Tag: huracan Irma

Con la escuela en casa

tomado del blog 

 

Foto: Leandro Pérez Pérez

Foto: Leandro Pérez Pérez

La escuelita Horacio Cobiella de la calle 15 del Modelo recibió una visita inesperada y por muy preparados que estuvieron sus trabajadores siempre se hizo sentir. Irma, la visitante, se llevó parte del techo de algunas de sus pequeñas aulas y el baño de los niños.

Además, las raíces del viejo árbol que daba sombra al patio derribaron el pozo del agua. En tales condiciones parecía cosa de futuro reiniciar las clases allí, pero fue en ese momento cuando cuatro casas del barrio se convirtieron en aulas. Hasta una de ellas se llegó a Adelante en busca de una historia de esas que los huracanes no se pueden llevar.

Frente a la escuela viven Tomás Sotomayor e Inry Daicy Armas, ellos fueron de los primeros en convertir la terraza de su casa en un aula de cuarto grado, cuenta la maestra Dora que enseguida movieron la pizarra, las sillas y las mesas para el ranchón de Tomás y allí reiniciaron el curso, “el apoyo de ellos fue muy importante, pues este grado, por ejemplo, tiene mucho contenido y además tiene una prueba final para terminar el primer ciclo. Por eso no es conveniente perder clases y convierte en doblemente meritoria la ayuda brindada por Tomás y Daicy, quienes son ya parte de nuestra escuelita”, dijo la maestra mientras recordaba los dos días que tuvo que improvisar un aula en la casa de estos vecinos.

Foto: Leandro Pérez Pérez

Al preguntarle a Tomás por qué lo hicieron, la respuesta fue corta pero contundente, “esa es nuestra escuela”, y es que su casa es casi una extensión del centro educacional, al punto que todavía permanecen allí resguardadas las computadoras, los televisores y parte de la base material de estudio.

“Así mismo lo hicimos cuando Ike, hace 8 años, pues ese es el deber nuestro como cubanos y revolucionarios, no podíamos permitir que los alumnos perdieran más clases, por eso buscamos esta solución y los niños se pusieron muy contentos, pues adoran a mi esposa, estaban como en su propia aula”, explicó Tomás.

Después de colar café, como es costumbre en los hogares cubanos cuando llega visita, Daicy se sumó a la conversación, “a cada rato los niños me preguntan: tía cuándo vamos para el ranchón de nuevo, eso es una muestra de que se sintieron bien, muchos pudieran pensar que es un trabajo adicional, pero no, estoy muy orgullosa de haberlo hecho, y si mil veces viene Irma, mil veces mi casa estará disponible”, enfatizó; pero ojalá no se repita y esta historia quede solo para contar, como una muestra de la madera de la que estamos hecho los cubanos.

Los cubanos restauramos los daños de Irma

Armando Boudet Gómez Tomado del blog El lugareño

Foto: Otilio Rivero Delgado/ Adelante

Pasará largo tiempo para que los cubanos, pobladores de las islas caribeñas y de la zona suroccidental del estado norteamericano de la Florida, para que podamos olvidar el paso por nuestros territorios del huracán Irma, no solo por los estragos que nos causó, sino también por las vidas que arrebató.

Considerado por los especialistas como el más poderoso surgido en el Atlántico de los que se conoce, Irma se ensañó con las pequeñas islas del Caribe, arrasando algunas de ellas como Barbuda y Antigua, que son hoy campos de desolación y muerte, y no menos hizo con el archipiélago cubano y la costa suroccidental de la Florida, llegando a este último territorio con fuerza de huracán categoría 2 y fuertes lluvias para luego azotar con vientos de tormenta tropical el estado de Georgia y zonas aledañas.

En su tránsito por las Antillas Menores, Puerto Rico, República Dominicana y Haití, Irma había dejado hasta el momento no menos de 24 muertos, mientras en la Florida, donde fueron evacuadas alrededor de 6 millones de personas se contabilizaban alrededor de 5 personas fallecidas y varias desaparecidas.

Con Cuba, el huracán con nombre de mujer se extremó azotando prácticamente todo el país, donde solo tres provincias, de las 14 conque cuenta, y el municipio especial Isla de la Juventud, no recibieron el impacto directo de vientos huracanados, de tormenta tropical y severas inundaciones costeras, como la sufrida por la capital cubana cuyas aguas penetraron profundamente, sobre todo en la zona del conocido malecón habanero.

Irma arribó al territorio nacional por Baracoa, en el extremo oriental del país, con vientos de hasta 250 kilómetro hora y llegó con su impacto hasta Artemisa, en la región occidental, donde batió con vientos de tormenta tropical y severa penetración del mar.

Aunque el tránsito del huracán por Cuba fue a lo largo de la costa norte, el radio de acción de los vientos con categoría 4 de su ojo afectó parte del territorio nacional y los de tormenta tropical, hasta 120 kilómetros por hora, azotaron el resto del país, ocasionando estragos de consideración.

En su mensaje a los cubanos el presidente Raúl Castro aseveró que los daños a la economía del país son tan cuantiosos que todavía son imposibles de calcular, concentrándose la mayor parte de ellos en el sistema eletroenergético nacional, el fondo habitacional (miles de viviendas destruidas total o parcialmente) y en la agricultura, cuya producción y sembradíos de viandas y vegetales sufrieron afectaciones de consideración en miles de hectáreas de cultivo.

Importantes instalaciones turísticas ubicadas en cayos de la costa norte así como los llamados pedraplenes que los comunican con tierra firme, sufrieron los embates de Irma, aunque se afirma que tanto los hoteles de esos lugares, como el resto de las instalaciones y los servicios que le dan vitalidad, quedarán listos para recibir la temporada alta de visitantes, que ya el pasado año sobrepasó los cuatro millones de los que arribaron y el actual va por esa cifra o más.

También en Cuba hubo de lamentarse la pérdida de vidas humanas, con diez fallecidos, una parte de los cuales obedeció a que no observaron la conducta establecida por la Defensa Civil para la protección de las personas, incluida la negativa a ser evacuadas de las zonas o locales de peligro.

Ante el desolador panorama, a pesar de las medidas preventivas adoptadas con antelación, los cubanos no vamos a llorar al muro de las lamentaciones, sino que ya, desde la última llovizna de Irma, nos lanzamos con el concurso decidido del pueblo y todos los recursos disponibles del Estado, a recuperar, restañar las heridas y alcanzar el firme propósito de construir un socialismo próspero y sostenible, como el que nos hemos propuesto.

Agradecemos las muestras de solidaridad que de todas las partes del mundo nos llegan, la de los gobiernos, algunos de los cuales nos prometieron ayuda, los de muchas instituciones y organizaciones y las de entrañables amigos que se declaran junto a nosotros en estos momentos difíciles y de arduo trabajo.

La unidad de todos los cubanos será la principal fortaleza para sobreponernos a estos tiempos duros que se avecinan, nuestra capacidad de resistencia ha demostrado que sabemos salir adelante ante las más adversas contingencias, ninguna persona quedará abandonada a su suerte y con el ejemplo de nuestro líder histórico Fidel Castro y su inquebrantable fe en la victoria, conquistaremos el promisorio futuro que ya estamos construyendo.

 

De cómo el maestro Roberto Valera le hace un aporte ingenieril a nuestra ciudad

Tomado del Blog Segunda Cita

Hace unos días circuló por correo electrónico un mensaje del maestro Roberto Valera, insigne músico cubano, a quien no pocas veces se le ocurren ideas geniales. Lo que sigue se explica solo.

 

El maravilloso Malecón de La habana es un disparate arquitectónico

Por Roberto Valera

¿No se han fijado que en Cojímar, en toda la Habana del Este, en Santa María, en Guanabo, en Matanzas, en Varadero, en Santa Fe, en Jaimanitas, en fin, en toda la costa que está al este y al oeste del Malecón de La Habana, el mar penetra cuando hay fuertes marejadas, pero una vez aplacadas el mar se retira, deja escombros, claro, pero no se producen inundaciones del tipo de las que ocurren en la zona del Vedado? En la zona de Playa, por ejemplo, se producen inundaciones en las zonas bajas por falta de alcantarillado, pero no por la penetración del mar.

El fascinante Malecón de La Habana es un muro continuo, un obstáculo que impide que el mar, después que sus grandes olas lo saltan y penetran, pueda retirarse siguiendo su ciclo normal. El agua queda atrapada. Los tragantes de nuestro Malecón, cuando hay fuerza del mar, sólo sirven para que por ellos penetre más agua; no tragan, más bien, vomitan.

Los malecones que he visto en el mundo, tienen fuertes balaustres de hormigón o tienen espacios que dejan que el agua pase por ellos y pueda retirarse cuando, después de la tempestad, llegue la calma. Se construyen con un período de retorno especificado. Así los vi en Santo Domingo, en New York, en Mazatlán; incluso en grandes ríos como el Sena de París, el Neva de San Petersburgo, o el Vístula de Polonia.

Claro, esto es la opinión de un ciudadano que ama su Habana, un músico, no un especialista en construcción civil. ¿Qué pensarán de esto los ingenieros hidráulicos y arquitectos cubanos? ¿Estoy equivocado?

———————————-

Mensaje de Aurelio Alonso a Eneyde Ponce de León, geógrafa con una larga experiencia en Planificación Física:

¿Está equivocado o no? ¿Un poco equivocado o equivocado del todo? Si no lo estuviera, ¿es posible que nadie se haya percatado? ¿O es que se hace imposible ya subsanar este despropósito? Conociendo la República que se vivió no tengo dudas de que Carlos Miguel de Céspedes y otros tiburones se hayan enriquecido a costa de la construcción, la ampliación y el mantenimiento del muro, pero no resolvemos mucho con esclarecer el pasado si no nos sirve para dar solución al futuro. Por favor indaguen con los arquitectos e ingenieros civiles más viejos que se mantienen en pie. Abrazos y besos,

Aurelio

———————————-

Respuesta de Eneyde Ponce de León:

Aureliano, no está muy equivocado Roberto Valera… Deja ver si busco un Estudio sobre El Malecón que hicimos… Por ahora acudo a mi memoria, no tan buena, lo sabes.

El Malecón siempre lo consideré un gran impacto ambiental, asumido como la mejor “imagen urbana” que puede identificar a  ciudad, útil como vía y a la vez espacio urbano multifuncional; a decir de Eusebio Leal “el banco más extenso de La Habana”, es el espacio público más diverso, admirado y concurrido.

Quizá ahora surjan mil propuestas, desde los que quieran hacer un muro alto en competencia con Trump, los defensores a ultranza de no hacer nada y los que desviarán la atención hacia el mar…

El Malecón se construyó por tramos, el primer tramo se inició en 1901 ó 1902, desde la Punta a la calle Genios. ¡En 1906, ya se reportó la primera inundación! Inmediatamente fue aceptado como un espacio de actividades y encuentros, además de dar una fachada de la ciudad hacia el mar  (Malecón tradicional, de la Punta al Parque Maceo).

Entre la euforia del automóvil, la necesidad de una vía expedita que conectase la Quinta Avenida directamente con el Este de la ciudad camino hacia las playas, casas de segunda residencia y Varadero, la construcción de los túneles, más poco conocimiento o despreocupación por la naturaleza, se construye el tramo del Malecón desde el Hotel Nacional hasta la desembocadura del Almendares sobre el lápiz litoral.

La construcción del muro del Malecón se erigió como barrera al libre movimiento del mar en un espacio propio de su dinámica litoral: “terreno ganado” al mar.

El Malecón y calle Primera son más altas que la calle Tercera, por lo que el agua que sobrepasa el muro, al no poder salir, se va acumulando hacia las zonas más bajas, por demás con deficiente drenaje pluvial.

La salida directa de los drenes de drenaje al mar no permite la salida de agua mientras se está produciendo el evento meteorológico.

La poca curvatura del muro propicia el sobrepaso de la ola, no la rebota  .

A esto se suman las complicaciones que la mano humana aportó:

– El incremento de superficies pavimentadas y construcciones que aumentan el escurrimiento superficial.

– La insuficiencia, obstrucción y falta de mantenimiento del drenaje pluvial.

– Extracciones de arena en los años sesenta, acentuaron aun más el perfil batimétrico, que es muy acentuado desde calle J hasta el restaurante 1830, y cuando se producen las condiciones sinópticas propicias en los frentes fríos, bajas extratropicales y ciclones, permite que se formen olas –no sé cómo decir– completas, de gran energía.

Recuerdo, para terminar este comentario, estudios realizados desde los noventa con el objetivo de hallar solución a estos problemas, los cuales tendrían que ser tomados en cuenta de nuevo ahora, que el cambio climático acentúa la vulnerabilidad del litoral habanero.

La luz diferente y el mañana

Por Yeilén Delgado Calvo

Tomado del Blog De lupas y Catalejos

Cuba tiene hoy una luz diferente. Quizá sea por los árboles que un huracán desconocedor de la piedad dejó apagados y sin hojas, o porque los caminos, las casas, los bancos del parque no acaban de sacudirse la humedad pegajosa del desastre. Se camina y aunque haya sol se siente diferente, menos retador.

Hay también un silencio inusual, incluso allí donde la corriente eléctrica ya vuelve a enseñorearse, y un olor indefinible, mezcla de días y noches fuera de lo común, olor a ciclón reciente.

Quien sepa poco de esta Isla, pedazo de épica en medio del agua, quien no haya sabido o podido conectarse con sus esencias a través del sentimiento —la única manera posible— nos pensará sumidos en el letargo, apocados por la furia de la naturaleza, dubitativos.

Le resultarán inconcebibles, entonces, las banderas, flashazos de belleza en medio de la destrucción, puestas a secar junto a los bienes más preciados. Le confundirá el niño salvador del Apóstol, ya para siempre de torso desnudo en medio del gris de la tormenta, fotografiado: en sus brazos el busto del Martí nuestro, su mirada como la de quien sostiene toda la bondad del mundo.

Y será un misterio para el observador frío y también para el que quiere convencernos, una vez más, de la muerte de la historia y de todas las rebeldes herejías, el buchito de café dado por la vecina a los muchachos que vencen los escombros, y los caramelos que otra les aporta, y el agua que una más les brinda, no sin antes disculparse «por no tener aún cómo enfriarla».

Qué podrá decir el que saborea lo arduo de estos días, ansiando hincarnos en el alma el desaliento, de Irma vapuleada por el humor cubano, de la mesa de dominó más viva que nunca, de los niños pintando otra vez las calles de escuela, de la gente que dice «si tengo vida, pa’lante». ¿Cómo podrá, aquel que ignore nuestras entrañas alegres hechas para la utopía y para la cotidianidad extraordinaria, concebir esta reconciliación pronta con el mar que nos besa y esta confianza en lo por venir?

Cuba tiene hoy una luz diferente y no por derrota alguna. Las huellas físicas de la catástrofe tardan en desaparecer y nos duele hondo donde el otro sufre. Por eso llevamos prendidos en el pecho y la retina a Esmeralda, Bolivia, Punta Alegre, Yaguajay, Boca de Camarioca, Caibarién, al litoral habanero…

Volverán a ser los de siempre los colores, así como el olor a salitre y palmiche, retornará el calor a derretir el asfalto, eso es seguro, y también que seguiremos, sonrisa mediante, iluminando entre todos las cicatrices más oscuras de estas jornadas. ¿Cómo podría ser de otro modo si los de aquí nacemos con una insólita, persistente, arrolladora predisposición a la esperanza?

Ismael Francisco Cubadebate.
foto ISMAEL FRANCISCO
Iván Paz Nogueira
foto IVÁN PAZ NOGUEIRA
Marti-huracan-irma-e1505321221302-580x330
foto YANDER ZAMORA

Los días de más luces que de manchas

Muelle pesquero en Playa La Boca, Trinidad, Cuba

tomado del blog Fomento en Vivo

Todos estos tiempos poshucaranes me traen más luces que manchas, y claro, no sé cuántas noches de desvelo y lágrimas. En casa, Yenny vivió su “primer” ciclón con juegos y cuentos. Acogerla en mi hogar durante los días más aciagos de Irma en la isla me llevó a una certeza de mis memorias infantiles: la inocencia del niño que fuimos. Es la borrasca de una vida que algunos quieren desterrar y el contagio con un simulado modo de bromear hoy con el retorno de la electricidad al pueblo, cuando los linieros se despellejan pegados a los cables con la misma voluntad de rehacerse de una nación tras los daños del desastre.

De niña debo haber vivido muchas emergencias en casa pero solo recuerdo una con nitidez: el verano que fuimos evacuados en la playa La Boca, en Trinidad, junto a mi familia paterna. Corrían los años 70. Mi ropa azul de láster de pantalones campana eran mi tesoro y estábamos de vacaciones en nuestro balneario favorito. Todas las primas éramos aún niñas y los varones adolescentes. Trece primos hermanos más los tíos y tías y los abuelos Matías y Ana, los que nos enseñaron el amor a la caza y la pesca y a ese sureño pueblo costero, donde después Matías levantó sobre peñascos, la otra casona donde me gustaba tomar la zambumbia hecha por Ana y jugar dominó y machuca con los primos.
Recuerdo la noticia y el correcorre y mi mejor ropa se quedó atrás, nos llevaron a dormir por una noche a una escuela en la Villa de Trinidad, yo ni sé qué se quedó ni qué se fue con nosotros, creo que solo lo imprescindible, la comida. Salvarnos ante la inundación que se nos venía encima era lo primero. Tremenda sorpresa, naufragaron las vacaciones en un santiamén, antes que los barquitos del muelle. La Boca completa se mudó al aviso de alarma. Yo perdí la voz, solo mis ojos hablaban. Y mis manos ayudaban a cargar cosas para el viaje, pegada a mi pescador favorito, papi. Tenía menos de diez años, él estaba vivo y buscaba como la sonrisa siempre dentro de mi timidez habitual. Después con la edad descubrí que se puede sonreír con lágrimas dentro. Y así son las lecciones de estos días poshuracán Irma. Tan rápido fue todo en esa, mi única evacuación, que igual de fugaces quedaron mis registros mentales. Imagino que los viejos lo recuerden mejor. Las anécdotas de mi familia son históricas, la mayoría con una bis cómica. Esta vez la vida nos puso frente a un drama, salir pronto de la playa antes que las olas entraban a la casa de costado al malecón. En la isla o te salvas o te salvan, difícilmente quedas abandonado, excepto por elección de los suicidas.
Solo me marcaron tres imágenes, parece ya de por vida. El llanto de un niño de pocos meses en esa noche largaaaaa y medio insomne. Su madre, una esquizofrénica con retraso mental no atinaba a calmarlo y nosotros caritativos como toda la familia Romero, pendientes del chiquillo. Era el hijo más pequeño de la vendedora famosa de mamoncillos del pueblecito pesquero de La Boca. Nunca supe su nombre, para mí era la Caricolorá. Uno de mis tíos, sin perder tiempo dejó caer en mis memorias de ciclones ese sonido en el tiempo: “Denle una lata de leche condensada a ese muchacho”. Una de mis tías le dio alguna bebida dulce a la madre y todo se calmó hasta el amanecer en esa descolorida escuela de paredes arcillosas de las que solo recuerdo el duro piso y el montón calentito de gente asustada que armamos los primos para dormir. Y yo al lado de mi único, el ídolo entre todos los hombres, papi.
La otra imagen, la primera y mala impresión de entonces fue el regreso a la playa. La mirada a nuestra zona de retozos y baños soleados fue desoladora. Eran piedras sobre piedras. Parecía que habían vaciado varios camiones de áridos sobre la costa. Era el año en que la mayor crecida del Río en la desembocadura al mar se llevó el Bar y toda la arena. Parecía otro lugar. Era un pedregal sin árboles y ni sonrisas, ni barcos, solo quedaba pescar y secar todo lo mojado. El sol no asomaba ni dentro de nosotros, tan jodedores por naturaleza. La verdad que no sé de qué está hecha el alma de los pescadores. Debe ser de agua salada, arena y pescado. Son hombres con casa en una chalupa, un balcón en un muelle y las mejores vacaciones en las noches de salida de la flota. La naturaleza allí había borrado la obra humana original del pueblo, el bar, los kioskos, hasta el malecón estaba medio destruido por las olas y el arrastre de los arrecifes diente de perro cubrían la estrecha callecita de entrada al balneario. Ya no era el sitio más acogedor donde las familias fomentenses se reunían en otro espacio para compartir los chismes del pueblo, donde los pescadores contaban anécdotas al volver de sus noches con su esposa samaritana, la mar. La miseria y la humildad de los pescadores era signo de elegancia a mis ojos y aún lo es, y todo lo que atentara contra ellos hería nuestro orgullo de sentirnos nativos de La Boca.
El tercer recuerdo de mi primera evacuación llegó con el regreso a la playa. Los abuelos, tíos y primos pescaban todos los días pero el río revuelto, la mar crecida y el malecón desbordado motivó una pesca en abundancia para todos. Papi aun con su primera operación de corazón y limitaciones físicas no se quedó atrás. Y quién puede contra la voluntad de un cubano. Ahí sí había fanático a los entretenimientos de la familia. Yo nunca quería ver eso, solo de lejos. Temía tanto por la osadía de mi padre de sobrepasar la voluntad familiar. Cogió su hilo, arrancó pa allá y lo lanzó como todos, por suerte tío Chiche no lo dejaba solo. Tampoco la mirada sigilosa de abuelo y los demás. Y fue al único que le mordió el anzuelo un gran pez. No podía, dijo después que primero se dejaba llevar que soltar su presa. Tío Chiche lo sacó y fue un robalo que nos regaló la nueva Boca, la que tenían que volver a construir los pobres pescadores. Nos fuimos a Fomento unos días después y la playa nunca volvió a hacer igual. Nadie reconstruyó el bar, solo las sombrillas de guano en otro estilo, pero el malecón quedó allí, testigo de nuestros paseos de familia, de mis pocas vacaciones con mi papá. Luis tuvo la vida que Dios le permitió hasta los 33 años y la que la familia le dejó tener por su propio bien, en extremo sobreprotegido como después crecí yo por perderlos a ambos en la edad de soñar.
Los días poshuracanes dejan ese mal presagio, que vuelven a ocurrir, solo que a mí me trasladan a los contados diez años que pude convivir con mi padre. Y aun cuando solo por única vez lo escriba, esas jornadas de tantas lágrimas y desgaste de trabajo en el rescate de la alegría, son y serán al final de las cuentas estatales y los pesares individuales, días de más luces que de manchas.