La verdadera esencia de Mireya Fundora (o una campesina de pura cepa)

20141103_163112La casa de Mireya Fundora destaca por ser espaciosa y confortable. Posee un portal delantero bastante amplio, pero allí solo se posa el polvo o alguna gallina. Es en el portal lateral, en forma de amplia terraza, donde recibe a sus visitas. Justo allí se erige una típica cocina de campo, tiene otra bellamente azulejeada, pero tal parece que nunca la usa, ella prefiere su vieja cocina.

De esa forma puede atender a las visitas, que son muchas, quizás cientos en un día. Quién se dirija a La Angelina, poblado de Máximo Gómez, siempre llegará hasta la terraza de Mireya para degustar un buen café. La casa descansa en la misma bifurcación de la carretera, y su cafetera siempre aguarda lista por la siguiente colada.

Y es que desde hace mucho el néctar que prepara Mireya cobró fama regional. Pero en ese instante, entre el saludo del recién llegado y las últimas novedades que trae, transcurren varios minutos que bien pudiera llamarse “El ritual del café”.

Para esta veterana campesina, a quien no le pregunté la edad porque no me alcanzó el valor, intuyo que roza los 60, la preparación de la bebida es casi una ceremonia. Cuando llega el caminante, ya dijimos que un centenar en un día, la campesina toma la vieja máquina de moler, la presiona al borde la mesa, introduce los granos tostados que cosecha en su finca, y comienza la fiesta cafetera.

Mientras habla, impulsa la manigueta y el olor del grano triturado se adueña de todo y las palabras. Luego toma la cafetera, siempre limpia, la coloca en el fogón, y a los pocos minutos el aroma regresa más vigoroso, en un humeante vaso.

Pero no solo café, quien se arrime a la terraza cuenta también con un plato de almuerzo, de ese arroz desgranado y grasoso como solo se sabe cocinar en el campo.

En la posesión de Mireya, asociada de la Cooperativa de Créditos y Servicio José Martí, siempre se asienta la calma. Solo rota por la brisa que agita las hojas del extenso platanal que crece a pocos metros del hogar.

Lo que más llama la atención de su morada es la limpieza y pulcritud del terreno que rodea la edificación, si a la tierra polvorienta se le admite el adjetivo pulcro.

La primera tarea de esta campesina consiste en barrer el patio, donde nunca no se observa ni una hoja. Aunque más bien es la segunda tarea, la primera comienza cerca de las cuatro de la madrugada, cuando acopia la leche que su hijo ordeña de las innumerables vacas que poseen.

Mireya es una mujer todoterrenos, capaz de emprender mil tareas a la vez durante el día: alimentar los animales, estar al tanto del fumigo de la siembra de arroz, de aquella cerca que se rompió y por donde se fugó un ternero caprichoso, el almuerzo abundante, hasta donde sea posible, porque siempre llegará algún comensal inesperado, “y hasta un plato de arroz con huevo criollo, siempre que se brinde con amor, sabe exquisito”.

El nombre de Mireya quizás sea el más mencionado en La Angelina, tierra boniatera por excelencia. Por las tantas personas que arriban, o los que siguen de largo y le lanzan un saludo que resuena en la distancia.

Haciendo honor a la cultura matriarcal esta  mujer reboza energía y rectitud. Su voz retumba en todos los confines de la finca, lo mismo dando una orden, azorando una gallina, que saludando a un pasante. A su vez, puede ser maternal y cariñosa.

No hay enfermo, familiar o no, que no cuente con su denuedo y preocupación, con un pollo para el caldo reconstituyente, o alguna vianda.

Y así transcurre su día, de allá para acá, al tanto de todos los pormenores del sitierío, solícita a quien arribe a su casa, con la cafetera siempre lista, o un plato de comida a quien lo precise.

Sincera como ella solo sabe ser, capaz de cantarle las 40 al más pinto, o de la frase más cariñosa, asegura que el día que se siente, morirá, “siempre necesito estar atareada”, e intento descubrir en ella una especie de Francisca, aquel personaje de Onelio Jorge Y Cardoso, o Doña Bárbara.

Pero no, solo al final, cuando reclina el sol y se sienta unos segundos a fumarse un cigarro, el único que fuma durante la agitada jornada, entiendo la verdadera esencia de Mireya: servicial, activa, generosa, también explosiva, y sobre todo muy querida, porque es una mujer completa, campesina y cubana de pies a cabeza.

(Tomado del blog Revolución. Por Arnaldo Mirabal)

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