El cementerio

cementerio-de-historiasEl toque de las campañas estruja mi cuerpo. Tres toques soberbios me calan los huesos. Camino tras el carro fúnebre. Me muevo lentamente. Me adentro en la casa de la muerte. Sigo el hilo que me conduce al lecho donde reposan los cuerpos inertes.

La fosa se regodea en su oscuridad. Espera con sed de hambre su nuevo bocado. La tapa es movida. Una cucaracha sale de su interior. Huye despavorida al ver la luz que se asoma en su mugrienta existencia. Se enreda entre los pies de alguien que no tiene fuerzas para aplastarla. Por hoy mejor no más muertes.

Me acuerdo de Gregorio Samsa, de Kafka, de su metamorfosis, quizás esa misma cucaracha es un ser metamorfoseado. Que despertó este mañana convertido en un “monstruoso insecto”.

Ahora se pierde entre la hierba mala que crece descontroladamente sin que nadie la pode. Sin que nadie la arranque de raíz. Los cementerios me hielan la piel. Siento como los lamentos de tristeza gimen bajo la tierra.

Como los olores putrefactos se mezclan en la atmosfera caliente. Observo lápidas sin esculpir el mármol. Flores secas, mustias. Silencio. Los pasos se detienen. La soberbia caja se prepara para ser lanzada al abismo. Para decir un último adiós al mundo de los vivos.   

Silencio. Silencio. Silencio. El silencio es aterrador. Solo está permito derramar lágrimas. Olvidar o recordar, según convenga. Pensar o no pensar. Dejar la mente en blanco aliviaría el dolor.

Los sepultureros se sumergen y diestros en estos asuntos empotran la caja en el hoyo siniestro. La sellan con salpicados de cemento. Colocan las flores coloridas, llenas de vida ante tanta muerte. Acaso vida-muerte no son la antítesis perfecta.

Me retiro. No me gustan los cementerios. Quiero al morir que me incineren y que mis cenizas se las lleve el viento.

(Por: Lis García Arango. Tomado del blog La cachaza del otoño)

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