NN-9953

 

Pasadas las cinco de la tarde, el piloto del vuelo NN 9953, en Ruso, pronosticó un viaje tranquilo de 12 horas y media, lo que no sabía la tripulación era que el Boeing 777-300 que cubría la ruta Habana-Sochi llevaba demasiada energía interna como para ser normal, cuando ya pasó el miedo de los primerizos y el respeto al despegue de los más experimentados, aquel avión devino en discoteca, en sala para el debate, en el mejor rincón de amor y en un espacio para confraternizar con los 100 jóvenes latinoamericanos que acompañaron a los 250 cubanos que removerían el balneario del Mar Negro.

Sochi es una ciudad que parece estar concebida para grandes acontecimientos, los Juegos Olímpicos de Invierno del 2014 y el ya próximo Mundial de Fútbol en el 2018, y que a ese mismo nivel hayan ubicado el XIX Festival de la Juventud y los Estudiantes dice mucho de la prioridad que le dio el gobierno ruso a la cita de las juventudes progresistas del mundo. Sin dejar de señalar que el evento estuvo pensado más para el esparcimiento que para preocuparnos en cómo resolver los problemas del mundo actual.

Sin embargo el hecho de convocar a Rusia a más de 20 000 jóvenes de 150 países, en el año que el mundo conmemora el centenario de la Primera Revolución Socialista, con un Festival dedicado a Mohamed Abdelazzi, líder del pueblo saharahui, al Guerrillero Heroico Ernesto Che Guevara, y al más grande de los cubanos del siglo XX y parte del XXI, Fidel Castro, entraña un simbolismo para nada despreciable, máxime si esa misma juventud se debate hoy entre las esencias y el consumo, entre su supervivencia y una guerra cultural y simbólica que se ha lanzado a escala planetaria para apagar el fuego de las utopías redentoras surgidas con el inicio de siglo, luego de que algunos se lanzaran a presagiar el Fin de la Historia.

De allí que entre los temas que movieron la agenda en Sochi estuvieron las luchas de los movimientos estudiantiles por sus reivindicaciones, la preocupación por el avance de la ultraderecha con el apoyo del capitalismo y la necesidad de no olvidar el pasado para construir un mundo mejor.

Una vez más esta pequeña isla del Caribe se hizo sentir, desde la misma ceremonia inaugural en la que cuando menos lo imaginamos el grito ensordecedor de 20000 jóvenes comenzó a corear Cuba, Cuba, Cuba…., hasta en los finales de cada jornada cuando un número considerable de participantes de todo el mundo bailaban hasta el amanecer con la buena música cubana frente al edificio que aguardaba la delegación de la Mayor de las Antillas.

Más allá de eso, hay algo importante: estas citas nos sirven a los jóvenes cubanos para mirarnos en el espejo. Para poder comparar y a simple vista obtener un resultado abrumador: los problemas del estudiantado y de la juventud del mundo, sus luchas y exigencias, constituyen batallas ganadas hace tanto, que hasta creemos que nos “tocan por la libreta”.

Derechos humanos elementales como una educación y una salud de calidad, seguridad social y seguridad en las calles, alimentación, son algunas de las preocupaciones de los asistentes a estos foros, por eso hay quien le preguntó a los delegados cubanos: qué sienten al estar varias horas en un hospital sin ser atendido, o si conocíamos en Cuba algún movimiento que luche por una educación de calidad. Desgraciadamente para ellos y afortunados nosotros de que esa no sea nuestra realidad.

A Sochi llevamos una vez más la verdad de Cuba, sus logros, sus aciertos, y por qué no, también sus desaciertos, en la aspiración de construir una sociedad diferente, alternativa al capital y al imperio, que tenga en el centro al hombre nuevo, ese que ejemplificaron Fidel y el Che.

Aunque la lucha no será fácil y tardará años, este XIX Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes demostró que tenemos suficientes reservas acumuladas para proseguir el camino hacia un mundo mejor, donde no existan imperios, transnacionales ni explotación del hombre por el hombre, y así poder construir, sobre las ruinas de estos males, la paz, el respeto entre iguales, el amor entre los seres humanos, en otras palabras, honrar el pasado y construir el futuro.

Ya de regreso a Cuba, las turbulencias del Boeing 777-300 eran mayores, las energías se habían multiplicado y los deseos de regresar y contar lo vivido durante ocho días no cabían en la nave aérea, así mismo la convicción de 250 cubanos sobre la necesidad de preservar un sistema como el cubano, imperfecto pero perfectible, justo y humano.

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