se multiplican
en la entrada,
la ropa chica,
el sillón que mece
en una esquina a
los gritos del tiempo.
Bosque oscuro
en mañanas blandas
de adiós y de temor,
un caballo que galopa
siempre hacia atrás.
Para darte la mano,
mi niño,
solo necesitamos
el recuerdo
del parque
que devolvemos
con besos
al mar de los
silencios,
los dibujos
aparentes
de los libros
y la osadía
del príncipe
en las estrellas.
Las nubes
no callarán
su danza cómica
y las señoras
de las batas
son apenas
hormigas
que se fugan
entre tus manos
rudas y amables.
No detengas el baile
aún sin música,
ni escondas la sonrisa
después del empujón,
todos los colores
vuelven a su sitio
cuando son las cuatro
y tu cuerpecillo
de hombre celular
aprenderá
con los días
que siempre
te espero
en el camino
de las flores.
Los besos
a las niñas
te harán
más rey,
más fuerte,
defiéndelas
de Goliat
y del lobo
que,
a veces,
se oculta
entre los catres.
Duerme con la
paciencia
de los árboles
a quienes el viento
no perturba
y sueña con peces
de alas enormes
y con los cinco
barcos
que ahora pueden
contar tus dedos.
Aliméntate despacio
como los pajarillos
en las ramas,
y obedece
cuando tengas
que hacerlo.
No estás solo
si aprendes
a buscar
la calma
entre los juguetes,
si devuelves
con gesto hermoso
la caricia del sol
en las ventanas,
si acudes
tranquilo
al escuchar
tu nombre,
si
con
justas
palabras
alientas
a otros ojos
que se hacen
dolorosamente
pequeños
si mamá
se aleja
despacio,
como regresando,
del enorme salón.
Por Melissa