tomado del blog: Segunda Cita
Por Pedro Salmerón Sanginés
La noche del 10 de enero de
1929, Julio Antonio Mella paseaba del brazo de su amante, Tina Modotti,
cuando fue abatido a tiros en la esquina de Abraham González y Morelos
de la ciudad de México, a unos metros, una cuadra, de la Secretaría de
Gobernación.
El asesinato a mansalva de Mella
provocó una tormenta política en la ciudad de México y una inacabable
serie de especulaciones. Destaca entre ellas una contrafactual: para
muchos, el joven comunista cubano exiliado aquí, fue una malograda
promesa. Su asesinato, junto con la muerte del peruano José Carlos
Mariátegui el año siguiente, eliminó la posibilidad de que existiera en
América Latina una poderosa resistencia intelectual contra el
estalinismo, desde las filas de los partidos comunistas.
Por ello, muchos comentaristas
posteriores (a nadie se le ocurrió entonces) asegurarían que el joven
cubano fue asesinado por órdenes de Stalin. Omitamos que Stalin todavía
no terminaba de asumir el poder supremo y aún no imponía sus métodos. La
acusación solía respaldarse en que poco después del asesinato de Mella,
Modotti se convertiría en amante de Vittorio Vidali, y que ambos serían
conocidos en la Guerra Civil Española como estalinistas
incondicionales: en esa guerra, Vidali, con el nombre de comandante Carlos,
comisario político del quinto Regimiento, dejaría una estela de
violencia represiva que lo hizo un digno agente de Stalin. Sin embargo,
en lo que a Mella toca, es una clásica explicación posfacto. En enero de 1929 ni Stalin ni Vidali eran lo que serían en 1937.
Lo que sí se les ocurrió entonces a la policía mexicana y a no pocos sectores de la llamada opinión pública fue el crimen pasional. La prensa llamó a Modotti disoluta, veneciana perversa, Mata Hari del Comintern (siglas
de la Internacional Comunista) y adjetivos semejantes. Releer la prensa
de aquellos días nos revela que el movimiento feminista sí que ha
ganado batallas, al menos en lo que al discurso público se refiere.
El linchamiento mediático contra la
fotógrafa y modelo comunista fue inmediatamente combatido por el partido
al que pertenecía. Desde el primer día, los comunistas, por boca del ya
mundialmente famoso Diego Rivera (quien por instrucciones del comité
central del partido condujo una investigación paralela) desde el
principio señalaron como autores intelectuales del crimen al dictador
cubano Gerardo Machado y a su embajador en México, que mantenían de
tiempo atrás espías y sicarios que seguían a los disidentes y exiliados
de la gran antilla… con la complicidad del gobierno de México.
¿El gobierno mexicano?, ¿qué no
teníamos suficientes actores en la ecuación? Para algunos, el asesinato
de Mella es el punto de partida de una transformación del discurso
político mexicano y la tolerancia al radicalismo, propios de la década
de los 20. En los meses siguientes al asesinato de Mella sería fusilado
el legendario dirigente campesino y comunista José Guadalupe Rodríguez;
moriría misteriosamente el líder de la Unión Nacional Campesina, Úrsulo
Galván, y se ilegalizaría al Partido Comunista.
Si esto fuera una trama de ficción,
podrían acusarme de gigantismo: aparecen aquí desde Gerardo Machado y
Emilio Portes Gil hasta el legendario comisario de policía Valente
Quintana. Sicarios, pistoleros a sueldo, agentes, espías, exiliados,
pintores y fotógrafas de fama mundial. Desde esta historia se tejen
muchas otras, y dando vueltas o acercándose a ella se han escrito libros
formidables, como Tinísima, de
Elena Poniatowska. Y cuando discutíamos el tema hace algunos años,
había quienes podían llegar a las manos sobre las acusaciones contra
Stalin, Vidali, Modotti… o, se nos quedaba en el tintero, alguno de los
anteriores amantes de la hermosísima Tina, como el muralista Xavier
Guerrero, comunista de armas tomar, a quien Quintana en algún momento
quiso culpar. ¿Quién fue?, ¿seguiremos discutiendo?
Ya no. Gabriela Pulido halló los
expedientes sobre Mella en los archivos policiacos mexicanos y Laura
Moreno localizó en La Habana el expediente de la vigilancia y espionaje a
que el gobierno cubano sometía a Mella y a los exiliados. Cruzaron los
expedientes, hicieron una pesquisa exhaustiva en otros repositorios,
leyeron cuantos libros se habían publicado y parece que al fin, a 90
años de su asesinato, sabremos quién y por qué ordenó matar a Mella. Y
no se los cuento, lean: El asesinato de Julio Antonio Mella: Informes cruzados entre México y Cuba, de
Gabriela Pulido y Laura Moreno (INAH, 2018), que se presentará este
jueves en la feria del Libro de La Habana, es más que un gran libro de
historia: es un relato policiaco y de espionaje, así como un tratado
sobre la política internacional de México, que también nos abre los ojos
sobre las difíciles decisiones de hoy.
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