Tomado del Blog Segunda Cita
PALABRAS PARA MANOLO: ELOGIO DE LA COMPLEJIDAD
Queridas amigas, queridos amigos:
Tengo abiertos aquí, en sus pantallas
correspondientes, tres documentos: una hoja de vida de Manuel Pérez
Paredes, el elogio que escribí para la entrega de su Premio Nacional de
Cine en el año 2013, y las palabras de agradecimiento del homenajeado,
todo leído aquel día en el vestíbulo del cine Charles Chaplin.
Esos textos me ayudarán ahora a armar
el que sigue, cómplice y breve, para compartir junto a ustedes la
admiración por la vida y la obra de este creador intenso, profundo y
generoso que recibe hoy el más alto reconocimiento de la Universidad de las Artes.
Tomo de entrada el título de aquellas palabras del 2013 para encabezar estas páginas: elogio de la complejidad.
Creo que su esencia y propuesta sintetizan, de manera justa y
justiciera, la obra cinematográfica de Manolo. Como ven, paso
inmediatamente al tratamiento coloquial, cotidiano y auténtico de su
nombre para no restarle la presencia necesaria a los valores humanos, de
amistad y compañerismo que corren paralelamente a los altísimos logros
profesionales de su obra –es decir, de su vida.
Para cumplir con algunos códigos
inevitables, habría que decir ahora que Manolo nació en La Habana en
1939 y que su actividad cultural por la que lo homenajeamos hoy comenzó
en el año 1956 cuando integró la Sociedad Cultural Cine Club Visión,
una de las canteras de futuros cineastas del Instituto Cubano del
Arte e Industria Cinematográficos, que se fundaría tres años después. A
ese recién nacido ICAIC, fundado por Alfredo Guevara a través de la
primera ley de la Revolución en el ámbito de la cultura –junto a la Casa
de las Américas– llegó el joven futuro cineasta y realizó una de sus
primeras acciones en el bullente territorio creativo del cine
revolucionario: el estudio profesional de la dramaturgia cinematográfica
al participar como asistente de Cesare Zavattini en el trabajo de
investigación para escribir el guion de El joven rebelde, largometraje de ficción que dirigiría Julio García Espinosa en 1961.
Esta etapa inicial de formación
incluyó, casi de inmediato, en 1960, su trabajo como asistente de
dirección de Tomás Gutiérrez Alea en el tercer cuento del primer
largometraje de ficción del ICAIC, Historias de la Revolución. Manolo realizó, entre 1961 y 1966, en el camino de su formación como cineasta, cinco documentales: Cinco picos, Caimanera, Pueblo de estrellas bajas, Era Nikel Co. y Grandes y chiquitos, antes de dirigir sus primeros cortos de ficción: La esperanzay El desertor en 1964 y 1968 respectivamente.
Me ha alegrado mucho la justicia
justiciera de este alto reconocimiento que hoy recibe Manolo. Sobre todo
porque en ese gesto y este acto confluyen las acciones, las aventuras y
los riesgos de la fundación y de la historia del cine cubano. Esto es
así porque la vida de este cineasta, activista, pensador y analista
incansable pasa por esa historia dejando los importantes aportes por los
que hoy recibe este reconocimiento que tanto merece.
En 1973 llegaría su primer largometraje de ficción, su opera prima,El hombre de Maisinicú, ese clásico del cine cubano y latinoamericano.
Observando –y sintiendo–, desde la mirada de hoy, la vigencia y los valores perdurables de El hombre de Maisinicú,
podemos (re)confirmar que la obra cinematográfica, el pensamiento y la
acción práctica de Manolo Pérez han devenido ejemplos de consecuencia y
autenticidad, puestas al servicio de su compromiso a partir de una
visión compleja –profunda, seria y arriesgada– de eso que llamamos, para
entendernos, la realidad, pero que puede recibir también los nombres de
historia con mayúscula o minúscula, transformación de la sociedad,
cambios que se presentan como ineludibles, territorios en fin donde se
mueve el bicho humano que somos –según el decir de Eduardo
Galeano– en la búsqueda de caminos para el desarrollo de la felicidad y
la felicidad del desarrollo en todos los campos que resulten necesarios:
los de la superviviencia material y los de la ética y la defensa de un
modelo de conducta humana en el que prevalezcan la solidaridad sobre el
egoísmo, la honestidad sobre la corrupción y el riesgo sobre el
acomodamiento y la rutina.
Para subrayar ese elogio de la complejidad quiero citar ahora aquí brevemente esta reflexión de Manolo sobre El hombre de Maisinicú–con
la alegría colateral pero íntima de que en ella mencione a uno de los
actores más relevantes de nuestro cine y nuestro teatro y ejemplo
consecuente, como Manolo, de intelectual comprometido con la verdad y
con la justicia:
A Alberto Delgado, interpretado por
Sergio Corrieri, no se le ve actuar jamás como revolucionario, siempre
es contrarrevolucionario. Y lo es hasta la muerte, ya que no confiesa,
ni en ese momento, su verdadera identidad. Me atraía la visión de una
persona a quien no se le conoce nunca su verdadera personalidad, no se
le ve recibir instrucciones de sus superiores ni expresar conflictos
psicológicos en su quehacer, todo el tiempo está simulando (algo que
resolvió muy bien Silvio con la letra de la canción-tema), simulando ser
un contrarrevolucionario.
Los formidables resultados artísticos y
comunicacionales de este filme, que se mantienen vigentes hasta hoy,
respaldan plenamente el camino y el método utilizados por su director
para proponernos una visión épica y conmovedora de aquel acontecimiento a
partir del ejercicio de la complejidad creadora, radicalmente alejada
de los estereotipos tan comunes en obras audiovisuales (y literarias)
que tratan de sustentar su validez artística a partir de las “verdades
ideológicas” de sus personajes.
Ya en el terreno –y el elogio– de la
complejidad, me es imposible no recordar ahora aquella frase definitiva
escrita por Pablo de la Torriente Brau en un artículo memorable: …ni
me interesa, ni creo en el “hombre perfecto”. Para eso, para encontrar
eso que se llama “el hombre perfecto” basta con ir a ver una película
del cine norteamericano.
Este alto reconocimiento que está
recibiendo hoy seguramente hace justicia también a las múltiples y
azarosas tareas, igualmente importantes, que Manolo ha asumido a lo
largo de estas décadas jubilosas o difíciles: siempre complejas.
Entre ellas podemos subrayar ahora,
sobrevolando la memoria colectiva del ICAIC y de la cultura cubana, su
vocación de analista agudo, de líder de opinión y de activista fiel y
laborioso dentro del panorama cinematográfico (y no sólo
cinematográfico) nacional y latinoamericano. Esa vocación solidaria y
participativa se expresó entre nosotros en su trabajo como director de
uno de los Grupos de Creación del ICAIC, entre 1988 y 1992 y, ya
alcanzando ámbitos más abarcadores, en su condición de fundador del
Comité de Cineastas de América Latina, constituido en Caracas en 1974 y
en su labor inteligente y sostenida en el Consejo Directivo de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, desde su creación en 1986 hasta hoy.
Aunque la obra cinematográfica de
Manolo dejó su huella mayor en la realización de filmes de ficción
–línea que puede seguirse, creo, con facilidad en la pantalla y en su
hoja de vida–, me parece importante destacar también, en esta hora de
repasos y valoraciones, los cinco años (1966-1971) durante los cuales
este certero contador de historias realizó alrededor de 40 ediciones del
Noticiero ICAIC Latinoamericano, creado por Alfredo Guevara y dirigido,
casi desde su fundación, por Santiago Álvarez, el más intuitivo y
sorprendente de los documentalistas cubanos, cuyo centenario estaremos
celebrando durante el ya próximo 2019. El Noticiero se exhibía
semanalmente en todas las salas del país (que entonces eran muchas)
hasta la amarga fecha de su desaparición en 1990. No es difícil
aventurar que su vertiginoso ritmo de trabajo seguramente constituyó
otra fuente de aprendizaje creativo para Manolo, además de mantenerlo en
contacto con otra de las zonas sensibles para su capacidad de
observación y análisis: la realidad cotidiana, el día a día de la gente
de a pie, ese devenir de la Historia en sus claves más aparentemente
pequeñas, pero ricas en matices y contradicciones –como la vida misma.
La enumeración rápida pero intensa de
los caminos transitados por Manolo Pérez dentro del cine y de la cultura
de la Isla será siempre incompleta si no se acompaña de una acción
imprescindible: valorar el sensible y generoso costado humano del
asunto: la vehemencia (otra palabra clave, como sabemos, en Manolo) con
que ha emprendido y realizado esas tareas a lo largo de estas décadas.
Esa enumeración profunda y diversa incluye, sin dudas,otra
labor que él desarrolló paralelamente a lo largo de aquellos años y que
en estos que vivimos probablemente advierte sobre esta urgencia mayor:
la de contribuir, de manera aún más sistemática y pública, con su
inteligencia, su sagacidad y su compromiso, a la decisiva tarea de
pensar con cabeza propia los problemas de nuestro tiempo, como
solicitaron, en el suyo, Pablo de la Torriente Brau y Raúl Roa,
integrantes de aquella vanguardia formidable que aún puede dar mucha luz
y mucho aliento, desde la memoria, a los imprescindibles análisis y las
audaces acciones que demandan los tiempos que vivimos.
En una carta memorable escrita en La
Habana en 1965 el Che incluyó esta frase que no ha perdido su vigencia
esencial a pesar del paso del tiempo: “ya hemos hecho mucho, pero algún
día tendremos también que pensar”. A ese llamado de resonancias
actuales ha contribuido la obra cinematográfica de Manolo Pérez,
auténtica y honesta, comprometida y participante, sin hacer concesiones a
las modas pasajeras ni a los ditirambos oportunos.
Trazando un arco desde su ópera primahasta
nuestros días, resulta esclarecedor, diáfano y útil el siguiente
comentario del autor sobre el último filme de ficción que ha realizado
hasta hoy, Páginas del diario de Mauricio:
… es una experiencia de esos años
duros,1988-2000, que tiene que ver con mi generación y con lo que
significa para la generación a la cual yo pertenezco el reajuste de
cuentas con las ilusiones del proyecto social y el ajuste de cuentas a
nivel familiar. No es que esté directamente asociada a mi vida personal,
pero sí lo está en la medida en que amigos míos y yo mismo hemos vivido
esa crisis más íntima, más existencial, más relacionada con las
interrogantes de por qué pasó lo que pasó y qué hacer, cómo tratar de
mantenerse consecuente a esta altura de la vida.
De ahí la trascendencia y la
permanencia de la obra cinematográfica de Manolo Pérez entre nosotros –y
también, creo, en el futuro. De ahí la admiración que despierta la
generosidad de su talento. De ahí este elogio de la complejidad con el
que celebramos la obra de un fundador de sueños realizables.
Víctor Casaus
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PALABRAS DE AGRADECIMIENTO DE MANUEL PÉREZ PAREDES AL RECIBIR EL DOCTOR HONORIS CAUSA EN LA UNIVERSIDAD DE LAS ARTES
Compañero Rector de la Universidad de las Artes, compañeros, compañeras, amigos, amigas:
Agradezco
el reconocimiento que recibo de las autoridades de la Universidad de
las Artes, también las palabras de mi amigo Víctor y la presencia de los
que han venido a acompañarme esta tarde.
No
esperaba alcanzar la condición que hoy se me ha otorgado. Hace poco más
de cinco años recibí el Premio Nacional de Cine y con él consideré que
alcanzaba la más alta distinción y estímulo a la que podía aspirar como
balance de mi trabajo. Pero la vida te da sorpresas, ésta es una. De las
que comprometen aún más.
Ojalá
la salud, la capacidad intelectual y creativa, más la paciencia, me
permitan seguir trabajando unos cuantos años más. Siempre con la ayuda
solidaria de amigos y compañeros.
Quiero
dejar constancia, dadas las características de la creación
cinematográfica, que en un momento como éste recuerdo con mucho afecto a
los que, desde sus especialidades creativas y de muy diversas formas,
me han ayudado con su colaboración en mi quehacer como cineasta a lo
largo de casi medio siglo. Imposible hacer la lista y mencionarlos, no
es corta; el tiempo pasa, unos cuantos ya no están y a ellos va mi
recuerdo con especial cariño.
Quisiera
ahora, brevemente, expresarles algunas ideas que ocupan parte de mis
preocupaciones actuales, las que considero inseparables de este momento
en el que se entrelaza el reconocimiento que recibo con mi cotidiana
vida laboral y ciudadana. Repetiré párrafos, con algunos ajustes, de mis
palabras cuando recibí el Premio Nacional de Cine en el 2013, y los
actualizaré con algunos agregados. Son parte de mis angustias de estos
tiempos.
Las
tres generaciones de cineastas y creadores audiovisuales que en estos
momentos convivimos en el quehacer del cine cubano nos hemos formado
humana, política y profesionalmente en circunstancias muy diversas. De
acuerdo a las edades hemos estado presentes o ausentes en etapas,
acontecimientos y experiencias cardinales, o nos ha tocado vivirlas a
diferentes edades, por tanto no han sido metabolizadas de idéntica
forma. Esto garantiza una pluralidad, bien compleja y polémica, de
puntos de vista sobre el cine, la realidad de hoy, la política, la
ideología y el futuro al que aspiramos. Cada uno de nosotros tiene metas
personales y desafíos artísticos y éticos entrelazados con el grado de
compromiso social y político que ha asumido con la Cuba en que vivimos y
con este momento en especial”.
Agrego
ahora que esto tiene que ser asumido en toda su riqueza y complejidad
para que cineastas y dirigentes de la cultura dialoguemos
auténticamente, no formalmente, sobre el momento que enfrentamos como
país y su expresión cinematográfica. No idealizo el diálogo, no hay
solución mágica frente a los retos que estado y sociedad tienen por
delante, pero intercambiar criterios honestamente será un paso
indispensable para que una atmósfera de confianza, no exenta de
diferencias, se vaya abriendo paso entre nosotros.
Prosigo
con lo dicho en el 2013: “Por caminos de replanteos ineludibles
transita el país desde hace ya unos cuantos años, luchando para poner
orden ante inmensos y complejos problemas objetivos y subjetivos,
algunos de los cuales han echado raíces dañinas en nuestras condiciones
materiales y espirituales. Subrayo esto último porque ambas condiciones,
que son nuestras vidas, tienen que ser atendidas en su compleja
interrelación para tocar fondo del momento en que nos
encontramos”. “Nada más delicado y complejo que la conciencia
individual y colectiva del ser humano y la síntesis de su experiencia
histórica. Ella es la que certificará, para la historia, el éxito en
profundidad de nuestra recuperación económica que tendrá que ser también
espiritual porque desde una Revolución estamos hablando”. Y añado hoy:
no podemos fracasar ante los desafíos que nos imponen nuestros enemigos
y nuestras incapacidades y deformaciones.
Ahora,
también estoy agregando, formo parte de los que creen que por diversas
razones y circunstancias fuimos aplazando y no hemos ido hasta el
fondo-fondo de los fracasos que el socialismo y el movimiento
revolucionario sufrió terminando la década de los ochenta del siglo
pasado. Tenemos, los que nos sentimos comprometidos con el proceso que
vive Cuba desde 1959, que tratar de hacer lo posible e imposible por
desentrañar aún más el por qué sucedió lo que sucedió al socialismo que
existió. Ahí hay lecciones-experiencias, en mi criterio, de vital
importancia para nuestro presente.
La
necesaria psicología de fortaleza sitiada, las urgencias defensivas de
diversa índole de la república que también ha sido campamento, nos pasa
factura con el paso del tiempo. De ahí que considere que tengamos que
releer y aplicarnos el clásico prospecto, válido no solo para los
medicamentos, que nos habla de sobredosis, precauciones,
contraindicaciones, interacciones y efectos secundarios, en el devenir
de la vida política crispada que ha demandado la fortaleza sitiada.
Concluyo
diciendo que rescatar, hasta el tope de lo humanamente posible, la
auténtica sinceridad y la solidaridad, ambas bastante lastimadas en este
último cuarto de siglo, es para mí una necesidad de primer orden en la
lucha por recuperar la calidad de nuestra vida espiritual. Ya sabemos
que no es solamente con exhortaciones que se conseguirá, aunque no estén
de más. Es misión de la cultura, y dentro de ella sus manifestaciones
artísticas, contribuir a esto. Ojalá nuestras obras como cineastas, y
nosotros con nuestro proceder, defendiendo el futuro del cine cubano
como producción y movimiento artístico, contribuyamos a ello.
Muchas gracias.
Manuel Pérez Paredes