Muchos no nos comprenden, algunos dicen que son un show, una pantalla, pero lo cierto es que esta pequeña isla, su gente, su pueblo da lecciones, nuevamente, al mundo de un proceso transparente.
No tenemos una cédula electoral, que constituya una mercancía codiciada por sargentos políticos, no tenemos pasquines que llenen las calles de los Consejos Populares de propagandas, los candidatos no han hecho campaña política para que se vote por ellos, mucho menos tienen millones para invertirlos en anuncios televisivos, solo cuentan con la moral, y si fueran pocas esas singularidades pueden sumarles que las urnas no son custodiadas por el ejército, sino que nuestros niños amanecen en los colegios y esa es su responsabilidad.
Para Maico Pérez Acosta cuidar lar urnas viene siendo una especie de juego, está muy alegre, dice “Votó” con una energía que se siente en todos los alrededores de la Escuela Primaria Ana Betancourt de Mora, “estoy aquí por él”, respondió señalando una foto del Comandante, parece imposible si les digo que está en primer grado, pero me convenció cuando dijo, “y ya se escribir Fidel”.
Para Keylín del Valle Ávalo, pionera de sexto grado, dijo a Adelante.cu que ella estaba allí porque le gustaba apoyar a la patria y a la Revolución, “además antes en Cuba eran los soldados quienes cuidaban las urnas, ahora lo hacemos nosotros y estamos muy orgullosos de hacerlo y vamos viendo como es esto para cuando nos toque”, enfatizó.
En el colegio # 2 de la Circunscripción 23, Consejo Popular Garrido-La Caridad se está dando un hecho insólito, los pioneros que terminan la custodia no se van, se quedan allí, quieren ser protagonistas de toda la jornada, se turnan, por momentos van a las casas pero regresan, según Isnel Cruz Álvarez de Séptimo Grado no quieren abandonar esa tarea, ellos se sienten importantes “tenemos que velar porque todo salga bien, porque no haga trampa y nadie quiera venir a llevarse las urnas, además nos van a dar un reconocimiento que mañana voy a enseñar en la escuela”, dijo.
Historias de amor como la de Keily Ávalo Molina convierten este proceso eleccionario también en una muestra de que la voluntad humana no admite barreras y puede superar imposibles, Keily es una niña cubana que hoy levantó a sus padres más temprano de lo normal, quería llegar de primera al Colegio # 4 de la Circunscripción # 39, Reparto Torre Blanca, pues iba a cuidar las urnas por primera vez. Hasta aquí esta historia se repite por miles en Cuba cada vez que se convoca a votar, pero no, esta es singular, ella padece de Hemiparesia derecha, provocada por una lesión estática en su sistema nervioso central.
A la presidenta del colectivo de la Escuela Ignacio Agramonte para niños con necesidades educativas especiales no hubo quien le impidiera cumplir su turno de dos horas al lado de la urna, ella dice “votó” muy fuerte, como para que nadie crea que es débil, saluda con la izquierda y siempre tiene una sonrisa en su cara. “Estoy feliz de estar aquí con mis amiguitos del barrio, mañana le contaré a todos en la escuela lo que hice, como me divertí”, asegura la niña.
Orlando Felipe Estela hasta el año pasado era pionero y cuidaba urnas, “pero ya crecí, me siento más grande, y hoy voté por Cuba”, afirma quien tuvo la sorpresa de que sus dos hermanitos más pequeños Luisito y Alfredito estaban cuidando la urna, “estoy muy feliz de ver a mis hermanitos haciendo lo que yo hacía y sentí un orgullo muy grande cuando me dijeron votó”.
Esta fue mi intervención en el encuentro con los estudiantes del diplomado de dirección política en ocasión del primer aniversario de la desaparición física del Comandante en Jefe y líder de la Revolución cubana, compañero Fidel Castro Ruz
Como ocurre con los hombres que han prestado un gran servicio a la humanidad, el tiempo que sigue al momento de su deceso es tiempo de recordación reflexiva, de reconstrucción de su ideario, de crecimiento sostenido de su legado. Así vive el Comandante en Jefe sus primeros doce meses de inmortalidad, en el pensamiento, la voz, el texto, las imágenes de los que le amaron y también- luz que hace sombras- de los que no le amaron. Este primer año posterior al 25 de noviembre del 2016 no es otra cosa que una premonición de los años futuros, cuando la figura del héroe, el pensador, el estratega, el estadista, el comunista, el hombre, el personaje de muchas miradas se continúe expandiendo en la galaxia de los siglos de como un Big Bang, como un brote que da paso a una selva, rehaciéndose interminablemente su legado.
Para de algún modo aproximarse metodológicamente al estudio de la obra de Fidel Castro pretendo resaltar siete puntos de partida. No son obviamente los únicos, pero al menos sirven para establecer un estudio fecundo del pensamiento y de la acción del gigante. Parafraseando la máxima marxista: sin teoría fidelista no hay acción fidelista, entendiendo a revolución y fidelismo como sinónimos en el sentido dialéctico, transformador, rebelde, humanista lo cual hace casi imposible separar en el líder la acción y el pensamiento, mas bien se ven como una unidad compleja. Estas siete líneas de análisis son:
La arquitectura axiológica humanista de Fidel.
La relación Fidel- Pueblo.
Fidel y la sociedad como sistema.
Comprensión de la política para la emancipación.
Fidel y la visión de la historia
Los ideales rearmados.
El partido comunista de Cuba. Obra de Fidel.
Cada uno de estos temas valen un libro, un examen interminable, pero obviamente en los límites y fines de una intervención en tan limitado tiempo tan solo se pueden presentar así como se anuncia la existencia de un mundo infinito, al que debemos llegar como una condición indispensable de compromiso público con la teoría y práctica por ese mundo mejor posible, es decir un mundo verdaderamente habitable. Digamos que esta propuesta se alinea no con un sedimento, sino como un desafío. No como un anclaje sino como una inquietante realidad de sistemático cuestionamiento. Por otro lado los límites entre un contenido y otro se difuminan, porque la realidad no separa las cosas, en la realidad ello se expresa como un todo, por tanto la separación es tan solo para el estudio, para el análisis.
En esta intervención solo nos referiremos brevemente a la arquitectura axiológica de Fidel Castro. Esta es un formidable edificio de valores humanistas conformados desde su infancia, en los años primogénitos de la familia y las relaciones con los desposeídos. Un proceso de edificación que se hizo firme en la vida estudiantil, en sus años breves como abogado profesional, pero sobre todo en la interacción de la lucha revolucionaria. Es ese conjunto de valores lo que distingue a Fidel de su condición de clase social originaria, lo que le permite germinar como líder y las señales lumínicas para que el pueblo lo identificara como tal.
Los valores humanistas de Fidel son consecuentes con la herencia que llega de la Fe cristiana pero trasciende y supera ese ámbito al mezclarse con los componentes de la ética martiana, del natural estado de la cultura familiar campesina, que es un conjunto de normas éticas reunidas alrededor del término decencia, práctica establecida entre los humildes del campo, cultivada por la familia de Biran aun cuando son los dueños.
Más tarde la formación marxista aporta argumentos a esos valores solidificados en la personalidad del patriota. La solidaridad, el altruismo, la responsabilidad, la dedicación al trabajo, el patriotismo, la bondad y un valor complejo porque en él se concentran muchos de los otros pero con una carga de cultura, interpretación de la historia y nacionalismo revolucionario para distinguirlo del chovinismo, o de su versión burguesa radicada en el liberalismo, y es el antiimperialismo de Fidel, similar al de Martí, de quien quizás obtuvo sus bases teóricas.
Estos son tan solo algunos de esos valores resultantes del proceso formativo en la vida del guerrillero. La huella de esos valores son perfectamente visibles en el anecdotario, en la biografía, en la memoria de los que lo conocieron. Por cierto todos los cubanos de las generaciones que acompañamos su vida activa como estadista, tenemos la sensación de haber intercambiado personalmente a él, tal de firme es la alianza del hombre/comandante con el pueblo.
Pero también se puede encontrar profundas evidencias de esos valores en la Revolución que él lideró: La justicia social como núcleo interno del sistema, las sistemáticas reconfiguraciones en lo económico, en lo social, en lo político dentro de la Cuba posterior al 1959 para aproximarse lo más posible al ideal de la equidad. La línea de acción establecida por el Programa del Moncada está signado por un profundísimo sentido de valores humanistas revolucionarios, basta ver como los problemas allí identificados: el problema de la tierra, el de la vivienda, se desprenden de sus componentes económicos para concentrarse en la calidad de vida del ser humano, en el campo, en la ciudad, en la dignidad de cada persona, o en la definición de “pueblo” que da el joven rebelde en ese documento.
El otro documento donde los valores son protagonísta es el Concepto de Revolución expresado por Fidel donde asegura que Revolución es: “defender valores en los que se cree, al precio de cualquier sacrificio…Altruismo, modestia, desinterés.. No violar principios éticos”. Por otro lado o mejor por muchísimos lados sus valores se expresan en los caminos del internacionalismo, desde Argelia hasta los más de un centenar de naciones del mundo donde hoy hay trabajadores de la salud cubana o de otras esferas de la actividad, con hitos formidables como el del Ébola o la fundación de la Escuela Latinoamericana de Medicina, y de las misiones libertadoras en tres continentes de las cuales la guerra en la República Popular de Angola es la más recordada.
Uno de los aportes fundamentales a la axiología en Fidel está la confirmación de que no se puede despojar la política de los valores, que ninguna alternativa política es más importante que la vida de un ser humano, que el político, es decir la persona que profesionalmente ejerce la labor política en la sociedad tiene que estar dotada de un sólido conjunto de valores del humanismo revolucionario.
Digamos que si el socialismo no puede existir sin esos valores que engrandecen a los seres humanos, Fidel dentro del modelo socialista cubano representa los asideros que permiten sostener la esencia del proyecto nacional. No es justo además adjudicar las disfuncionalidades actuales del sistema a las decisiones del pasado, en los tiempos cuando Fidel estaba al frente de la Revolución, y no es por negar las responsabilidades que el ejercicio de la dirección política, entre las que está asumir los aciertos y los errores, tenemos los que una vez fuimos cuadros en cualquiera de los niveles de la sociedad, sino porque el cúmulo de factores que confluyen en la suerte final de una línea de acción en el caso de un país es amplio por quienes actúan en él y por las contradicciones que el contexto histórico genera. Fidel sabía eso, pero nadie fue más duro con él en la crítica a la práctica de gobierno que él mismo, lo cual le aporta mucho de esa distinción axiológica de la que hablamos aquí.
Muy llamativo es en que se habla de un ser de carne y huesos, imperfecto en su humanidad, visible, fotografiable, abordable, un ser humano establecido como paradigma. Porque en cuestión de valores y de guías, la humanidad -Cuba no es la excepción- está abarrotada de iluminados y gurúes, pero en su inmensa mayoría pertenecen al mundo de lo esotérico de la santidad y otras congregaciones de deidades expuestas en altares, panteones o místicos legendarios quienes nos llegan en la incertidumbre de la historia o del tiempo; en cambio Fidel es reconocible, sin misticismos ni magias, una persona en la cual cabemos todas las personas del archipiélago al tiempo que él alcanza a desplegarse o multiplicarse en la extensión popular, como si en la repartición de su legado, cada cubano hubiese ganado con Fidel los valores revolucionarios que le sirven para conjugar su vida con el fulgor de una estrella.
tomado del blog RHSite El 25 de noviembre del 2016, nuestro Comandante en Jefe Fidel volvió a enrolarse en la Expedición de la Historia, rumbo a la salida del Sol
Katiuska Blanco
Enero, 1994. Había vivido tardes de lluvia e insomnio; mediodías entre el polvo de libros y viejas páginas en archivos olvidados; viajes por carreteras bajo el sol de esas horas ardientes, aburridos o con olor a pólvora, el tedio colándose por las hendijas del alma o la calma tenue y frágil como de agudo silencio soplando en la brisa a pleno rostro; tardes lúcidas y tardes inconformes, algunas habladoras y fecundas, otras como enmudecidas en medio de su pereza y lentitud enfermizas por sobre los tipos de la máquina de escribir, tardes grises como las de Sindo Garay y tardes azules… pero en realidad faltaba en mi memoria una tarde sin tiempo, despojada de pasado y presente, cerca de la leyenda.
Escribo de madrugada bajo la opaca luz de una bombilla. Recién termina el día. El olor a hierba mojada de rocío penetra por las ventanas abiertas a la noche. Tengo la certeza de que debo hacerlo con prontitud. En corto tiempo puedo llegar a pensar que el encuentro ha sido solo fruto de mi imaginación.
Esta tarde avisaron al diario «Alguien te esperará en el túnel» me aseguró una voz del otro lado del auricular, sin especificar nada más, solo preguntando si era posible estar allí en breves minutos y si tenía en ese momento, algún ejemplar del libro que había escrito.
Pocos días antes había dedicado uno al jefe de la expedición: «Las palabras pueden obrar el milagro de la proximidad.
Quiero aprovecharlas esta vez para un cálido abrazo».
Deseaba que esa frase en el umbral del libro, estuviera distanciada de toda formalidad y grandilocuencia: Quería transmitir un afectuoso y sincero abrazo de manera sencilla –lo más sencilla posible– y mientras subía los escalones de la entrada, sentía que algo tenían que ver en todo aquello las palabras propiciadoras de encuentros.
El despacho parecía estar a la sombra de un árbol. La luz apenas penetraba por los ventanales de cristal, afianzando esa sensación de los espacios sin configuración temporal. Tal vez alguien habituado reconozca las horas del día por los matices del reflejo de la luz en los objetos sobre el escritorio, las paredes de ladrillo color ocre, o la transparencia del aire en la habitación. Recuerdo a Fidel en ese ambiente, quizás como el roble que daba sombra a cuanto lo rodeaba, con toda su historia sobre los hombros, enfundado en el traje de campaña guerrillera, la gorra puesta bajo techo. Le veo avanzar despacio, con una solemnidad propia de cada minuto de su vida. Extendiendo la mano en el saludo, se acerca y me da un beso. Me pierdo en su abrazo tibio y abarcador. Sé bien que no es su estatura ni su apariencia lo que más me impresiona. Soy como un viajero de paso, el tren se detiene en una estación en el camino, y converso con alguien que se quedará para siempre. Sus vivencias desbordaban el asombro. Respira despacio, habla bajo y mira limpia y directamente a los ojos. Para mí es difícil, me descubro torpe. Siempre pensé que en circunstancias como esta tendría que hallar qué hacer con las manos y la mirada para no delatar mi nerviosismo. Acaricio la portada del libro que descansa en mi regazo, mientras observo atentamente a este hombre que tengo frente a mí, para no dejar escapar cada gesto suyo y conocerle en esas pequeñas cosas o deslices que exponen a la vista de otros, el pensamiento, las costumbres y la vida cotidiana, sin los atavíos de la responsabilidad pública y las formalidades del protocolo.
Me invita a sentarnos uno frente a otro y me dice parsimonioso que soy la culpable de que no haya dormido durante la noche del viernes. Me quedo sin palabras. Por un momento me asalta la duda. Tal vez cometí algún error histórico al escribir el libro. ¡Es tan difícil volver al pasado y serle fiel en todos los detalles! Pero afortunadamente me vuelve el alma al cuerpo, cuando asegura que leyó toda la noche, desde la primera hasta la última página.
Le imagino con los espejuelos ajustados a la vista, atento a la escritura pequeña, bajo la luz de una lámpara de noche, o tal vez reclinado en una butaca, absorto en la lectura de una crónica que es una expedición en medio de un temporal, y le trae a la memoria otros tiempos.
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Aunque no revela a los demás sus inquietudes, no pocas preocupaciones lo ocupan. Diseñó cada paso y dibujó en la imaginación hasta los más mínimos detalles. Aun así tiene preguntas sin respuestas. Únicamente el curso de los acontecimientos podrá esclarecerlas. Quizás los otros no noten su impaciente serenidad al impartir las instrucciones; pero íntimamente no puede evitarla. Siente que el pequeño yate es el mejor barco del mundo, y que resta muy poco tiempo para emprender el viaje. El cielo está encapotado como si fueran a desbordarse todas las nubes.
Ahora cuando está a punto de dejar atrás la tierra mexicana recuerda el día que arribó en avión al país, con pasaporte de turista en el bolsillo y apenas equipaje. Al principio permaneció en un pequeño cuarto contiguo a la casa de María Antonia, donde la seguridad era muy precaria. Por esa razón decidió trasladarse continuamente de uno a otro lugar; pero nunca muy lejos de allí. Entonces aún no era invierno y el tiempo pasaba precipitadamente; parecía como si volara en aquellos días a la mitad de 1955, cuando había tanto por hacer: establecer los primeros contactos, escribir y agrupar a los hombres en el exilio, preparar la expedición… sus pensamientos retornan a la realidad…
Inquietas por la brisa leve las aguas del río bambolean el yate junto al quejumbroso tablón. Se ajusta las gafas de carey y consulta la hora. Todavía falta un grupo numeroso por llegar a la rivera del Tuxpan que permanece en calma, aunque los partes anuncian temporal en el Golfo. No pocos obstáculos sorteó para llegar hasta aquí.
Los meses que deja atrás tienen la impronta de lo difícil, de lo que en apariencia puede resultar imposible. Durante el exilio que concluye esta noche, la escasez de fondos, el rigor de los entrenamientos, las dificultades para comprar y ocultar las armas, mantener el vínculo natural del grupo en México con la Isla, y para conseguir un medio de transporte en que realizar el viaje, le mantuvieron casi en desvelo permanente. De entonces recuerda los entrenamientos, en el campo de tiro Los Gamitos, donde comprobaban la graduación exacta de los fusiles al disparar a una cuarta de la rodilla del Coreano, uno de los entrenadores mexicanos a quien llamaban así porque era veterano de la guerra de ese país. El Coreano propuso un día tirar a la altura de sus rodillas separadas; pero él nunca lo permitió. A Marta López la recuerda enamorada de Aldama. Era un amor que tenía que vivir –como ellos mismos– casi en la clandestinidad, compartiendo las prácticas de tiro, los riesgos, las reuniones y los sobresaltos de una lucha discreta, callada.
Como si fueran pocas las circunstancias adversas, tuvo que ingeniárselas también para eludir con eficacia los servicios de inteligencia del régimen batistiano. Entonces tenía indicios que le hacían desconfiar de Evaristo Venereo, un hombre del que no tuvieron más noticias luego de las detenciones. A principios de 1956 había recibido informes sobre planes de atentado a su persona. Con su encarcelación y la de sus compañeros, el peligro de no poder realizar la expedición en 1956, como estaba prometido, se convirtió en una realidad latente. Para él, cumplir la palabra empeñada tenía un valor inestimable, pues la promesa expresada en el Palm Garden de Nueva York pretendía levantar la moral de la gente que estaba descreída y frustrada.
Luego la deserción de un hombre en el campamento de Abasolo, alguien que conocía importantes secretos, convirtió en una cuestión vital salir de Tuxpan en el momento programado: la noche del 24 al 25 de noviembre. Siempre agradecerá al General Lázaro Cárdenas por interceder en su favor para que le pusieran en libertad meses antes. Solo así pudo concluir la preparación de esta madrugada sin olvido.
Pasada la medianoche ya están todos y en la ciudad quedan muy pocas luces encendidas. Consulta nuevamente el reloj y sube a cubierta. Da la orden de zarpar, indica poner en marcha un solo motor para que la embarcación se incline hacia la izquierda y se distancie del espigón donde siempre hay una guardia costera. No se puede hablar ni fumar. El breve destello de un cigarrillo podría echarlo todo a perder. Él va en la parte superior del barco, atento a un horizonte que apenas se vislumbra y avizora más allá del mar.
Poco después se reconoce entre los pocos que no están mareados. La mayor parte de los hombres están volteados sobre sí mismos por las náuseas y los vómitos, nada habituados siquiera a un leve movimiento de las olas y esta es una noche de tormenta, un mareo universal.
Las tablas resecas dejaron pasar el agua que se filtra copiosamente por entre las uniones del maderamen como si se tratara de una lluvia pertinaz y ligera, que de tanto repetirse durante horas, termina por inundar las calles de una ciudad sin alcantarillados.
Hay que hallar los medicamentos para aliviar a los que vomitan una y otra vez sin remedio. El jefe de la expedición comprueba desconcertado que las tabletas que buscan con premura están precisamente bajo el armamento. A esas alturas ya conoce que la velocidad es mucho menor a la calculada en las apacibles aguas del río. Se molesta consigo mismo, y maldice su ingenuidad poco previsora.
Ha estado observándole casi todo el tiempo. Desde que conoció al médico argentino tuvo la seguridad de que se trataba de un hombre excepcional que conjugaba una erudición apreciable con una profunda sensibilidad humana y una especial disposición romántica para la vida. No tenía más que verle y escucharle para saberlo.
Como pocos conocían la fecha, la hora y lugar de la partida, Che tampoco sabía y no trajo consigo el inhalador. Viéndole soportar en silencio el asma persistente y apagada en un susurro del pecho, le admira más aún. Transcurrirán los años y él reconocerá en la falta del inhalador en los momentos más difíciles, como un destino trágico de Che. Recordará los primeros meses de la Sierra cuando tuvieron que llevarle a un lugar seguro después de un ataque del ejército contra las fuerzas guerrilleras, porque caminar le era ya imposible al argentino, agotadas las reservas de adrenalina. En el sitio conocido como Purgatorio le dejaron a buen recaudo con un escolta joven y nervioso. Luego continuaron la marcha por un camino fangoso hacia las Minas de Frío en lo alto de la Maestra para dejar intencionalmente visibles huellas, confundir y alejar de allí a los soldados del ejército de Batista. En Bolivia volvió a faltarle a Che el inhalador y volvieron a repetirse sus sufrimientos como si se empozara en sus pulmones toda la humedad de la selva y la altura de los cerros desolados.
Día de sol en el golfo el 27 de noviembre, recuerda que es la fecha señalada para poner los telegramas en México. Nunca estuvo muy de acuerdo con emitir el aviso, pues significaba correr un gran riesgo. Finalmente accedió. De esa forma Frank y Celia estarían al tanto de la expedición y podían cumplir lo acordado. Indicó esperar la confirmación del desembarco para iniciar las acciones; pero ahora le preocupa que en Cuba esperan eso ocurra en la fecha indicada, lo cual será virtualmente imposible, y no dos días después por el atraso del Granma.
La sed les hostiga a todos como un fantasma que da vueltas en la cabeza y dibuja y desdibuja en la imaginación un vaso de agua. El hambre es una agobiante sensación de inquietud, como una incertidumbre interminable en la boca del estómago.
El clima había mejorado ostensiblemente desde la salida de Tuxpan y ahora prioriza la preparación de las armas. Su tarea es agotadora sobre todo porque el movimiento del barco y la brisa entorpecen la exactitud de la mirada en una labor tan minuciosa. Debe fijar la vista con cuidado y calcular en unos 20 metros el alcance de los fusiles para una distancia de 600 metros. La operación debe tener en cuenta las marcas de fabricación de las armas: belgas, suecas, norteamericanas…
Se ajusta las gafas y continúa. Como experimentado tirador sabe muy bien que si la graduación de las mirillas es correcta podrá ahorrar por esa vía cientos de disparos, lo cual es decisivo de acuerdo con las municiones y el arsenal de que disponen para la guerra.
Afronta un momento particularmente dramático durante la travesía, cuando Roque cae al mar y él decide buscarle, aunque eso implique llegar casi en pleno día a la costa.
La escasa pericia de los navegantes pierde el rumbo del yate en tres ocasiones en el momento crítico del desembarco. Retroceden tres veces para encontrarlo; pero a la tercera vez se ordena el desembarco.
La franja de litoral es el horizonte inmediato al amanecer del 2 de diciembre de 1956. Apenas queda combustible suficiente para llegar y la neblina va disipándose con el clarear del día. Analiza las circunstancias y concluye que la única alternativa es desembarcar por allí mismo. Toma esa decisión en un lugar alejado de la playa por donde el mangle y los espinos enredan el monte. El primero en tirarse al agua es René Rodríguez. Después él. Se hunde en el fango por su propio peso y el de la mochila, las municiones y las armas. Cuando llega a la orilla comienza la agotadora marcha que demorará alrededor de dos horas, en un serio inconveniente para el curso de los acontecimientos. Está consciente de ello y apura el paso. Primero se extraviará el grupo de Juan Manuel Márquez, luego, ya en casa de un campesino a lo largo de la ruta, vuelven a reagruparse los 82 hombres en un momento de gran alegría.
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Una sonrisa feliz se le dibuja en el rostro al recordar aquel instante. Absorta, escuché sus evocaciones, como quien tiene la oportunidad única de leer un libro inédito, repasar la letra manuscrita y asomarse a los dibujos como grabados originales y desnudos del olor de las imprentas, sin olvidar su delicadeza al satisfacer mi curiosidad en aquellos aspectos que desconocía de esa etapa de la lucha y que solo él podía responder.
Me pregunta por los amores de Marta y Aldama, que no están en el libro: «Tú que defiendes tanto el amor, no los mencionas en el libro». Habla del temporal del año pasado cuando el barco de la juventud regresaba para reeditar la Aventura del Siglo, como llamó el Che Guevara a la expedición de 1956. Dice Fidel que el de esta vez fue peor, y asegura que el Granma no habría resistido una tempestad parecida.
Mientras interrumpe la conversación brevemente para responder el teléfono y entablar una encendida polémica en sus obligaciones de estadista, descubro, en el armario tras el escritorio, la sorprendente diversidad en los títulos de los libros que seguramente consulta con mayor frecuencia. Hay una edición muy fina de las Obras Completas de José Martí, volúmenes sobre agricultura y ciencias, y colecciones de poesía y teatro, de Ibsen y García Lorca, por ejemplo. Hay también dedicado un espacio considerable a los textos de historia y política. Comparten este lugar objetos pequeños, como estatuillas de hueso de algún país del Asia Oriental, y potes de porcelana de colores suaves, como el silencio.
Durante la discusión hace observaciones a un documento que le han entregado a su consideración y aguda mirada, escucha la opinión y luego convence a su interlocutor con una explicación exhaustiva de su manera de ver las cosas.
Sobre la mesa, en el lugar donde habitualmente escribe sus ideas o firma papeles oficiales, hay una carpeta de piel para trazar sin dificultad su letra de rasgos prominentes, files abultados y lapiceros junto a un cristal lleno de caramelos.
Recibe a sus visitas allí mismo o en un rincón de la habitación, en una pequeña y acogedora sala de estar, junto al Camilo entrañable que mira desde la cercanía de un óleo.
Mientras atiende al teléfono se quita la gorra y peina varias veces con la mano el pelo blanco. Mantiene la mirada fija para ver si uno es capaz de sostener ese desafío. Luego vuelve a lo que hablábamos y duda del dato que aparece en el libro sobre la extensión del yate.
No podría decir que sostuve con él una entrevista, porque en realidad fue él quien hizo la mayor parte del tiempo las preguntas, en una conversación familiar y cercana.
Transcurridas casi dos horas nos despedimos. Al separarnos le confesé: «cuando dediqué el libro escribí que las palabras podían obrar el milagro de la proximidad. Después de este encuentro le digo que fue usted quien obró el milagro».
Nota: Este trabajo fue originalmente publicado por nuestro diario, en la edición especial del 2 de diciembre de 1994.
Sin duda, la Revolución Cubana que triunfa en 1959 encabezada por el líder Fidel Castro fue un parteaguas en la historia de Cuba y también de América Latina. De ahí en adelante esta sería una herejía no solo frente al imperialismo estadounidense, sino ante las propias prácticas socialistas del siglo XX y, en algunos terrenos, hasta para la propia Unión Soviética.
Fidel se rebeló contra todos los pesimismos, derrotismos, prejuicios y dogmas de la época. Hizo la Revolución alejándose de lo que planteaban los manuales marxistas en relación con que el cambio revolucionario solo era posible cuando se produjera una ruptura en la correspondencia entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, es decir, cuando las condiciones objetivas estuvieran creadas. Siguiendo esa lógica, ¿cuánto más hubieran tenido que sufrir los cubanos y las cubanas, en espera de una revolución?
Fidel fue el más marxista entre todos los marxistas de su tiempo, al asumir el marxismo como un método, no como una doctrina, e interpretar correctamente las condiciones de Cuba y las vías adecuadas para hacer una revolución verdadera. No es que obviara las condiciones objetivas, todo lo contrario; pero entendió que el factor subjetivo es fundamental para producir el cambio revolucionario y crear nuevas realidades, las que no cambian por sí solas, sino a través de la praxis revolucionaria, consciente y organizada.
A pesar de determinadas «verdades establecidas», como aquella que planteaba que se podía hacer una revolución con el ejército o sin el ejército, pero nunca contra el ejército, Fidel dirigió una Revolución contra un ejército poderoso y moderno, que contaba con el apoyo de Estados Unidos.
Asimismo, ciertos teóricos del marxismo planteaban que solo el partido comunista podía hacer la revolución social, pero en el caso de Cuba fue a la inversa: la revolución social hizo al partido.
Otros señalaban que un hombre de extracción acomodada como Fidel no podía ponerse al frente y defender una revolución verdaderamente radical. Fidel barrió con todos esos prejuicios y esquemas de pensamiento. Demostró una vez más en la historia, que el hombre no es la clase, e incluso, puede llegar a enfrentar su propia clase al cuestionarse la realidad que lo circunda y asumir una conducta en correspondencia con ideales revolucionarios.
Pocos creían que a 90 millas de Estados Unidos, en su tradicional esfera de influencia y en un país donde el anticomunismo había sido inoculado hasta el cansancio, en especial a partir del comienzo de la Guerra Fría, fuera posible el socialismo. Sin embargo, la Revolución Cubana, bajo la guía de Fidel, barrió también con todas las teorías geopolíticas del momento y solo tardó dos años y unos meses en declararse su carácter socialista.
Fue significativa también la herejía de la Revolución Cubana en el campo cultural. Desde las históricas Palabras a los intelectuales de Fidel, el 30 de junio de 1961, quedó claro que el realismo socialista no dominaría el ambiente y las condiciones creativas en la cultura cubana. Fidel dedica una buena parte de sus Palabras… a despejar cualquier duda en ese sentido: «Permítanme decirles, en primer lugar, que la Revolución defiende la libertad; que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades; que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades; que si la preocupación de algunos es que la Revolución va asfixiar su espíritu creador, que esa preocupación es innecesaria, que esa preocupación no tiene razón de ser».
Más avanzada la intervención expresa: «La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un patrimonio real del pueblo».
Hubo quien pensó que el proceso revolucionario cubano tendría una corta vida, pues era imposible resistir por mucho tiempo el embate de la agresividad de los distintos gobiernos de Estados Unidos. Sin embargo, ya es una realidad histórica que la Revolución Cubana ha sobrevivido a 11 administraciones estadounidenses y sus más disímiles e impensadas variantes de política, dirigidas todas sin excepción a destruir el proceso revolucionario.
También pocos imaginaban que una isla tan pequeña en extensión, tuviera una política exterior tan influyente en el mundo —casi como la de una superpotencia— y, al mismo tiempo, totalmente independiente de los grandes poderes de la Guerra Fría. Y así fue durante décadas bajo la sabia conducción del Comandante en Jefe.
En determinados momentos, incluso, como ha demostrado en sus brillantes libros el investigador Piero Gleijeses, Cuba no solo desafió a Estados Unidos, sino también a la propia URSS. Así fue durante toda la década del 60 con el apoyo que dio Cuba a los movimientos de liberación en América Latina y cuando decidió sin consultar a Moscú, enviar tropas militares a Angola en 1975 para repeler la invasión de Sudáfrica y Zaire, dos países que contaban con el apoyo del Gobierno de Estados Unidos. Cuba no fue jamás satélite de nadie.
Al producirse la caída del campo socialista, los agoreros del sistema imperial pensaban que Cuba no resistiría, que sus minutos estaban contados. La Revolución no solo resistió, sino que en estos últimos más de 20 años ha logrado avances insospechados en el orden económico, social, científico y cultural. Eso ha sido una herejía no solo del liderazgo de la Revolución, sino de todo el pueblo cubano.
Pero habrá algo que parecía más imposible y también fue posible, como los anuncios del 17 de diciembre del 2014 y, con ello, el regreso de Ramón, Antonio y Gerardo. Se demostró una vez más en la historia de Cuba, como tanto ha advertido Fidel, que «no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas».
La herejía de resistir y luchar durante más de 50 años sin hacer la más mínima concesión de principios, terminó doblegando a la potencia más poderosa de la historia que, aunque no ha cambiado en su objetivo de derrocar la Revolución, se vio obligada a reconocer el fracaso de una política de corte agresivo que no dio el resultado esperado.
La Revolución Cubana, con todas sus conquistas sociales e ideales revolucionarios, continúa siendo hoy una herejía en un mundo donde lo que impone el sistema capitalista imperial es el egoísmo, el individualismo, la explotación, la discriminación, la violencia, la guerra, el consumismo, la enajenación, la pobreza y la desigualdad extrema.
A pesar de la triste noticia de su partida física, Fidel seguirá siendo el mayor hereje que ha enfrentado el imperialismo en la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI. Esa herejía se hace inmortal, pues los revolucionarios del mundo, en especial los cubanos, llevamos con nosotros su espíritu y sus ideas. Nuestro mejor homenaje será seguir su senda hasta las últimas consecuencias. Gracias Fidel, una vez más. Seguirás dando batallas y obteniendo victorias en este mundo. ¡Hasta la victoria siempre!
Muchas veces nuestros movimientos sociales y políticos hablan por el pueblo, quieren ser vanguardias del pueblo, escriben para el pueblo, mas no se comprometen con el pueblo —enfaticé, en presencia de Fidel, la noche del 10 de febrero de 2012, en La Habana, en encuentro que él, a los 85 años, sostuvo durante nueve horas con dos centenas de intelectuales cubanos y extranjeros.
Comandante —proseguí—, con profunda tristeza para los enemigos de este país y enorme alegría para nosotros, amigos de Cuba, constatamos su excelente estado de salud y su brillante lucidez. Aprecio el sistema cubano de división social del trabajo: el pueblo cuida de la producción; Raúl de la política y Fidel de la ideología, tal como usted lo ha acaba de demostrar a todos nosotros aquí.
Hay sin embargo, dos temas que aun no fueron abordados —agregué. Comienzo por aquel que mencionara brevemente Adolfo Pérez Esquivel [1], porque cuando me preguntan sobre cómo conocer bien la Revolución Cubana, respondo que para ello no basta con conocer la historia de Cuba y el marxismo, sino que es necesario conocer además la vida y obra de José Martí. Por tanto, para entender a Fidel, como hace Katiuska Blanco [2], es necesario conocer la pedagogía de los jesuitas.
Muchos aquí, como Santiago Alba, compañero de Túnez, ya experimentaron lo que significa una prueba oral en una escuela de jesuitas. Es difícil. De esa formación proviene Fidel. Yo no soy jesuita, así que no estoy haciendo auto propaganda. Soy dominico, pero en el caso de mi amistad con Fidel, hemos logrado poner de acuerda a un dominico y un jesuita. Entre los jesuita existe por práctica el examen de conciencia, que ahora se hace en este país, aunque con otros nombres.
Hubo un tiempo —vengo a Cuba desde hace más de 30 años—, en que se hablaba de emulación; después, de alimentación; ahora de lineamientos.
Si Stalin estuviese vivo, Cuba sería tildada de reformista. Por eso muchas personas no se han dado cuenta de que aquí no se hacen cambios al estilo Lampedusa: cambiar para que todo siga igual. Aquí los cambios se hacen para acelerar la obra social de la Revolución, que es, desde mi punto de vista, una obra no solo política e ideológica, sino también una obra evangélica.
¿Qué significa el evangelismo de Jesús? Significa dar comida a quien tenga hambre, salud a quien esté enfermo, abrigo a quien esté desamparado, ocupación a quien esté desempleado.[3] Todo eso está en la letra del Evangelio. Por eso afirmo que esta es una obra evangélica.
Nosotros, muchas veces, en nuestros movimientos progresistas, no estamos haciendo lo que hace la Revolución Cubana, no estamos haciendo nuestro examen de conciencia. ¿Por qué hoy casi no existen movimientos progresistas en el mundo, a excepción de América Latina?
Ante la crisis financiera en Europa, ¿qué propuesta tenemos? Se habla de Ocupa Wall Street, que es un movimiento de indignación, pero muchos no se dan cuenta de que el término Wall Street significa literalmente La calle del muro y de que mientras ese muro no se venga abajo, nuestra indignación no terminará en nada. Será muy bueno para nosotros, pero no para el pueblo.
En este sentido, dos actitudes practicadas durante la historia de la Revolución Cubana son fundamentales: Primero, tener un proyecto y no conformarse con la indignación. Tener una propuesta con sus metas y objetivos. Y en segundo lugar, tener raíces populares, contacto con el pueblo. Gramsci dirá: el pueblo tiene las vivencias, pero muchas veces no comprende su propia situación. Nosotros los intelectuales, en cambio, comprendemos esa realidad, pero no la vivenciamos.
Se ha hablado aquí mucho sobre Internet y pienso que allí tenemos una trinchera de lucha muy importante. Tengo 29 mil seguidores en tuiter, pero confieso que me siento más feliz trabajando con 29 campesinos, 29 desempleados o 29 trabajadores.
Cuba es el único país de América Latina que tuvo una revolución exitosa. Recientemente hubo otras, como la de Nicaragua y la que está en proceso en Venezuela. Pero solo la cubana alcanzó una verdadera victoria, porque no fue una revolución como la que sucedió en Europa, un socialismo peluca, de arriba hacia abajo. Aquí no, aquí se trata del cabello, naciendo de abajo hacia arriba.
Llamo la atención sobre esto: debemos practicar la autocrítica y preguntarnos cómo está nuestra inserción social en función de la movilización política y qué proyecto de sociedad estamos elaborando junto con ese pueblo, junto a los indignados, los campesinos y los desempleados.
Seguidamente, resalté la importancia de que todos presionáramos a los gobiernos de nuestros países, para que el jefe de Estado compareciese al evento ambiental Rio+20, a celebrarse junto en aquel año, en Río de Janeiro. El evento, convocado por la ONU, había sido propuesto por el ex presidente Lula y sería organizado por la presidenta Dilma Rousseff.
Hay que convencer a nuestros gobiernos de que estuviesen presentes en Río de Janeiro. No podemos permitir que los jefes de Estado le den la espalda a la cuestión ambiental, porque no se trata de salvar el medio ambiente, se trata de salvar el ambiente todo y el G8 no tiene ningún interés en ello.
Obama pasó por la conferencia Copenhague porque recibió, equivocadamente, el Premio Nobel de la Paz –para vergüenza de Esquivel−, y tenía que pasar por Dinamarca para llegar a Oslo, hacer una escala técnica y un gesto demagogo, pues no se comprometió en absoluto con la preservación ambiental. Se ha de emprender la salvación de este planeta, que ya perdió el 30% de su capacidad de auto regeneración. O se produce una intervención humana o será el apocalipsis. El tema de la ecología es, de todos los temas políticos, el único que no hace distinción de clases.
Finalizo Comandante, agradeciendo su paciencia, su diálogo con todo este grupo y por su capacidad para escuchar. Pido a Dios que bendiga a este país y vele por la vida de Fidel y por su salud.
El diálogo con Fidel había comenzado a las 13:00 horas y terminó a las 22:00 horas, con apenas dos breves interrupciones.