TITÓN, LA BELLEZA Y EL NUEVO MUNDO

 

Llevo varios días revisando el epistolario de Tomás Gutiérrez Alea. Al estar agotado, hay interés en publicar una reedición corregida, y para mí es un verdadero placer ayudar a su compiladora Mirtha Ibarra.

Leer a Titón muchas veces duele. Era un pensador incómodo, al que no le importaba quedar bien con los grupos, sino con su conciencia. En lo personal, eso es lo que más me ha seducido siempre de él. Más que sus películas, incluso: hablo de esa posición de intelectual insobornable que le rendía culto al pensamiento por cabeza propia.

Desde luego que asumir esa actitud implica una factura. Se me aprieta el pecho cuando leo esta nota íntima redactada en 1968:

He estado deprimido todo el día porque estoy solo. Estoy excluido cada vez más. Tengo una obra que realizar y, sin embargo, no pienso en ella y me pierdo en cosas de menor importancia. Eso cierra otro círculo vicioso. Porque cuando pienso en ello me siento más deprimido”.

¿Así que ese sentimiento de soledad intelectual nos afecta de la misma manera a todos? Trato de ponerme en la piel de Titón, porque yo también me siento solo en Camagüey. La diferencia es que Titón necesitaba de la institución para hacer sus películas. A mí me interesa aportarle al sistema institucional algunas ideas novedosas, pero estas siguen sin ser percibidas. Yo podría alejarme de una vez de la institución, y dedicarme por entero a esa Enciclopedia Interactiva del Audiovisual Cubano que ya va por casi 3000 páginas. Mi obra a realizar podría ser esa, y quizás algunos la agradezcan más que el Proyecto “El Callejón de los Milagros”…

Y, sin embargo, no es tan sencillo. El jueves pasado hicimos en Nuevo Mundo la Cibertertulia, y esta vez exhibimos el documental Testigos de la luz, de Miguel Vizoso. Exhibimos este documental que habla de la belleza y la espiritualidad en una institución cultural (la primera de su tipo creada en el país hace treinta años) que tal vez tenga las puertas más feas y desvencijadas del mundo, o un lobby que parece un almacén oscuro de objetos desechables.

Y a pesar de eso la Cibertertulia fue un éxito, con su salita llena de estudiantes y profesores del ISA. Funcionó porque cuando la luz exterior falla, siempre queda la posibilidad de apelar a la que llevamos dentro, y que solo uno como individuo puede responsabilizarse de mantenerla encendida.

Me gustaría pensar que cuando el documental habla de los testigos de la luz, habla de esa luz interior que perdura incluso en esas circunstancias donde ya parece que han arrasado con todo.

Los que estuvieron esa tarde allí fueron los que trajeron un poco de albor a ese Viejo Mundo que hoy es Nuevo Mundo.

Juan Antonio García Borrero

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