El ciclo de la Historia

Tomado del blog La mariposa cubana

La Historia tiene maneras de enseñarnos. Una espiral de sucesos que nos pueden llevar al desarrollo o al inequívoco ejercicio de la repetición. Si algo tenemos los nacidos bajo el signo de Cuba es buena memoria, sobre todo ante la amnesia, selectiva, de quienes han gobernado en el Norte vecino.
Los creídos Mesías estrenaron su divina misión de interventores pacifistas en el hemisferio mucho antes de extender su manto al resto del mundo. Desde entonces una pieza apetecible ha sido esta nación indómita.
Una nación que desde 1492 aprendió a vivir con la cruz y la espada rozándele la garganta al tiempo que se nombraba y se definía. En medio de toda esa sangre y esa vida que cuestan los aprendizajes a fuego estuvo Estados Unidos a la sombra, esperando el momento de la “salvación” por su mano de un pueblo de débiles y afeminados, incapaces de gobernarse.
Martí, el hombre a quien nunca le tembló la vida por Cuba, alzó la voz y contó de nuestro servicio a la paz, tan antiguo como nuestras ansias independentistas. Pero donde muchas veces olvidan el por qué de las luchas y la muerte de Abraham Lincoln no cejaron en su empeño. El inmenso cubano lo vislumbró e hizo su causa evitar su extensión por Nuestra América.
Pero la necesaria guerra llegó a su fin sin el Maestro y el valiente General confió en el honor de quienes declararon que no tenían “deseo ni intención de ejercer soberanía, jurisdicción o dominio sobre dicha Isla (Cuba), excepto para su pacificación, y afirman su determinación, cuando ésta se haya conseguido, de dejar el gobierno y dominio de la Isla a su pueblo”.

Mala fue la interpretación de sus palabras. Ellos se fueron a disfrutar de lejos su nueva pocesión, una falacia de República acunada en los brazos de una Enmienda impuesta bajo la amenaza de no marcharse jamás.
Once votos se opusieron al robo de la libertad, entre ellos el cubano bueno que se alzó por órdenes de Martí—Juan Gualberto Gómez–, quien aseguró que de rodillas al Imperio solo tendríamos “gobiernos raquíticos y míseros, (…) condenados a vivir más atentos del beneplácito de los Poderes de la Unión que a servir y defender los intereses de Cuba”.Situación ante la que Salvador Cisneros Betancourt sentenció que “Cuba no tendrá su independencia absoluta”.
La “República” comenzó a dar pasos sola cuando el protectorado murió junto con la “Platt” en 1934, pero los títeres de turno cuidaban más su bolsillo que el estado de nación y de derecho que solo conoció el país después de 1959.
De entonces acá los desvela la fruta perdida. A su sueño han puesto diferentes nombres: Mangosta, Peter Pan, Brigada 2506, Ley Torricelli… Radio y TV Martí… intentos de asesinatos, subversion interna…
En 2004, celebrando una independencia que nunca gozó el pueblo definido por Fidel en la Historia me Absolverá, conmemorando una República (20 de mayo) orquestada tras bambalinas. George W Bush fue a Miami, junto a los pocos que lloran heridas que el resto no recuerda, a firmar un Plan para Cuba. Sus antecedentes datan de octubre del 2003, cuando estableció la Comisión de Ayuda a una Cuba Libre.
Fue esta sin dudas una declaración abierta al intervencionismo, pues reconocía que buscaban identificar medios adicionales para poner fin rápidamente al régimen cubano, que su Gobierno no estaba simplemente esperando sino que estaba trabajando en términos prácticos para lograr ese fin. Y en el camino para acelerar la transición iban a determinar cómo sería la misma. Justo la clave de toda su ayuda: la devolución de propiedades que fueron nacionalizadas por la Revolución.
Todo un canto de sirenas de 450 páginas para endulzar los oídos de uno de los lobby entonces más fuertes de la política norteamericana. Los años de elecciones tienden a tener ese efecto enceguecedor en quienes quieren mantener sus pertencias en el despacho Oval.
Para los cubanos, un dejavu de 1996. Cuando William Clinton se negaba a recoger la maleta y firmó para complacencia del voto la Ley para la libertad y la solidaridad democrática cubanas.
La Helms-Burton tuvo su Maine: el incidente de las avionetas de Hermanos al Rescate fue el pretexto preparado el 24 de febrero de 1996 para lograr la escalada agresiva que terminó en la firma de un cuerpo legal que en sus títulos III y IV varios abogados, incluso en los propios Estados Unidos, han señalado que no tiene precedentes en la historia legal de ese país, pues se entromete en asuntos que solo serían abordables a la luz de los principios del Derecho Internacional.
La Ley define entre sus propósitos “ayudar al pueblo cubano a recuperar su libertad”… “Proporcionar un marco de política para el apoyo de los Estados Unidos al pueblo cubano a la formación de un gobierno de transición”. Y en la Sección 109 se autoriza al Presidente a prestar asistencia a personas y organizaciones no gubernamentales independientes a favor de los esfuerzos de democratización en Cuba, incluido… “apoyo a los grupos democráticos y de derechos humanos de Cuba”.
Un guion ya desgastado, que incluye la disolución de las principales instituciones del país, incluidas las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ministerio del Interior, bajo la apariencia de un nuevo rol. Recuerdo claro de 1898 y la deposición de las armas del Ejército Libertador… la Historia ha sido clara en las consecuencias, quien tenga dudas puede mirar al Sur, en Colombia.
Con esta Ley el gobierno de Estados Unidos perpetúa sus hostilidades hacia Cuba; contrarresta el cuestionamiento creciente al bloqueo y asegura que ningún presidente estadounidense pueda levantarlo ni cambiar la política agresiva hacia el pueblo cubano. De paso incrementa la extraterritorialidad de las decisiones norteamericanas, busca desestimular la inversión extranjera en el país e impedir que las organizaciones financieras internacionales ofrezcan préstamos para el desarrollo de la economía nacional… y con ello el logro de la asfixia de la Revolución.
La misma que representa y es la República unitaria que soñó Martí, la que no fue el 20 de mayo donde pisotearon la sangre mambisa y la entrega de muchos; la que no pueden construirnos de afuera con un plan a la medida de quienes buscan recuperar propiedades en suelo nacionalmente cubano.
La Historia tiene maneras de enseñarnos. Este no es el país de 1492. Es una nación por vocación rebelde y por convicción mayoritaria martiana y fidelista, construida por un pueblo que bien puede parafrasear al Comandante — en las mismas entrañas del monstruo–, pues de los asuntos de Cuba, nos encargamos nosotros.

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