusa de intercambio desigual; que artistas cubanos radicados en Miami no pueden actuar en Cuba, que no disfrutan allá de la misma libertad de expresión con la que algunos músicos han defendido en Miami sus ideas.

Este mismo sector pide que Willy Chirino, Gloria Estefan o Paquito D’Rivera actúen en la Plaza de la Revolución, y que se les permita expresarse políticamente. Pero han sido los propios artistas quienes han puesto condiciones para ir a Cuba.

Es al menos cuestionable que un artista renuncie a tener una relación natural con su público. Es extraño que le ponga condiciones, que se escuden en el gobierno. Con esta actitud al único que privan del disfrute de su arte es al propio pueblo que dicen defender.

Lo cierto es que con posiciones políticas encontradas, o no, cada vez más artistas emigrados actúan en las plazas de La Habana. Algunos han expresado su deseo de regresar definitivamente a Cuba, como Manolín, el Médico de la Salsa, o Issac Delgado. Otros como Tanya o Pancho Céspedes van al encuentro de su público natural, sin complejos, con la libertad de ofrecer arte a quien desee disfrutarlo.

Los medios intentan dar la idea de que existe un Ministerio del Intercambio Cultural contrario a los intereses de la comunidad cubana. Para ellos, los EE.UU. son cómplices del régimen cubano, pues permiten una desproporción entre los artistas que vienen y los que van. No entienden que, en todo caso, el intercambio no es entre Cuba y Miami; es entre Cuba y los EE.UU. Hay que entender que estas participaciones obedecen a una lógica de interacción entre el artista y su público, no a una planificación política.

El más reciente incidente lo provocó el concierto de Buena Fe en el Miami Dade Auditorium. Los que se oponen al proyecto social cubano arremetieron contra la actuación e intentaron sabotearla por todos los medios.

Por una vez reinó el sentido común y el alcalde del Condado Dade, Carlos Giménez manifestó que no suspendería el concierto y que en su Condado, a pesar de las protestas, se cumplían las leyes norteamericanas. El día del concierto, sobre las cinco de la tarde se registró, según datos de la Policía de Miami, el pico de “protestantes”, unos 300. Al inicio del concierto, tres horas después, casi 2 000 personas corearon “Cuba va” y el resto de las 22 canciones que el dúo regaló a su público.

Ni esas 300 personas afuera protestando, ni las cerca de 2 000 disfrutando, representan a toda la comunidad cubana residente en los EE.UU. pero, aunque sean formas de participación antagónicas, no necesariamente tienen que ser excluyentes. No se puede catalogar de anticubano a quien entiende que alabar a Fidel o a Raúl puede ser ofensivo para una parte de la emigración, del mismo modo que amarlos no puede ser un motivo para recibir ofensas. Al final, disfrutamos del concierto sin preocuparnos de los carteles, los gritos de “comunistas” y las ofensas. Ellos también disfrutaron su protesta, sin preocuparse de que en el Teatro, de pie, se cantaron las canciones que acompañan a una generación de cubanos desde hace diez años.

De los artistas cubanos que llenan las salas de Miami no todos vienen de Cuba. La propia dinámica de la cultura, junto a los cambios demográficos en la masa emigrada, señalan que han pasado los tiempos de las exclusiones. El cubano recién llegado quiere seguir en contacto con su cultura, quiere disfrutar de su música, de su cine, de sus artes visuales. Del mismo modo que participan en conciertos de Los Van Van, Charanga Habanera, David Torrens o de los que, en su momento, integraron Habana Abierta, también persiguen en Internet las telenovelas cubanas, las series policíacas y las películas.

Es hora de dejar de llamar “intercambio cultural” a lo que es un reencuentro natural entre miembros de una misma comunidad cultural. La participación del arte creado en la Isla en los espacios norteamericanos funciona, para el público norteamericano, como una forma de acercamiento a la cultura de un país vecino que, debido a una absurda política, no pueden disfrutar plenamente. Para los cubanos emigrados es estar en contacto con la identidad, con el ruido común, con el ambiente del cual nos hemos alejado pero al que nunca renunciamos.
La cultura es el alma de la Nación. Más allá de las consignas que intentan igualar Patria, Estado, País, Gobierno y Nación, a través de la cultura se entroniza la identidad, algo que está por encima de ideologías o políticas específicas.

Un cubano llega a este espacio de tierra a noventa millas de su casa y siente que, en sus olores, mezclado con el mar y la comida típica, está lo que lo define. Cientos de banderas cubanas bordean las principales calles de esta ciudad, cada dos pasos, un anuncio te recuerda cómo puedes enviarle dinero a tu familia o cuán baratas son las llamadas a la Isla.

Ahora, también, Miami suena a Cuba.

(Por: Jorge de Armas. Tomado de OnCuba)

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