EL DR. ACTUAL TRABAJA PARA LOS CAMBIOS

545186_06Por: Nelson Páez del Amo

Mientras Juanito “el antiguo” sueña, junto al Muro de los Lamentos, con un “amarillo” que lo ayude en diaria lucha contra el transporte público, el doctor Actual, su vecino, continúa pensando una patria más inclusiva, más próspera, más participativa, más democrática y verdaderamente socialista. El doctor tiene 71 años, once más que “el antiguo”, ha dedicado 46 a servir como cirujano y ha cumplido cinco misiones internacionalistas en África y en Asia, bastante mal remuneradas y no precisamente en grandes ciudades. Al doctor, pese que tampoco dispone de los recursos pecuniarios necesarios para ir de vacaciones a Varadero o aun a otro lugar más barato – aunque pertenece al sector que más dinero aporta a la economía del país- no le espantaron las palabras dichas en el congreso obrero, sino que le agradó mucho la forma abierta y directa en que se plantearon todas y cada una de las deficiencias del trabajo sindical, de la producción y de los servicios, cuestiones que él nunca había visto, en un forum nacional de trabajadores, abordar con tanta espontaneidad y sentido crítico. Él, que toda su vida fue de lengua suelta para señalar deficiencias y problemas que siempre existieron y se trataban de tapar con el secretismo institucional de todos los actores sociales “para no cooperar con el enemigo”, que se buscó más de un problema por señalar lo que consideraba mal hecho a despecho del criterio de los jefes, piensa que con añorar aquellas regalías del pasado, que tanto daño le hicieron a nuestra economía y cuyas consecuencias aun estamos pagando, no resolveremos absolutamente nada y seguiremos patinando en el mismo fango de la ineficiencia, propiciando la corrupción y la desidia a todos los niveles.

El doctor Actual, también es docente e imparte clases en la educación superior y está consciente de que su rol principal es trabajar con esa juventud enseñándola a pensar por si misma, dejándolos aportar libremente sus criterios y aumentando su participación en este proceso de cambios con ideas frescas y renovadoras y no añorando, con tono plañidero, la presencia de un “amarillo” que los monte en un carro estatal o de un sindicato, eco de la administración, que les “resuelva” un plan vacacional por ser “un compañero vanguardia y obediente”. Él sabe que debe mostrarles cuales son las tribunas desde donde puedan luchar por sus derechos frente a la dañina burocracia inmovilista que se empeña en aferrarse al poder e impedir el cambio necesario. El doctor-profesor comprende, porque ha estudiado economía y marxismo, que hay que para enderezar la pirámide social, invertida hace bastantes años, y acabar con el igualitarismo y los subsidios innecesarios hay que lograr que el trabajo se convierta en una necesidad y en la única fuente de riquezas y con ello, mediante el incremento de la productividad, lograr un socialismo eficiente, creador de bienestar repartido justamente bajo el principio socialista: “De a cada cual según su capacidad y cada cual según su trabajo”; pero el doctor Actual sabe también, que Roma no se construyó en un día y recuerda, como reza el adagio italiano:”Chi va piano va sano, chi va sano va lontano” ( Si va despacio va seguro, si va seguro va lejos).

Ciertamente, también para el gusto del doctor Actual, el ritmo de las reformas (aunque al gobierno le gusta usar el eufemismo de actualización del sistema) marcha algo lento y con aquello de que los cambios de mentalidad demoran en operarse, propicia que la gente como Juanito empiece a añorar subsidios y gratuidades pasadas en vez de reclamar derechos , dejando todo acto decisorio, como le enseñaron durante muchos años a los Juanitos de este país, en manos de los “infalibles dirigentes” para que ellos resuelvan los problema.

El doctor Actual, pese a ser de la llamada tercera edad y no tener- como dicen los guajiros- ni donde amarar la chiva, no cierra los ojos ante los innegables avances de los últimos años logrados en la política de cambios…Queda muchísimo por hacer, es verdad y él lo sabe, pero como dijo, hace ya muchos años, nuestro general-presidente: “Atrás, ni para coger impulso”.

———————————————————————

calle-habana-almendron_0Juanito el Antiguo sueña con un amarillo

Por Amado del Pino

Mucho reímos a finales del siglo pasado con aquel serial argentino. Dentro de los varios personajes que asumía el cómico Franchela estaba Enrique el Antiguo. Peinado, pantalones campana, melenita que entonces fue rebelde y gustos musicales casi olvidados, componían los elementos de la graciosa caracterización.

A Juan Pérez Rodríguez –el personaje supuesto y tan probable que me desvela hace varios días– lo acaban de acusar de antiguo. Un compañero del preuniversitario donde trabaja como profesor le comentaba que en un reciente congreso se dijo algo así como que “los sindicatos no estaban para conseguir plazas de hoteles a los mejores trabajadores, sino para reclamar que ganen el salario que les permita pagar sus vacaciones con su familia”.

Juanito –aunque está a punto de cumplir 60 años, arrastra entre contento y resignado el cariñoso diminutivo– está de acuerdo con la idea. Lo que pasa es que la subida de sueldo ni está ni se le espera. Y mientras tanto, no vendría mal para dentro de unos meses que le tocara en suerte una semanita en una casa en la playa.

Las que dan por la sección sindical suelen estar despintadas, con agua goteando y piezas de menos en el baño, pero eso no se echa a ver. Está el mar cerquita, dan diez productos de comer baratos en el papel que se convierten en cinco cuando llegas al lugar de distribución, pero todo dentro del área de su maltrecho bolsillo.

Como profe de Historia nuestro personaje –que ahora ha salido del Instituto y camina por la muy concurrida calle Amistad– está bastante al tanto de los cambios de los últimos meses.

De diez lugares en los que ha trabajado en estos casi 40 años en ocho por lo menos los dirigentes sindicales han sido como unos segundos administradores; los tres o cuatro “cuadros” de base, algo así como una imitación o duplicado del núcleo del Partido. Le preocupa que antes de levantar la voz para por fin discrepar, reclamar derechos, defender realmente al trabajador, le quiten a la gente de fila las muy pocas cosas que podían aliviar la vida cotidiana.

Una lógica parecida –piensa con disgusto Juanito, y por entretenido está a punto de ser arrollado por un bicitaxi– parece imponerse en lo de las casas. Nunca estuvo entre los que al menos podían soñar con que le asignaran una vivienda, pero alguna gente resolvía por esa vía tras años de sacrificio, lealtad y en algunos casos siendo muy oportunos en la relación con los jefes. Parece que ahora el Estado se lava las manos con que pueden comprarse y venderse libremente.

¿Con qué dinero? –se pregunta Juanito a la altura del Parque de la Fraternidad que podría evocarle la Revolución francesa, uno de sus temas preferidos cuando está frente a los alumnos–. ¿Quién puede comprarse un apartamento?

De los carros no quiere ni hablar. Ha dejado de visitar por un tiempo a su único hermano por lo obsesivo y amargo que se pone con ese tema. Es médico, ha estado trabajando en varios países africanos y tenía las cuatro ruedas al alcance de la mano. Su hermano no podría llevarlo ahora hasta su barrio de Alamar. La idea que tenía era venderlo a uno de los prósperos comerciantes de la nueva Cuba y reparar con el dinero de la venta su casa repleta de familia en la Habana Vieja.

Ahora el “maceta” –palabra despectiva para los adinerados que se supone entrará en desuso con los nuevos tiempos– se lo compra directamente al gobierno. Debe reconocer que es más simple el trámite.

Juanito se acerca a la repleta parada de la guagua y está claro que vivienda y coche privado son cosas que quedan lejos de sus expectativas. Unos treinta años atrás recibió su apartamento de microbrigada en el que han crecido sus hijos. Dio después los clásicos tumbos del divorciado habanero y ya lleva una década de vuelta al barrio obrero, ahora en casa de su mujer y sus suegros. Pronto vendrá un niño –cosa casi rara por estos días en un país que envejece–, pues la hija de su mujer anda “inflamada de amor”, como diría aquel profe de Literatura que fue su amigo de juventud.

Tal vez –revisa nuestro hombre bajo la invasión sonora de un joven que grita la oferta de máquinas de alquiler– debió aprovechar aquel tiempo de trabajo en la construcción y haber derivado su vida como plomero o electricista. Pudo más su vocación de enseñar y durante años se levantó de madrugada para pasar una hora en aquella guagua de asientos plásticos y trabajar en las escuelas en el campo.

Ahora está en la ciudad pero su bolsillo averiado no le permite esta tarde apretarse en uno de esos vehículos que cobran por lo menos diez pesos. Su hija de 20 años y estudiante universitaria pasó ayer llena, en iguales proporciones, de entusiasmo y apetito. Estaban buenas las pizzas en el bulevar de San Rafael. Y cada uno devoró entre la multitud una de 35 pesos. Más dos refrescos de latica para no atragantarse… casi cien pesos. El sueldo mensual de Juanito es de 500.

Se dice –y no importa que lo sigan llamando antiguo– que sería bueno que apareciera un “amarillo”, aquellos inspectores que de vez en cuando lograban que un dirigente o un chofer de las empresas estatales montara y llevara hasta cerca de su casa al menos a algunos de los que esperan durante tanto rato en la parada. Un primo de Ciego de Ávila le dice que siguen existiendo por allá, pero casi nunca les hacen caso.

Nuestro hombre prefiere recordar una televonovela en la que el actor Frank González interpretaba con mucha gracia a uno de esos “amarillos” condenados a ni pasar a la Historia. Por cierto (el cubano y su ingenio), como todo era un poco edulcorado en el solar o ciudadela donde se desarrollaba la trama la gente le puso “Si me pudieras creer”. Juanito sonríe mientras recuerda, y con esa media risa en los labios corre hacia una guagua que se ha detenido a unos metros de sus casi seis décadas de afán y magisterio.

Deja una respuesta