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El escritor chaqueño Mariano Quirós está publicado en Cuba

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Mariano-Argentina

Sugerir cambios Yunier Riquenes García

Tomado del blog: Claustrofobias

El escritor chaqueño Mariano Quirós está publicado en Cuba. Me lo advirtió su editor cubano, Norge Céspedes. En el año 2013 Ediciones Matanzas puso a circular la novela Río Negro. Dice Norge que esta novela lo sorprendió desde la primera lectura y desde entonces sigue a este escritor nacido en Resistencia, Chaco, Argentina, en 1979. 

Mariano Quirós, es escritor y editor, y entre sus libros aparecen Robles (Premio Bienal Federal), Torrente (Premio Iberoamericano de Nueva Narrativa), Río Negro (Premio Laura Palmer no ha muerto), No llores, hombre duro (Premio Festival Azabache) y Una casa junto al Tragadero (Premio Tusquets de Novela). También se reconoce la calidad de los cuentos de Quirós por los que ha sido reconocido.

Recientemente, Mariano participó en la Feria Internacional Digital del Libro de Ciudad de Resistencia. Y allí lo vi y escuché que leía desde niño, siempre le gustó mucho leer. “La lectura es lo que más me gusta en la vida”, afirmó rotundamente, y dijo que su madre y padre son muy lectores, ambos lectores de historia, y él se confesó lector de ficción.  Como no solo de lecturas está hecho uno, según el mismo Quirós, le gusta también la música, le gusta mucho el rock para ser más preciso. Y entrando a su narrativa dijo que muestra cómo hablan y son los resistencianos. La obra narrativa de Quirós tiene a la ciudad de Resistencia como escenario en casi todos los casos.

Quirós dice que es comunicador social; puede escribir y leer en espacios públicos, escribir donde y como sea; el argumento de que no tiene tiempo para escribir, no le funciona. Escribe situaciones atroces para que no le sucedan a él. Escribe a la inversa, dice, escribe la vida que puede tener después. “Escribo casi todos los días, siempre tengo proyectos de escritura. No tengo problemas de bloqueos”. Y para terminar su participación en la Feria Digital de Ciudad de Resistencia, Quirós lee un fragmento de la novela Una casa junto al Tragadero.

Norge Céspedes, el editor cubano de Mariano Quirós me dice que Río Negro, la novela publicada en Cuba, estaba muy limpia cuando llegó a sus manos. Le hubiera gustado tener más contacto con el escritor y le gustaría volver a editar otra de sus obras en Cuba. Recuerda que es una novela en el que concurren el humor negro, el cinismo, la inocencia, el sexo, las miserias humanas, la violencia más extrema. La suma de todos estos ingredientes da como resultado final una delirante “comedia negra”.

Me pongo en contacto con Quirós y le digo que lo vi en la Feria de Resistencia desde Santiago de Cuba, le digo que su novela ha desaparecido de las librerías. Me escribe que le alegré el domingo y añade:

“La verdad es que la trayectoria de Río Negro me sorprendió y me hizo muy feliz, por varios motivos: si bien la escribí hace casi una década, recuerdo el entusiasmo, la seguridad con que emprendí la escritura, una seguridad y una confianza que pocas veces volví a sentir (más allá de lo que se pueda juzgar del resultado); pero también hubo otras alegrías, la novela recibió un premio muy lindo en Argentina, el “Laura Palmer no ha muerto”, y fue muy bien recibida. Pero la alegría mayor es que siempre me hablaron muy bien de la novela, con cariño. Y publicar en Cuba fue como un premio agregado. La historia cultural y política de Cuba ha marcado profundamente a la Argentina, de manera que te podrás imaginar el entusiasmo, la expectativa que representó para mí la edición cubana de Río Negro”.

“El río Negro se extiende por más de 400 kilómetros dentro de la provincia del Chaco. El hecho de que haya escogido su nombre para el título de la obra, da a entender que su incorporación a la misma va más allá de situarlo como simple telón de fondo. Mariano Quirós ha señalado el simbolismo del río Negro”, me escribe Norge.

Me voy otra vez adentro del libro, y pienso que esa novela de Mariano Quirós, publicada en Cuba, puede ganar más lectores. Subrayo una frase de un personaje que puede parecerse al espíritu del autor: “Mi intención en realidad había sido que Miguel comprendiera que el de escritor no es un oficio cualquiera, que los verdaderos escritores no se amilanan ni siquiera ante el prominente filo de un hacha”. Es así, estamos delante de Mariano Quirós, un verdadero escritor.

Fotografía: Revista Leamos http://www.revistaleemos.com

UN JUAN CANDELA LLAMADO ONELIO.

por: MADELEINE SAUTIÉ

tomado del blog: El Ciervo Herído

14 mayo, 2019omartodaviaDeja un comentario

Onelio-Jorge-Cardoso
El escritor cubano Onelio Jorge Cardoso.

MADELEINE SAUTIÉ

madeleine 3

«Una vez hubo un hombre por Mantua o por Sibanicú, que le nombraban Juan Candela y que era de pico fino para contar cosas». Y hay otro que no ha muerto, aunque el registro civil marque su deceso el 29 de mayo de 1986. Su nacimiento fue el 11 de mayo, pero hace 105 años y su nombre es Onelio Jorge Cardoso, mayúsculo cuentero, orgullo y magisterio de las letras cubanas.

El de «pico fino» tenía «la boca fácil y la cabeza llena de ríos, de montañas y de hombres» y contaba en las noches historias alumbradas por un farol, en el barracón donde sus compañeros, cansados de trabajar todo un día en los cañaverales cubanos –con «el cuerpo doblado» y «el sol a cuestas»– se disponían a escucharlas. El otro, el de Calabazar de Sagua, en la antigua provincia de Las Villas, tuvo que ganarse desde temprano el pan en diversos oficios, pero el talento literario halló el modo de abrirse paso y, habiendo tenido ya algunos resultados, ganó en 1945, en el célebre concurso Alfonso Hernández Catá el primer premio, con Los carboneros.

Otras labores, cuentos y estímulos vendrán a resaltar desde entonces el nombre de Onelio. Publicará su primer libro, Taita, diga usted cómo, y aparecerá su firma en otras publicaciones de carácter antológico. Será maestro rural, vendedor ambulante, redactor de noticieros, escritor de libretos de radio… merecerá otros lauros, como el Premio Nacional de la Paz, por su cuento Hierro viejo, verá publicado en 1958 su libro El cuentero.

El triunfo de la Revolución iluminó la vida espiritual de Onelio, amante de la cultura, los escritos, los libros. Además de dirigir varios frentes en el mundo de las instituciones, hizo periodismo. En este diario fue jefe de reportajes especiales y trabajó como jefe de redacción de Pueblo y Cultura y del semanario Pionero. Fue consejero cultural en Perú y Presidente de la Sección de Literatura de la Uneac, hasta el fin de sus días. El doctorado Honris Causa le fue conferido por la Universidad Simón Bolívar, de Bogotá, en 1983, y por la Universidad de La Habana, en 1984.

En una ocasión reveló haber heredado el estilo de sus cuentos del modo de hablar de su padre. «Iba al grano y tenía una gracia natural que se me fue pegando». Y es cierto: haberlo leído es ir al encuentro de un estilo donde no falta ni sobra una letra, para dar ambientes y situaciones de asombrosa plasticidad.

El campo, su gente, los escenarios sencillos, los pueblecitos provincianos, los pescadores, los niños, los viejos, el mar; pero también la savia filosófica de la vida: el triunfo del trabajo sobre la muerte; la necesidad de crecer y emprender el vuelo; la importancia de alimentar y defender los sueños… son, entre otras, imperiosas presencias en la obra de este narrador medular, que desde un «puesto» omnisciente ha legado a las letras del patio esencias de la nobleza del cubano junto a una generosidad palpable desde los primeros instantes de la lectura.

Como las joyas de las letras continentales que son deben admirarse sus obras, verdaderas divisas para el lector adulto, incluso las destinadas al público juvenil. Valga recordar –por solo citar una de las más reconocidas y realizar con ello un ejercicio de franca seducción– las palabras con las que abre su pieza narrativa Francisca y la muerte, factura inolvidable para quien la haya alguna vez leído.

«Santos y buenos días –dijo la muerte, y ninguno de los presentes la pudo reconocer. ¡Claro!, venía la parca con su trenza retorcida bajo el sombrero y su mano amarilla en el bolsillo. –Si no molesto –dijo–, quisiera saber dónde vive la señora Francisca».

Por suerte el sistema de enseñanza nacional lo inserta en su plan de estudios –oportunidad para asomarse a otros textos de su autoría y garantía de que los niños todos lo conozcan– y bibliotecas y libreros familiares albergan sus obras. Un centro veinteañero y prodigioso en nuestro país lleva su nombre y decir Onelio es experimentar una plácida dulzura. Ha de ser por los poderes incuestionables que tiene la literatura para quienes la consumen y propinan al lector un poco, o mucho, del alma de quien la escribe.

DESIDERIO NAVARRO SOBRE CULTURA DIGITAL Y PENSAMIENTO CRÍTICO

Releerlo ahora que ya no está físicamente provoca en mí una absoluta sensación de desamparo, porque Desiderio Navarro ha sido uno de los poquísimos intelectuales cubanos que quiso reflexionar críticamente sobre las humanidades digitales.

Como advierte en su mensaje, no se trata solo de adquirir tecnologías, sino de implementar Políticas Públicas que fomenten el uso creativo, y construir un cuerpo de ideas que acompañe ese conjunto de nuevas prácticas. Si algo agradecemos en el Proyecto “El Callejón de los Milagros” (tal inspirado en muchas de las acciones que él popularizó) es ese desvelo por sembrar en la comunidad miradas críticas. Al menos en ese sentido, su legado intelectual está a salvo.

JAGB

DE DESIDERIO NAVARRO A JUAN ANTONIO GARCÍA BORRERO

Querido Juany, estimados amigos y colegas:

Lamento mucho que problemas de salud me hayan impedido estar con ustedes hoy y perderme las intervenciones y debates de ese Primer Encuentro sobre Cultura Audiovisual y Tecnologías Digitales que Juan Antonio ha organizado con tanta pasión como conocimiento de la compleja problemática enfocada.

No puedo ocultar que, además de las razones estrictamente intelectuales de mi voluntad de apoyo a un evento así, me mueve también mi identificación con esfuerzos que me recuerdan los que yo hacía hace cincuenta años por desarrollar en Camagüey una cultura crítica sobre todo en la esfera del cine, que era el gran tema de la cultura audiovisual de la época. Es también por ello que haría todo lo posible por contribuir a que sus esfuerzos de hoy no se vieran frustrados como los míos de entonces por la ignorancia, el conservadurismo, el miedo a lo nuevo y otro, el aislacionismo provincial y nacional, etc.

Más que de Criterios y su experiencia localmente pionera en la divulgación digital del pensamiento teórico, hubiera querido hablarles de problemáticas que van mucho más allá de Criterios y que he venido planteando en otros contextos: por una parte, las consecuencias negativas que puede traer a nuestra cultura y sociedad la demora en el desarrollo y actualización de la cultura digital, y, por otra, los problemas socioculturales que pudiéramos evitar poniendo fin a la demora o la omisión en el estudio y aprovechamiento crítico de las reflexiones y contribuciones prácticas internacionales sobre los problemas ligados a ese desarrollo ya avanzado en otros países.

Y eso concierne a cuestiones tan heterogéneas que van desde el aumento del fraude escolar y académico mediante Internet hasta la futura sobrecarga informacional.

U otro ejemplo, sin ir más lejos: todos los problemas que están detrás de un proyecto como Los Mil y Un Textos en Una Noche en Cuba y, en general, de la información científica internacional en Cuba: la situación de las bibliotecas, las editoriales y las importaciones, de las traducciones en la esfera del pensamiento, del conocimiento de las grandes lenguas internacionales del mundo académico, de la adquisición de los derechos de autor; de los altos precios de artículos, revistas y libros en formato electrónico on-line, y, sobre todo, el problema de la selección y sus criterios.

Basta ver la bibliografía de numerosos artículos, ponencias, tesis y proyectos nacionales cuyos autores demuestran haber tenido acceso a Internet, para darse cuenta de que ese acceso es sólo la primera parte del problema. Lo más difícil comienza con la orientación y selección en medio de un contaminado océano informacional cuyas aguas Google y otros buscadores se encargan de revolver aún más. Estar desinformado no es un obstáculo para obtener más información, pero sí para llegar sin extravíos a la información del máximo valor. Y es por eso que se hace tan necesaria esa cultura digital crítica por la que tanto aboga Juan Antonio y a cuyo desarrollo en Camagüey seguramente contribuirán todos ustedes en este encuentro.

Espero poder acompañarlos en marzo en el “Taller de la Crítica Cinematográfica”, al que vendría con ejemplares de Denken 1, 2 y 3, y con los nuevos 1001 textos teóricos que hoy no les llegaron.

Éxitos les desea su coterráneo. Con un fuerte abrazo,

Desiderio

El grumete y los tiburones

Por Lázaro David Najarro Pujol/Ilustraciones René de la Torre

(Del libro inédito de crónicas Muchachos de los Canarreos)

tomado del Blog Camagüeybaxcuba

Las corúas revolotean al paso de la embarcación. Solo faltan algunas horas para que el sol se esconda en el horizonte. Navegamos una vez más hacia el golfo. Habíamos salido de la Pasa del Vapor. En el vivero del bonitero 79 de la Flota Pesquera de Cayo Largo del Sur saltan las diminutas manjúas, principal materia prima para engoar el bonito. Los pescadores localizan los cardúmenes de distintas formas: mediante el pájaro delator. Benito conoce de cabo a rabo las zonas de pesca de Isla de Pinos.–Pero a bordo del barco nosotros sabemos buscar las marcas pa’ localizar el pez, pero hay un tripulante que es muy bueno con los prismáticos en la mano.

–Si, me comentó Fausto, que los ojos del Galleguito son prodigiosos.

–Usa mucho, como se dice por ahí, el «sexto» sentido que hasta ahora no le ha fallado.

– Míralo…

El Galleguito se sitúa encima de la caseta de popa y en esa posición escudriña el cielo y el mar en busca de las gaviotas, el rabihorcado u otra ave marina que indique dónde puede estar la mancha de bonito.

–Observa al Este, Galleguito, me parece que vi un ave.

–No, al Este no se aprecia nada.

–A veces es necesario mirar más allá del horizonte pa’ poder localizar al pájaro delator y, el Galleguito, con sus ojos de águila, lo hace con extraordinaria facilidad –me dice Benito.

–Entonces, Benito, en el caso del Galleguito no vale el refrán de que quien más mira, menos ve.

–Así es.

El Galleguito combina experiencia con la vitalidad de su juventud. El pescador escucha contento la conversación entre el patrón y yo. Sin dejar la observación responde a mi curiosidad:

–Tengo que agradecer eso a Benito, a Fausto y a muchos otros que me enseñaron a ver con los anteojos, porque la primera vez no podía adaptarme y entonces practiqué bastante. Siempre la tripulación confió en mis ojos.

Desde que el barco salió del quebranto, El Galleguito se mantiene en la caseta de popa en busca de movimientos de gaviotas, rabihorcado…, para indicar al patrón hacia dónde está la mancha de bonito. A veces, centenares de esas aves marinas andan juntas y facilitan el trabajo.

–Hoy no es nuestro día. No se ve una puñetera gaviota.

–No te desanimes, en cuanto caiga un poco el sol, aparecerá la mancha –le responde el patrón.

Pasan dos horas de constante búsqueda y solo se ha podido localizar un rabihorcado aislado, perdido en la azul lejanía. Benito cambia el rumbo y el Cayo Largo 79 se adentra en el profundo golfo. De pronto la voz del Galleguito pone en tensión a la tripulación.

–¡Benito, Benito! ¡A sotavento la mancha!

–Mantén la mirada al suroeste.

–Oye, Benito, ya estamos encima de la mancha.

–Oye, no te apures Galleguito.  Todo a su tiempo. Ustedes, Cachirulo, Fausto, Álvarez… ¿qué esperan para tomar la vara? Muévanse rápido.

–Despreocúpese, Benito, que antes de entrar a la mancha estaremos ahí –responde Fausto.

.La embarcación se dirige hacia la mancha.  Se divisan las gaviotas que se lanzan con rapidez en pos de los peces.

–A toda máquina.

–Benito, ya se ve el hervidero de agua y espuma de los bonitos detrás de la manjúa –le digo.

–Ahora si va a picar el peje, ya tú verás que sí.

El Cayo Largo 79 tiene en la popa un pequeño balcón de madera. Sobresale de la cubierta, en el espejo de popa, como un metro y medio. Protege al pescador, escasamente, hasta más abajo de la rodilla.

–Fíjate, muchacho, cómo las gaviotas se lanzan en busca de peces pequeños que vienen en la mancha –me dice Fausto.

Entonces comprendo lo que Benito me había dicho al salir de la Pasa del Vapor:

«La gaviota, como los tiburones y el pez gata, es fiel guía de los pescadores boniteros».

–¡Atentos muchachos! –alerta el Patrón.

Pronto se ve la presa a nuestras espaldas. Benito, modera la marcha. Navegamos a una velocidad de dos millas por hora. Comienzan los movimientos y los preparativos de la faena de este atardecer.

–¡Arriba! ¡Arriba! En un momento como éste todo el mundo tiene que estar en acción, incluso tú David –me dice el patrón.

–Lo que usted diga, Benito. Espero sus órdenes.

–Mantente ahí. Yo te avisaré.

Cada quien ocupa su puesto. En el barco estamos ocho tripulantes. La mayoría se ajusta los camisones de lona para protegerse de las espinas y del contacto directo y fuerte del bonito. En los tinteros colocan el extremo inferior de la caña de pescar. Benito, con la vara en una mano y el timón en la otra, comienza la maniobra circular alrededor de la mancha. Mira al manjuero.

–¡Arriba, arriba! Échale, chico, que ya viene por la vuelta –Benito da órdenes sin levantar la vista de la vara.

–Ahora Galleguito, engole la mancha con más brío. Échele bastantes manjúas.

El Galleguito engoa la mancha para atraer los peces. El movimiento es peligroso. Cuando está en la banda tiene casi el cuerpo entero fuera de la cubierta: de la rodilla hasta la cabeza. Además, del manjuero, el resto de la tripulación está en constante peligro ya que entre uno y otro pescador sólo media una cuarta.

–Tengan cuidado que con el anzuelo pueden enganchar al compañero que tienen a su lado –previene a Álvarez.

–¡Arriba, dale que está picando!

Todos están en tensión. La manjúa es lanzada viva al mar.

–¡Agarra, David!, ¡agarra el timón! Oye, pero continúa los movimientos circulares alrededor de la mancha. No podemos perder esta oportunidad que el peje está picando.

–¡Benito, Benito!, ¿eso que viene en popa es una ballenato? ¡Nos va a virar el barco! ¡Estamos perdidos! –me preocupo.

–No, muchacho, no. Eso es un pez dama. Así tan grande como tú lo ves solo come peces pequeños. Vamos, no pierdan la mancha.

El patrón realiza constantes giros. Está inquieto. Benito, Cachirulo y Fausto traen a cubierta los primeros ejemplares. Lo sigue Álvarez, quien a pesar de iniciarse en esas faenas lo hace muy bien. Parece indicar que tiene cierta experiencia o aprende rápido. Pronto la popa se ve ensangrentada por los bonitos.

–¡El peje está picando y hay que aprovechar la abundancia! ¡Cómo ésta no tendremos otra oportunidad!

La tripulación realiza movimientos casi perfectos mientras yo guio el barco.

–Arriba, muchachos que esta mancha es nuestra.

«Benito tiene razón. Esto es único. Realmente la pesca del bonito es emotiva. Desde el instante que se localiza la mancha siento una alegría inmensa». Pienso.

Sobre el azulado golfo los peces comienzan a brincar. Nos enloquecemos. «Parece que esta vez no será como en las anteriores que se le ha echado la carnada y el pez no ha querido picar. ¡Pero de dónde salen tantos peces! Es imprescindible aprovechar el cardume en cuando se aproxime a la popa».

–¡Oye, David, aprende, que te necesito como engoador! ¡Estos peces están locos por comida!

–Cuando quieras, Benito.

Suben sincronizadamente los bonitos.

–Oye, Neno, toma el puesto de David y usted, David comience a engoar. Necesito al Galleguito aquí con una vara

Son cinco hombres que se agitan como gladiadores sobre el balcón de popa.

–Usted, Orlando, encargase de ordenar los bonitos capturados.

El mar está picado. Las olas sobrepasaban la cubierta y las aguas salen por los imbornales. La operación de los hombres es precisa, segura y rápida a pesar de las violentas sacudidas de la embarcación. Los pescadores sostienen con destreza sus respectivas varas de caña brava de unos 5 metros de longitud.

–Esa es la cosa, muchachos. La cubierta está repleta de bonito –se entusiasma el patrón..

–¡Y como comen estos bichos! –digo.

Sin embargo, Benito quiere aprovechar que el pez pica.

–¡Échale, David! ¡Échele! No te detengas que se nos van.

–Mira, David por la popa del barco nos acompaña una mancha de tiburones. Caramba se están comiendo los bonitos que vienen en los anzuelos.

Ahora soy el engoador. Cuando me pego a la banda a echar la manjúa tengo casi todo el cuerpo fuera de la cubierta. Quedo en el aire. Un bandazo del barco me hace perder el equilibrio.

–¡Benito, Benito, coño, el estudiante se cayó al mar!

El Galleguito está tan asustado como yo.

–¡Alabado sea Dios! –se lamenta el patrón.

Los temores dominan al viejo pescador, mientras yo lucho por agarrarme del puntal de la caseta, desafortunadamente no lo logro. «¡Carajo! Me he golpeado fuertemente el fémur izquierdo. Lo que me faltaba: las astillas de la madera me han rasgado el muslo. ¡Tengo una herida! La sangre atraerá a los tiburones».

El agua se torna roja. Estoy en el mar violento. Me agarro del neumático que se utiliza de defensa y luego me aferro al puntal.

–¡No te sueltes, muchacho! A unos metros de ti tienes tres tiburones.

No tengo casi fuerzas para subir a cubierta. Pierdo el sentido de lo que está ocurriendo. Cierro los ojos y cuando los abro, veo los tiburones cerca de mí. El miedo me paraliza. De golpe me llega a la memoria la imagen de aquella joven de ojos verdes-castaños con la que tenía un encuentro pendiente. Siento miedo de morir antes de conocer la felicidad. «¡Miedo! Tengo miedo. Ahora sí estoy entre la vida y la muerte. ¿Me habré convertido en carnada para tiburones?» Puedo morir en un abrir y cerrar de ojos. Siento que me ronda la muerte.

–¡Muchacho! ¡Agárrate bien! ¡No te sueltes pa’ nada!

El duelo comienza. El patrón, muy pálido aún, tira la vara, corta varios bonitos que lanza al mar. Coge un arpón y golpea a uno de los acuáticos que se hace fuerte.

–¡Vamos a ver si te resiste ahora carajo!

El viejo pescador le clava una y otra vez el pincho al tiburón. El inmenso animal desiste de su principal presa e inmediatamente se une a los otros dos tiburones que se precipitan sobre los trozos de bonitos.

–Rápido, Cachirulo. Agarra al muchacho antes de que se lo coman vivo. Ayúdalo usted Fausto. Hálenlo por los brazos.

–¡Dame la mano muchacho, dame la mano!

Los nervios me atenazan al ver nuevamente la sombra de un tiburón. Reacciono y, con los ojos apretados para no ver la mandíbula del tiburón cuando rasgue mis piernas, extiendo una mano.

–¡Ayúdame a subirlo, Fausto, que ya lo tengo! Así es.

–Vamos, ya lo tenemos.

Me ayudan a subir. Todo ocurre en unos segundos. Benito me echa una frazada por los hombros y me abraza. Me limpia la herida y cubre con una venda.

–¡Carajo, muchacho! qué susto nos hiciste pasar. Pero todo está bien, ¿verdad?

–¡Estoy vivo!

–¡Bien, muchacho bien!

–Estoy vivo, porque el Galleguito vio cuando me caí al agua y todo el movimiento de los tiburones –digo nervioso.

–Pensé que te devorarían. Es un milagro que estés vivo. Les vimos muy cerca, a un metro de ti. Me asustó la manera de moverse el pez, el que Benito arponeó. Nadaba muy rápido y andaba asustado. Incluso dio tres vueltas. Fue cuando Benito le lanzó los trozos de bonito. Por suerte, solo fue un susto.

–¡Menos mal! Yo creía que no iba a contar el cuento.

No puedo precisar si temblé de frío o de miedo. Ese atardecer estuve a punto de perder mi vida, aunque sólo contara con 14 años. Es mi primera aproximación a la muerte, a una muerte temprana.

Cuando caí al mar sentí una sensación de confianza y voluntad de sobrevivir, aunque fue un momento espeluznante. Pude imponerme al pánico ante la proximidad del peligro. No puedo explicarme cómo con el fuerte oleaje y el barco en movimiento logré aferrarme  al puntal y luego al barco. Con mi incidente terminó la pesquería.

–Hoy no es tú día de morir, muchacho. Te has librado de una muerte perra. ¡Dímelo a mí que casi me come uno!

El viejo pescador muestra la mordida de tiburón con orgullo, casi como un trofeo de batallas pasadas.

–Oye, Benito te asustaste más hoy que la mañana que fuiste atacado y estremecido por la mordida de aquel tiburón que te sumergió en el agua.

–Claro que si, Galleguito. No sabía lo que estaba pasando. No lo sabía. Además, era mi vida. Pero si a este muchacho le pasa algo, nunca me lo podría perdonar. Vaya, que se lo coma a uno un tiburón en plena adolescencia, no lo podría soportar.

La cubierta está ensangrentada y llena de bonitos que contorsionan en su agonía.

–Vete a descansar, muchacho. Hoy ha sido un día muy duro para ti.

Camino hacia el caramanchel de proa, aún con los temblores del susto y el frío. Cierro el camarote por dentro para que nadie pueda entrar y me acuesto. Pero que va. Apenas consigo pegar ojo. Cuando la luz del sol deja de dar en la claraboya de estribor salgo a la cubierta todavía asustado.

–¿Te sientes mejor?

Le digo que sí a Benito, moviendo la cabeza de arriba hacia abajo.

–Ya todo pasó, David. Ya conociste la vida del mar, muchacho.

Las horas pasan lentas. Próximos a la Pasa del Vapor la tarde comienza a reclinar. Pronto nos sorprende la noche. El Galleguito empuña el timonel. Benito indica con las manos que se mueva a babor, pero no entiende las señales del patrón.

–¡Galleguito a babor! A estribor chocarás con una baliza.

–Ya la vi, Benito, ya la vi. Pierda cuidado.

A pesar del contratiempo logramos una buena captura.

–Cerramos con broche de oro. Y tú, muchacho eres partícipe en el cumplimiento del plan de captura de bonito.

Fausto, Cachirulo y el Galleguito extraen las vísceras de los plateados ejemplares, mientras que los restantes tripulantes los dejan libre de sangre y los refrigeramos. Las olas son inmensas. Los maderos del barco crujen.

Entrevista con el viejo eremita de la literatura

ermitañoEra ya tarde cuando fui a entrevistar al Viejo Eremita. Lo hallé envuelto en una toalla  estilo Thomas Chippendale y un turbante hindú. Su pasión por el erasmismo lo llevaba a un conjunto de excentricidades, que al cabo se disolvían en una intrascendencia clave e inevitable.
El Viejo Eremita era tan viejo como eremita, nunca se le conoció por otros atributos a pesar de su multifacética producción literaria. Iba desde el cuento fácil hasta la pornografía barroca. Pero el papel que asumió como ser apartado y antiguo sustentaba una fama mundial, la cual servía de alimento a los entresijos de sus obras.
“Un Viejo Eremita no siempre fue viejo y eremita, como suelen creer”, estas palabras salieron de una boca fumadora y barroca. Como esas historias que hilvanaba en secreto y que nadie lee y todos dicen leer. Me explicó que su ceguera, otro atributo, no sólo era falsa sino verdadera. Falsa por carente de sustento real, y verdadera por irrebatible.
“Cuando un hombre decide no ver, no ve nada”. Claro, él no veía, pero observaba más que los demás desde su torre de marfil. Su turbante le servía de antena para plagiar aquellas metáforas del aire que nadie usa, y la toalla estilo Thomas Chippendale era una especie de escudo medieval que lo mismo se usa en las nalgas que en el pecho. La utilidad de aquellos atributos físicos se vinculaba a la cábala y al deseo que tiene todo eremita a saber del encierro real de otros. “Porque el verdadero encierro es la libertad que  gozan los demás”, insistía en señalar a lo largo de la entrevista.
La Humanidad necesita de eremitas que encierren esa parte del hombre que es una bestia y que así logra la libertad más absoluta. Por lo general dos castas se destacaron en dicha tarea: los santos y los escritores. Ambas profesiones igual de intercambiables e inútiles. Aunque haya hombres sin tacha, la tacha sigue, aunque exista el arte, se hace aún contraarte.
Así que un eremita lo mismo pudiera encerrarse que no, ambas acciones resultan útiles e inútiles. La utilidad del encierro está en el encierro mismo, que resulta una virtud. Su inutilidad reside en que no cambia nada ni aspira a cambiar nada. De todas formas un eremita vive encerrado, así esté libre. En una muchedumbre se sentirá eremita.
Los mejores, como mi entrevistado, se iban a la casa, construían pobres chozas, echaban mano a torres improvisadas con palos, pintaban viviendas de pescadores en viajes a paisajes imaginarios. El acceso a su literatura, siempre escabroso, implicaba la entrada en un mundo de encierro. Para algunos lectores esos elementos literarios, como un cuarto, una cama, la máquina de escribir y la infelicidad; son sutilezas de otro encierro. Pero la obra de un autor es su primero, esencial y único encierro.
Un eremita de la literatura tiene además otras cualidades. Hermetismo es el sustantivo que de inmediato los críticos cincelan a la entrada de esos encierros. Hermes, dios de la comunicación, encripta su mensaje para que sólo lo lea aquel avezado. Y así la poesía o el relato actúan como cartas privadas que un eremita escribe para todos, y que lee el elegido. De manera que la obra funciona como celda cerrada y jaula abierta.
Lo que para unos es celda, otros lo toman como la Puerta.
La Puerta es el único camino.
Sólo el eremita lo transita sin moverse de sitio.
En verdad el eremita se mueve.
Los demás lo vemos inmóvil, porque estamos como en  piedra.
Todo eremita es un Gran Móvil y mueve a los demás eremitas mensajes que a su vez moverán el movimiento colectivo. El móvil del eremita está en lo inmóvil, o lo que vemos como tal. Ellos deciden ver para no ver, nosotros no podemos decidir qué ver y por eso jamás vemos nada. Sólo el eremita en su caverna accede al fuego y vive dentro de las llamas.
La gran tragedia de mi eremita era su temor a que lo accedieran.
El acceso era la transgresión y la burla a su erasmismo recalcitrante, la ruptura de la celda y la llave que se pierde. Volver al encierro se torna luego imposible. El eremita por su propia naturaleza rehúye dar la mano, saludar o decir “hola” aunque sea de lejos. Permite que se sepa de su vida sólo fragmentariamente y a través de los siglos, mediante hagiografías de santos escritas a mano corrida en medio de los monasterios.
Todo eremita es ante todo un monje, no importa de qué credo. Los hay literarios, pero también de la comida chatarra, el sexo, la falta de sexo, la soledad y la adicción a las muchedumbres que gritan y a la vez sostienen el silencio. Los que escriben historias o poemas a menudo tienen una celda en lo alto de un castillo, una jaula tapiada que da a la campiña. Le llevan la comida y él bebe y vive mientras oye el canto de los pájaros.
Todo eremita es el Eremita con mayúsculas. Lleva en sí el erasmismo mayor y lo guarda como una logia, jamás devela el misterio de su encierro ni la antigüedad de esos escritos. En una cronología de eremitas se sostiene que la finalidad última de esos hombres está en una Obra Mayor, cuyo trabajo consiste en proseguirla y dejarla siempre inconclusa. Aquel libro de libros trata sobre todos los libros, los escritos y los imaginables. Los inimaginables y los indecibles. De manera que los eremitas tienen un gran valor y a la vez carecen de valor; encarnan la superficie y viven en lo profundo; están en todas partes y carecen de residencia.
Esos erasmistas constituyen una logia sin logia, que jamás toma conciencia de su organicidad ni su estructura.
Según la leyenda, los eremitas viven a la espera de un eremita de eremitas. Un plebeyo que vaya sobre un asno y diga la verdad sobre el libro siempre inconcluso. En manuales apócrifos se prueba la posibilidad de ese mesías, pero el credo de casi todos refuta su plausible venida. Por constituir libros sediciosos sólo se leen a la luz del candil, en noches donde resulta fácil la refutación y el arte negativo.
Aquel eremita de la literatura no estrechó mi mano, no saludó, sólo emitió  bocanadas de humo barroco en medio de la entrevista. Un encuentro que dejó casi nada que publicar. No le interesaba el futuro de su logia, porque se supone que nunca hubo un pasado o un presente. Tampoco le incumbía la palabra logia, o el término eremita. Ambas carecían de sustento si se ponían bajo miras metafísicas. Y la metafísica es el arte de indefinir lo indefinible. O sea de oscurecer lo oscuro.
Su ceguera habitual era voluntaria y declarada, sus escritos estaban en blanco, su mirada iba hacia la pared como el que se busca en las manchas de humedad. Aquella mirada era un cuadro polisémico, o sin sema. Como quiera que se le vea, el eremita erasmista estaba en un estado donde la verdad y la mentira carecían de peso, al punto de que ambas flotaban como equivalentes en ambos puntos de una balanza.
El sentido de una entrevista con el viejo eremita de la literatura pudo estar en conocer su aporte a esa historia inconclusa que jamás se ha de escribir. Un libro de libros que sólo los apócrifos prometen darle final, pero que estos hombres del desierto, los castillos y las letras inconformes y las páginas en blanco; jamás tomarán en serio.
El eremita no toma nada en serio, su vida sólo es seria cuando se abandona el encierro y entonces deja de ser vivida. La vida del eremita depende de su muerte constante, de que niegue entrevistas u oculte datos, de que no concluya el libro de libros, en que le suban la comida con rondanas hasta la ventana de una celda tapiada. El desierto es desierto gracias a los eremitas. No hay literatura, no hay sombras, no hay libros; sólo quedan estos seres de bocanadas barrocas que dicen y no dicen y viven en una contradicción que alguna vez será la única y real coherencia.
(Tomado del blog Letra irreverente. Por Mauricio Escuela)