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Historia del cine cubano: una ruta, mil mapas, un Atlas…

Tomado del Blog Cine Cubano La pupila Insomne

Hasta hace poco, contar la Historia del cine mundial técnicamente era similar a la narración que hubiesen podido construir de su experiencia perceptiva algunos de los pasajeros del mítico tren que los hermanos Lumière filmaron mientras arribaba a la Ciotat.

Hablamos de un relato condicionado por el camino de hierro que conducía la locomotora a ese punto predeterminado y situado siempre en un futuro esperado; un camino marcado por lo unidireccional y la homogeneidad selectiva del paisaje que se aprecia desde el cómodo asiento del que viaja y va reteniendo en su retina lo que más le impresiona.

La estudiosa Ana López no lo ha podido decir mejor cuando apunta:

“¿Qué significa “hacer” historia del cine? Hace treinta o cuarenta años, significaba producir una crónica de datos, nombres, invenciones, directores y filmes vinculados –en términos generales- a alguna casualidad social. Por supuesto, no era posible incluir en ningún recuento todos los nombres y filmes, y se presumía que lo incluido era estéticamente valioso, merecía mencionarse o, al menos, sería significativo para algún avance ulterior. Estas historias canónicas del cine fijaban la escena de lo que se valoraba y, por tanto, de lo que se estudiaba y se hablaba. Por omisión, esas crónicas tempranas también eran exclusivistas. No se trataba necesariamente de malicia, sino del simple resultado de estar atado a la perspectiva del historiador individual y su universo (de facto) de conocimientos y expectativas”.

Hoy en día un enfoque historiográfico de ese tipo no podría justificar sus antiguas exclusiones. Plantearse ahora un relato donde otra vez retomemos lo diacrónico como el modo dominante de dar a conocer, por ejemplo, lo que ha sido la producción audiovisual de los cubanos, estaría anunciando desde el principio sus carencias, toda vez que, a diferencia de lo que podía ver y escuchar el historiador que antiguamente organizaba el relato sobre la base de lo que llegaba de un modo sucesivo a sus sentido a través de la ventanilla del tren, hoy sabemos que las superficies del audiovisual cubano son prácticamente inabarcables por un solo individuo, en tanto comprende casi todo el planeta.

Reconocer esto último pondría en crisis la interpretación nacionalista a través de la cual se sigue indagando en el fenómeno audiovisual protagonizado por cubanos. Lo “nacional” (entendido en términos físicos casi como un sinónimo de lo territorial, y de lo estatal en cuanto a lo político) ha sido el imperativo heurístico que todavía moviliza casi siempre a ese conjunto de estrategias investigativas a través de las cuales se recopilan los documentos, testimonios, imágenes, y termina construyéndose el escurridizo concepto de “cine cubano”.

Tal concepto, en su origen, respondió a una época donde era imposible imaginar que pudiese existir una producción cinematográfica más allá de los predios del ICAIC. Si seguimos con la metáfora del historiador que se montó en el tren de los Lumiére, y desde allí apuntaba sus impresiones sobre ese mundo que le quedaba a la vista, es obvio que cualquier intento de establecer conexiones más allá de esos escenarios podía sonar a delirante especulación.

Y si bien hoy la mirada “icaicentrista” ha sido ampliamente superada, lo mismo con el reconocimiento que ha tenido no solo la producción silente y la sonora pre-revolucionaria, que (más recientemente) con todas esas legislaciones en las que ya se habla de un modo natural del “realizador independiente”, todavía estamos lejos de pensar el audiovisual cubano como un fenómeno complejo donde puede adivinarse, desde un principio, el espíritu dinámicamente transnacional que lo ha animado, con todas sus conexiones globales y locales.

Al contrario, en la misma medida en que salen a la luz nuevos actores y escenarios productivos, se consolida la tendencia a insularizar la mirada, y apelando otra vez a esa narrativa lineal donde domina una Historia otra vez marcada por lo teleológico (la historia del ICAIC, la historia del cine joven, la historia del cine independiente, etc), se va balcanizando el análisis de lo que, a la larga, respondería a un mismo espíritu: la producción y consumo de imágenes en movimiento, acompañadas o no de sonidos, y proyectadas sobre superficies de los más variados tipos.

Creo que no debemos desechar lo valioso que hasta ahora se ha logrado desde el punto de vista investigativo, pero es hora de aprovechar la emergencia de tecnologías que permiten conectar a los usuarios a lo largo y ancho del planeta, y empeñarnos en construir una plataforma que deje a un lado lo disyuntivo, para hacer suya la búsqueda de lo conjuntivo, no como una sumatoria de mapas aislados, sino como un atlas dinámico que sea capaz de contener esa infinidad de territorios que se conectan entre sí de las más disímiles maneras.

Las diferencias en los resultados van a ser notables. Si en la historia lineal todo aparecía clausurado a partir de lo que el narrador logró estabilizar con sus descripciones individuales en los libros, en este nuevo relato los contenidos se van enriqueciendo con las contribuciones que los usuarios hacen en la misma medida que leen e interactúan en tiempo real: de allí que sea un tipo de Historia “abierta” y en permanente construcción.

Por supuesto, como llevamos tan en vena los imperativos jerárquicos de la historiografía tradicional, es obvio que la propuesta de un Atlas del audiovisual cubano, donde tengan cabida sin una pretensión subordinante (según criterios de mayor o menor relevancia) “las mejores películas del ICAIC”, los filmes de los Estudios de la Televisión Cubana o de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, las producciones de los cine-clubistas o estudiantes de la EICTV o el ISA, las cintas de los que siguieron haciendo cine al marcharse de Cuba por razones políticas o económicas, las de los extranjeros que representaron lo que sentían por la isla en diversos momentos (fuera Edison, Veyre, Errol Flynn, Chris Marker, Agnès Varda, Andy Warhol, o Wim Wenders), resultará chocante para los que invocan todo el tiempo el respeto al orden establecido.

Sin embargo, aquí precisamente estamos hablando de releer el canon dominante, como pedía Said, con el fin de darle lugar a las narraciones alternativas o definitivamente nuevas. Y ya de paso rescatar al cine de ese nicho cinéfilo en el que ha sido recluido durante tanto tiempo, cortándole cualquier tipo de contacto con áreas que parecían absolutamente ajenas a él.

Un Atlas del audiovisual cubano jugaría un papel similar al que asumen los mapas conceptuales, que ya sabemos les revelan a los lectores conexiones insospechadas a partir de la visualización activa que reporta la representación gráfica del conocimiento.

Juan Antonio García Borrero

Gibara y el alma quijotesca de su festival (+ Foto y video)

Tomado del blog: Mira Cuba (joven)

Yasel Toledo Garnache

Grandes del cine cubano en Festival de Gibara/Foto: Tomada del perfil en Facebook de Gabriel Guerra Bianchini.

Por Yasel Toledo Garnache

Gibara, a unos 33 kilómetros de la ciudad de Holguín, en el norte oriental de Cuba, tiene un efecto seductor casi irresistible para visitantes y pobladores. Decenas de botes con el leve vaivén de las olas, cuales testigos de una magia que perdura en lo aparentemente simple, suelen ser el preámbulo de una especie de película de la realidad, en la cual al menos una vez al año aparecen personajes de la gran pantalla.

Es imposible olvidar los días en esa geografía, la brisa, el olor peculiar, aquellos primeros besos a orillas de sus aguas, el ir y venir de la gente dentro de un Festival que se readapta y crece.

Durante la etapa de la universidad, decenas de estudiantes nos íbamos a sus calles, al encuentro de su gente y de un evento nacido en el año 2003, idea romántica esa de crear y desarrollar un certamen de sueños, con el nombre de Festival de Cine Pobre, justamente allá, a cientos de kilómetros de la capital del país.

A veces, nos quedábamos en tiendas de campañas, levantadas en el patio de la casa de algún gibareño o en la vivienda de un amigo. Los conciertos, la música, las charlas y debates enriquecían las jornadas. Escuchábamos sobre el arribo aquí de Cristobal Colón, poco después de llegar a Bariay, y también acerca de una historia de amor desmedido.

Desde la concepción, nos parecía idílico el encuentro, impulsado en sus primeras ediciones por Humberto Solás: películas de calidad, realizadas con poco presupuesto, un reto para la creatividad y la voluntad de los realizadores, incluidos muchos jóvenes. Pero en las esencias nunca ha sido solo cine. Palpita mucho más.

En la versión más reciente, efectuada del 7 al 13 del actual mes, sorprendió el récord de participantes a las proyecciones de los filmes. ¿Cómo fue posible que ocurriera eso justamente cuando a nivel mundial disminuye el público en ese tipo de espacio, ante el incremento del consumo de productos audiovisuales mediante tabletas electrónicas, celulares y computadoras?

Para entender el éxito del Festival Internacional de Cine de Gibara –Ya no pobre- es preciso conocer ese lugar de encantamientos y leyendas, adentrarse en las mareas del certamen, sentir el calor de su pueblo, la pasión y orgullo, lo mismo en las colas para entrar al Giba (cine), en conferencias, obras de teatro, exposiciones o en presentaciones de intérpretes y orquestas musicales.

Hay que ver a grandes de la historia del cine cubano como el director Fernando Pérez y las actrices Laura de la Uz, Daisy Granados, Jacqueline Arenal, María Isabel Díaz y Coralita Veloz junto a los gibareños, disfrutar todos juntos, como partes del alma esencial de un festival que tiene en el centro a la gente, sin vitrinas ni rebuscamientos.
Y es favorable también estar en las demás actividades, incluidos conciertos como los de Habana abierta, Kelvis Ochoa e Isaac Delgado (Todos en 2019), y en el de Fito Páez en el 2018.

Resulta estimulante que Cuba mantenga con vitalidad este certamen y el del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana, este último con una historia mucho más larga y gran acogida del público, la crítica y los cineastas.

EL AÑO DE CELESTE GARCÍA EN GIBARA


Más de 90 obras, de unos 20 países, llegaron a la también llamada Villa Blanca de los Cangrejos, incluidas más de 50 en concurso, en la edición de este 2019; dentro de las cuales resaltó un largometraje cubano, El extraordinario viaje de Celeste García (del director Arturo Infante, 2018), ganador de los premios Lucía en las categorías de Mejor película y Mejor actriz, esto último para María Isabel Díaz.

Esa obra verdaderamente emplea de manera adecuada el humor en el reflejo ficcional de la realidad del país, elementos que fueron resaltados por el jurado presidido por Fernando Pérez.

Según diversos medios de prensa, en interpretación también fue reconocida Samantha Mugatsia, por su actuación en la cinta Rafiki (Wanuri Kahiu), de Kenia.
El filme iraní Retouch (Kaveh Mazaheri, 2017) mereció el premio Lucía a Mejor cortometraje de ficción, y Dos Fridas, coproducción de 2018 entre Costa Rica y México, conquistó los apartados de Mejor dirección y Mejor fotografía, respectivamente a cargo de la costarricense Ishtar Yacín y el español Mauro Herce, formado en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños.

De manera excepcional, el jurado entregó un premio especial a la obra teatral cubana Diez Millones, escrita y dirigida por Carlos Celdrán para Argos Teatro, que se presentó durante las jornadas del Festival, “porque nos atravesó y nos conmovió, porque el teatro es la fuente de la que surgen las actrices y los actores y por el agradecimiento a su autor y sus intérpretes”, según expresó en el acta.

La Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, confirió un premio colateral al cortometraje documental Lista Quinta, de Giselle García Castro, por su acertado tratamiento a la realidad y su especial acercamiento a lo relacionado con el cuidado y conservación del medio ambiente.

Por su parte, El cementerio se alumbra (Luis Alejandro Yero, 2018) obtuvo el Lucía al Mejor cortometraje documental. El también cubano Amilcar Salatti mereció el premio a Mejor guion inédito con su proyecto Él último.

El Lucía a Mejor largometraje documental fue para El camino de Santiago (Tristán Bauer, 2018), y el de mejor Video-creación (que unificó los apartados de videoarte y animación) se le otorgó al cortometraje sueco La carga (Niki Lindroth von Bahr, 2017).

La prensa cinematográfica nacional, que premia desde el pasado año películas de ficción y largometrajes, reconoció las obras Animal World (Lam Can-zhao, 2018), de China, y Los días que vendrán (Carlos Marques-Marcet, 2019), de España.

El premio Humberto Solás de Cine en construcción fue para el proyecto documental mexicano El film justifica los medios

HUMBERTO SOLÁS Y GIBARA

El amor de Humberto Solás hacia este terruño holguinero es innegable, donde también es recordado y admirado siempre, cual hijo adoptivo, gran creador y fundador del mayor evento cultural del municipio.

Tal vez, se enamoró del lugar desde que conoció la singularidad de sus pobladores y el ambiente, sus calles y murallas coloniales, su historia y belleza de paisajes. Aquí filmó parte de su película Lucía (1968) y regresó más tarde para grabar segmentos de Miel para Oshún (2001).

Muchos gibareños lo recuerdan impulsando ideas y haciendo durante las primeras ediciones del evento. Mantener el Festival es otra manera de agradecerle por su quehacer y garantizar su permanencia especial en esta tierra de pescadores y amor.

UN FESTIVAL EN CONSTANTE CRECIMIENTO

Poco a poco, el certamen ha construido su propia mística, en armonía y perfecto complemento con la ficción. Personajes de la pantalla y de la realidad forman una especie de alma quijotesca y cinematográfica, que ya forma parte del corazón creativo de Gibara, su orgullo y gracia.

Para bien del cine nacional y extranjero, de sus seguidores y los sueños, el Festival debe mantener sus esencias en constante crecimiento. Fuera de los grandes circuitos y las metrópolis artísticas también vive la creación.

Sobre el Decreto-Ley Nro. 373 “Del creador Audiovisual y Cinematográfico independiente”

tomado del blog: Cine cubano la pupila insomne

Jun 29

Publicado por Juan Antonio García Borrero

Ramón Samada, presidente del ICAIC// Foto: Julio Gerardo Hun Longchong, tomada de http://www.trabajadores.cu/20190627/decreto-ley-373-reconoce-a-creadores-independientes-pdf/

Si algo aprendí de aquella etapa en que me desenvolvía como abogado en los tribunales, es que a los textos legales es conveniente aproximarse desde la sospecha.

A diferencia de las películas de las que uno puede opinar acabado de verlas y hacer nuestras las interpretaciones explícitas, con las leyes uno no debe olvidar que se trata de construcciones temporales respondiendo a intereses coyunturales: lo recomendable en este caso es apelar a la lectura sintomática, y tomar en cuenta no solo lo que sustantivamente se sostiene, sino también lo que se excluye o se silencia. Mañana llegarán enmiendas, negaciones, porque la vida a diario se crea y recrea…

Pero ahora mismo quisiera dejar a un lado todo lo que tenga que ver con la sospecha interpretativa, para sumarme a la alegría de aquellos que ven en la legalización del creador audiovisual y cinematográfico e independiente una gran victoria para el gremio.

De todo lo que se ha dicho en estas pocas horas transcurridas, luego de darse a conocer el documento legal, me quedo con esas declaraciones de Ramón Samada, presidente del ICAIC, donde habla del protagonismo que han tenido los cineastas en todos estos años de reclamaciones, polémicas, malentendidos, soledades intelectuales, y falta de respaldo por parte de instituciones a las que le debería haber importado apoyar ese movimiento desde el principio (estoy hablando en primer lugar de la UNEAC, desde luego).

A uno le podrán gustar más o gustar menos las películas que se están haciendo, pero lo que en lo personal no deja de impresionarme es el sentido de pertenencia a su profesión de todos aquellos que aspiran a poner la creación audiovisual de los cubanos a la altura de lo que exige el siglo XXI.

Cuando surgió el ICAIC, los que hicieron posible esa primera Ley de Cine que todavía debe ser actualizada, promediaban los treinta años de edad. Tenían los mismos sueños y ganas de transformar el mundo que los que, sesenta años después, suscribieron el Cardumen.

Por el camino lograron resistir todas esas ínfulas de reduccionismos estéticos e imperativos pedagógicos que en no pocas ocasiones quisieron imponer los grupos políticos y sus voceros. E hicieron películas hermosas y complejas.

Es obvio que con el nuevo Decreto-Ley no se está anunciando la parusía de los tiempos gloriosos del cine cubano; al contrario: vendrán nuevas pugnas, suspicacias, surgirán hermeneutas que harán de Procusto el medidor de todas las cosas y tratarán de meter a la fuerza en su lecho la realidad que se representa, y se harán películas buenas, regulares, y malas, a las que la crítica deberá tratar como se merecen.

Pero lo que fomenta mi optimismo es la vitalidad de ese movimiento que, sin ser homogéneo, se plantea la creación audiovisual como lo que es: un ejercicio de responsabilidad cívica.

Juan Antonio García Borrero

PD: Los interesados pueden descargar la disposición legal pinchando aquí:

GOC-2019-O43 Ley de Cine

“CADÁVERES AMADOS”

Publicado el enero 31, 2019 por Dialogar, dialogar

tomado del blog Dialogar Dialogar

(Palabras de presentación del filme Inocencia, en la premier realizada en el Cine Chaplin, 29 de enero de 2019)

Elier Ramírez Cañedo

Hay filmes que trascienden a su época y se convierten en referentes ineludibles para todos los tiempos; no tengo la menor duda de que así sucederá con Inocencia. Una vez más, se demuestra que cuando se unen el patriotismo, el talento y el apoyo institucional se pueden lograr resultados memorables en la manera de llevar nuestra intensa y gloriosa historia a la pantalla grande. Con Inocencia se confirma, además, como desde el audiovisual se puede llegar a lo más profundo de la fibra humana y conectar a los espectadores con figuras y hechos de nuestro pasado histórico, algo más difícil de alcanzar con un libro de texto.

A pesar de las indispensables licencias propias de toda obra de ficción, Inocencia nos recrea con gran fidelidad, uno de los hechos más atroces del siglo XIX cubano, donde en pocas horas, La Habana vivió una escalada de corrupción, odio y terror, reflejo del sistema opresivo colonial que prevalecía en la Isla y sus peores y fanatizadas fuerzas: los cuerpos de voluntarios, quienes con gran mezquindad pisoteaban diariamente el honor y la dignidad humana contra las ansias libertarias de un pueblo, sentimiento este último que no solo se expresaba en la manigua cubana, sino que palpitaba en el corazón de lo más valioso de la juventud de la época. De ahí que toda la furia de los voluntarios se volcara sobre aquellos universitarios, estudiantes de medicina, que en su mayoría no sobrepasaban los 20 años de edad.

Creo es otro mérito de la película el mostrarnos como dentro de aquel ambiente de insania y odio, hubo también hombres que hicieron gala de sus principios morales, en defensa del honor y la justicia, llevando en sí el decoro de muchos hombres, entre ellos, el profesor oriundo de Canarias, Domingo Fernández Cubas y el capitán nacido en Valencia, Federico  Capdevilla, quienes valientemente defendieron a los estudiantes enfrentándose a la ira de aquellas bestias sedientas de sangre. Y no serían los únicos que expresarían su indignación, también lo harían los capitanes del ejército español, Víctor Miravalles y Nicolás Estévanez.

Esta maravillosa obra de arte es un merecido tributo a Fermín Valdés Domínguez, a su empeño por encontrar los restos mortales de sus amigos y demostrar su inocencia. ¡Nunca olvidará Cuba –diría Martí-, ni los que sepan de heroicidad olvidarán, al que con mano augusta detuvo, frente a todos los riesgos, el sarcófago intacto, que fue para la patria manantial de sangre; al que bajó a la tierra con sus manos de amor, y en acerba hora de aquellas que juntan de súbito al hombre con la eternidad, palpó la muerte helada, bañó de llanto terrible los cráneos de sus compañeros¡ El sol lucía en el cielo cuando sacó en sus brazos, de la fosa, los huesos venerados: ¡jamás cesará de caer el sol sobre el sublime vengador sin ira¡

Creo una magnífica oportunidad, ahora que nuestra juventud sin duda será estremecida por este filme y se interesará en profundizar sobre la historia de los 8 estudiantes de medicina, se reeditara el justiciero libro de Fermín, así como la mayor investigación realizada hasta la fecha sobre los sucesos del 27 de noviembre, publicada en 1971 por el profesor Luis Felipe Le Roy Gálvez.

Este último demostró fehacientemente, algo que también se refleja en la película, que si bien los 8 estudiantes de medicina y el resto de sus compañeros condenados, eran inocentes del delito de profanación –ratificando la tesis de Fermín Valdés Domínguez-, no lo eran en su mayoría de simpatizar con la causa independentista,  pues para nada estaban ajenos al ambiente de rebeldía que se respiraba en la Universidad. Ello explica también, el porqué hoy los retratos de los 8 estudiantes de medicina ubicados en el simbólico Salón de los Mártires de la Universidad de La Habana, con toda justicia, encabezan la larga lista de los caídos en las luchas del estudiantado universitario cubano.

Nuestro Apóstol José Martí, valoró lo ocurrido aquel 27 de noviembre de 1871 como uno de “los sucesos más tristes y fecundos de nuestra historia” y en bello poema titulado A mis hermanos muertos, expresó: “Cadáveres amados, los que un día/Ensueños fuisteis de la patria mía, / Arrojad, arrojad sobre mi frente/ Polvos de vuestros huesos carcomidos¡/ ¡Tocad mi corazón con vuestras manos¡ /Gemid a mis oídos¡ /Cada uno ha de ser de mis gemidos/Lágrimas de uno más de los tiranos¡ (…) ¡Y más que un mundo más¡ Cuando se muere/En brazos de la patria agradecida/ La muerta acaba, la prisión se rompe; /Empieza, al fin con el morir, la vida¡ (…)

Debemos agradecer hoy y siempre a Alejandro Gil, a su guionista Amilkar Salatti, y a todo el equipo de realización de Inocencia, por saldar esta deuda que desde el cine aun existía con este acontecimiento fundamental de nuestra historia, por este regalo al pueblo de Cuba que hoy tendremos el placer de disfrutar; también al ICAIC, el Ministerio de Cultura y la Oficina del Historiador de la Ciudad, por su inconmensurable apoyo para que este sueño fuera posible. Tengo la convicción, de que a partir de ahora, cada 27 de noviembre será vivido y homenajeado en nuestra Isla, en especial por los jóvenes, de una manera mucho más sentida, profunda y comprometida.

¡Muchas gracias¡

En memoria de Rigoberto López

Tomado del blog Cine Cubano La pupila Insomne

Publicado por Juan Antonio García Borrero

Es inevitable que, tras el fallecimiento de una persona a la que se ha conocido, no lleguen a la mente buena parte de esos momentos en que nuestras vidas se entrecruzaron. Con Rigoberto López coincidí varias veces: en festivales de cine, en encuentros organizados en diversas provincias, en la sede de su Muestra Itinerante del Caribe.

Nuestros intercambios siempre fueron breves, pero intensos. Por eso los recuerdo de forma tan nítida ahora. El último fue un poco antes de que comenzara a rodar El Mayor. Él me leyó un fragmento del guión mientras nos tomábamos un café en las afueras del Hostal “El Paso”; yo le mostré la maqueta de lo que entonces iba a ser la Enciclopedia Digital del Audiovisual Cubano (ENDAC), y todavía me conmueve la manera en que dejó a un lado el tema de lo que sin dudas fue su proyecto de trabajo más ambicioso, para hablar de las potencialidades que veía en aquella plataforma.

Supongo que influyó el haberle mostrado las diversas entradas vinculadas a cada uno de sus filmes, incluyendo los documentales menos conocidos y que para él, tenían una importancia similar a la de sus películas más comentadas (Yo soy del son a la salsa; Roble de olor; Vuelos prohibidos).

De hecho, la consulta de esos textos nos permitió “reconstruir” el momento en que por primera vez intercambiamos ideas acerca de su trabajo. Fue en los hoy lejanos años noventa, en la provincia Ciego de Ávila, invitados ambos a la Semana de Cine Iberoamericano que no sé si todavía se celebra en esa ciudad. Y recuerdo cómo el perfecto desconocido que era yo llegó ante el cineasta, para preguntarle sobre La soledad de la jefa de despacho (1990), que recién había descubierto.

Nuestro diálogo, ahora lo sé, empezó allí, pero a pesar de su muerte, no ha terminado. Como tampoco va a terminar cuando, inevitablemente, me toque a mí la muerte. El cine tiene eso: pone a salvo ideas que mañana podrán ser recuperadas por aquellos que, como nosotros, creemos en el alto valor de la cultura.

Juan Antonio García Borrero

Rigoberto López sobre La soledad de la jefa de despacho (1990)  

Yo llevaba un tiempo considerable sin rodar, sobre todo como consecuencia de un verticalismo autoritario, que impedía se filmara de manera fluida. Llegué a tener catorce guiones que nunca realicé, pues siempre se argumentaba la falta de recursos, o sea, que no había transporte, gasolina, etc.

Un día me reuní con Camilo Vives, el productor general del ICAIC, para discutir mi situación, y luego que me explicara lo de la falta de recursos, se me ocurrió decirle: “¿Y si yo te traigo un proyecto con una sola locación y una sola actriz?”, y me dijo “Tráelo”.

Hablé entonces con Alberto Pedro, que tenía escrito un monólogo que todavía no había estrenado y pensé que ese podía ser el proyecto. Siempre pensé en Daisy para el personaje, porque es a mi juicio, nuestra actriz de mayor rango. Es una actriz personal. La prefiero por su naturaleza, su organicidad y sobre todo su sinceridad.

Yo quería un personaje muy creíble, porque iban a ser veinticinco o treinta minutos, exigiéndose del personaje múltiples transiciones. Sabía que en términos de realización no debía cortar el texto, sino que en todo caso debía buscar la complicidad del espectador, que este pudiera asumir la sorpresa.

Como se sabe, un magacín de 400 pies es apenas cuatro minutos, por lo que parecía inevitable hacer varios cortes. Entonces me acordé de Hitchcoock y su experimento con La soga, y de allí el juego de Daisy entrando y saliendo del cuadro, pero de manera imperceptible.

Es una experiencia que recuerdo con mucho agrado, y que me permitió ser audaz. Yo veía al equipo, que en ocasiones no podían ocultar sus caras de dudas, escepticismos, porque en verdad no podía fallar nada. Si Daisy se equivocaba, o el dollyman o el foquero, yo tenía que botar el magacín completo.

Creo que tuve mucha suerte al elegir a Daisy, y al mismo tiempo pienso que es uno de los trabajos más significativos en su carrera como actriz, donde puso en evidencia su facilidad para transitar diversos estados de ánimo: en el corto ella es cínica, ese sensual, es mordaz, o sea, tiene diversos registros actorales.

(…)

Yo siempre he tenido el criterio de que la cámara es un actor y el personaje es el plano. Para lograr que el personaje se exprese el fotógrafo tiene que tener un gran vínculo con el sentido dramático de lo que está filmando.

Pepe Riera y yo sentíamos que había que buscar un plano que mostrara la interrelación, porque de lo contrario la cámara se iba a sentir demasiado fría. Entonces le pedí a Raúl Pomares, un amigo común, que me ayudara como comodín.

Es decir, siempre quise que Pepe Riera sintiera a Daisy, y que la cámara se incorporara o moviera de acuerdo a la emoción del momento. Entonces le pedí a Pomares que reaccionara ante lo que Daisy decía, pero sin hablar, y a Riera que anotara los puntos de reacción. Todo esto se hizo con recursos muy rústicos. El Dolly fue lo más jodido de aquello. Era poner los rieles y moverse sin provocar ruidos.

(…)

La película fue filmada íntegramente en el séptimo piso del ICAIC. No tuvo una censura oficial, pero si oficiosa. O sea, nadie dice: “este corto no se puede proyectar”, pero lo cierto es que no se exhibe. Es la propia Daisy la que pide en televisión, luego que le preguntan por algunos de sus trabajos preferidos, que se ponga este corto y es gracias a esto que mucha gente lo descubre.

Quedamos tan contentos con el resultado que pensamos hasta hacer una segunda parte, en la que sale un tipo que estaba debajo del carro. ¿Te imaginas? La gente con el corto primero se sorprende, luego se ríe y finalmente aplaude. De veras que a mí me ha dejado satisfecho.