Por: lilithalfonso
La verdad es que me dio risa. Risa con aquel negrón de pose teatral contando, como si fuera Formell explicando cómo compuso una canción, cómo le había levantado al Estado durante unos pocos años y desde un puestecito en la Dirección de Comunales de La Habana Vieja, más de 33 millones de pesos.
De sus labios, escuché la más atinada definición de corrupción. “La corrupción es que un día yo me acerco a ti, te hago favores, porque tienes la inmensa necesidad, la tremenda necesidad que tiene todo el mundo. Empiezo por traerte la merienda, mañana te invito a almorzar y cuando te has dado cuenta estas totalmente comprometido conmigo, sin necesidad de decirte nada”.
Y todo, sin una pizca de remordimiento. “Y fue fácil, porque nadie me preguntó”, repetía una y otra vez y uno se da cuenta que además de la pobreza y el sentido de la oportunidad de alguien que puede dar cosas que el otro necesita a cambio de favores, el problema de la corrupción en Cuba es que, donde tiene que importar, a nadie le importa.