Tomado del blog: Dialogar, dialogar
Hassan Pérez Casabona
La pretensión de la élite política
estadounidense de controlar los destinos de Cuba, a través de las más
variadas estratagemas, ha devenido en obsesión ancestral. En el más
estricto apego a la verdad histórica, es una idea que ronda las mentes
de varias de las figuras más relevantes de dicho conglomerado, incluso
antes de configurarse como estado moderno.
Esa actitud marcó, desafortunadamente,
buena parte de la proyección imperial hacia la Mayor de las Antillas,
durante los últimos 250 años, en tanto nuestro archipiélago se asumió
por ese sector de poder, desde la combinación de múltiples instrumentos,
como pieza de especial significación dentro del contexto hemisférico.
Lo cierto es que, más allá de
declaraciones enfiladas a ganar simpatías fuera de sus fronteras —con la
aspiración añadida de conquistar cerebros de cualquier geografía,
propalando por todos los medios que ellos representan un sistema de
valores superior, es decir un modo de vida a imitar— y de reajustes
relacionados con los imperativos coyunturales, la maquinaria política
del poderoso vecino no dejó a lo largo del tiempo (ni renuncia en el
presente, y es prácticamente seguro proseguirá en esa posición en el
futuro) de llevar adelante acciones concretas, encaminadas a coronar esa
invariable determinación.
Ello se erige, entre no pocos tópicos, en
el ente aglutinador en el comportamiento de esa potencia hacia nuestros
lares, desde la época de la “fruta madura” y la Doctrina Monroe (cuyo
hálito jamás abandonó el proscenio latinoamericano y caribeño) hasta la
etapa más reciente en nuestras retinas, en que un hombre locuaz e
inteligente como Barack Obama, daba pasos en pos de una convivencia
civilizada con Cuba, en la misma medida que consideraba a Venezuela como
amenaza “inusual y extraordinaria” a su Seguridad Nacional.
Obama, por cierto, tuvo el mérito, desde la óptica de los objetivos del establishmentque
representa, de proyectar en no pocos espacios de diversos confines una
imagen cándida, erigida a su vez sobre la desmemoria histórica.Con su
manera desenfada de conducirse, protegiendo a su esposa Michelle de la
inclemencia de la lluvia habanera, o dialogando con personas comunes en
supermercados asiáticos y recintos de la más variada naturaleza por el
mundo (no olvidar sus incursiones en programas humorísticos como Vivir
del Cuento) realizó una contribución, no despreciable, en cuanto a
desdibujar el rostro imperial, acrecentando así la desmovilización en
varios puntos cardinales del orbe, en torno a una batalla que, desde la
visionaria alerta martiana, es esencialmente de ideas.
El ganador, inexplicablemente….
El 8 de noviembre del 2016 una noticia
impactó con particular fuerza en el concierto internacional: Donald
Trump, magnate inmobiliario, con profundas conexiones con los reality shows
y la farándula asociada a la industria del entretenimiento, se alzaba
con la victoria en la contienda electoral de Estados Unidos.
En realidad, nunca será ocioso reiterarlo,
el cuadragésimo quinto presidente de ese país no llegó a la Casa Blanca
imbuido del glamur con el que se identifica un triunfo legítimo, en
cualquier competición. Por el contrario, su arribo al Despacho Oval
estuvo marcado por la aberración más inaudita que pueda concebirse, en
materia de dirimir escaños en las urnas.
Todavía parece de ciencia ficción —si bien
su explicación “legítima” se remonta a vetustas legislaciones de los
albores del siglo XIX, puestas en prácticadesde entonces con la marcada
intención de asegurar,a cualquier costo,el control de la rama principal
del sistema político, la presidencia, y que esta estuviera siempre en
manos “adecuadas”, en cuanto a los sectores que representaban— el hecho
de que los “compromisarios” del Colegio Electoral decretaran ganador a
quien recibió 2, 8 millones de votos menos que su contrincante, la
demócrata Hillary Clinton.
Es verdad que no era la primera vez en la
historia que ello sucedía (el escamoteo a Al Gore por George W. Busch
fue el referente más cercano) pero también lo es que nunca antes emergió
un vencedor —y uno puede atreverse a afirmar que es bastante probable
no vuelva a ocurrir, en esa magnitud, en lo adelante— con tal nivel de
descrédito. Es más, en ninguna otra nación del planeta es posible que
quien es vapuleado en los comicios de esa manera, se levante como la
figura sonriente.
Es algo así como decir, por solo mencionar
un ejemplo, que, en la Copa del Mundo de Fútbol de Brasil 2014, los
anfitriones fueron los ganadores, y no lo alemanes, luego de que la
“canarinha” cayera (un segundo Maracanazo, por su connotación simbólica,
con independencia de que esta vez el choque fue en la semifinal, y no
se efectuó en el Coloso de Río de Janeiro, como sucedió en el
emblemático partido contra Uruguay, en la disputa del máximo trofeo
universal, en 1950, sino en el Estadio Mineirao, de Belo Horizonte) por
un estrepitoso marcador de siete goles contra uno. No menos apabullante,
repito, fue la andanada contra Trump a la hora de depositar los
ciudadanos sus papeletas. Únicamente el surrealismo que se enseñorea en
temáticas políticas en predios del norte, carcomidas desde sus entrañas,
es capaz de explicar tal anomalía.
Yo, el mejor de todos…
En un mundo lleno de falsedades, verdades a
medias, afirmaciones descontextualizadas e intentos de manipular el
comportamiento humano, en una amplia gama de asuntos y valiéndose de los
más insospechados métodos, es una cuestión de primerísimo orden colocar
cada pieza del engranaje en su justo lugar.
Esa virtud, si tuviésemos que resumir sus méritos, es una de las principales del libro Trump vs Cuba. Revelaciones de una nueva era de confrontación, de la autoría de Rafael González Morales, que la editorial Ocean Sur acaba de poner a circular.
El texto es, sin lugar a dudas, uno de los
intentos más abarcadores desarrollados hasta el momento,en el afán de
comprender los factores determinantes sobre el comportamiento del actual
mandatario estadounidense hacia nuestro país, desde que asumió la
jefatura imperial, el 20 de enero del 2017.
González Morales, licenciado en Derecho en
la Universidad de La Habana, en el 2003, y máster en Relaciones
Internacionales en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales
(ISRI) “Raúl Roa García”, en el 2006, nos devela, mediante una
documentada investigación, los múltiples rostros del controvertido
personaje a través de los años. Es así que afloran en las páginas de su
libro, desde las maquinaciones hacia Cuba de un empresario que no se
cansa de presentarse como “súper exitoso”, en un primer momento, hasta
los diferentes papeles por los que transita, a partir de su peculiar
relación con la extrema derecha de la mafia de origen insular, una vez
instalado en la oficina de la avenida Pennsylvania.
Ese es otro acierto del libro presentado
en el ISRI: brindar elementos que nos aproximan a la policromía de un
hombre que, si bien suele divulgarse hasta el cansancio se comporta la
mayor parte de las veces como un elefante dentro de un cristalería, está
lejos de ser un improvisado, en cuanto a tejer urdimbres que favorezcan
sus aspiraciones. Trump, en otras palabras, no es un neófito, ni mucho
menos —aun cuando no desempeñó antes ningún cargo formal al respecto— en
materia de la narrativa política estadounidense.
Es más, a todas luces representa, sin que
ello niegue la singularidad que aporta su figura, un producto de los
entuertos y contradicciones inherentes al complejo laberinto que encarna
el capitalismo monopolista financiero transnacional, cuyo epicentro
permanece en Estados Unidos, independientemente de la declinación
relativa experimentada por esa nación, a nivel global, desde mediados de
la década del 70 de la centuria pasada.
El autor, joven y experimentado analista
en cuestiones vinculadas con los asuntos de seguridad internacional,
hurga en diversos aspectos muchas veces ignorados, lo cual le permite
enhebrar una historia fluida, llena de revelaciones y matices que
atraparán de seguro al más exigente lector.
A través de un cuerpo vertebrado en tres
capítulos, el hoy profesor e investigador del Centro de Estudios
Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La
Habana, hilvana la trama en la que, en distintos grados de relación a su
protagonista,desfilan otros actores, algunos de ellos acostumbrados a
tener sobre si los reflectores de medio mundo, como el senador Marco
Rubio, y otros menos conocidos, pero con peso en el diseño y ejecución
de la actual política gubernamental estadounidense hacia Cuba.
La lectura sosegada de los vericuetos
asociados a cómo se produjo el desmontaje de los canales de comunicación
efectivos alcanzados con la contraparte cubana, durante los años
finales de la administración Obama —intríngulis perversa y hasta ahora
oculta para el gran público— nos permite, en última instancia, apreciar
las falencias y vulnerabilidades de un ser humano permeado por la
megalomanía desde sus tiempos de imberbe, el cual, en la práctica, está
lejos siquiera de actuar como estadista interesado en fortalecer los
intereses de su nación. De qué otra manera puede explicarse que casi
echara por la borda los veintitrés memorandos, acuerdos y otros
mecanismos de entendimiento, logrados entre los dos países, desde el
1ero de julio del 2015 hasta el 19 de enero del 2017, considerados por
expertos de cualquier procedencia beneficiosos para cada lado.
No fue casual, en modo alguno, que la
mayoría de los representantes de la etapa de Obama que encontró Trump,
dentro de los diversos departamentos y el entramado interagencial en
Washington, se opusieran a que la política hacia Cuba, bajo el mando del
nuevo presidente, experimentara un giro brusco.
Nada más revelador que lo planteado por el
propio Marco Rubio a Trump, cuando sin tapujos le afirmó, aprovechando
la cordialidad del mandatario al recibirlo en su oficina el miércoles 3
de mayo del 2017, encuentro al que Rubio llegó en compañía de Mario
Díaz-Balart, y en el que Trump convocó a otros miembros de su ejecutivo,
que: “Lo que te has comprometido a hacer sobre Cuba, lo que quieres
hacer con Cuba, nunca va a venir de los burócratas. Tiene que venir de
arriba hacia abajo. Vas a tener que decirles lo que tienen que hacer.
Los funcionarios de carrera en el Departamento de Estado y el Tesoro,
así como en otras agencias, no están a favor de cambiar esta política”. [1]
Si Trump fuera en realidad un hombre de
negocios seguro de sí mismo (no la representación de esa idea que atrapa
su imaginación) no necesitaría de pretextos para dinamitar el
intercambio académico, cultural, deportivo y empresarial con este
pequeño país caribeño. Acudir a invenciones del corte de los “supuestos
incidentes sónicos” es una muestra mayúscula de debilidad, al tiempo que
el comportamiento ejemplar antillano, sin renunciar a principios y
tendiendo permanentemente una rama de olivo en favor del diálogo, viene
a confirmar el por qué muchos nos consideran como gigante moral.
La filosofía ética de nuestra parte,
cincelada desde el magisterio de Fidel y Raúl, y que el presidente
Díaz-Canel y el resto de la dirección del país hacen realidad en el
presente, cobra vida lo mismo en el papel desempeñado dentro del
Movimiento de Países No Alineados, el Foro de Sao Paulo, en las
conversaciones por la paz en Colombia, o en el encuentro
antiimperialista que acaba de concluir con una denuncia rotunda al
neoliberalismo, y al sistema capitalista en general.
Este libro, he ahí otro tanto a favor, no
está pensado exclusivamente para especialistas. El umbral de lectores
potenciales que se propone conseguir resulta amplio, lo cual habla de la
importancia que le concede el autor a brindar argumentos, a diversos
sectores de nuestra sociedad, sobre tópicos muchas veces complejos.
En la puesta en circulación, que tuvo
lugar en el ISRI, participaron, entre otros, un nutrido grupo de
diplomáticos, profesores, investigadores y estudiantes, así como el
colectivo de Ocean Sur, encabezado por su presidente David Deutschmann.
Esta casa editorial preparó, en tiempo récord, la obra, la cual se suma
al amplio catálogo que atesoran desde que comenzaron a laborar en
nuestro país, hace más de tres décadas. Gerardo Hernández Nordelo, Héroe
de la República de Cuba y vicerrector de la institución anfitriona,
expresó, entre varias ideas, emotivas palabras de agradecimientos a
todos los que, desde el anonimato, contribuyeron al regreso a la Patria
de los Cinco.
El doctor Abel Enrique González
Santamaría, prologuista del libro y autor el mismo de varios textos
editados por Ocean Sur, cerró su intervención con un fragmento de lo que
escribiera José Martí, el 7 de julio de 1887. “Para conocer a un pueblo
se le ha de estudiar en todos sus aspectos y expresiones: ¡en sus
elementos, en sus tendencias, en sus apóstoles, en sus poetas y en sus
bandidos!”.[2] Tal como reconoció González Santamaría, Trump vs Cuba…
es un texto de enorme valor para conocer a uno de los personeros
encumbrados del pillaje, en el norte “revuelto y brutal” que no deja de
despreciarnos.
Notas, citas y referencias bibliográficas
[1]Mar Caputo: “Inside Marco Rubio’scampaigntoshapeTrump’s Cuba crackdown”, en: Rafael González Morales: Trump vs Cuba. Revelaciones de un nueva era de confrontación, Ocean Sur, 2019, p. 60.
[2]José
Martí: “México en los Estados Unidos. Sucesos referentes a México”, El
Partido Liberal, 7 de julio de 1887. En sus Obras Completas, Editorial
de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 7, p. 51., en: Ibídem, p. 7.