Omayda 

Por Rafael Cruz

tomado del blog Turquinauta

Los árboles tienen menos hojas, la ciudad menos brillo. Esta mañana, a la cinco el filo mínimo de una uña colgaba en el cielo, dicen que a esa hora Omayda se murió. Los árboles pelados, la uña recién cortada de Dios, las voces de la radio anudadas por el asombro. Omayda la amiga, finalmente se ha ido.
La primera palabra que dije este amanecer fue un desafío, irrepetible contra la muerte, la jodida muerte, la lenta inmerecida muerte. Esta mañana la primera palabra fue un grito a la noche donde una uña tenue cuelga en el techo estelar, los árboles sin hojas, la radio sin ella.


Omayda sabía sonreír, era una mujer entera, una trigueña hermosa, con ojos muy abiertos, mirándolo todo, como si hubiese sabido, que se iría una madrugada sin luces, con apenas la uña lunar entre los árboles sin hojas.


El locutor se ahogó en la tristeza, vino otro en su ayuda y no pudo seguir, en la cabina estaban llorando, en el “máster” los atenuadores gritan, en la redacción alguien solloza, los transmisores han comenzado a toser, los corresponsales se niegan a escribir porque el papel húmedo y salado se rompe, los oyentes han quedado desolados, en un pasillo oscuro llora escondido un hombre. 


En oficina de Radio Reloj hay un búcaro con la última rosa, seca ya, hermosa aún, alguien la puso allí como si la directora fuera a volver, pero ella se despidió esta mañana con una luna tenue imprecisa sobre la ciudad sin árboles.

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