Una entrevista a Orlando Borrego, asistente y confidente del Che Guevara

Por Miguel Bonasso
tomado de Segunda Cita

El guerrillero argentino ayer hubiera cumplido 75 años. Página/12 habló con el autor de dos libros sobre sus ideas y vida, que combatió con él en la Sierra, fue su viceministro, su compañero de seminario sobre “El Capital” –con Fidel también de alumno– y nunca pudo cumplir el encargo de crearle “una fuercita aérea” en Bolivia. Un diálogo que aclara algunos mitos y malentendidos y describe al hombre y al comandante.

Cuando Orlando Borrego recibió los materiales para un futuro libro que le enviaba su jefe, el Che Guevara, desde Praga, estaba muy lejos de imaginar que contenían una terrible profecía: la implosión hacia el capitalismo de la Unión Soviética. El Che, a quien Borrego había secundado en la creación y desarrollo del famoso Ministerio de Industrias, colocaba la lente sobre el famoso Manual de Economía Política ordenado por Stalin y llegaba a conclusiones sorprendentes para la época (1965): “El estudio sereno de la teoría marxista y de los hechos recientes nos colocan en críticos de la URSS (…) Creemos importante la tarea (del libro) porque la investigación marxista en el campo de la economía está marchando por peligrosos derroteros. Al dogmatismo intransigente de la época de Stalin, ha sucedido un pragmatismo inconsistente. Y, lo que es más trágico, esto no se refiere solamente a un campo de la ciencia; sucede en todos los aspectos de la vida de los pueblos socialistas, creando perturbaciones ya enormemente dañinas pero cuyos resultados finales son incalculables. (…) La superestructura capitalista fue influenciando cada vez en forma más marcada las relaciones de producción y los conflictos provocados por la hibridación que significó la NEP se están resolviendo hoy a favor de la superestructura: se está regresando al capitalismo”.

El documento guevarista, de gran valor teórico e histórico, está contenido en el libro Che: el camino de fuego (Ediciones Hombre Nuevo, Buenos Aires, 2001) del cubano Orlando Borrego, junto con otros aportes fundamentales sobre la reflexión teórica que iba procesando el Che mientras trabajaba en la construcción práctica del socialismo cubano. El próximo martes, 17 de junio, Borrego presentará en Buenos Aires su nuevo libro Che, recuerdos en ráfaga que complementa, desde el terreno anecdótico, el nuevo abordaje sobre la rica personalidad del Comandante Guevara iniciado con El camino del fuego.

En vísperas de la presentación, Borrego dialogó con Página/12 y el cineasta Tristán Bauer -un especialista en el tema guevarista- acerca de esos años decisivos (1959 a 1965), en que vivió día a día junto a su famoso jefe las etapas fundacionales de la Revolución Cubana. Desde aquel día lejano en que el joven estudiante y militante del 26 de Julio se integró a la columna 8 “Ciro Redondo”, al mando de un argentino irónico, aparentemente despectivo, que en un almuerzo inaugural le dijo para pincharlo: “Los estudianticos no sirven para combatientes”. Y luego, de postre, le cuestionó su afición “burguesita” por los Lucky Strike, hasta que el “estudiantico” reaccionó y el Che se disculpó con una carcajada: “Bueno, no te pongas bravo” y, en relación a los cigarrillos, “los americanos también producen buenas cosas”.

Vendrían después los entrenamientos y combates, hasta la histórica toma de Santa Clara, en la que Orlando Borrego participó “modestamente”, según sus palabras. Sin embargo, para su frustración, no pudo marchar con el Che a La Habana y permaneció en Santa Clara como ayudante de regimiento. Hasta que Guevara, establecido ya en La Cabaña, debió reemplazar a un general de Fulgencio Batista que comandaba la junta económico-militar de la fortaleza. Suárez Gayol, uno de los colaboradores del Che, le sugirió que designara a Borrego, que era contador. Entonces, el joven primer teniente de la revolución pasó a sustituir a un general de intendencia en aquel cuartel maestre de gran complejidad en el que la dictadura de Batista había metido hasta cines y tiendas de lujo para los oficiales superiores. Paralelamente a sus tareas administrativas, Borrego fue nombrado jefe de los tribunales que sentenciaron a los torturadores batistianos.

En agosto de 1959, en una reunión informal, el comandante Guevara le preguntó si quería trabajar con él en “la aventura de la industrialización” y no lo pensó dos veces. Cuando al Che lo nombraron presidente del Banco Nacional de Cuba, Borrego quedó como jefe del Departamento de Industrialización, “aunque para nada entendía de aquello”. A partir de ese momento se convertiría en el segundo de Guevara y en el hombre que habría de reemplazarlo en los viajes, hasta quedar a cargo de la decisiva industria azucarera y no poder acompañar al jefe en la lucha del Congo y en la encrucijada final de Bolivia.

Entre el ’59 y el ’63 vivieron una odisea muy bien relatada en los dos libros de Borrego: “Los nuevos administradores no sabían nada. Una vez nombramos a un muchacho de las FAR que todavía no había cumplido los veinte años. Cuando armamos el Ministerio de Industrias ya había cientos de fábricas y la cosa se volvía inmanejable: trabajábamos desde las nueve de la mañana hasta las tres o cuatro de la madrugada. Yo despachaba todas las noches con el Comandante, hasta que en una de esas desveladas me dijo: ‘Oye, nos estamos agotando demasiado, hagamos un pacto, no nos quedemos más allá de la una de la madrugada'”.

-¿Cómo era el Che en la jefatura? ¿Tan duro como algunos lo pintan? 

-Esa es una parte que yo quiero desmitificar, porque se lo ha pintado como el jefe guerrillero superduro. Si bien un jefe militar no puede ser nunca muy blando, supo ser con todos nosotros afectuoso y bromista. Como cualquier ser humano tenía contradicciones, era superorganizado en la dirección del trabajo en el ministerio y desorganizado para sus documentos personales. Lo veo frente a su escritorio, con un lío de papeles, donde sin embargo sabía dónde estaba cada cosa. ¿Tal carpeta? Para allá, le decía al secretario.

-¿Quién era el secretario? 

-Es interesante, porque de ese hombre no se ha hablado nunca, José Manuel Manresa, que murió hace poco tiempo. Había sido soldado de Batista y el Che, que calaba a la gente, se olvidó que ese hombre había sido soldado de Batista y lo mantuvo a su lado, primero como mecanógrafo y luego como el hombre total de confianza que incluso lo inyectaba cuando le daban los ataques de asma. Manresa se manejaba muy bien en el desorden del escritorio y sabía dónde estaba cada cosa. Había tal empatía con el Che que ya se entendían por señas. A veces bastaba un gruñido, un sonido ininteligible y Manresa sabía que debía buscar la carpeta azul.

-¿Cómo hablaba el Che? ¿Con un acento híbrido entre argentino y cubano? 

-No, no, otra mentira, otra leyenda. El Che asimiló el lenguaje cubano. Ya cuando fue a la Sierra Maestra, hablaba como cubano. Ahora sí, es verdad que cuando se irritaba por algo le salía el acento argentino, las palabras argentinas.

-¿Cómo lo definiría, dejando las hipérboles, en aquella etapa de construcción? 

-Jamás se me ocurren elogios desmesurados en relación al Che. Pero sí considero que es un clásico de la ciencia de la dirección. Que se apegó a estudiar como un salvaje, no sólo la experiencia socialista sino también la capitalista, con autores de las escuelas más conocidas de aquella época. La organización del ministerio, que estuvo a cargo de Enrique Oltuski, es un precedente muy importante en Cuba…

-Según diversas biografías, Oltuski sería uno de los hombres claves del Che.

-Sí. Un personaje: polaco, judío, formado en Estados Unidos. Durante la lucha guerrillera, Oltuski (que era el jefe de Las Villas) tuvo broncas horribles con el Che, pero el comandante lo nombró jefe del proyecto de organización del Ministerio de Industrias. Y Oltuski hizo una gran tarea apoyado en especialistas, incluso algunos que habían sido asesores de organización de grandes empresas norteamericanas. Trabajó en ese proyecto durante meses. Mientras seguíamos en el Departamento de Industrialización que funcionaba en la Plaza de la Revolución, en el edificio donde ahora está el Ministerio de las Fuerzas Armadas. Hasta que nos asignaron el edificio donde ahora está el Ministerio del Interior. El Che iba revisandoel proyecto cada tanto tiempo. Cuando Oltuski terminó fuimos al ministerio y el Che comenzó su inspección por el comedor, preparado ya para recibir a toda la gente, con el menú semanal incluido. En las oficinas estaban todos los detalles cuidados: los documentos, los papeles, las lapiceras, los lapicitos afilados, todo eso. Nunca se ha hecho en Cuba después una organización con semejante detalle, en la que bastaba con trasladarse y ponerse a trabajar. Ayudamos todos pero el que dirigió ese proyecto fue Oltuski, el polaco, un tipo riguroso, que había trabajado en la Shell y sabía de organización. O sea que la selección del Che fue excelente. Cuando llegamos al despacho del ministro, el Comandante dijo al abrirse la puerta, “esto sí que no lo acepto”. Porque se habían puesto unos muebles que no eran lujosos, pero él consideró lujosos porque tenían mucho color.

-Era muy duro en la ideología de las costumbres, ¿no? Muy austero.

-Superaustero. En todo, en la comida, en todo, de no aceptar nada que el pueblo no tuviera también, de no tener ninguna distinción porque era jefe. Por eso, cambió los muebles que le parecían para señoritos y hoy el despacho se conserva tal cual, como museo. Bien, cuando pasamos al nuevo edificio se armó el equipo de viceministros, y él me nombró viceministro de Industrias Básicas y luego su segundo (viceministro primero) para coordinar todo el trabajo de los viceministros, despachar con él y aliviarle la carga, porque era además jefe de una región militar y atendía la Junta Central de Planificación.

-¿En qué etapa? 

-Desde el ’61 hasta el ’64. Hasta que se fue al Congo. Durante ese tiempo estuve yo como viceministro primero y después, cuando le dio la gana, me nombró ministro del Azúcar. ¿Eso tú sabes cómo fue? Yo estaba en la casa, me había acostado a las 3 o 4 de mañana y llamó como a las 6 y pico. El era muy afónico cuando llamaba por teléfono, tenía una voz muy especial, y me dice: “Bueno, estate acá dentro de unos minutos, en la casa”. Y salí para su casa. Y me abrió la puerta y me dice con esa cara de ironía: “Buenos días, señor ministro”. Y nada más. Y yo dije: “Bueno, se va de viaje otra vez”. Porque yo me quedaba de ministro. Y me dice: “No, no me voy de viaje, pasa para acá”. Y nos sentamos. Y me dice: “Anoche te designamos ministro de la Industria Azucarera”. Y dije: “¿Cómo?”. Se había decidido la famosa zafra de los diez millones. Esto fue muy duro porque yo había soñado con que cuando el Che se fuera de Cuba, yo sabía que se iba a ir, y entonces yo iría con él.

-¿Usted ya sabía que se iba a ir a otro lado? 

-Sí, ya sabía. Lo sabíamos desde México, porque en México le dijo a Fidel que cuando se encaminara la Revolución Cubana quería irse a luchar a América latina, por supuesto a Argentina, y que no quería ningún tipo de limitación y eso fue un compromiso personal de Fidel. Sobre este tema se han escrito muchas mentiras y toda esta infamia de que el Che se fue de Cuba disgustado con Fidel. Así que volviendo a lo del ministerio, me dijo: “Sí, se te designó anoche”. Y yo: “Es una broma, ¿no?”. “No, broma no, se te designó anoche”. “Oye, ven p’acá, ¿yo soy una mesa o una silla?” “No, ¿por qué dices eso?” “¿Es que a mí se me puede mover como un objeto? ¿Y si no estoy de acuerdo con ser ministro?” “Vamos, vamos… que un carguito de ministro le gusta a cualquiera”. Yo tenía 26 años entonces y no sabía nada del sector azucarero.

(En ese punto del diálogo interviene Tristán Bauer para recordarle a su amigo Borrego que no nos ha contado todavía cómo funcionaba el grupo de jefes revolucionarios que se puso a estudiar El Capital de Carlos Marx.) 

-Al tercer año del triunfo de la revolución, se decide en el Consejo de Ministros crear un seminario sobre marxismo, y empezar a estudiar El Capital. En el grupo estaban Fidel, el Che y otros compañeros. Entonces les piden a los soviéticos que manden alguien especializado en El Capital y los soviéticos designan a un compañero que se llama Anastasio Mansilla, que era uno de aquellos muchachos españoles que cuando la guerra de España sus madres los mandaron para la Unión Soviética porque tenían miedo que los mataran. Mansilla llegó a la URSS a los nueve o diez años, creció y estudió allí, se hizo economista y después doctor especialista en El Capital. Ese era el profesor enviado por Moscú para darle clases al Consejo de Ministros de Cuba. Dicen que el seminario era tremendo, Mansilla cuenta las discusiones. Allí en el libro yo cuento que Fidel y el Che eran los alumnos más difíciles. Me lo contó Mansilla, con quien nos hicimos amigos. El me ayudó con el profesorado que hice en la Unión Soviética, murió ya. Me contaba que las discusiones eran tremendas, aunque con mucho respeto por el profesor que trataba a los comandantes como simples alumnos. Un día discutían el capítulo sobre las formas de reproducción ampliada del capital. Y Fidel Castro le dijo al profesor, con todo respeto: “Quiero que usted revise, porque yo me he encontrado con un error de traducción en ese capítulo”. Trabajaban sobre la edición clásica del Fondo de Cultura de México. Y el profesor replicaba: “Comandante, yo soy profesor especialista en El Capital, y allí no hay ningún error”. Al otro día vuelve Fidel y le dice: “Mire, profesor, yo le ruego revise, tómese el tiempo, si usted quiere se pasa a un despacho el tiempo que quiera, porque hay un error”. Y Mansilla se pone a estudiar y efectivamente había un error. Cuando terminó el seminario, el Che le dice a Mansilla, que había ido a Cuba contratado por un año: “Yo quiero trasladar el seminario éste al Ministerio de Industria, para continuar más a fondo con el estudio de El Capital, con el equipo mío de dirección”. Y Mansilla dice: “Bueno, Comandante, yo vine por un cierto tiempo a Cuba, eso hay que hablarlo con la Unión Soviética, con el partido”. Hablan con el partido, y Mansilla regresa a Cuba, por otros dos años, para el seminario en el Ministerio de Industrias. Donde participó el Che y todos los viceministros. Empezábamos a las nueve de la noche y a veces uno amanecía con el profesor estudiando. Con mucho rigor y mucha polémica. Porque había mucha polémica entre el Che y el profesor, por como pensaba el Che y como pensaban los soviéticos. Aunque el Che discutía de manera diplomática. No así Oltuski. Una noche se produjo una discusión, Oltuski no pudo más y dijo: “Mire Mansilla, ya no joda más que éstas son mariconadas de Nikita (Kruschov)”. Mansilla se enojó y le dijo: “Altuski -no le salía decirle Oltuski- yo no jodo más y no le permito que diga eso”. El Che lo regañó a Oltuski y cuando se fue Mansilla le dijo: “Eres una mierda tú, es una falta de respeto… pero es verdad que Nikita es maricón”. (Risas.) 

-Lo cual nos lleva a ese documento clave en su libro El camino del fuego, que es el análisis que le envía desde Praga en 1964.

-Con el Che teníamos una correspondencia clandestina cuando él estaba en Praga. El estudiaba aquel Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética y me manda algunos manuscritos con Aleida (March, la mujer de Guevara). El me sugería en aquella correspondencia que trabajáramos en un libro sobre ese tema, del cual me mandó el prólogo. Entonces qué hizo: tomó el manual que había encargado Stalin, le hizo algunas marquitas y notas al margen y empezó a escribir la crítica a cada parte. La idea era que yo lo trabajara con un par de compañeros para hacer un libro.

-Ese texto le otorga un valor trascendente a su libro, porque allí se profetiza la implosión de la Unión Soviética un cuarto de siglo antes de que ocurra.

-Una herejía… tan herejía, que cuando yo recibo los cuadernos de Praga y me los empiezo a leer no lo podía creer. Imaginate tú, yo que estaba intoxicado de materialismo histórico, dialéctico, decir que aquello se derrumba, imaginate tú… (Interviene Tristán: “En 1965. ¿Quién decía eso en la izquierda en aquel momento?”) 

-Nadie. Una herejía. Los que habíamos estudiado, materialismo histórico sobre todo, no concebíamos que un régimen social pueda regresar atrás, que el socialismo retorne al capitalismo. Es una herejía… y es la verdad. Fidel dijo hace poco en relación con eso: “El Che era el único adivino que había entre nosotros”.

-O sea que el Che no tenía una visión dogmática del marxismo.

-Para nada, el marxismo para él es una guía para la acción. Como lo es para marxistas lúcidos como Mariátegui o Gramsci. Distinto en cada país, Perú, Cuba. El Che caracterizó a Cuba como un país subdesarrollado pero con ciertos niveles de desarrollo, con su sector industrial azucarero, carretera central, teléfonos, radio hasta en la Sierra Maestra, diarios y revistas, una producción cultural.

-¿Cómo fue la despedida? ¿Usted supo lo del Congo y luego lo de Bolivia? 

-Yo sabía que se iba a algún lugar, pero no me dijo me voy para Africa tal día ni nada de eso. Pero hubo un encuentro con él que a mí me llamó mucho la atención, porque unos días antes de marcharse, yo estaba en el Ministerio del Azúcar y me llama, y me da una serie de consejos: “Estamos en tiempos difíciles, tienes que trabajar con mucho cuidado, siempre tienes que alertar a Fidel de cualquier cosa que pienses, siempre dile la verdad”, porque el plan era muy difícil, el de la zafra de los diez millones. Yo pensé: “¿Por qué me dirá todo esto?” Y me sigue diciendo, “me voy a cortar caña unos días a Camagüey. Me voy a pasar un mes cortando caña”. Le dije, “déjeme saber adónde va a estar” y me contestó “déjame eso. Eso lo organizo yo, no te preocupes por nada”. Del Congo no me dijo absolutamente nada. Esa es la verdad histórica. El se va al Congo, termina el Congo, viene Praga, allí empezamos los carteos, yo no tenía idea de que iba a volver a ver al Che y le ofrecí irme con él. Le hago una carta diciéndole que me mande a buscar y me envía una carta que reproduzco parcialmente en el libro, porque hay otra parte muy personal que no quiero publicar por el momento. Pero yo sabía que se acercaba la ida del Che por un hecho muy concreto que es la guerrilla de Salta, viene (Jorge Ricardo) Masetti, para acá, para la guerrilla de Salta. Y con él salen para acá, para Argentina, dos entrañables hermanos míos que eran dos escoltas del Che. Eso al Che lo golpea tremendamente. Yo sé que el Che está al irse.

-Su objetivo estratégico era Argentina, Bolivia era un paso…

-El objetivo estratégico de la guerrilla de Bolivia era la Argentina. Esa es la historia. Después de lo Praga yo decía, dónde estará este argentino ahora, y soñaba acompañarlo, ya en la carta me dice: “Para la segunda etapa harán falta hombres. Esa etapa va a ser muy difícil. Cuando haya la oportunidad, tú serás bienvenido. Todo depende de ti y de nuestro jefe”. Pero Fidel no me autoriza y por eso yo no caigo en Bolivia. Me quedé allí trabajando en el ministerio y estuve un año muy mal después de la muerte del Che. No podía aceptar que el Che estuviera muerto. Tuve problemas psicológicos. Soñaba con el Che haciendo un discurso.

-Hay una foto muy elocuente en el libro: están ustedes dos sentados, sonrientes, distendidos. Sin embargo, el epígrafe dice: “En San Andrés, Pinar del Río, semanas antes de su partida a Bolivia. La foto fue tomada por el propio Che con una cámara automática (agosto 1966)”. Lo que primero salta a la vista es que el Che ya no tiene barba. Ha comenzado su transformación. Pero todavía no se ha afeitado el pelo, ni se ha caracterizado de viejo. ¿Cómo fue la despedida? 

-Un buen día llega Ariel Carretero, quien me traía las cartas del Che cuando lo de Praga, y se me aparece y me dice que viene con una noticia importante para darme: “¿Tu jefe está aquí?” “¿Qué jefe?” “El Che. Y te acaba de mandar a buscar y que vayas a verlo enseguida.” Entonces Celia Sánchez arregló las cosas y salimos enseguida. En una operación supersecreta, imaginate, la vida de él. Allí yo insisto en que me voy a Bolivia. El me dice “que tú estás en el ministerio” y luego concede: “Bueno, sí habla con Fidel, si Fidel acepta, descuéntalo” y “me vas a ayudar a organizar una fuercita aérea en Bolivia”. Lo decía porque él y yo nos hicimos pilotos de aviación juntos. También dijo: “Y te vas a ir con tu cuñadito”, Enriquito Acevedo, que era uno que él quería mucho, que siempre estaban fajados. “Si Fidel aprueba lo de Enriquito sí, si no no”. Entonces yo voy y hablo con Fidel y por supuesto le meto un discurso, y me dice “Borrego, Borrego, si el Che fue el que insistió que fueras ministro de Azúcar. Ahora vas a dejar ese ministerio embarcado”. “Mira, cuando esté eso más consolidado yo voy a estar de acuerdo”. Y acepta que yo me vaya cuando el Che esté consolidado en Bolivia. Luego fue a mi casa y le dijo a mi mujer, Martica, con quien se llevaba muy bien: “Martica, para que sepas que en algún momento éste se va a ir para afuera, porque éste es un ave migratoria”, entonces, Marta le dice “yo ya me imaginaba”. Quedamos en ese acuerdo. Se va el Che para Bolivia y yo ya le cuento a Enrique de esa posibilidad. Saltaba como un niño chiquito, saltaba frente a un espejo, contento con irse con el Che para Bolivia.

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