por Rodolfo Romero

Él empezó como artista aficionado en los festivales de cultura que se hacían en la CUJAE hace ya un par de décadas (quizás tres). Armado de una guitarra rústica, componía canciones trovadorescas inspirado por musas de diferentes latitudes, aunque, confiesa, tenía predilección por aquellas que vivían en nuevo Vedado.

La Princesa fue, de todas, las que más caló en su corazón, o al menos la que, según historiadores cercanos, motivó los versos: «pero el beso que te di, lleva siglos habitando tu garganta». Ella fue causa y azar de desvelos, citas románticas, situaciones embarazosas y la fiel testigo de la mayor hazaña de nuestro protagonista.

Desde las primeras citas sucedieron situaciones graciosas. Para que la hija de la Princesa no sospechara de los amoríos de su madre con… digámosle Albertico, para no revelar su identidad, el impetuoso enamorado se quedaba en la sala conversando hasta bien entrada la noche. Cuando la pequeña se acostaba, subía a la alcoba de su amada, hacía su mejor desempeño, se daba un baño, se cambiaba de ropa, y a las siete, cuando la niña despertaba, estaba otra vez allí, sentado en la sala, bañado y perfumado, como si acabara de llegar.

Siempre fue muy ocurrente, por eso culpó al choque del yate contra el muelle, cuando en la primera cita pública se le fue un pedo gigantesco mientras bajaba de uno de los botes de la Marina Hemingway. Ella, en cambio, no era tan ágil. Esa misma noche, después del paseo en yate, el grupo de amigos pernoctó en un lugar con varios dormitorios. Con varios tragos de más, uno de ellos entró al cuarto donde estaban los amantes buscando una fosforera que Albertico debía tener en uno de sus bolsillos. Al ver a la princesa despierta y vestida, a su amigo roncando como una piedra y tapado con una sábana, y asumiendo que en aquella cita no habían tenido tiempo para nada relacionado con el sexo, levantó la sábana de un golpe y en vez de fosforera descubrió el paquete desnudo de Albertico.

—¿Y esto que cosa es?

La respuesta de la Princesa, rápida, pero obviamente no muy bien pensada fue:

—Ah, no sé.

Vaya «ingenuidad». Solo de una pareja tan singular se puede esperar la teoría, dos décadas después, sobre la veracidad de la leyenda de Mata Siete, como a partir de ahora nos referiremos a Albertico, quien en un día de mucha euforia sexual tuvo un total de «siete palos», como decimos en buen cubano.

En el momento que escribo estas líneas nunca he podido producir tanta cantidad de esperma. En el caso femenino sí he vivenciado multiplicidad de orgasmos. La cifra máxima, de la que puedo dar fe, es 17 (aunque pocas personas lo crean posible). En el ámbito masculino tengo un amigo que acumula 6 como récord personal; yo creo que, con mucho esfuerzo, disímiles motivaciones y mucho guarapo, podría intentar a lo sumo cinco. Pero siete, obviamente es una exageración.

Por eso, recientemente, en casa de la Princesa hubo un debate grupal con amigos actuales, testigos de aquel momento, quienes contrarrestaron la versión de Mata Siete. Él alegaba algunos elementos a su favor: fue un récord personal, solo fue una vez, durante todo un día, descansó en varias ocasiones, tenía 32 años. El mayor punto a su favor, era que ella decía que sí, que fue cierto.

Pero el grupo estaba convencido de que la hazaña había sido fruto de la imaginación de ambos.

—En serio, fueron siete— decía ella.

—Pero, ¿qué ustedes entienden por orgasmos? — arremetía el grupo.

—Tenía 32 años— decía él.

—Entonces en un par de años será que yo pueda igualar tu récord— bromeé yo, que con 30 era el hombre más joven de aquel grupo.

—Lo peor es que Alain murió sin creerlo— dijo él.

—Lo peor es que todos vamos a morir sin creerte— dijo Manolito.

—Por favor, hablen bajito, que van a pensar los vecinos, me da pena— alegó la Princesa.

—No importa que hablamos alto —aclaró Mata Siete— los vecinos pueden pensar que estamos hablando de siete… ¿tú no estás permutando?… pues de siete cuartos que tiene la casa.

—Seguramente— gritó una vecina desde la ventana de al lado —yo, que llevo viviendo en este barrio hace años, me creo primero que tu casa tiene siete cuartos ante que semejante cuento de Albertico.

Mata Siete se dio un trago, dio por terminado al debate, miró a su Princesa. Ella sonrió, cómplice, aseverando la leyenda. Aunque soy un defensor de los horizontes pasionales, creo que existen límites. Evidentemente Albertico, el trovador, es un poco exagerado en sus afirmaciones, solo así se justifican los SIETE PALOS y que el beso lleve SIGLOS habitando en su garganta.

Nota:
Días después, le llevo el texto al mismísimo Mata Siete. Quise que lo leyera para ver si encontraba alguna inexactitud. No se imaginan cuál fue su único señalamiento: «Caballo, no exageres, ¡diecisiete orgasmos tuvo la jevita esa!, ¡eso tiene que ser mentira!»