Category: Sociedad

¡Salvemos la Amazonia! ¡Salvemos el planeta!

Tomado del blog Cine Reverso

Por Red en Defensa de la Humanidad

“Mañana será demasiado tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo”.
Fidel Castro Ruz

Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo
Río de Janeiro, 12 de junio de 1992

La Red En Defensa de la Humanidad se suma a la movilización mundial en protesta por el desastre ecológico que están produciendo los incendios en la Amazonia y en contra de las corporaciones transnacionales y los políticos directamente responsables de la catástrofe.

Como dijera Fidel hace 27 años, la especie humana “está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida”. Y añadía una categórica exhortación: “Cesen los egoísmos, cesen los hegemonismos, cesen la insensibilidad, la irresponsabilidad y el engaño”.

En los últimos días, las extensas nubes de humo sobre la Amazonia constituyen una gravísima señal de alarma. Sin embargo, no puede verse como un hecho aislado. Su principal causa es el sistema capitalista y su concepción de crecimiento económico infinito que da prioridad a la producción y reproducción del capital en lugar de a la producción y reproducción de la vida. Lo que sucede hoy en la Amazonia, sucede también en vastas áreas en África y otras regiones del planeta.

Empresarios y políticos neoliberales, en su ambición desenfrenada en busca de mayores ganancias, no escuchan las crecientes e inquietantes advertencias de las instituciones científicas y de los defensores de la Amazonia, y emprenden y aprueban proyectos cada vez más agresivos sin tener en cuenta las consecuencias irreparables de su acción. Los intereses expansivos de las transnacionales mineras, petroleras, acuíferas, y del agronegocio, han encontrado un aliado incondicional en el actual gobierno neofascista de Brasil.

Bolsonaro ha venido promoviendo la deforestación de la Amazonia, el debilitamiento de todo control y fiscalización sobre las empresas, y la reducción de los fondos para la protección y conservación de la región. Ha convertido en una práctica la persecución de líderes y comunidades indígenas y campesinas que defienden sus derechos y sus territorios. Estos pueblos, con sus culturas, cosmovisiones y saberes milenarios, son los que mejor han defendido —y en muchos casos lo han garantizado al precio de sus vidas— la conservación de esta gran región como el mayor reservorio de biodiversidad del planeta, cuya pérdida o deterioro implicará un daño irreversible a la ya precaria salud de los ecosistemas a nivel global.

Ante estos hechos, la Red en Defensa de la Humanidad expresa su solidaridad con todos los pueblos originarios de nuestra Amazonia, víctimas de las políticas de despojo y de la más cruel violencia del capital transnacional, y denuncia la actitud del gobierno de Jair Bolsonaro, que además de propiciar el ecocidio, da la espalda a su gente, y solo después de veinte días de incendios anuncia, para enfrentarlo, la militarización de la región, lo que puede constituirse en un peligroso paso para propiciar el control de una zona geopolítica estratégica, a través del tutelaje internacional y la intervención directa de las transnacionales, escudados en una supuesta filantropía.

Es necesario recordar que la “ayuda” de otras naciones de sesgo imperial ante desastres similares, ha sido utilizada históricamente como pretexto para la intervención, la desestabilización y el saqueo, en lo cual las grandes potencias han contado siempre con las más diversas herramientas de dominación y, por supuesto, con la manipulación constante de la opinión pública. Debemos defender el principio de que si existe voluntad real de ayuda, esta debe encauzarse por la vía de los Estados y los organismos internacionales con pleno respeto a la soberanía.

Denunciamos la falsa moral de los países que han sido los mayores responsables de la crisis ecológica a nivel mundial (entre ellos los miembros del G7) y que expresan hoy su preocupación por la Amazonia, obviando todo tipo de conexión entre los incendios y el desarrollismo capitalista. Son las transnacionales de estos mismos países las que se extienden por los reductos naturales del mundo en búsqueda de recursos de toda índole, tierras y fuentes de energía. Ninguna aparente polémica afecta al vínculo medular entre un gobierno neoliberal y entreguista como el de Bolsonaro, los poderes transnacionales y las grandes potencias. Apoyamos, en contraste, las acciones impulsadas por el gobierno del Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales Ayma, que ha demostrado un espíritu de unidad en la adversidad, y verdadera preocupación por enfrentar el incendio no solo en su país, sino en la región, y aplaudimos también el llamado realizado por su gobierno y el de la República Bolivariana de Venezuela para que se concreten acciones regionales que permitan abordar la emergencia con celeridad y eficacia.

La Red en Defensa de la Humanidad, haciéndose eco de las expresiones de preocupación y dolor ante la tragedia de muchas personas sensibles del planeta, exige al gobierno de Brasil que sean tomadas medidas urgentes para salvaguardar la vida de los pueblos y culturas que están en peligro hoy en la Amazonia. Con los incendios, están siendo privados, además, del sustento material y espiritual de su existencia. Cuando arde un árbol, siempre arde una casa.

Exhortamos al Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, a activar los recursos establecidos por los instrumentos normativos internacionales para garantizar de manera inmediata la protección de los más de 400 pueblos afectados y, a su vez, de la soberanía de los ocho países amazónicos. Instamos a promover denuncias ante la Corte Penal Internacional y otras instancias competentes de embestidas como estas contra el medio ambiente, que deben ser consideradas como crímenes contra la Humanidad.

Alentamos a trabajar en la impostergable articulación de plataformas populares en un frente de acción común y coordinada ante los desastres ecológicos y sociales, que permita una comunicación alternativa, veraz, certera y oportuna, al tiempo que convocamos a revelar y difundir con énfasis la conexión causal existente entre el sistema capitalista y la debacle ambiental que estamos presenciando. Esto hace imprescindible enlazar las luchas anticapitalistas y la de los movimientos ambientales en defensa de la Amazonia y de otras zonas del planeta.

Convocamos a realizar actividades en todos nuestros países, movilizaciones populares, plantones, marchas, mítines y denuncias a través de las redes sociales, o lo que es lo mismo, a utilizar toda posible tribuna para mostrar este crimen contra la naturaleza, acusar a sus responsables y advertir sobre el peligro de que el impacto mediático que ha tenido esta tragedia sea utilizado por las grandes potencias imperialistas para  intervenir en la Amazonia y consolidar y legitimar el despojo de manera concertada con autoridades venales.

Hacemos un llamado, además, a la transformación de nuestras lógicas de consumo y contra la contaminación y degradación ambiental que estas producen, vinculadas al modo de producción capitalista y su inviable paradigma civilizatorio.

¡Salvemos la Amazonia! ¡Salvemos el planeta! Como dijera Fidel en 1992: “Mañana será demasiado tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo”.

Tomado de: https://redh-cuba.org

Henry Reeves “El Inglesito”, ejemplo de libertador

Tomado del blog: Cienfuegos Patrimonio

por: Sadiel Batista Díaz

Henry Reeves “El Inglesito”, fue uno de esos ejemplos de hombres que lo dieron todo por sus ideas de libertad, en este caso por la libertad de otros pueblos diferentes al norteamericano.

Un día como hoy, el 4 de Agosto 1876, cayó en desigual combate en la zona cienfueguera de Yaguaramas frente a las tropas colonialistas el brigadier del Ejército Libertador Henry Reeves, El Inglesito, internacionalista nacido en los Estados Unidos.

Este joven norteamericano a los diecinueve años dejó Brooklyn, Estados Unidos, para unirse a la causa emancipadora cubana y convertirse en general de brigada del Ejército Libertador.

Fue reconocido en Camagüey por el sobrenombre de Enrique el americano, pero en el resto de Cuba, tanto cubanos como españoles, lo conocieron como El inglesito. Se le adjudica haber participado en unas 400 acciones combativas, de las que en 10 resultó herido y se le reconoce haber participado en el rescate del General de Brigada Julio Sanguily.

Siendo joven abandonó secretamente su hogar y se involucró en la expedición del Vapor Perrit, al mando del general norteamericano Thomas Jordan, muy identificado con los anhelos de emancipación de los cubanos. Aprendió el idioma español auxiliándose de un ejemplar incompleto de “Don Quijote de la Mancha” confiscado en un asalto.

Entre los combates de 1876 donde participó se encuentran los de Aguacate, Guanal Grande, Zacatecas y río Hanábana, donde fue herido. Atacó a más de 50 ingenios. Aparecía y desaparecía para pavor de los españoles.

Cuando Reeve desplegaba una importante campaña entre los territorios de Colón y Cienfuegos en agosto de 1876, supo que en las cercanías del poblado de Yaguaramas estaba el enemigo.

Con la impetuosidad que lo distinguía el brigadier Reeve salió a su encuentro y cargó al frente de su tropa. Era 4 de agosto y en desigual combate, ordenó la retirada, y mientras cubría a su tropa recibió primero una herida en el pecho y después otra en la ingle.

Derribado del caballo, recibió otra en el hombro y cuando el enemigo mató su caballo sin el cual no podía valerse, su ayudante le ofreció otra bestia pero la rechazó ordenándole que se retirara porque lo iban a matar, y siguió defendiéndose con un machete en la mano y en la otra un revólver hasta que, agotadas las fuerzas y las municiones, se dio un tiro en la sien para no caer vivo en manos del enemigo.

Al morir contaba con 26 años de edad de los que dedicó siete de su juventud a la causa de la libertad de Cuba.

La ciudad de la vida

tomado del blog: Segunda Cita

Por Raúl Roa Kourí                                                                                                               A Eusebio Leal       Segundos antes un fino rayo de sol levantó las penumbras que arropaban la espesura húmeda de la sierra pinareña. Nuestra embarcación braveaba la marejada matutina sin mucho esfuerzo, navegando hacia el oriente a unas millas de la costa, sobre el canto del beríl, remontando la corriente como a ahorcajadas de las olas. Íbamos en pos de un gran castero, de una aguja poderosa, de un peto argentado, de un serrucho precursor de escabeches y, en última instancia, de algún peje perro con hambre que mordiera el anzuelo. A la derecha, entre rosa y nívea, comenzaba a dibujarse la ciudad.      Vista en la semineblina que el viento no lograba aún difuminar, La Habana desperezaba su modorra, abanicándose morosa con la espuma tenue que rítmicamente brincaba por encima de los muros del malecón; penetrando por abiertos balcones carcomidos y ventanas; algunas luces anunciaban la inminente partida de los moradores y, de hallarnos más cerca, hubiéramos podido apreciar el aroma del café recién colado, porque no abunda ese otro de la crema para rasurarse y mucho menos el de las lociones que usualmente acompañan tales menesteres.      Recordé la descripción que de La Habana hacían viajeros llegados por mar a nuestra capital, la asombrosa albura que irradiaba su conjunto, alegres colores como manchas de una rica paleta en lienzo algo cargado en el que sobresalen eclesiales cúpulas, alturas de betón y domos capitolinos o palaciegos, el verde de antiguos álamos y vieja piedra grisácea, corroída por la sal y el escape de gas de fantasmagóricas guaguas, destartalados camiones y vetustos autos de paseo.      Los grabados antiguos, no obstante la ausencia de la avenida junto al mar y sus edificios, mostraban un tejido urbano que a muchos recordaba a Cádiz y que para mí guarda cierta semejanza con el viejo Burdeos, tanto por el color de la piedra como por el barroco de las fachadas, los balcones con balaustres de hierro forjado y el puerto. Tal vez llegaran a nuestra ciudad barcos negreros desde el estuario de La Gironda y, por supuesto, otros, cargados con barricas de vino, finos cognacs,sederías de Lyon y artículos suntuarios para la naciente sacarocracia habanera, amén de viajeros ilustres y, más tarde, pintores, arquitectos y cortesanas.      Entonces era más arbolada la villa y más evidentes las ondulaciones donde se alzan las fortalezas de El Morro, La Cabaña y Atarés; ceibas, flamboyanes y palmas cubrían las aturas en torno de la bahía, cuyas aguas claras escondían tiburones y otros peces. Saltaba la majúa o sardinilla en la atarraya de los pescadores para hacer boca en las tabernas o servir de carnada, y el río agregaba su feble caudal, aún no contaminado, al tranquilo y amplio estanque que determinó en su momento, y puesto que se trataba de magnífico abrigo para las naves y estratégico punto donde recalar las flotas que iban o venían de la metrópoli hacia Cuba y tierra firme, el establecimiento en este sitio de la muy ilustre San Cristóbal de La Habana.        Frente a la fortaleza de La Punta pudimos ver el Paseo del Prado, su alameda umbría poblada de insaciables gorriones y palomas cagonas, de broncíneos leones yacentes. Casas principales se alzan a ambos lados de la avenida, evocadoras de “ilustres” apellidos de la república neocolonial, mandantes de la época, ricos hacendados y propietarios.      En el Hotel Sevilla, remozado, sigue ofreciendo el remanso del patio y el roof garden, donde se podía tomar té todas las tardes a las cinco en punto en los años veinte y divisar el Capitolio, el Hotel Inglaterra, el Centro Gallego y el Asturiano, las palmas reales del Parque Central y, recorriendo el Prado, los fotingos descapotables con su carga de señores trajeados y elegantes damiselas trés à la mode; ahora, pueden verse jóvenes desaliñados en bermudas, pulóvers y zapatillas Adidas, acompañados de atléticas muchachas de idéntico talante, dispuestos a disfrutar de la proverbial acogida de los pobladores, el amable mojito con yerba buena y el son inigualable de Compay Segundo, redescubierto por un gringo avispado (y gran músico), Ry Cooder.       A veces nos pasa esto a los cubanos, porque fue Pete Seeger quien dio fama mundial a La Guantanamera de Joseíto Fernández, a mediados de los sesenta, y Xavier Cougat (que, por cierto, interpretaba catalanamente nuestros ritmos), quien popularizó en Estados Unidos numerosas versiones de nuestra música para cantar y bailar, incluyendo la rumba. (Sin olvidar que Miguelito Valdés, Mr. Babalú, Beny Moré, Pérez Prado, Chano Pozo, Mongo Santamaría, los hermanos Barreto, la orquesta Casino de la Playa y tantos otros intérpretes y agrupaciones difundieron el ritmo cubano urbi et orbi sin que nadie viniera a “descubrirlos”).      Digresiones aparte, insisto en que esa luz que irradia La Habana y que a veces me hace pensar en Casablanca o Argel y hasta en ciertos barrios de Túnez y, por supuesto, en otras villas mediterráneas (de Grecia, Chipre, Italia y el sur de Francia, amén de España), si no fuera porque su intensidad es mayor en nuestras latitudes, modifica el color del entorno, suprime los matices, nos devuelve lo mirado sin esa suave transparencia que poseen los atardeceres otoñales del Parque Saint Cloud, luz de climas templados, propicios al claroscuro de Rembrandt y a las impresiones sucesivas de la catedral de Rouen, vista por Monet.       “Aquí achicharra el sol todas las cosas”, achatándolas, unimismándolas, infundiéndoles un calor específico, de respiración entrecortada, músculo tenso, faena de amor fructuosa y transpiración abundante. Paisaje y paisanaje indistinguibles uno del otro, piedra de cantería para levantar edificios y esculpir mujeres, altas palmas de penacho oscuro como cabellera donde enredar los sueños, plazas amables como sus gentes y aquellas gacelas de moroso andar y lánguido ademán, que se desplazan con levedad increíble a borde de la mar, sorbiendo, sensuales, el yodo en el aire húmedo, reminiscente de conchas bivalvas y sexo de mujer.      En la explanada vecina al monumento que recuerda el fusilamiento de los Estudiantes de Medicina, falsamente acusados de haber rayado la losa de Gonzalo de Castañón, pasé muchas tardes mataperreando con mis primos Kourí cuando tenía 12 años. Jugábamos a Cuba y España (nos peleábamos por ser del bando cubano), al escondite, a los agarrados; alguna vez me tocó agazaparme tras los arbustos que rodeaban los restos de la cárcel donde guardó prisión José Martí; imaginaba al Apóstol caminar penosamente con el grillete que dejo indeleble huella, más en el alma que en su misma carne y arrancar la piedra a golpe de pico en las canteras de San Lázaro, a pocos kilómetros de distancia.      Sólo 43 años habían transcurrido desde su caída en combate, y la República, que soñó independiente y soberana, “con todos y para el bien de todos”, padecía el nuevo coloniaje que quiso impedir, al convocar a los cubanos para la Guerra Necesaria, con la libertad de la Patria, evitando así que los Estados Unidos se apoderasen de la Isla y “cayeran con esa fuerza más sobre las tierras de América”. Pasarían algo más de dos lustros y darían su vida 20 mil patriotas, antes que viéramos cumplido su anhelo.      La ciudad se aprestaba, en 1948, al cambio de poderes: Ramón Grau San Martín, tal vez el mayor defraudador de las esperanzas populares durante la neocolonia, entregaría la Presidencia a Carlos Prío Socarrás, participante en la contienda contra el tirano Gerardo Machado, desorejado tunante, que entró a saco al tesoro público, superando con creces –con la excepción de Fulgencio Batista–a cuanto bandido desgobernó el país después del probo, aunque vendepatria y pro yanqui, Tomás Estrada Palma, quien, al no lograr reelegirse llamó al avieso vecino a hollar nuevamente con su pata intervencionista nuestro suelo.      El Parque Central, fue escenario, en los cincuenta, de memorables tánganas organizadas por la Federación Estudiantil Universitaria (FEU).  El 28 de enero de 1956, una tarde fresca y soleada, desembarcó José Antonio, junto a Fructuoso, Nuiry, Machadito y otros compañeros, para depositar una corona de flores y denunciar al dictador Batista ante la efigie del Apóstol.  Javier Pazos, Germán y Raúl Amado Blanco, Carlitos García el Carapálida, y otros compañeros entramos por otro costado. La zona estaba ocupada por esbirros de la tiranía, vestidos de paisano; llegaban al monumento columnas de Shriners (masones estadounidenses invitados a la farsa organizada por los batistianos), tocados con estrafalarios gorros.  Se oyó gritar a Echevarría, todos coreamos, ¡Muera Batista! ¡Abajo la dictadura!. El aire se llenó de ruidos violentos y sirenas policiales. Energúmenos de azúl agitaban “bichos de buey” por fuera de las ventanillas de los patrulleros, golpeando a cuando joven se tropezaban en su veloz carrera hacia los manifestantes; apresaron a los dirigente de la FEU, que se defendían a puñetazo limpio y les metieron a la “jaula”.  Otros logramos escabullirnos y regresar a la Colina Universitaria. Subí por la calle Ronda con el “chino” José Venegas; entró a un pasillo (que resultó no tener salida) donde fue apresado, salvajemente golpeado con la culata de un fusil y conducido luego al Castillo del Príncipe.  Penetré al recinto universitario por la entrada que da al fondo del Aula Magna y corrí hacia el local de la FEU, desde cuyos micrófonos nos turnamos para condenar la brutalidad policial y el encarcelamiento de José Antonio y demás compañeros.      Lanzamos bidones de 55 galones Colina abajo; otros volcaron un carro con placas oficiales frente a la Escalinata; la jauría del obeso Salas Cañizares se desplegó frente a nosotros y, entre disparos y palabrotas subió hacia el Rectorado y la Plaza Cadenas (hoy Agramonte). Nos replegamos en diversas direcciones; con Raúl Amado Blanco ingresamos al local del Teatro Universitario, donde estaba el profesor Ramonín Valenzuela.   Le dijimos que los guardias habían irrumpido en la Universidad, violado su autonomía, y perseguían a los estudiantes.  Consideró que debíamos salir enseguida.      Al hacerlo, vimos llegar, en zafarrancho de combate, al comandante Ponce y varios esbirros por la entrada de Ronda. Divisé a Willy Barrientos (hijo) y otros compañeros que se refugiaban tras el busto de Manolo Castro, frente a nosotros. Ponce nos apuntó con la Thompson y nos echamos al suelo; las balas arrancaban pedazos a las columnas del balaústre que rodea al Aula Magna, encima de mi cabeza. Decidí emprender una carrera “a cuatro patas” hacia el otro extremo y salir a la Escuela de Derecho; al doblar rumbo a la Plaza Cadenas, me hallé frente a los jenízaros de Salas Cañizares y  tuve que correr hasta el muro que da a la Calle 27 y brincarlo olímpicamente, a riesgo de quebrarme un hueso (siempre mejor que ser molido a palos y además detenido).      El propietario de la quincalla ubicada en J y 27, donde adquiría mis Bock “especiales”, me aconsejó caminar (no correr) hacia 23. Seguía su recomendación cuando oí que me llamaban desde un taxi que subía por J en dirección a la Colina: era René Anillo, que allá se dirigía. Monté y le expliqué que la Universidad estaba tomada. Decidimos ir a casa de Javier, en 15 entre 6 y 8, en el Vedado,. Éramos varios los compañeros allí reunidos. Ese día se discutió la necesidad de crear el Directorio Revolucionario.      Todas las tardes, en Galiano y San Rafael, andaba, perfumando el aire, la habanera; no una singular, toda La Habana. Blancas faldas de hilo, géneros ligerísimos que se aferraban al cuerpo voluptuosamente, insinuando sus montes y sus valles, venusinos promontorios que el viento juguetón impúdico esbozaba. Detenidos entre el oleaje de féminas, señores de dril cien, leontina de oro, panamá y coco macaco, semejaban colosos de rodas, faros de Alejandría, contemplando el incitante desfile. Tanto en verano como en “invierno”, protegidos a veces por sombríos paraguas del Bazar Inglés o por los portalones de la ancha vía: “gente buena y del comercio”, solía decirse. Vejetes pintones o verdes, irremediablemente erotizados por Eva, “que triunfante pasa”, dejando en los espíritus un ansia irrefrenable de joder…      Cuando era niño trepaba al mango del traspatio en busca de frutos suculentos, tentaba las gallinas de mi tío Julio, como le veía hacer a él; gallinas llamadas por los nombres de sus hermanas: Fina, Beba, Silvia…Esto ocurrió en L y 25, donde ahora se alza el Hotel Habana Libre. El gallo Piro daba su merecido a las gordas pollas, que ponían huevos diariamente en los rincones más protegidos. Un día terminaron todos los pobladores del corral en la olla, pero Julio se negó a comerlos. Petronila, la vieja cocinera fumadora de habanos, les torció el pescuezo con su destreza habitual y elaboró fricasés, arroz con pollo y pollo frito hasta que no quedaron más aves por asar.       El barrio de Kohly era un remanso silencioso y tranquilo en los años 40. Morábamos en Tropical No. 1, esquina am la Avenida de la Paz, una casona hecha con piedra de cantería, balcones de madera techados con tejas color de terracota. Un pequeño jardín rodeaba la casa, circundando por espinoso seto; a un costado se empinaba, galana, una imponente ceiba de tronco gris y amplia melena. En la calle jugábamos a la pelota con Mula Ciega, Sagüita, Romeo, Enrique y Colín; durante largo tiempo fuimos “enemigos” de los Peláez y Albertico Luzárraga y nos liábamos a golpes o pedradas cada vez que nos veíamos. Hicimos las paces después que lancé a la fachada de la residencia de Albertico  un pomo de peste diabólica, menjunje preparado por Mula Ciega y por mí, a partir de medicinas del botiquín de mi abuelo; éter anestésico, sobras de frijoles negros, lagartijas despanzurradas, arañas peludas y mierda de gato, todo fermentado al sol durante varios días.       Aliados a Luzárraga, continuamos a enfrentarnos con  los Peláez hasta que una noche, mientras cenaban, quitamos la masilla recién puesta a los cristales de las ventanas que cerraban el portal delantero, provocando su caída y estrepitosa quebradura. Alzaron bandera blanca y el sosiego retornó a la cuadra, pero enfilamos nuestras incursiones en otra dirección: el guayabo de los Parajón, en la Avenida de Almendares, que sistemáticamente desvalijábamos, y las grosellas de la italiana princesa Ruspoli, exiliada en Cuba durante la Segunda Guerra Mundial.. Preadolescentes ya, brincábamos la verja de la Tropical para, esquivando al guardabosque y su perro “policía”, regalarnos con espléndidas chirimoyas y lujuriantes guanábanas. Y, en otras ocasiones, para ver la pelota gratis en el estadio homónimo (hoy llamado Pedro Marrero).       La barrera coralina frente a la zona del Biltmore era, en aquella época, una fuente no negligible de langostas y pulpos (aunque estos pululaban en los arrecifes costaneros de Miramar); salíamos en bote desde el club, con cajuelas con fondo de vidrio y fijas, para pescarlos. Siempre me gustó el crudo de langosta recién salida del mar; luego aprendimos a preparar ceviche de cobo y pulpo a la marinera. Fui de los primeros en el colegio en practicar la pesca submarina, a pulmón (entonces ya comenzaba a utilizarse el aqualung) con flecha y “fusil” accionado por ligas de caucho. Me “retiré” a finales de los ’60; mi última inmersión deportiva fue con el general Raulito Díaz Argüelles, el capitán Benítez, Brazo Fuerte Ali Khan, al norte de Varadero.      El centro histórico encierra las joyas más preciadas de la ciudad. Lo he andado en todas direcciones, toda mi vida; con mi padre, desde niño, estudiante de bachillerato y universitario; recorríamos librerías, conversábamos con el colorao, Alberto, en La Económica, con Gelpi en La moderna Poesía, el gallego González en la Librería Martí y Andrés Belmonte en Selecta; prestigiábamos con nuestro incógnito humildes fondas chinas; surcábamos la bahía hasta la carbonera de Pelleyá, visitábamos Regla y Casablanca deambulando por sus calles “ultramarinas”; nos acercamos al paquebote Nieuw Amsterdam, holandésy al hispanoMarqués de Comillas, cuyo vivero traía sardinas y merluzas frescas del Cantábrico, que constituían nuestro deleite en las tascas del puerto, con helados vinillos de las Bodegas Bilbaínas y música de un “gaito” acordeonista, acompañado por su hija, la mismísima virgen de la Macarena, que cantaba aires regocijados y apenas nos rozaba con su mirar.        La noche siempre se “pone íntima” en la pequeña Plaza de la Catedral, donde habitaba, en un cuartico con gran ventana a la calle, Víctor Manuel. Llegué con Denise, pied noire voluptuosa atraída a nuestra tierra por el milagro de la Revolución. El poeta que era Víctor trasladó a cartulina, en delicado trazo, el hechizo acuciante de su cuerpo joven, de sus cabellos brunos descendiendo en barroco desorden sobre los hombros. Subí unas cervezas, recordamos París, nos mostró óleos inacabados, dibujos que aparecían entre colillas y botellas vacías. Víctor Manuel se consumía en el desaliño y el abandono, nada podían sus amigos, porque ya no tenía voluntad. Mi náyade regresó al Sena plasmada, para siempre, por su pincel impar.      Martínez, ceremoniosamente campechano, recibía en su Bodeguita del Medio, con chicharrones y mojitos, al compás de los “tristeros” de Carlos Puebla. Puede que Aurora lo hubiera echado al abandono, pero Armenia cocía con esmero ambrosianos tasajos de la llana Camagüey, dormía (con notas de La tarde) gustosos frijoles negros, mientras el horno hacía crujir pellejos de chancho en adobo criollo (naranja agria, ajos, orégano, sal, una pizca de cominos molidos en manteca bien caliente) y los tostones se freían, alegres, en inmensas sartenes de hierro.      La Calle del Empedrado, a medianía entre la Catedral y la calle Cuba, despertaba el apetito de los transeúntes, asombrados de que tales aromas surgieran de las entrañas de una pequeña tienda, no diferente en su aspecto de tantas otras que sólo expendían víveres y bebidas. Ese invento notable se debió a Felito Ayón, el impresor del local adyacente, a quien no resultó difícil convencer al propietario de La Bodeguita para que diera cabida a algunos amigos en las mesas de la trastienda, donde almorzaba Martínez con su esposa y dos empleados y, poco a poco, convertirla en el sitio preferido de poetas, pintores y escritores golosos, amantes de la cocina criolla, del ánima estimulante de la caña de azúcar y de los viejos trovadores, que cantaban y bebían  la par de los comensales.      Así nació La Bodeguita del Medio que pronto fue “bodegona” y acogió a figuras cimeras del cine, el teatro, la radio, la prensa, la cultura y la política, y a simples amadores de la vida, que mucho tiene también de melodía, bebercio y manducatoria.
En la esquina del salón, al fondo, patas arriba, cuelga la silla de Leandro García, recuerdo del amigo que partió para siempre; versos de Guillén y lemas (“Cargue con su pesao”) cuelgan de las paredes y Salvador Allende recuerda a nuestro bardo desde su propia bodega santiaguina.       Hubo, por cierto, una caricatura de mi padre hecha por mi (que Martínez llevó a su casa y hoy está en el Centro Pablo) y otra, reproducida en hierro forjado, del ingenioso Juan David, asiduo bebedor de cervezas bodegueriles en el bochorno del mediodía. En su bar, Mario Kuchilán era “señor” chinito, “porque no hay clases—me dijo–, pero hay jerarquías” y Carlos Lechuga, Enrique Núñez Rodríguez, y Eduardo Robreño expresaban otra manera de ser, la buena, de los supervivientes de la República que era “aquella”. (Así decía Varilla, desgarbado y ocurrente cajero, siempre dispuesto a difundir la coñas sin errar en sus cuentas.)      Andando las calles, tras los pasos de Leal, visitamos la casona que fue la de El siglo de las luces, donde radica ahora el Centro Alejo Carpentier que alentaba Lilia, su esposa y compañera (y ahora lo hace con sobrada brillantez Graziella Pogolotti); la Casa de la Obra Pía, en la vía que lleva su nombre, frente a la de Äfrica: mis amigos africanos, representantes de varios Estados ante la ONU, patentizaron su satisfacción al recorrerla. Años después asistí en la primera, con el ministro de Ultramar francés y Eusebio, a la inauguración del taller donado por su gobierno, donde se restauraban históricas telas de El Templete habanero, factura de Jean-Baptiste Vermay, discípulo de David y fundador de nuestra Academia de San Alejandro.      No olvidar la loma del Ángel ni su iglesia: en derredor se escuchan los reclamos de Cecilia Valdés, lejanos pregones, trote de caballos, chirrín de volantas, ni el templo del Espíritu Santo, donde oficiaba monseñor Ángel Gaztelu misas poéticas, después de magnificar la iglesia de Bauta con la obra de nuestros maestros.  Ni los restos de la muralla, que deslindaba la villa original de terrenos inhabitados o poco poblados, expuestos a devastaciones de los piratas, en dirección al Almendares.      Porque en el fondo de todo lo que perdura en la ciudad hay unos ojos tristes, los de un niño que reía y amaba los colores, corre-que.te-corre tras un balón, sin hacerse preguntas, llenando sus pulmones de oxígeno, atravesando el prado de las margaritas silvestres y punzantes guizazos, sin reconocer las yerbas que los galos llaman pisse-en-lit y tienen flores redondas, como de pelusa, que se deshacen al más leve soplo, y se comen con o sin lechuga, rociadas de aceite de oliva y vinagre añejo; o quizá, haciéndose elementales interrogaciones sobre la redondez de la tierra, la inalcanzabilidad del infinito, la persistencia del sol, invariable, año tras año, como la seca y la lluvia, punteadas por ciclones tremebundos, inundaciones y desplomes de viejas casas, arrasadas por el agua y la incuria.      Ese niño aprendió a deshojar las margaritas y conoció extraños sabores, porque la vida se hace también de hollín y hiel y desengaños. A pesar del mar inmenso, la ilusión de la nube, la gaviota que pasa y deja en el viento un aroma de almizcle y presentimiento, de bueno por conocer, amor impuro, las horas mantienen su ritmo, ni lentas ni veloces, acompasadas. Y tanto va el cántaro a la fuente que aprende de memoria la música del agua; la vida se derrama por las marismas y cañaverales, desciende por las calles, hace arroyos, hoyuelos en las mejillas de Atenea, de Alina Sánchez/Cecilia, cuesta del Ángel abajo, al hondón de la villa que andamos.      Se arremolinan las columnas, las redondas y lisas, tímidas de tanta sencillez; las coruscantes, barrocas, como volutas de habano, cantatas de Vivaldi; y aquellas coronadas, corintias, pequeñas dóricas que soportan los años, imitativas cariátides frente a las olas, embebidas de sal y yodo, de terrales; otras, se mueven como las palmas azotadas por el vendaval del norte, hitos en los portales, mojones que deslindan antiguas puertas; y las rejas, serpenteando en el Prado, trasunto de viejas columnas españolas, de templos meridanos y templetes, teatros, coliseos; columnas de los atrios y claustros tropicales, conventuales columnas de los maitines, que recuerdan el paso bisbiseante de las monjas en el airecillo vespertino, impregnado del olor del chocolate de los inviernos casi inexistentes, ávidos de churros o, al menos, de bizcocho fresco.       Oh, ciudad de las columnas, ¿quién te vio y no te recuerda? Ciudad de calor insomne y de pupilas ardientes. ¿Acaso no pudo decirlo así Federico en sus días habaneros, asaltado por fantasmas de Córdoba en la Plaza Vieja, azuzado por aquellos mozuelos lánguidos, baldíos que cruzaban por los sueños de Porfirio Barba-Jacob, su contertulio en las noches de la casona vedadense de los Loynaz, donde salían a recoger estrellas caídas entre el follaje del jardín al filo de la madrugada?      El pulso late con brío en esta ciudad entrañable, venida a menos, pero no agotada; dormilona, pero siempre alerta, como sus noches milicianas, el haz de luz recorriendo el espacio desde la farola de El Morro. Amables piedras, enérgicos jinetes de sus parques en caballos de bronce, clarín que toca a degüello; titanes, nombres diversos de la patria. Tus hijos te guardan las espaldas, cuidan tu sueño, rehacen tus arterias, levantan tus escombros. Aquí es el hontanar, la voluntad inquebrantable de vivir dignos y libres de cualquier tutela, junto a Martí y al héroe de la Sierra, junto al hermano de los años duros que aún no acaban. En nuestra Habana, la urbe sin veneno, la ciudad de la vida.

Jaime Ortega: Un Cardenal en el lado correcto de la historia

Cuba, Destacada

tomado del blog: PostCuba

Por: Marco Velázquez Cristo.

La muerte del Cardenal Jaime Ortega Alamino acaecida este viernes 26 de julio en La Habana constituye una sensible pérdida para la Iglesia Católica Romana y su feligresía en general. Hombre de diálogo y entendimiento no temió rechazar la confrontación con la Revolución a pesar de las presiones de los que deseaban ver a la iglesia enfrentada con el Estado cubano.  

Con sencillez, discreción  y sin demostrar afanes de protagonismos participó y contribuyó al éxito de importantes eventos y procesos que se dieron en el país como: las visitas papales, la negociación para la liberación y envió a España de  reclusos contrarrevolucionarios y el proceso de acercamiento entre Cuba y EE.UU. que concluyó con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países. Supo estar en el lado correcto de la historia.

En el momento de su muerte los que no entienden más que de odios, los enemigos de una Cuba con todos y para el bien de todos, comienzan sutilmente a atacarlo. No los voy a nombrar no hace falta son los mismos que han hecho de la intolerancia un medio de vida.

“…No hay nada oculto que quedará sin ser descubierto”.

Jesucristo.

Escribo sobre Ortega Alamino, no para hacerle una defensa a ultranza lanzándole loas obviando discrepancias o posiciones polémicas, sino por un elemental sentido de justicia, para  denunciar los intentos de utilizar su figura en función de intereses políticos espurios y de aprovechar su desaparición física  para intrigar y  fomentar la división. Lo hago reconociendo que situó por encima de cualquier diferencia su amor por Cuba y la practica honesta de su fe religiosa.

Lo hemos hecho porque defendemos la justicia basada en la verdad, no la adaptada a intereses de grupos como hacen algunos.

Hay que clonar muchos Pachango en Contramaestre

tomado del blog: Caracol de Agua

Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com


Alfonso Gutiérrez González (Pachango), es uno de esos hombres de hablar torrencial, empieza y no termina nunca. Montando siempre el caballo local que no niega la raíz de donde viene, Contramaestre, municipio de oriente; guajiro por más señas, cultor de la guaracha, donde es famoso ya entre sus coterráneos, por dos números inolvidables que tienen sabor a Cuba: La Motorina y La Wi-fi.
En su cabeza musical, sus pachangadas, como gustan decir sus amigos, andan proyectos, anhelos, sueños; siempre con su contingente Juan Marinello y la Sociedad Cultural José Martí a cuestas, intentando salvar el río Contramaestre, proteger las cuevas de esta zona del oriente o cuidando la preservación del patrimonio intangible, como lo hizo del 10 al 14 de julio, al crear la I Jornada Entre Teclas y Armonías, dedicada a José Gutiérrez González (Cheo, Pipito), alias con los que era conocido su hermano, en el mundo musical de su tiempo.
Técnico medio en elaboración mecánica de la madera  Pachango quería estudiar Arquitectura y un día montó un tren y fue a dar a la escuela de Boyeros, en La Habana, pero la boleta estaba mal confeccionada y después de muchas tribulaciones, fue a dar a la Tomás Royo Valdés del municipio Batabanó, donde estudió técnico medio en elaboración mecánica de la madera.
Allí fue delegado al Congreso de la Federación Estudiantil de la Enseñanza Media (FEEM) de 1981, donde, por su cubanía proverbial, promovió que Fidel Castro picara el kake con el dedo, hecho que produjo sonrisas y ganó la admiración del Líder histórico por aquel joven de hablar rítmico, atropellado y con una jocosidad que no admitía rostros amargados.
En sus años habaneros (1979-1982) ganó amistades que aún lo acompañan, desde un Abel Acosta hasta un Felipe Pérez Roque. Los unía la música, los dicharachos, la picaresca a lo Fautino Oramas y los cuentos del folklor cubano, estilo Samuel Feijoo.
Al graduarse, tenía la disyuntiva de quedarse en La Habana o regresar a oriente, optó por lo último y dejó atrás un mundo donde podía haber llegado a ser un destacado dirigente juvenil.
Se estableció en Yara, provincia Granma, donde vivió seis meses y trabajó como profesor de literatura en una Facultad Obrero Campesina. Allí fundó el grupo Llamará, junto a varios amigos.
Decide regresar a Contramaestre en 1983.  Encontró un municipio con una vida cultural amenizada por agrupaciones aficionadas como Los Astros, la Típica Variación, Orbita 1 y el combo Nuevo Ritmo de Eloy Castellanos.
Empezó a trabajar en el establecimiento 104 Mario Silot, perteneciente a la Empresa Provincial Muebles del Hogar, atendiendo Control de la calidad.
A raíz de la muerte de Eloy Castellanos, dos integrantes de la orquesta Los Astros, lo invitaron en los primeros meses de 1984, a tocar el piano en la agrupación (“-¡aquello fue una locura!”), recuerda Pachango.
Se unió a un sueño, junto a hombres que la mayoría tenía un septo grado de escolaridad y cursaban el noveno en la Secundaria Obrero-Campesina.
Los Astros (una constelación de elegidos)  Decidieron llamarse Los Astros, porque en su contexto fundacional, creían ser los músicos elegidos de Contramaestre; así se veían desde su jovialidad provinciana.
Soñaron el Universo y tomaron el planeta Tierra.  Ganaron el Festival Nacional de Artistas Aficionados de 1984. Sentaron cátedra en el mundo musical cubano de Santiago, donde se esperaba el triunfo de Ricardo Leyva con el grupo Ruble Son. El jurado entendió que Los Astros cumplían con todos los parámetros del concurso, incluso se puso de pie y ovacionó la descarga del director Cheo Gutiérrez, que hacía unos meses había asumido la dirección.
Tuvieron 10 años de aficionados, donde fueron seleccionados mejor grupo representativo del sistema de casas de cultura de Cuba; participaron en 1985 en la Gala por el XXV aniversario de la creación del Movimiento de Artistas Aficionados. Invitados a la gala del Tercer Congreso del Partido Comunista de Cuba, en febrero de 1987.
A partir de 1989, se evalúan como profesionales. En su historia han grabado varios demos promocionales en la EGREM de Santiago de Cuba. Números antológicos han hecho historia en el gusto del público bailador, entre los que se encuentran, Eso que me pone mal, Canto a Ogum, Parrandero, Sacala telemá, El pintaó, Pato robado y Meneíto.   
Como agrupación, Los Astros surgieron un 14 de diciembre de 1979. Su primer director fue Meléndez, luego Cheo Pipito, Alexis Tamayo y en sus últimos años, nuevamente Cheo Gutiérrez.

En ese bregar, donde nada se le dio fácil, Pachango tocó piano, batería, bajo, percusión; era un utilero nato; donde hacía falta, ahí su genio, su fuerza para sobreponerse a lo imposible y hacerlo bien.
Cuando los Astros se apagan  Los Astros se apagan cuando se produce un cambio de nombre en 2015, por una decisión unilatateral de personas con criterios extra-artítiscos, que a espaldas de los integrantes,   registraron la orquesta en el Instituto de la Música con otro nombre: “La Gran Combinación”.
El 1 de octubre de 2016, el Centro Provincial de la Música en Santiago de Cuba informó superficialmente que la orquesta debía recesar por la mala comercialización de su producto; según algunos funcionarios, no conseguía vender su obra. La comunicación de la decisión se produjo vía telefónica.
A partir de esa fecha, Pachango lo apostó todo a la guaracha, siguiendo la picaresca de Faustino Oramas, Ñico Saquito y se convirtió en el guarachero insignia de este pueblo, defendiendo su creación con el Grupo Taburete, del cual es director. 
A ritmo de contingente  El contingente Juan Marinello surgió el 1 de octubre de 2001 en Contramaestre, por indicación del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Cultura. Asesoró metodológicamente al Movimiento de Artistas Aficionados. De sus canteras surgieron la mayoría de los músicos profesionales de Contramaestre.
El 27 de enero de 2008, su líder, Pachango, creó el “Encuentro de Contingentes” de las cinco provincias orientales. El 2 de febrero se realizó el gran evento regional, en el que participaron todas las manifestaciones artísticas de la cultura.
Por sus destacados resultados, el Contingente Juan Marinello fue declarado “Referencia Nacional”, el 5 de febrero de 2008 por el Ministerio de Cultura.
Bajo la dirección de Pachango, el Contingente realizó 9 ediciones del encuentro. En 2016 desaparece por falta de apoyo gubernamental.  
Entre Teclas y Armonías (Primera edición)  La Jornada Entre Teclas y Armonías empezó como una locura, según algunos funcionarios, que no admitían una temporada de música, donde se integrarán las raíces fundacionales que dieron lugar, a lo que hoy pudiera llamarse, “Cultura musical de este pueblo”.

Su primera edición corrobora que Contramaestre necesita muchos Pachango, con ganas, ideas y colaboradores inteligentes que apoyen sus proyectos, bien aterrizados y no tan idealistas como piensan sus detractores. Entre Teclas y Armonías lo confirmó.
Nunca antes en la historia de este municipio oriental, se habían unido folklor, tradición, religión, historia e identidad local, como componentes básicos del “Ser espiritual de Contramaestre”.
“La Ruta de los artistas” en el Cementerio de Maffo, fue otro de sus grandes aciertos. Saber nombres olvidados de esta parte de la geografía cubana, como Melba Mondejar, José Cañete, José Gutiérrez González (Cheo Pipito), Félix Griñan Berroa, Alicio Cárdena Despaigne, Rosa Gutiérrez González, Reinaldo Santana, Orlando Concepción Pérez, tiene un inmenso valor para la conservación de la memoria vinculada al patrimonio intangible.
La peregrinación desde el lugar donde nació Contramaestre el 5 de febrero de 1913 como asentamiento poblacional, es un hecho que también debe reconocerse.
Un gran acierto fue la ubicación de los conversatorios en la esquina del parque Jesús Rabí, donde todos los días se dan cita los personajes que más saben de hechos vinculados al surgimiento y evolución de Contramaestre como pueblo.
Incluir el componente religioso en el programa, con un altar de la Virgen de la Candelaria en la antigua Casa de la Trova, donde un antropólogo especializado en estudios de este tipo, disertaría ampliamente sobre la misma y su simbolismo en Contramaestre, fue una feliz genialidad de Pachango, porque no se puede negar esa raíz identitaria que nos acompaña; finalmente no pudo concretase por razones de organización.
Visitar en la comunidad El Manguito a Orlando Fajardo Fornaris, uno de los fundadores de la primera Banda de Concierto, fundada el 24 de diciembre de 1952, por el maestro, Miguel Milanés, arrancó lágrimas al vecindario de allí que no podía creer en un homenaje muy tardío, pero tan merecido, a un hombre que pertenece a la historia musical de este pueblo oriental.
La presentación cada noche en el parque Jesús Rabí de agrupaciones de primer nivel de Contramaestre, como Los Astros, Orbita 1, Bachata de Oriente, Taburete y Tradison, es una de esas pachangadas que merecen ovacionarse largamente, porque posiciona en el lugar más céntrico de la ciudad, lo genuinamente local.
Entre Teclas y Armonías (Convocatoria)  El domingo 14 de julio de 2019 se lanzó la convocatoria a la II Jornada Entre Teclas y Armonías. Su comité organizador acordó desarrollar este evento que privilegia la cultura e historia musical local, en el mes de julio de cada año; siempre dedicado a una figura del patrimonio intangible de Contramaestre.
También se hizo el lanzamiento del concurso “Cheo Gutiérrez in Memorian”, que premiará la mejor composición, arreglo musical e interpretación, de la música popular cubana.
Clonar muchos Pachangos es una urgencia
En la actualidad Pachango trabaja como promotor del sistema de casas de cultura en Contramaestre.
Entre sus méritos fundamentales sobresale la distinción de “Laureado por la Cultura Cubana” y la medalla Raúl Gómez García.
No logro explicarme, en la conclusión de este texto, como una persona como Alfonso Gutiérrez González no ha sido merecedor del Premio Memoria Viva. ¿Qué necesita para alcanzarlo?
La cultura en municipios como Contramaestre ganaría en calidad e impacto, si los funcionarios de la política cultural tuvieran la habilidad de clonar muchos Pachango y no dejar que la modorra localista niegue lo que con gracia, talento y liderazgo, pueden hacer personas como él.