Hotel Sagua: ¿cerrado por derribo?

hotel-sagua-cerrado-por-derribo2-e1424224154956(Tomado de Cubaprofunda) Parece un edificio de Kobane, no tanto por su arquitectura, típica del eclecticismo insular de principios del siglo XX, como por el estado de devastación en que se encuentra: balcones a punto de precipitarse sobre el asfalto —algunos perdidos ya, irremediablemente—, plantas invasoras minando los entrepisos, puertas y ventanas abiertas sin piedad a la intemperie. Lo que se dice un inmueble asolado por la guerra.

El Grand Hotel Sagua, sin embargo, no se encuentra en Siria, soportando el fuego cruzado entre los kurdos y el Estado Islámico; sino en medio de la Villa del Undoso, cuyo centro histórico fue declarado hace apenas cuatro años Monumento Nacional a despecho de la depauperación urbana, más que evidente.

La declaratoria de marras debía amparar también al otrora Grand Hotel, erigido entre 1925 y 1927 y llamado Hotel Sagua, a secas, por generaciones sucesivas de lugareños. Debía ampararlo, repito, pero en la práctica ni Dios mismo pone su mano sobre una edificación que se desmigaja de a poco: un mármol, hoy; los cristales del vestíbulo, mañana…

Por más que miro —y admiro— la imponente estructura, por más que me abstraigo no logro imaginar a Federico García Lorca asomado a uno de los balcones del tercer nivel, donde dicen que se alojó el poeta durante su visita a Sagua. Paso frente a sus fachadas, miro hacia arriba y por mi madre que muero de pena con Lorca.

Y no es que se haya despeñado en la desidia ex profeso. Proyectos y más proyectos ha manejado la oficina local de Monumentos y Sitios Históricos, no pocas reuniones han intentado llegar a acuerdos concretos y hasta una vez se emprendió la casi descabellada iniciativa de dividir el hotel y colgarle en el cuello a cada empresa del municipio la responsabilidad de restaurar un pedazo diferente. El resultado hubiese sido un Frankestein ecléctico, pero ni eso.

Intentando averiguar bajo la jurisdicción de quién languidece el “Sagua”, me sale una muchacha muy atenta al teléfono:

—Cubanacán, dígame.

—Mire, yo estoy buscando a la administración del Hotel Sagua, le respondo, pero no me deja terminar la idea.

—Mima, tú no eres de aquí, ¿verdad? ¿La administración de dónde, si eso está cerrado desde, ¡uf!, quién se acuerda? Aquí lo que hay es una oficina de reservación de la cadena de viajes Cubanacán, una farmacia por divisa y la otra parte está cerrada por peligro de derrumbe desde hace muuuuucho tiempo. ¿Cuándo tú viniste por última vez a Sagua?

Fue precisamente esa frase la que me reveló hasta qué extremos me lleva la nostalgia. Deslumbrada con los rescoldos de grandeza del que en su época fuera uno de los mejores hoteles de Cuba, obnubilada con lo que queda de su abolengo, me negaba a aceptar lo inevitable: que ya firmó su condena a muerte, que la Empresa de Comercio y Gastronomía a la que todavía pertenece no tendrá ni por asomo el presupuesto que su restauración requiere y, peor aún: que no constituye la principal urgencia en una ciudad en la cual hasta su símbolo identitario, el Puente El Triunfo, está a punto de caerse sin remedio.

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